Norman, Estados Unidos, 2017
Lo primero que Norman Oppenheimer pregunta a cada persona que conoce es a qué se dedica. Después de oír la respuesta, se ofrece a conectar a esa persona con un amigo de toda la vida que, está seguro, le convendría mucho conocer. La mayoría declina la invitación. Unos pocos, a medio camino entre la lástima y la codicia, aceptan su amistad, sus servicios. Norman espera, por supuesto, que una vez ese contacto entre dos antiguos desconocidos fructifique, se acuerden de él. Su única arma es el Iphone cuyos audífonos tiene todo el tiempo en las orejas para no perder ni una palabra de lo que dicen unos y otros, cuando le contestan sus llamadas. De eso, de conectar gente poderosa, vive.
No vive muy bien, según las primeras escenas. Gran parte del encanto de la película está en todo lo que no sabemos de la vida de Norman, dónde vive, cómo se sostiene, desde cuándo se dedica a eso, a ser un “conseguidor”, ni cuántos resultados le deja. Además de la viudez que expone a la tercera frase y una elegancia necesaria para su oficio, es evidente que si bien Norman es lo que en este país llamamos un lagarto, quizá hay algo de genuina bondad en sus gestiones. Incluso si eso implica gastarse los miles de dólares que no tiene regalándole los zapatos más caros de Nueva York a un ascendente político israelí.
Como en su anterior película, la excelente Footnote (2011), el director Joseph Cedar se mete de lleno en los conflictos de la comunidad judía. Pero los asuntos propios de la religión (en Footnote la interpretación de las escrituras, en Norman el Estado de Israel) le sirven apenas como escenarios para hablar de asuntos no más globales sino mucho más interesantes. En este caso de ese deseo humano de ser reconocido por otros, acaso mucho más ubicuo que las vulgares ansias de poder o de dinero (que es sólo una forma de poder, claro está). En ese sentido Norman funciona como metáfora perfecta, como sátira, de estos tiempos donde la red de contactos (el networking) parece ser el sustento de quienes ya han triunfado y de quienes están a una conversación con la persona justa de lograrlo.
Tres años después de esas primeras escenas el joven político es ya el primer ministro de Israel. La apuesta parece haberle salido a Norman, quien sólo necesita que le contesten un par de llamadas para ayudar encajar uno a uno los favores prometidos. La comedia se pone oscura cuando la tenue línea entre la ayuda y la corrupción parece haber sido cruzada. Entre la sorprendente actuación de Richard Gere y una banda sonora que es casi otro personaje los eventos se van sucediendo como si con el paso del tiempo la película cogiera velocidad. El final, con el fino humor de rescatar un detalle en apariencia banal, condensa la ambigüedad del triunfo de quien ha dedicado todo su tiempo a ayudar a otros a que obtengan lo que quieren.