En contra

Publicado el Daniel Ferreira

¿Qué pasó con Cepeda Samudio?

Vivir sin fórmulas, la vida intensa de Álvaro Cepeda Samudio,  Claudine Bancelin, 2012, editorial Planeta, 212 pg.

En la primera semblanza que leí de Cepeda Samudio (La llama y el hielo, Apuleyo Mendoza, 1984), el periodista asegura que la base del fracaso como escritor (para el caso Cepeda) fue el hecho de haber vendido la fuerza de trabajo, su independencia de pensamiento y sobre todo su tiempo al emporio cervecero del industrial Julio Mario Santo Domingo. Si nos atenemos a las cuentas dadas por Claudine Bancelin en la primera biografía que se ha escrito de Cepeda, fueron catorce años (1958-1972) los que entregó el escritor a la publicidad de la agencia Águila y a la dirección del periódico del industrial llamado Diario del Caribe. En esos años fue Cepeda quien ingenió la publicidad con mujeres en paños menores que ahora conocemos como Chicas Águila, y los eslóganes que se volvieron lema de la empresa: Águila, sin igual y siempre igual, Costeña y Costeñita, tan buena la grande como la chiquita. Eso bastaría para demostrar las observaciones de Apuleyo Mendoza, y sin embargo, es en ese mismo periodo de tiempo, cuando Álvaro Cepeda Samudio publicó su obra más importante y un libro de cuentos: La Casa Grande (1962) y Los Cuentos de Juana (1972). Los cuentos de Juana son variaciones sobre una mujer mitificada que resultó ser un homenaje en clave a su amante Joan y no tienen mayor pretensión literaria (que esconder una novela en un guión de cine que parecen cuentos), pero La Casa Grande tal vez es el proyecto de novela moderna que se planteó en sus reflexiones literarias a lo largo de toda la vida y que perdura dentro de la obra de Cepeda como un texto fundamental de la literatura colombiana.

Algunos suponen que los escritores escriben siempre. Incluso hay escritores que lo creen, pero en la comprobación se atascan. Hay otros que nos azotan con sus columnas de opinión y publican libros cada año. Cepeda Samudio escribía cuando podía. Ficción, reportajes, comentarios. Los escritores cautivos del periodismo descubren que la prosa literaria poco tiene que ver con los reportajes automáticos del cierre de edición. Las novelas necesitan tiempo. Maduración. Sin embargo, Cepeda Samudio creía que con el periodismo también se podía narrar una historia como se hacía en la literatura. Casi como si los recursos de la literatura estuvieran servidos para el periodismo y solo hiciera falta el periodista anfibio que consiguiera aplicarlo. Esta hipótesis la trajo de un año fecundo que pasó como estudiante de periodismo en Columbia, en los tiempos en que Wolfe, Capote y Mailer echaron mano de los trucos de la literatura para narrar la realidad de Estados Unidos. En 1950 Cepeda era un aprendiz de escritor que se sentía dueño de Barranquilla. Llegó a ocupar la quinta silla de la mesa presidida por don Ramón Vinyes, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas y García Márquez en La Cueva. La temporada no duró mucho, porque al contrario de lo que dice el último capítulo de Cien años de soledad, el primero en irse de la tertulia fue Gabriel, que se fue a Cartagena. Luego el sabio Catalán, que se fue a morir a su patria perdida, España. El que se acabó quedando para siempre fue Cepeda, y alrededor de su figura se organizó lo que habría de ser el verdadero Grupo de Barranquilla: una tertulia de borrachos que duró quince años con medio centenar de discutidores donde se hablaba de casi todo, y poco de libros. En esos bares de putas, casetas y tiendas de Barranquilla, Cepeda se volvió una leyenda. Pero la leyenda de un hombre se sublima en sus agujeros. Se alimenta de los vacíos. De la promesa de lo que nunca hizo, de lo que no supo nadie, de lo que quedó oculto en su vida y que es lo más atractivo para humanizar a un personaje en su biografía. Hay gente que cree que te conoce, aunque nunca sepa con quién te cuentas los sueños al amanecer.

Desde 1944 a 1955 Cepeda Samudio estuvo publicando columnas y ensayos que compiló Jacques Gilard en El Margen de la ruta (1985), y aprendiendo periodismo y redactando su primer libro de cuentos: Todos estábamos a la espera (1954). Con la compilación de textos que hiciera Daniel Samper (Antología, Ancora Editores, 2001) son en total cinco libros de los que tenemos noticia que conforman la obra completa de Cepeda Samudio. A esa obra habrá que añadir ahora la primea biografía del autor, escrita por Claudine Bancelin.
Brilla la biografía por el acopio desordenado de datos de todo tipo, anécdotas, glosas, diálogos, chistes, remembranzas. Un poco así, arrebatada, desordenada, era la vida y la personalidad de Cepeda Samudio. El primer capítulo intenta ser una síntesis acelerada de esa vida, para pasar luego a organizar el material por periodos y temas gruesos: Nueva York, el inventario de lecturas, el inventario de amores, la pasión por la poesía, la recepción de la crítica, los intentos de hacer cine en Colombia, la vida de ejecutivo, la enfermedad. El periodo mejor documentado es esa etapa de madurez en que vemos a Cepeda dedicado a la publicidad de la cervecería, a la dirección de un periódico de provincia donde intenta hacer su periodismo de vanguardia y a emborracharse y drogarse y planear eventos culturales con sus amigos. El capítulo mejor narrado es la crónica de la convalecencia y muerte del autor. No hay datos relevantes sobre el tiempo de la tertulia con Ramón Vinyes que inaugura el Grupo de Barranquilla. Para llenar las lagunas de ese tiempo, la biógrafa remite al lector constantemente a lo ya contado por García Márquez en sus memorias. No hay datos destacables tampoco sobre la primera etapa periodística de Cepeda antes de ir a Nueva York, para eso habrá que remitirse a los prólogos hechos por Jacques Gilard. En cambio sí hay una bella interpretación de los cuentos y del periodo en Nueva York donde el autor redactó Todos estábamos a la espera. El hallazgo más feliz, es la inclusión de tres bocetos de cuentos inéditos extraídos de sus cuadernos y que ya perfilaban el estilo del autor.

Con un libro basta para figurar en el pináculo de los que merecen ser leídos. Lo importante para un escritor no es tanto el volumen grueso de la obra como encontrar la puerta de acceso a su propio universo narrativo. En eso se te puede ir la vida entera. La Casa Grande de Cepeda Samudio es un libro breve que le costó cada día y cada cerveza y cada pase de cocaína y cada aventura y cada clásico de la provincia y cada amor malogrado hasta cumplir los 36 años, cuando la publicó. Según Bancelin, Cepeda Samudio escribió el libro en tres contados. Es decir, por capítulos separados con intervalo de años de cerveza, periodismo y fiesta. El primer impulso surgió de un viaje que hizo con su hijo a Ciénaga, pueblo donde el propio Cepeda Samudio fue llevado a vivir cuando era niño después de la matanza de las bananeras. Una temporada de vendedor de electrodomésticos en Cartagena y una convalecencia de un mes pasada en una casa solitaria junto al mar fueron las etapas definitivas para redactar el libro. La historia de la novela, como todos sabrán, es la recuperación de la masacre de 1928 (no la que empezó en 1994) perpetrada por Cortés Vargas, pero contada desde la casa de una hacienda, La Gabriela, en un pueblo de la zona bananera. Allí un hacendado mantiene confinadas a sus hijas y se enfrenta a la vergüenza de tener un hijo débil partidario de los obreros rebelados y a quien considera indigno de gobernar su clan. El padre es uno de los que financia la represión militar contra los que se oponen a la compañía bananera y uno de los muchos responsables de la matanza. El tiempo fracturado del libro narra el antes, durante y después de dicho episodio. La historia se cuenta a través de varios puntos de vista muy faulknerianos: el del padre, el de la Hermana (hija cómplice y heredera del padre), el hermano cobarde, las otras hermanas sin nombre, las empleadas de la casa, el militar al mando de la represión (Cortés Vargas) y los soldados del cuartel que queda adyacente al escenario: La Casa Grande. El clima de miedo y zozobra durante la huelga, los juicios marciales organizados por el ejército represor después de la masacre, el peso sicológico del crimen contra una multitud desarmada en la mente de los perpetradores, es el logro fundamental de la novela de Cepeda Samudio. Para recuperar el hecho, Cepeda tomó recursos del periodismo literario (insertó fragmentos de los sumarios marciales y los decretos de la época), redujo la responsabilidad colectiva a los hombros de un personaje, el padre, y transformó el destino de una familia de potentados en la metáfora de la culpa colectiva que asedia al país tras cada acto de barbarie política. Según Bancelin cada uno de los personajes es un espejo de personas que pertenecían o fueron cercanos a la familia de Cepeda Samudio, o testigos directos o de oídas de la matanza. La casa de los familiares donde vivió el niño Cepeda quedaba, como La Gabriela, al lado del cuartel donde se alojaron los soldados que hicieron la masacre, y en la familia persistía la historia de que por la medianía del solar escapó un soldado desertor que no soportó la culpa por su participación en la matanza y huyó. Nada hace más original a un escritor que los secretos culpables de su propia historia familiar.

Dice la biógrafa que en los últimos años de su vida Cepeda Samudio proyectaba un regreso al tema de la masacre. Se trataba de Los grandes reportajes sobre la extraña muerte de la mujer del médico más famoso de la población de Ciénaga. Bancelin describe así el proyecto: “La novela que había empezado a escribir eran las impresiones de un periodista cachaco que es enviado a cubrir la huelga de las bananeras y que se interesa más por la muerte de la esposa del médico más acreditado de Ciénaga.” Agrega que la historia se basaba en un episodio real, pero que la madre de Cepeda le pidió desecharla para no herir susceptibilidades de allegados ni ventilar secretos familiares. El legado literario de Cepeda Samudio muestra simplemente que hacer ficción con la realidad puede ser el camino para que la memoria perdure como huella indeleble en el tiempo, su relato es la síntesis del relato colectivo. Samudio sabía que no hay temas agotados: la misma historia puede ser contada desde todos los puntos de vista. Tal vez algún día se encuentre el original de ese libro que dé un giro a su legado y se pueda hablar, por fin, de una Obra Completa.

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Foto:

La masacre de 1928 en la Zona Bananera, Magdalena – Colombia. Una historia sin terminar

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