Estados Unidos, drama, 2016.
Paterson se despierta sin necesidad de alarma. Nunca se despierta después de las 6:30 am. Mira su reloj, besa a Laura y se prepara sin afanes ni demoras para llegar a tiempo a su trabajo. Manejar un bus público por las calles de un pueblo anodino con el que comparte el nombre es la tarea de Paterson antes de volver a casa, cenar con Laura, sacar el perro y tomarse una cerveza en el bar de la esquina. Al día siguiente vuelve a repetir los recorridos del día anterior que serán los mismos del día siguiente. En sus ratos libros Paterson llena de poemas un cuaderno que guarda en su lonchera.
La rutina es, más que la poesía, el tema de esta película. Eso explica una estructura basada en la repetición de patrones, en la sucesión de los días de una semana, tan aparentemente iguales a sí mismos. Se trata de una vida en donde “lo mejor que ocurre es que todo sigue igual”[1]. Los poemas que Paterson escribe son a la vez parte de esa rutina y defensa contra un tedio que el protagonista nunca siente. En ese sentido la película hace “un sutilísimo elogio del arte como forma de relación con la cotidianidad”, en palabras de Vila-Matas, y desmiente la tan trillada idea del artista como resultado de experiencias extraordinarias.
Los poemas que Paterson escribe, y que nosotros vemos materializarse en la pantalla, tratan sobre asuntos tan mundanos como la caja de fósforos que encuentra en su cocina o la conversación de sus pasajeros. La película hace una importante tarea de traer de nuevo la poesía a lo cotidiano, de bajarla del pedestal en el que sólo la tiene quien no la lee. Sin embargo, al contrario de su visión terrenal sobre el resultado la película tiene una idea muy idealizada del proceso. Los poemas le salen demasiado fácil a Paterson, sin mayores dudas, con la puntuación correcta en el primer o segundo intento. La poca narración gira alrededor de la negativa de publicar sus poemas. Ante la insistencia de su esposa él acepta, a regañadientes, fotocopiar el cuaderno donde los escribe. Publicarlos no parece ser una opción sino una traición a su solitario oficio.
En medio de esa propuesta tan interesante desconcierta mucho el menosprecio que demuestra la película por su personaje femenino. Donde Paterson tiene una ocupación apasionante, la poesía, Laura es apenas “un cúmulo de excentricidades etéreas” (en la precisa definición de Kalmanovitz). Él es un genio en la sombra, ella es una mujer que pinta de blanco y negro para no aburrirse. Es la mujer como objeto decorativo, como escalón donde el hombre puede pararse. Lo que ocurre dentro de la casa de Paterson tiene menos brillo que lo ocurrido en su trabajo. Menos grave pero igualmente pobre como recurso narrativo es el personaje extranjero, un gran cliché sobre su nacionalidad, con el que cierra la película. Todo esto pasa desapercibido por la excelente actuación de Adam Driver, quien hace los gestos justos para mostrarnos una vida sin ocultar su misterio.
[1] Manuel Jabois. Secretos. En: https://elpais.com/elpais/2017/04/11/opinion/1491934873_886748.html