En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Carlos Mayolo | #MayoMayolo

MayoMayolo: Carlos Mayolo en la Cinemateca Distrital. Homenaje.
MAYOLO

Es curioso: hace diez años en una casa-bar-cineclub llamada La mansión de Araucaima, situada entonces en la carrera tercera con calle 15 (Candelaria y Concordia), Vicky Hernández acudió con Carlos Mayolo al cierre del ciclo que le hicieron los ocupas de aquel sitio bello de bohemia reggae, y se abrazaron y bromearon y ella dijo más o menos, cito de un diario personal que llevé entonces: “Yo al único hombre al que le creo en este país es a Carlos Mayolo”. Más tarde añadió que a Santiago García también le creyó casi todo. Mayolo, en esos dos meses que duró el ciclo (al final se suponía que íbamos a hacer una película, entre todos los asistentes, dirigidos por él, pero escasamente logramos reunir para una fiesta de disfraces) nos fue leyendo fragmentos de un libro de cuentos, pasajes de un libro de memorias y citas de un insólito libro de aforismos sensacional (que nadie se ha atrevido a editar aún) y del que recuerdo estos lamparazos: “Al Chocó no lo civiliza ni Dios”, “Aprendan a ser víctimas del mal ejemplo”. Entre ronquido y ahogo (había perdido el tabique y tenía cáncer de piel, aunque advirtió que de ese cáncer nadie se muere), fue recordando los rodajes con Herzog en Cobra Verde, con el pirobo Klaus Kinski, las servidumbres y ruegos a María Emma Mejía (sí, la misma) para poder filmar La mansión de Araucaima, la amistad y ruptura con Andrés Caicedo que dejó sin versión final el largometraje Angelita y Miguel Angel; bromeó, hizo chistes, bebió de una botella sin fondo que cargaba en uno de los bolsillos de su también eterna gabardina caqui e hizo el esfuerzo (ya para entonces era un esfuerzo hablar y respirar) de contar cómo había logrado hacer cine en tiempos del sobreprecio y en tiempos del menosprecio y en tiempos aún peores cuando no había cómo hacer nada sin amigos. Mayolo murió dos años después, en 2007. Cuando nos enteramos por la radio de que había muerto, salimos con mi amiga Loló y Jessica y Karen Roa hacia la funeraria Los Olivos de la Caracas con 45 donde sería el velatorio antes de la cremación. Al entrar, nos sobrecogió un aire de Carne de tu carne viciado por una realidad rosa y desoladora: no había aún dolientes ni amigos. Fuimos los primeros fanáticos en llegar. El ataúd estaba en el fondo de una sala pintada de color celeste con cortinas color curuba, algo insólito de la dirección de arte del tanatorio para hacerle honores a un tipo tan irreverente. El ataúd estaba aún abierto y por un impulso morboso me acerqué, pedí prestada la cámara de fotos y tomé una a modo de máscara mortuoria. Esa foto la debe tener en sus archivos una de esas correligionarias y sería bueno que me la fuera devolviendo para mi álbum tanatológico. Luego llegó el cuñado Antonio Caballero, Luis Ospina y algunas personas más. Antonio Caballero se saludó con Luis Ospina y le dijo: “Lo mató el país”. Ospina no sabía si reírse o fruncir las cejas entre sus dos palmas de pelo plateado. Caballero aclaró: “Desayunó, abrió el periódico El País y la portada le provocó el infarto.” Luego, poco a poco, dejó de estar solo en fondo de la sala, las sillas se empezaron a ocupar con gente del medio, familiares, amigos, rostros conocidos de su generación y nosotros, los metidos, decidimos marcharnos después de rendirle un homenaje callado con el club de fans del barrio Santa Fé.

El sábado pasado, en la Cinemateca Distrital de Bogotá, asistí al cierre del ciclo y homenaje a Carlos Mayolo (MayoMayolo). Ese día apareció el número 21 de los cuadernos de Cine Colombiano (Nueva Época) dedicado al realizador caleño fallecido en 2007 (podrá descargarse aquí próximamente). También esa noche memorable la actriz Vicky Hernández, tal vez la más célebre de las actrices del cine nacional realizado hasta la fecha, narró su versión natural de cómo se llevaron a cabo los largometrajes Carne de tu carne y La mansión de Araucaima.

Fue sorprendente verla encarar esa especie de capitulación en una voz histriónica transmutada también en la de Mayolo y en el coro griego de sus amistades y enemistades en común. Fue sorprendente, porque su homenaje personal fue un pretexto para dar una conferencia magistral sobre la naturaleza del arte del cine y del actor, sobre la disciplina del artista, sobre las paradojas y las trampas y la banalización del cine a manos de aquellos que detentan el poder comercial en una producción.

La actriz, antes que nada, pidió permiso al público asistente para hablar sin tapujos sobre cosas que no habían sido dichas y que debían decirse también en un homenaje serio que pretendía cerrar con una aproximación crítica al cine de realizador. Fue una forma decorosa de hacer cómplice a los asistentes (la mayoría gente joven interesada en el cine) y frentear con el testigo interpuesto la presencia de algunos de los miembros del equipo de producción que acompañó a Mayolo en sus películas más emblemáticas (Ricardo Duque, La Rata Carvajal, Sandro Romero, Luis Ospina). Entonces, se convirtió en el arcano VIII del Tarot. Sopesó la vida y figura de su amigo Carlos Mayolo. Primero exaltó sus virtudes artísticas  y su sólida formación intelectual. Dijo que la vida de Mayolo fue un buen riesgo. Que usó su juventud para crear, y allí no se equivocó, porque la juventud es la etapa en que el creador puede arriesgarse. Advirtió que el exceso de comodidad anquilosa a los artistas jóvenes, los va volviendo acomodaticios, políticamente correctos, artísticamente predecibles, prescindibles, y sobretodo incapaces de hacer un arte que comunique algo que se salga de la corriente general, de la idea común de una época, de sus formulismos. Rememoró la personalidad avasallante y el tiempo en que lo conoció. Reiteró, como diez años atrás, haber confiado en él siempre, por la forma de andar, por su resolución, por su carácter avasallador y esa forma de atreverse a soñar el porvenir en el presente, al expresar de viva voz los proyectos que serían su vida y en los que estaba empeñado en realizar ya desde muy joven. Cuando lo conoció, Mayolo viajaba a Bogotá con Hernando Guerrero a buscar patrocinios para la revista Vanguarda que siempre llevaba debajo del brazo. Entonces cometió la promesa de incluir a Vicky en la próxima película que haría cuando empezara a hacer el cine con el que había estado soñando en “Caliwood”. Ella le creyó. Pasaron 16 años antes de que la llamara para participar de ese cine tan mentado. Al fin la llamó. Que fuera a Santander de Quilichao, donde rodarían en una hacienda de caña una película de horror terrateniente. Que había llegado la hora. Ella lo dejó todo y al llegar se enteró de que el protagónico lo haría otra. “Eso no se le hace a alguien, a una amiga a quien le has dicho por quince años que harás cine con ella”. Era Carne de tu carne. “Él ni sabía qué papel iba a hacer yo”. El rol secundario que le correspondía, se expandió cuando empezaron las bajas de aquellos que no aguantaron el voltaje ni el despelote del rodaje. Dijo que Mayolo, como artista, la tenía clara y sabía dar el tono de las ideas, de las escenas, y transmitirlo al equipo, pero como director era una hermosa catástrofe. “Era como saltar al vacío sin red”. Señaló las virtudes: Mayolo trabajaba las escenas por ideas generales que los actores convertían en actuaciones concretas: “esta es la escena del sueño”, “esta es la de la muerte”, “esta la de la seducción”. Luego advirtió que la trampa asociada a su leyenda bohemia puede llevar a un equívoco destino de cineasta (entre las nuevas generaciones, se entiende). Mayolo salpimentó su inteligencia con rumba y drogas pesadas. El equívoco, para las generaciones venideras, está en creer que el medio cinematográfico se hace con rumba. Aquí prefiero citarla a parafrasearla:

“Mayolo siempre sabía lo que quería, aunque no supiera para qué lo hacía. Mayolo siempre hacía lo que le salía del forro de las pelotas. Esa espontaneidad, esa indisciplina, estaban respaldadas porque era un hombre culto. Era un hombre informado y era un hombre inteligente. Hoy en día la gente quiere improvisar pero no tiene con qué. Para improvisar, hay que saber, y mucho. Es la única manera en que uno se puede dar el lujo de improvisar”.

Tal vez el momento más intenso de esa rememoración en la amistad agradecida y el rencor superado fue cuando la actriz describió las peripecias en el rodaje de La mansión de Araucaima. Aquí mostró la ropa interior del medio y los mecanismos de la vileza y el envilecimiento de las obras de arte cuando se dejan en manos de los mercaderes del sexappeal:

“En el medio siempre se me ha considerado una mujer fea. Me han considerado; no yo. Yo me considero Actriz[] Y así ha sido todo. He tenido que batallar tres veces para conseguir lo simple”.

Y entonces interpretó, en las voces de sus protagonistas, la escena vívida en que María Emma Mejía (sí, la misma) descartó el protagónico de Vicky Hernández porque su figura física no correspondía con algún “estándar comercial” de belleza para promocionar la película. El problema está en que Mayolo no la respaldó. Prefirió sacrificar la seriedad de la obra de arte por la conveniencia crematística. La dejó por fuera para hacerse con la plata que garantizara la producción. Fue desleal. Y fue también un artista que condescendió a Mefistófeles, que hizo un pacto por realizar el deseo que lo abrazaba. La forma en que Vicky Hernández acabó por participar de la película más singular de la cinematografía colombiana es uno de los monólogos mejor improvisados que se ha visto en un escenario no tradicional. Para aquellos que tuvimos la suerte de asistir el sábado en la noche a la Cinemateca, después del monólogo de Vicky Hernández, vino entonces la oportunidad de apreciar la versión restaurada, mejorada, de La mansión de Araucaima.

Es curioso (iba a poner este párrafo al comienzo, pero preferí perderme en las impudicias del fanatismo) que una película sin guion lograra tener la coherencia final que tiene, que el arte y el maquillaje improvisado funcionen tan bien, pese a haber quedado en manos de otra novia lerda del cineasta (Hernández: “Las novias influían en la creación. Mayolo era noviero. Si la novia era inteligente, influía de forma positiva. Pero si eran tontas… ][la mujer que estaba a su lado lo ponía en órbita para el trabajo. Aparentemente era nihilista y frío, pero era un romántico, porque en esa época todavía había románticos…][…era un poeta maldito ][…era una revoltura del Chocó con una madre de medias tobilleras… Era un volcán en erupción”). Es curioso que lo veamos pasearse por toda la película indiferente al drama, con un perro que no ladra, y convertido en un mercenario. Es curioso que hasta ahora me haya dado cuenta de que hay un tarot en una escena y que casi todos los personajes arquetípicos de esta película y sus vestuarios y episodios correspondan con algún arcano mayor. Es curioso que una película vista tantas veces siga arrojando significados y metáforas a esta realidad cada vez más literal. ¿Qué hubiera hecho y dicho Mayolo con las vergüenzas de Colombia actual?

Mejor oigan a la diva:

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