Kóblic, Argentina-España, Drama, 2016.

Tomás Kóblic le indica a su esposa lo que debe responder cuando regrese a Buenos Aires y la gente empiece a preguntar por el paradero de su marido. Cuando ya las instrucciones han quedado claras, ella toma la palabra. Qué triste final para esta historia, dice. Kóblic está de acuerdo pero ni él ni ella tienen tiempo para analizar demasiado el asunto. Se despiden sin saber si volverán a verse.

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Tomás Kóblic ha decidido desertarse de la aviación argentina y escapar de la capital hacia Colonia Elena, un pequeño pueblo de provincia donde uno de sus amigos le dará trabajo fumigando cultivos desde sus avionetas. No llegan a nuestro país muchas películas argentinas de provincia y es justamente esa sensación de pueblo chico, de infierno grande, lo que hace más poderosa una narración que empieza como película de espías y acaba directamente como película de vaqueros. Kóblic huye principalmente de los recuerdos, filmados por el director Sebastián Borensztein como dramáticos flashback, de los “vuelos de la muerte” que tan tristemente célebres se hicieron en las dictaduras del sur del continente.

En las muchas horas muertas que le deja el daño súbito de la avioneta Kóblic se cruzará con Nancy, empleada de la tienda de la única estación de gasolina del pueblo. Entre ellos pasa lo que tiene que pasar. Es en el entrecruzamiento de las dos historias, la traición a la pareja de ella y la traición a la patria de él, donde la película construye sus mejores momentos. Pronto al guion se le empiezan a ver las costuras y la única forma en que los guionistas encuentran para aumentar el dramatismo es un lento pero significativo catálogo de cadáveres. En todo caso, más que la trama, nunca lo más interesante de una película, lo más valioso de Kóblic es el lugar desde el que piensa el problema de la culpa que sienten los victimarios de crímenes tan horrendos como los que intenta olvidar nuestro reticente aviador. Esa reflexión, mucho más aguda que la sucesión de eventos, paga justificadamente la boleta.

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Tener como protagonista a un actor del calibre de Ricardo Darín implica empezar ganando pero también el riesgo de que los demás actores o se ponen a la altura o quedan en ridículo. En Kóblic hay dos secundarios importantes, el comisario Velarde (Oscar Martínez) que cumple el papel central de antagonista y el esposo de Nancy, expuestos al ridículo. No ocurre lo mismo con la propia Nancy (Inma Cuesta), capaz de mostrar toda la sumisión y la rebeldía de una mujer que vive atrapada en esas llanuras sin fin en el mismo gesto.

La película pedía otro final. No lo digo por rechazo al final abierto y a la necesidad de saber si Nancy y Kóblic terminarán juntos. Lo digo por las ridículas escenas de acción y muertos, más propias de un cine de bandidos más convencional. Tampoco se salva la película (el traje de piloto que el capitán se pone por última vez antes de entregarlo a las llamas) de innecesarias cursilerías que le quitan matices a su personaje. Y la cursilería como los finales, es algo profundamente triste.

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