Obsesiones.
Dejó de hundir los dedos en el teclado del computador y observó el ventanal. Eran ventanas de cuerpo entero. Llegaban hasta el suelo. Se levantó del escritorio y caminó a la más cercana. La ciudad quedaba a sus pies, diez pisos más abajo. El corazón se aceleró. Tomó el seguro de la ventana y pasó la aguja. Pensó que debía salir pronto de ahí, o de lo contrario se arrojaría al vacío de un momento a otro. Dijo a su compañero de oficina que ya regresaba, que no demoraba. Tomó el abrigo y salió en busca del ascensor. Tuvo la impresión de que la máquina demoró más de lo que habitualmente hacía entre el primer piso y el décimo. La portezuela se abrió y había dos personas dentro. Una mujer joven, secretaria en un piso superior y un desconocido. Cada uno se posó en la equidistancia. No se saludaron. Se quedó pensando en la actriz de televisión que se había arrojado al vacío el día anterior. ¿Por qué se había arrojado al vacío una mujer hermosa, que se daba baños de popularidad todos los días en la franja de modas del noticiero? ¿Por qué decían sus familiares que se había encerrado en el baño y había echado seguro en la puerta? ¿Era el mismo impulso que había seguido al echar seguro en la ventana? ¿Estaba protegiéndose de algo? ¿Encerrándose para no saltar al vacío? ¿Huía él por la misma razón? ¿Con quién se encerró en el baño la actriz? Estaba sola pero no estaba sola. Estaba dividida en dos. Era un ser bidimensional. Por eso subió apoyándose en el inodoro y pudo lanzarse al vacío desde la pequeña ventana que funcionaba como respiradero. El cuerpo de la actriz hermosa quedó desfigurado en el pavimento, mientras que el rostro alegre que todos conocieron se difundía con la noticia de su muerte por la cadena nacional. De modo, pensó, que no había escapatoria: de nada servía huir de la oficina a mitad de la jornada. Afuera tampoco estaría protegido. Él también estaba dividido en dos personas y a donde quiera que fuera, su enemigo interno estaría acompañándolo, respirándole en el oído, haciendo que su sangre latiera a todo vapor. Salió del edificio sin saber a dónde ir. No hay un lugar seguro dónde resguardarse cuando la amenaza de tu vida eres tú mismo. Las palpitaciones aumentaron con la certeza de que podría arrojarse a un carro. La sensación había empezado meses atrás. Siempre que viajaba a otra ciudad, en el edificio a donde hubiera llegado, se aseguraba de localizar las escaleras de emergencia. Si no las localizaba a simple vista, disimulaba la pregunta dentro de la conversación con sus colegas. Una vez localizada, quedaba tranquilo, porque sabía que si en algún momento empezaba la falta de aire y las palpitaciones, era por allí donde debía evacuar para evitar la tentación de arrojarse al vacío. De todos modos, no era nada nuevo: era esa misma sensación familiar que lo había acompañado siempre y que había confundido con otras emociones. Se manifestó como timidez frente a las mujeres que le gustaban. Alguna vez la amiga de esa otra amiga (que llegó a convertirse en su mujer tras seis años de admiración en la distancia) le preguntó si había notado cómo temblaban las manos de ese «pobre hombre» al saludarse. Volvió a sentirla como hipo y tirantez de labios antes de presentar en público su primer libro, pero esta vez un trago de Whisky y la compañía de algunos amigos en el auditorio le ayudaron a sortear el momento. Regresó como una inseguridad muda cuando algún amigo criticó sus textos. Esa misma sensación innombrable regresaba ahora, sin motivo aparente, en horario de oficina, justo cuando le habían anunciado que su compañero de trabajo se marchaba y él iba a tener que asumir una doble carga laboral, que reduciría a casi nada las horas del día que le quedaban libres para poder escribir cuentos y para poder repartirse entre el amor a su mujer y el cuidado de su niña. Se detuvo en el andén y observó la calle atestada de carros. Observó la gente que caminaba con ropa de trabajo y teléfonos en el oído. Todo parecía una gran farsa de tranquilidad. Desanudó la corbata y empezó a correr. Solo eso podría calmarlo (correr) para evitar el deseo de arrojarse a las llantas de un carro. Correr entre la gente. Correr vestido de ejecutivo de una gran empresa de Software. Correr para respirar. Correr con el enemigo. Correr para no morir.
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