-Buenos días.
-Buenos días.
-Qué milagro verlo por aquí, joven.
-Vine a ver a mi mamá.
-Ya era hora, mijo. ¿Si supo lo del combo de gambas que roban en la esquina?
-¿Están robando?
-A todo el que no es del barrio.
-No sabía.
-Perdone que le pregunte, usted que es todo estudiado: ¿cree en la democracia?
-Sin entrar en detalles, creo en que las decisiones las tomemos todos los miembros de una sociedad.
-Yo también, joven. ¿Y en la justicia cree?
-Sin entrar en detalles, creo que la justicia debe existir para que haya un equilibrio en la comunidad.
-Ah, qué bien, porque nosotros pensamos lo mismo. Pero perdone que le pregunte: si alguien extorsiona a su mamá, ¿qué le parecería?
-¿Alguien está extorsionando a mi mamá?
-Es un ejemplo, joven. ¿A usted le parecería bien que un gamba viniera aquí a pedirle plata a su mamá cada mes y si ella no le paga la roba?
-No. Claro que no. Me parecería mal.
-Bueno, a nosotros tampoco. Perdone que le pregunte, ¿usted qué piensa de la limpieza social?
-Pues yo creo que no hay que llegar a esos extremos si existe la justicia.
-Perdone que le pregunte entonces: ¿a usted le parece bien que se recoja una plata para proteger a la gente del barrio de esas gambas?
-Me parece bien, claro.
-Y perdone que le pregunte: ¿a usted le parece justo que nosotros nos arriesguemos y usted se beneficie y que solo nosotros paguemos?
Es así casi siempre. Empezamos saludándonos y llegamos a un consenso sobre el crimen legítimo. Es una lógica interna perversa. La perversidad está en lo oculto. La lógica interna de la barbarie es lo que provoca la violencia. Si queremos parar la guerra debemos parar esa forma natural de actuar y de reaccionar según la lógica criminal que nos empuja.