Su trabajo consistía en recorrer toda la ciudad. Repartía extractos bancarios que recogía de una sucursal en el centro y luego llevaba oficina por oficina a todos los clientes. Pero solo empezó a correr después, por prescripción médica. Resultó que sufría de presión alta y según su médico, correr y una buena alimentación podrían ayudarle a regular la presión.

Se inscribió a unos cursos gratuitos de atletismo que impartían cerca de su casa del condominio cristiano, adyacente al velódromo. El entrenador echó a notar que tenía mejor tiempo que los demás corredores, así que planteó entrenarlo para que corriera una maratón completa. Fue su primera maratón y ganó. El entrenador se convenció de que podía mejor la técnica, el tiempo y participar en la carrera de San Silvestre.

La carrera se corría el último día del año en São Paulo, Brasil. Con los años fueron corriendo la hora de partida al primer día del año. Llegó de segundas, la primera vez que participó. El entrenador se concentró en entrenarlo solo para esa carrera el resto del año. La segunda vez que compitió, ganó la carrera.

Con lo cual llegó fama mundial y un reconocimiento que le era esquivo a casi todos los demás atletas en su propio país. Lo invitaron a todas las medias maratones de cada ciudad y aceptó un homenaje público después de ganar una maratón en Cali.

En el velódromo del estadio le entregaron un diploma y un reloj conmemorativo con el escudo del equipo de fútbol de la ciudad. Pudo comprar la casa que alquilaba en el mismo conjunto cristiano y en una jornada de trabajo conoció a su primera novia, secretaria de una oficina donde solía entregar extractos bancarios todas las semanas.

Un mediodía, después de encontrarse para almorzar en el restaurante Yanuba, fue a acompañar a su novia de vuelta al trabajo, pero ella dejó olvidado el bolso en el restaurante. Decidió regresar, pero al esperar el cambio de semáforo un hombre le robó el reloj. Sin pensarlo, echó a correr tras el hombre que le dio lidia hasta las cercanías del barrio El Cartucho. Lo alcanzó ya en la iglesia del voto nacional. El hombre alzó las manos con un gesto de docilidad y al devolverle el reloj le dijo: ha sido un honor competir con usted.

Otro día le robaron finalmente el reloj deportivo. Esta vez no pudo hacer nada porque le dieron una puñalada en la nalga. El mismo médico que le recomendó correr, ahora se lo prohibió. Podría nadar o hacer bicicleta, pero evitar todo tipo de contacto. Si no lo hacía, estaba en riesgo de perder la pierna. La cuarta vez que corrió San Silvestre llegó de 5 y la quinta vez de 14.

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