Saber que estamos ante una novela distópica podría originar repelús entre cierto tipo de lectores, ante el temor de que la recreación de atmósferas y personajes alienantes pueda distraer la intención de que los personajes tengan profundidad y sean complejos, o que el personaje A siempre sea tacaño, el personaje B siempre franco y nadie sea un cúmulo de contradicciones, como las personas reales.

Pero pueden perder cuidado. En Cassiani todo está en la justa medida. Perfilación precisa de personajes, descripciones efectivas, diálogos verosímiles, sugestión, rapidez, suspenso, y una dosis de balaceras más generosa que en otras novelas de Octavio Escobar, no sin por ello abaratar el tenor sugestivo.

“Esquirlas de cemento y metal volaron en todas direcciones. Cassiani apuntó sin prisas y lo remató. Sin perder tiempo, recargó y descerrajó un proveedor contra el parabrisas de la camioneta negra”.

Todo en medio del empuje de la correine narrativa en la que seguimos la huida de Kike, el discreto narrador de la historia, quien en compañía de Cassiani, una suerte de Kill Bill morena y colombiana, lectora y de metralleta en ristre a toda hora, quienes deben emprender la fuga ante la arremetida del bando de los Conciliares, el grupo paramilitar que se enfrenta a los Bibliotequeros por el control del territorio, en una Bogotá – y se colige que una Colombia- al borde del colapso por efecto un virus apocalíptico.

“No había una amenaza real pero la apariencia de paz que nos rodeaba era artificial, pasajera. Muy pasajera…Segundos después escuchamos los helicópteros y el amenazante rugido de los aviones de guerra. Desde algún lugar cercano las ametralladoras reaccionaron”.

La generación que vio la serie Los X-Men o los que supieron de esta serie animada tangencialmente, podrán comparar a sus sexis mutantes con el papel de las insondables niñas sepia, un séquito de jovencitas unas, otras con más edad, que, inoculadas con una vacuna fallida, adquirieron, entre otras secuelas desafortunadas, el don de la mimetización. Ellas se han convertido en un mito en el distópico territorio nacional. Estas chicas jugarán un papel clave en los intereses de Kike, Cassiani y su círculo más cercano. Así lo cuenta Kike: “Me sentía en una película con heroína sexi y colaboradoras mutantes, que además corrían desnudas de un lado para otro, dispuestas a sacrificarse. Una de esas producciones cinematográficas de bajo presupuesto que apenas sirven para distraer el insomnio y masturbarse”.

Huelga decir que la rareza de estas mujeres no es óbice para la sensualidad.  “Mientras Selene permanecía integrada al mosaico de la pared, mirando con gesto de burla hacia donde yo me encontraba, Yahaira se movía alrededor de Cassiani, cambiando constantemente de aspecto, pasando breves momentos por algo que yo me atrevería a llamar desnudez. Su cuerpo era delgado y, para mi turbación, de senos firmes y caderas provocativas. El pudor que ella no parecía sentir lo sentía yo, así que evité mirar el nacimiento de los muslos”.

Pero no, Octavio Escobar dice no haber sido fanático de esta serie. Habrá que buscar, y quien bucee en este libro podrá sentir las aguas del género negro de las que ha bebido el autor: H. P. Lovecraft, Conrad y Poe (sobre el final hay apartes terroríficos que recuerdan a El Cuervo y demás lobregueces de Edgar Allan, el primer amor literario de Escobar). Pero también Proust, Tomás González, la Librería Leo, reciben generosos guiños; además: uno de los personajes es un donjuán de mujeres lectoras.

En esta obra vemos reflejado el aserto de que sólo el estudio exhaustivo de las grandes obras de la literatura, da al escritor una idea clara de la altura emotiva e intelectual que se puede alcanzar.

“Alto y robusto, sus manos, muy gruesas, siempre estaban apartando mechones de su cara de nariz grande y mentón partido”.

Es de subrayar la destreza del escritor del género negro para recrear las situaciones que permiten respirar la trama, como en el episodio en que un potencial antagonista, el enigmático señor Bosch-López, podría convertirse en ayudante, en momentos en que la acechanza de los perseguidores adscritos a los Conciliares amenaza liquidar a nuestros protagonistas.

“…rápidamente (las niñas sepia) se mimetizaron con los paneles crema del interior. La fugacidad de su paso llenó de turbación al guardia, que comenzaba a entender con quiénes estaba tratando”.

Desde luego que por más distópica que sea la historia, ni en ese futuro aparece el metro de Bogotá ni sus ruinas, de lo que se burlan mordazmente los personajes en una escena. Por lo demás, la atmósfera tétrica del ambiente capitalino no deja salir al lector sin una espeluznante nube de humo sobre su cabeza.

“A lado y lado había ventanas que miraban hacia centro de Santa Fe de Bogotá. Por una de ellas comenzaba subir una columna de humo que juntaba sus tonos grises con los de las nubes… Muchas calles estaban bloqueadas por rejas, neumáticos amontonados y montañas de escombros en las que siempre temí descubrir restos humanos…El centro nos recibió con un intenso olor a humo. En medio de la Avenida Caracas, una pequeña multitud rodeaba los restos de un bus…Cubiertos de manera improvisada, varios cuerpos humanos yacían sobre el asfalto…A lo lejos se escuchaban las sirenas. Unas pocas voces daban instrucciones, apuraban, mientras las personas que no participaban en la acción miraban atónitas, rezaban unas, lloraban otras, encogidas por el horror”.

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