Una singularidad desnuda, Sergio de la Pava, Editorial Pálido Fuego. 2014. Reseña.
La rutina cotidiana del abogado Casi (se llama así porque eso fue lo que respondió su madre pereirana tras el último forcep al darlo a luz, en el momento en que le preguntaron si ya tenía listo el nombre del niño para el registro) empieza directamente en el tribunal donde trabaja como abogado procesal. Casi trabaja en Manhattan de defensor de oficio para los detenidos callejeros. Todas las noches el abogado va a su apartamento en Brooklyn, habla con los vecinos (Angus, Louie, Alyona), regresa al día siguiente al juzgado, dialoga con los presos que defiende (Kevin Miller, Rane el asaltante, Saul Soldera en músico clonador de tarjetas de crédito, Armando Hurtado el colombiano ilegal del carrito salchichero, Jalen Kingg el condenado a muerte), ve el video que es prueba reina en un atraco flagrante, se entera de que uno de sus protegidos ha sido golpeado brutalmente en la celda, toma café con sus colegas (Alana, Dane, Tom, Gold, Lee Graham), y en ese recorrido, que se repite de forma monótona en la rutinaria vida de abogado, cada diálogo, cada interrogatorio, cada descanso, cada desvelo, es pretexto para una digresión. Esa digresión se desarrolla como un ensayo autónomo, una defensa de algún tema que parece un concurso de retórica dado al interior de los capítulos. En conjunto, la estrategia narrativa de la digresión es un buen recurso porque es coherente con la evolución moral del personaje: la dialéctica del oficio, en medio de su ejercicio, irá transformando el pensamiento del abogado Casi frente a las ideas de justicia, ética, democracia, adoptadas en la universidad, defendidas en el estrado y contrastadas en la práctica del derecho, de la moral, de la ética, de la ley, en la televisión, en los deportes, en la calle.
Una singularidad denuda es un reportaje humorístico a gran escala sobre el sistema penal de Estados Unidos y la vida de todos los migrantes que atestan con sus vidas de perdedores las cárceles (la mayoría, sí, encarcelada por delitos relacionados con tráfico de drogas). Las incoherencias del sistema penal, las medidas legales e ilegales de recolección de pruebas policiales, la política de delación promovida por los acusadores, los vacíos legales de las normas, las paradojas que convierten en crimen las actividades más simples de la supervivencia como vender salchichas, son su materia. El recurso paródico es su estilo: el uso de las jergas latinas convertidas en slang callejero, el uso de la retórica catastral de las salas de jueces y juicios e interrogatorios; recursos que solo podían ser manipulados con tanta ironía por un abogado, que además es de origen extranjero (De La Pava es abogado, como su alter ego Casi, y la familia de De La Pava es de origen caleño). De La Pava es un defensor de oficio que se ha curtido y nutrido en las salas penales de las cortes gringas, y que posee un oído y una atención especial por el idioma privado de la calle y la retórica de los litigantes.
En uno de sus tiempos libres, después del trabajo, Casi acude a la ineludible cena semanal con sus dos hermanas, su madre y los sobrinos, en torno a patacones con hogao, arroz con pimentones y carne desmechada: una típica reunión de clan paisa. Esta cena, claro, de migrantes colombianos, permite al narrador hacer un collage de diálogos y observaciones (que quizá son el acervo de apuntes de toda una vida de almuerzos dominicales en familia), de manera que engarza una a una, en forma de plecas, las costumbres persistentes que muestran cómo la gente inmigrante se traslada de país con su idioma, con su sazón (hay una receta exacta de las empanas paisas), con sus ídolos (Pablo Escobar, Pambelé), con sus dioses domésticos (Divinoniño), con sus creencias, con sus prejuicios, y cómo todo los rasgos de la aculturación de un migrante tienen que ver con la forma como la gente quiere ser representada en la cultura de llegada, con la forma con que queremos que se nos reconozca en el nuevo país, más que con la negación per se; así mismo, todas las omisiones y secretos y prevenciones y reuniones de gremio o de gueto, se dan para mantener palpitante el origen, mientras se es aceptado en una nueva sociedad.
Entre charlas y juzgados, entre cenas y comentarios a las series de televisión de la primera década del siglo actual, entre cafés de máquina, el libro va narrando la vida diaria de un abogado cuya secreta pretensión es tener tiempo para leer las obras literarias más importantes de la humanidad en un sillón de orejas a la lumbre de una chimenea. Un pretensión que solo puede ser conquistada con un giro vital, con un golpe de suerte económica, mediante un medio distinto al oficio, o por la vía ilegal, o por el principio de oportunidad que nos ofrezca la existencia (léase “papayazo”, que en el diccionario del diablo colombiano significa más o menos hacerse rico honradamente, pero si no se puede de forma honrada, apropiarse de la riqueza ajena a como dé lugar).
Más que una técnica novelística, los capítulos implementan un discurso de partida doble: la historia lineal de la vida de Casi que llega a una crisis, y la historia dialéctica, o lateral, que provoca la crisis del personaje. La historia lineal, es la vida cotidiana de un abogado de oficio de 24 años que en el ejercicio de su trabajo consigue información privilegiada sobre un cargamento de droga dominicana tazada en millones (plata de la que intentará apropiarse como un guerrero medieval en compañía de su amigo Dane cuando ocurra la transacción). Y la historia lateral, periférica, es la revolución de la ética interiorizada por el protagonista en su vida académica y pulverizada ya en la constatación de la vida profesional. La historia medular es la segunda, que se organiza como diálogos filosóficos entre el narrador y sus conocidos.
Los diálogos entre Casi y su colega Dane abarcan todos los temas éticos de la sociedad norteamericana: la guerra contra las drogas, el ilusorio valor del dinero, la fronteras maleables de las líneas de medición de pobreza, el tratamiento diferencial entre negros norteamericanos (sutil evolución jurídica del racismo a la segregación positiva), los beneficios a futuro del genoma humano, la tesis de que la base de la pobreza es el dinero, la prueba de que las prisiones del mundo están llenas por un delito tutelar: la prohibición de las drogas. Un ejemplo simple de la transformación dialéctica que opera en el protagonista, podría ser la forma en que el caso insólito de un enfermo terminal que comercializa su propia medicina medicada entre adictos a la insulina que se cruzan en el metro, provoque una discusión entre los abogados que representan dos postura filosóficas, dos formas enfrentadas de ver el mundo, la legal, apegada a la norma que busca el sentido fáctico de la misma y se apega al deber del cumplimiento, y la filosófica que trasgrede la norma y mira las causas y efectos de la ley y la forma en que los individuos la cumplen o incumplen en la vida cotidiana. En otro combate retórico, los dos abogados, enfrentados, en el típico break del café con dona, recuerdan en un episodio divertido, la cadena de paradojas y atrocidad y la dosis de absurdo de todos los eslabones de la cadena llamada “guerra contra las drogas”. Una guerra que tiene consecuencias étnicas (las cárceles atestadas de presos afroamericanos o de migrantes latinos), es decir de miembros de comunidades tradicionalmente explotadas, al margen, empobrecidas, desvalidas en la línea más baja del sistema de castas capitalista, y burocráticas: las saturación del sistema legal con chivos expiatorios que son comunidades enteras que purgan delitos. Ese gran delito, además provoca incoherencias del sistema, porque la penalización de las droga encubre al mismo tiempo una doble moral y una economía paralela (el consumidor no es penalizado, y la del mercado internacional del placer es la segunda economía del mundo, después del petróleo y las comunicaciones y la guerra). En su aspecto más absurdo, la guerra externa contra las drogas desencadena una secuencia de tragedias inéditas que el ciudadano Estadounidense desconoce. Y es que el norteamericano más conservador es un ciudadano que exige la penalización de las drogas y la persecución, pero olvida que la cadena existe básicamente por el precio de venta en las calles de Estados Unidos y desconoce que la cocaína sale de la hoja que se recolecta en campos minados y en los cien mil muertos que ha provocado en Colombia (y cien mil en México) la persecución, penalización y cadenas de corrupción y crímenes asociados a la persecución de este delito absurdo que debería ser inexistente. Estas prohibiciones universales esconden contradicciones éticas. Y estas contradicciones son susceptibles de ser invertidas para provocar nuevas interpretaciones y propuestas legales. Por ejemplo: ¿Y si para la ofensiva final de la “guerra contra las drogas” se deciden de una vez por todas a bombardear Manhattan, que es donde está el grueso de los consumidores de perico? Ese consumo es el que sostiene el precio de a millón de dólares la media tonelada de cocaína. En vez de subsidiar a Colombia con helicópteros artillados de misiles, y avionetas cargadas de glifosato que (esteriliza la tierra y causa mutaciones) para bombardear a los connacionales dedicados al cultivo de hoja de coca en las montañas y en las selvas.
Si fuéramos conscientes de la cadena de tragedias inéditas que esconde cada objeto que nos rodea, la ropa fabricada en Bangladesh, los zapatos chinos, los cubiertos con aleaciones de cobre chileno, un alijo de perico, la vida sería imposible de ser vivida. Seríamos culpables todos por la guerra en Crimea y las masacres de la Franja de Gaza y de la Invasión en Libia y del genocidio del gobierno Sirio. Sería como hacernos conscientes de la respiración: nos volveríamos locos. En el caso del abogado Casi, habría que decir que a través de la defensa que ejerce de los acusados, el abogado empieza a hacer una transición moral de su propio apego a la ley, y a comprender, a través de la paradoja, el mundo de los delincuentes.
En el deslinde de la ficción legal en la que vive, un delincuente a quien protege, De León, le da las coordenadas a Casi de un cargamento de cocaína que será comercializado en una transacción por millones de dólares. Casi encuentra allí la oportunidad de su vida para trepar a la cima del sistema social y legal, y propone a su amigo Dane dejar de filosofar y pasar a la praxis: apropiarse del dinero. Este plan, ocupa la segunda y tercera parte de la novela.
Lo que le toma al joven Marx en el prólogo a Filosofía del derecho (Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hégel, editorial Claridad, Argentina) solo 20 páginas en las que se dedica a desmontar y pulverizar dos mil años de historia de la filosofía occidental, a De La Pava le toma 700 páginas llenas de casos judiciales y de diálogos con sus colegas, acusados y amigos para parodiar los aparatos ideológicos de Estados Unidos: la educación, la cultura, los medios de masas, el derecho, el código penal. De La Pava escribe con un léxico catastral, amplio, minucioso, y una sintaxis de juzgado que le viene de su oficio como abogado. Ese uso léxico exhaustivo, estas enumeraciones con plecas y ordinales y argumentos deductivos hace que el libro sea una lectura exigente. El exceso de referencias a la cultura de masas, a las series de televisión, a los programas y arqueologías deportivas que no todos conocen, puede ser una talanquera al lector menos informado en cultura mainstream. Sin embargo, es el espejo humorístico de una cultura mediatizada, idiotizada por la televisión y por la retórica de especialistas en burocracia capitalista, donde radica el humor de esta sátira social.
Nota: Y si hace reír, aun con el filtro de la traducción, es porque José Luis Amores hizo un trasvase al español muy esmerado.
