A la peste se la etiquetaba como “visitación” en otros tiempos. Epidemia en griego significaba visita, de ahí que visitación aludiera a la visita médica. Visitación la llama Daniel Defoe en el íncipit de su Diario del año de la peste. La visitación también tiene una acepción religiosa: fue la venida de un ángel para anunciar el nacimiento del hijo de Dios en el cuerpo de una virgen. Pero en este caso la visitación empezó hace un año con el anuncio de pandemia de la OMS (y si nos ponemos en plan de repartir roles Azrael sería Ghebreyesus, el director de la OMS anunciando el efecto mariposa de una sopa en Wuhán).
Cuando la peste bubónica estaba en el peor momento, en las aldeas medievales europeas se sacrificaba a un chivo. Se buscaba el perdón de Dios, porque la peste, desde la antigüedad, era asociada al castigo divino y se requería una expiación para apaciguar la ira de los dioses.
La peste como castigo, y el sacrificio de un culpable simbólico como expiación, están presentes ya en un drama tan antiguo como Edipo Rey que es una de las primeras informaciones que tenemos sobre el remoto pasado de la humanidad y la presencia de la peste. Para encontrar un modo de contrarrestarla, el rey Edipo acude al oráculo, y el oráculo dictamina que quien la provocó es el mismo que debe y quiere detenerla, Edipo, a causa de un crimen nefando que los espectadores de la obra van a conocer. El culpable debe ser castigado para que la peste cese, dice el dios a través del oráculo.
La peste española, familiar de la actual, coronavirus, se retiró en 3 años, tras haber matado alrededor de 100 millones. Si comparamos esta con aquella, la ira de los dioses ha sido modesta y el porcentaje de muertes inferior en proporción a la información que ha quedado de otras pestes.
Pero esta visitación no ha terminado. El “a qué vienes”, “qué deseas”, “esto puedes o no hacer” dependerá mañana de si estás vacunado o no. Y ese certificado determinará entonces si eres el próximo apestado, o de paso el chivo expiatorio.
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¿Hace un año qué estabas haciendo? ¿Cuáles eran tus metas? ¿Cómo cambiaron?, me pregunta.
Hace un año estaba sentado observando una calle que se convertía en carretera. Probablemente, pensaba, me iría por allí pronto, hasta tomar un avión y cruzar la frontera e instalarme en un mundo nuevo. Pero entonces anunciaron “toque de queda” y luego “aislamiento/preventivo/
obligatorio/inteligente” en todo el país.
¿Jugamos Scrabble?, propusieron mis amigos, y nos sentamos a juntar palabras.
Una de las palabras que pude armar, (no valió, porque era un sustantivo aún sin registro), fue esa, el nombre que dieron a la peste en esos idus de marzo de 2020. Luego el plazo de la cuarentena se fue postergando hasta que la vida, los propósitos, lo que estaba haciendo dejó de tener importancia.
Lo pregunté, después de que me lo preguntaron, a otros, si creen que les cambió la vida, qué les pasó, si tienen muertos o si ya son ex-apestados, solo para sondear las certidumbres generales, y traslado aquí solo un par de respuestas:
Un anciano, me cuentan, se fue a vivir voluntariamente a un asilo poco antes de la pandemia, tras haber enviudado, sin saber que una vez declarada la cuarentena el asilo sería su presidio y meses después su cuerpo saldría a un horno crematorio (Hombre, 80 años).
“Hace un año me iba a Argentina. El vuelo lo cancelaron y lo reprogramaron 3 veces y al final lo dejaron abierto para ser usado antes de que se cumpliera el plazo de un año. Y antes de que se cumpliera ese plazo el vuelo fue reprogramado para comienzo de abril de 2021, así que, si no lo cancelan, me voy a hacer lo que debí hacer hace un año.” (37 años, hombre).
Una conocida pudo empezar una nueva vida sin remordimientos en un lugar aislado y protegido desde donde se dedicó a lanzar mensajes negacionistas y antivacunas mientras se quejaba de la rigidez de las medidas sanitarias y las restricciones de movilidad. Ahora urge desde su punto de vista la llegada de la vacuna.
Alguien más se preparaba para casarse y se casó y en la fiesta hubo un super-contagio y murió el novio y los suegros (esto que me impresionó lo leí en un periódico, pero le perdí el rastro y no sé si ocurrió en Portugal o en el diario de Gonçalo Tavares).
“Hace un año yo estaba comiéndome una arepa porque acababa de salir de la cárcel”, dijo una mujer que no conozco, y entonces eso, una arepa, algo tan simple, se convierte en una de las discretas ceremonias de la libertad que todos estamos intentando tener y que pueden manifestarse en las cosas más cotidianas que creímos perdidas con el confinamiento.
Dos impresiones que tengo de las distintas formas en que ocurrió la visitación (y de lo que nos ha provocado) es que intentamos negarle la continuidad al tiempo como si lo que va de la pandemia fuese un tiempo restado, arrebatado, que no vivimos, pero el tiempo de la fatalidad lo vivimos de otro modo, aunque nos disguste o lo lamentemos. Ir contra el destino (contra las medidas sanitarias) también ha sido ir contra el sentido común. Hay gente que aún niega las evidencias de la pandemia a partir de sus creencias. Las evidencias son los millones de muertos y los millones de contagiados y los colapsos sanitarios y las fosas comunes y los asilos y ciudades diezmadas. Pero también las vacunas y las nuevas cepas. Cuesta creer que entre los refutadores no haya solo gente desinformada. También hay gente con un alto nivel educativo que, se supone, tendría acceso a información y a fuentes precisas, pero que prefieren desconfiar de un sistema que ha convertido la pandemia en un negocio del dolor.
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El virus se cebó con la generación de nuestros mayores y del personal de los hospitales. Hoy son la población prioritaria en las vacunaciones. Hay más de 2.5 millones de vidas que se interrumpieron para siempre por la pandemia (15.03.21). También se perdieron muchas vidas por otras causas sin que hubiera tiempo para aceptarlas o siquiera permiso para hacerles las honras fúnebres. Y cuántas vidas se perderán todavía en el agujero negro del covid19.
El anuncio de la aprobación de diferentes vacunas convertiría la pandemia (peste) en epidemia controlada, y después su persistencia sería brote. Se espera así que la visitación desaparezca en 2021-22 y que para entonces recuperemos lo que haya quedado de nuestras vidas al lograrse algo así como una inmunidad colectiva, tras vacunar al 70% de la población.
En otras pestes tuvieron que pasar siglos antes de que existiera una cura, o un conocimiento aproximado de lo que las provocaba y de su transmisión y comportamiento y letalidad (como la de la viruela que arrasó a millones en América e India y una vacuna ayudó a reducir a brotes hasta casi desaparecer; o el cólera que arrasó Provenza y la cura era hervir el agua y suministrar sales para los deshidratados y antibióticos del siglo XX; o la bubónica que azotó Inglaterra y la India y luego fueron erradicadas controlando plagas de pulgas y ratas; o las repulsivas, lepra y sífilis, controlables con medicamentos que hoy son accesibles).
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Seis meses después del primer confinamiento pude volver a ver a mi familia y sentir una suerte de regocijo por encontrarnos sanos aún. Aunque ya empezaba el rebrote y la pandemia se había instalado en América Latina y circulaban postales espantosas venidas de México, Brasil y Estados Unidos (los dos últimos en los primeros lugares de muertes), también se anunciaba el registro de varias vacunas en fases finales que estarían distribuyéndose antes de que acabara el 2020 en los países que las patentaron. Once meses después pude moverme de nuevo y observar que la vida de las ciudades y pueblos volvía a recobrar el ritmo que la pandemia interrumpió. La vacunación avanza, la agitación social vuelve a recordarnos que hay urgencias y luchas que no se interrumpieron y todos más o menos empezamos a sentir que volveremos a recobrar algo de lo perdido.