En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Desaparición Forzada

Huellas y rostros de la desaparición forzada, Centro Nacional de Memoria Histórica, 4 informes, (disponibles para descargar).

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¿Llovía cuando llegó, o llovía cuando se fue? Tal vez llovió todo el mes que estuvo en el hotel. Tal vez llovía cuando llegó y llovió cuando se fue. Han pasado veinte años y el recuerdo se confunde con el clima de hoy en una Bogotá lluviosa. Hace tanto frío que las palabras se congelan. Lo que sí recuerdo es que llevaba siempre el mismo vestido. De una sola pieza: flores negras sobre fondo gris. Usaba botas de caucho para ir al campo, y valetas de suela lisa para andar por el pueblo.
Una mujer le enseñó el camino de Angostura de los Andes.
-Es peligroso ir allá sin nadie que la conozca o de razón de usted.
-Tengo que ir.
El chofer del bus de línea estacionó el gran bus pintado de los colores de la bandera de Colombia en el parque central. Era el bus que cubría una vez por semana la ruta entera entre el pueblo y la última vereda, San Juan Bosco de la Verde, en el cerro Angostura de los Andes. El chofer era conocido de la mujer que se le acercó y le habló y señaló a la que iba vestida con tela de flores negras.
-Es un viaje largo. La carretera se inunda y se derrumba. Yo estuve el año pasado buscando a un señor por allá. Pero creo que nunca haría de nuevo ese viaje, ni aunque estuviera loca. No vaya, señora. Es muy peligroso.
-Tengo que ir -contestó la otra y subió al bus.
La mujer que se quedó en el andén, entró en la oficina de despachos, pidió papel y lápiz y escribió al vuelo una carta. Luego salió al andén, golpeó el vidrio de la ventanilla del bus y le dijo a la otra que entregara esa carta al señor que ella había ido a buscar un año antes. Le dio el nombre y dijo que lo encontraría en el único granero del pueblo preguntando por su nombre. Era una carta de recomendación. El bus se llenó de pasajeros que llevaban bultos de fique y cajas de equipaje y luego arrancó con un estruendo de toses mecánicas.

2
Hacia finales de los años ochentas del siglo anterior San Vicente de Chucurí limitaba por el Oriente y el Norte con Zapatoca, por el Occidente con Barrancabermeja y por el sur con Simacota y Galán, teniendo el río Opón como Límite convencional. Tenía 25.000 habitantes. La ganadería prosperaba con haciendas donde se criaban hasta 10.000 cabezas de ganado. La Serranía de los Yariguíes era una frontera natural con porciones inexploradas que ofrecía a los guerrilleros rutas de suministros. Hacia el norte, tenía un territorio muy fértil que producía cacao tipo exportación: 50.000 sacos de café. Hoy esa región es un municipio independiente llamado El Carmen de Chucurí situado sobre la segunda mina de carbón mineral más grande del país. A fines de los años 80 El Carmen era un corregimiento de San Vicente. En terrenos que hoy pertenecen al municipio del Carmen está ubicado Patio Cemento, el lugar donde murió el cura Camilo Torres. A pocos kilómetros de allí surgió el proyecto paramilitar que se vio orquestado por los brigadieres del ejército Daniel García Echeverry, Faruk Yanine Díaz, el capitán Pataquiva, y con el beneplácito de ese futuro general con aspiraciones presidenciales: Harold Bedoya. El proyecto de autodefensa en esta región de Colombia surgió en San Juan Bosco La Verde a fines de 1987 por petición interpuesta de Henry Pérez, jefe de la autodefensa de Puerto Boyacá, al mayor Oscar Echandía Sánchez. El mayor contactó a un campesino conocido como “El canoso” Parra, comandante de la base paramilitar cohonestada por el comando operativo N° 10 del ejército (futura brigada 14 de Cimitarra) que operaba desde 1981 en Santa Helena del Opón. Parra moriría años después al recibir una carta explosiva en su campamento de El Carmen. Él fue el encargado de armar con escopetas de fisco al grupo de campesinos pionero de la Autodefensa (paramilitares) para responder a los atropellos del frente “capitán Parmenio” del ELN, que imponía un régimen de contribuciones con el que todo propietario se obligaba a pagar una vaca por cada diez, a ser razonero o abandonar la finca en 24 horas, a comprar mercado de su propio bolsillo para la guerrilla, a destinar una porción de la cosecha para el pago de “la cuota” y aceptar la ley del consejo de guerra mediante el cual la guerrilla impartía “justicia revolucionaria” y cuya condena usualmente era la pena de muerte para todos los delitos. “El canoso” Parra fue al mismo tiempo uno de los beneficiados por el curso de asalto dictado por el mercenario israelí Yair Klein en Puerto Zambito, Cimitarra, a hombres que pertenecían a las autodefensas de Henry Pérez en Puerto Boyacá y a lugartenientes de los capos Rodríguez Gacha y Pablo Escobar. Con la instrucción recibida se realizaron los atentados más brutales que sacudirían a Colombia y se fundaron dos proyectos paramilitares que escribirían con sangre un capítulo de la historia colombiana: las autodefensas de Córdoba y Urabá y la autodefensa del Magdalena Medio. “El Canoso” Parra y algunos miembros de una familia de pioneros de El Carmen de Chucurí, conformaron el primer grupo de patrulleros que se enfrentaron a la guerrilla del ELN en esta región que por entonces pertenecía al territorio de San Vicente. El grupo creció con apoyo del ejército que vio en esta reacción popular la oportunidad de llegar al “santuario” del ELN y prestó armas y adiestramiento a los paramilitares. La guerrilla del ELN se replegó hacia San Vicente y, en represalia, se dedicó a minar los alrededores de El Carmen (que durante años conservó el honor patético de ser el pueblo más minado de Colombia) y a destruir sistemáticamente todos los camiones de abarrotes que salieran por la única carretera que comunicaba al caserío del resto del país: una trocha que empezaba en el cerro Angostura de los Andes y San Juan Bosco de La Verde. San Vicente fue el centro de operaciones del batallón de infantería número 40 Luciano del H’uyar que entonces utilizó escuelas y campos deportivos como trincheras para rechazar los hostigamientos. (Ver más en Noche y niebla, Cinep, Modelo chucureño de paramilitarismo, El proyecto paramilitar en la región del chucurí, Comisión intercolegiada de Justicia y paz, 1992).

3
La mujer del vestido de flores regresó del viaje una semana después. Llegó con las botas de caucho embarradas y un sombrero basto que el amigo de la otra mujer le dio para protegerse del sol. La otra mujer le asignó la misma habitación del hotel y le contó la historia de esa amistad con el dueño del granero de San Juan Bosco de la Verde. El señor de aquel granero, se había quedado en una visita al hotel, por equivocación, con un maletín lleno de plata que ella había guardado en la recepción a otra persona. Por equivocación, su hija había puesto el dinero de otro huésped en el equipaje equivocado, y por eso la madre había tenido que emprender aquel largo viaje un año atrás para recuperar el dinero. Por ello, porque conocía los azares y descuajes de aquella carretera de tierra en mal estado, era que había tratado de disuadir a la otra para que no hiciera ese viaje.
-¿Pudo hacer su diligencia?
La mujer del vestido de flores negras negó sin palabras, con la cabeza. Sin más razón aparente que que la de haber hecho un viaje inútil, se atacó a llorar. La otra mujer mandó traer una infusión de hierbas para tranquilizarla. La mujer del vestido de flores negras se quitó el sombrero y lo dejó en el espaldar de un sillón y se sentó en el siguiente con las manos cubriéndose el rostro. Luego recuperó la voz con la infusión de manzanilla y le contó a la mujer del hotel la razón de su viaje: venía de Villavicencio en busca de un hijo. El hijo había desaparecido diez años atrás. Ella lo había buscado por todos los pueblos de El Meta. Pero en esos viajes solo encontró pistas falsas y datos confusos. Un día oyó en la radio a un brujo mentalista capaz de contactarse con los muertos. Viajó hasta Bogotá para contratarlo. Le contó el caso, y el brujo se comprometió a ayudarla siempre que le pagara una buena cifra y le llevara una prenda íntima del hijo desaparecido. Ella regresó a su ciudad por una camisa. El brujo recibió la camisa y se encerró en su consultorio. Luego le dijo que debía viajar hasta la vereda San Juan Bosco de la Verde, en San Vicente de Chucurí, al nororiente del país, y que allí le darían noticias del desaparecido.
La mujer hizo lo que el brujo le dijo, pero en San Juan Bosco de La Verde no encontró a nadie que le diera razón de su hijo, sino un caserío de gente ensimismada que contestaba con evasivas a sus preguntas.

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Desde el año dos mil, cuando la desaparición forzada fue convertida en delito juzgable, cerca de 26.000 casos han sido documentados en los canales oficiales de denuncias por desaparición forzada en Colombia. Pese a esta cifra (que supera con creces la desapariciones forzadas cometidas por las dictaduras del Cono Sur), los investigadores del Centro de Memoria y Paz sugieren que la cifra podría ser tres veces mayor, debido a que durante tres décadas el delito de Desaparición Forzada estuvo en la misma categoría junto al delito de Secuestro, y debido a que muchos casos denunciados quedarían sepultados en las fosas comunes de la justicia castrense y debido a que miles de casos jamás se denunciaron en los últimos treinta años. En la base de la desaparición forzada de personas está la guerra contrainsurgente adelantada por los organismos de seguridad del Estado colombiano. El fenómeno continúa, alimentado por los manuales de técnicas de tortura y desaparición que se estudian aun hoy en las academias militares, por los vacíos documentales de los años oscuros de la guerra paramilitar cuyo proceso de reinserción llamado Paz, justicia y reparación ocultó las dimensiones de este crimen de lesa humanidad, y cuya práctica no se ha abandonado y se hace manifiesta en los cuatro mil casos documentados por la corte internacional de justicia con jóvenes extraídos de sus casas y asesinados a mansalva para ser pasados como guerrilleros anónimos dados de baja en combate en ese caso llamado con el eufemismo Falsos Positivos. La desaparición forzada en Colombia fue convertida en Política de Estado durante los años de presidencia de Álvaro Uribe Vélez y su línea de mando en las fuerzas militares. La práctica que sigue vigente hoy en ciudades como Buenaventura donde semana tras semana se denuncian “casas de pique” donde son descuartizadas personas y desaparecen cuerpos, es alimentada además por la impunidad en que quedan los casos, por la persecución contra familiares y líderes de organizaciones protectoras de derechos humanos, y por la persecución a fiscales y jueces que se atreven a denunciar, investigar y dar condenas a los perpetradores de este delito.

5
La dueña del hotel le extendió sus condolencias, pero le aconsejó no dejarse engañar más.
-Si su hijo desapareció en El Meta, es allá donde debe buscarlo, señora. No se quede más en este pueblo. Son malos tiempos. Es un lugar peligroso. La pueden matar por el solo hecho de haber ido hasta esa vereda. Por el simple hecho de que allá están los paramilitares y aquí está la guerrilla. Mejor váyase. No arriesgue su vida.
Veo la calle cada vez más larga, cada vez más sola por la lluvia que cae. Veo a la mujer del vestido de flores negras avanzar hacia el parque principal con su maletín de mano.
Yo estaba en la puerta del hotel y mi mamá, a mi lado, la miraba alejarse.
-Lo peor que le puede hacer un hijo a una madre es desaparecer -dijo mi madre.
Lo peor que pueden hacerles. A los dos.  A todos.
Así pasaban, por nuestro hotel, en esos años, las tragedias inéditas.

huellas y rostros de la desaparición forza en colombia

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