En segunda fila

Publicado el Juan José Ferro Hoyos

Vivir con eso

Manchester junto al mar es una rareza en nuestras pantallas; un título bien traducido. No todos sabemos que en inglés ese, Manchester-by-the-Sea, es el nombre exacto del lugar donde transcurre casi toda la película. Se trata de un poblado de algo más de 5000 habitantes. No es un dato menor pues la película que toma prestado el nombre del pueblo es un agudísimo estudio de lo que significa el lugar donde una persona nació, y creció, en lo que será su vida. El paisaje no como decorado, ni siquiera como espacio. El paisaje como una forma de ver el mundo, una ética tan heredada como aprendida.

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A cambio de una habitación y un salario mínimo Lee Chandler (Casey Affleck) se dedica a hacer reparaciones menores un complejo de edificios entre semana y los fines de semana va a un bar a emborracharse y pelearse con el primero que lo mire mal desde el otro lado de la barra. Manchester junto al mar se toma su tiempo mostrando lo anodino de esa vida de quien no parece aspirar a más que no ser muy molestado. Lee recibe una llamada en la que le dicen que su hermano Joe acaba de morir en el pueblo natal de ambos. Según el testamento de su hermano Lee será el guardián legal de Patrick, el hijo adolescente de su difunto hermano y una madre de paradero desconocido. Lee se enfrenta entonces a la sucesión de tareas prácticas que implica hacerse cargo de su sobrino en el lugar donde ocurrió el episodio del que huye en su cuarto sin ventanas.

Habría material para el peor melodrama. Por el contrario, se trata de una película honesta, contundente, con más dudas que certezas y alérgica a la fórmula fácil de la redención de su protagonista. La clave para una película que no le interesa juzgar a sus personajes, ni siquiera invitar al espectador a hacerlo, está en el humor. Kenneth Lonergan, director y guionista, presta a sus personajes los mejores diálogos, los más punzantes, que hemos visto en mucho tiempo. Acá el humor no es un bálsamo, no es un respiro en una realidad agotadora ni la otra cara de ninguna moneda. Es la tragedia la que da tanta risa, y es el hecho mismo que los personajes (el adolescente Patrick, sobre todo) todavía puedan reírse lo que es una tragedia.

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Nada de esto sería posible sin un protagonista creíble. Casey Affleck logra con creces, desde su forma de caminar con la espalda tiesa hasta su hablar entre dientes, mostrar a un hombre que hace todo lo posible por no terminar de derrumbarse. Tampoco se debe menospreciar la actuación de Lucas Hedger como Patrick, ese joven gracioso que no por estar obligado a hacerse adulto a la fuerza va a renunciar a los privilegios de su edad. De a pocos Lonergan logra lo que en abstracto parecería un imposible: una reflexión tan profunda como laica sobre la culpa. Lee nos va a mostrar que “el pasado ni siquiera es pasado#, que saber reconocer las derrotas es el único heroísmo de los muy apaleados y que vivir bien es saber vivir con eso.

[1] La cita, tan trillada como exacta, es de William Faulkner.

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