El Leviatán y otros monstruos marinos asolaban las aguas de los mares del este asiático, pero rara vez se le vio por allí al Kraken, porque ciertamente el verdadero monstruo de aquellos tiempos tenía el rostro de una mujer.

En el siglo XIX no hubo una tropa que hubiera podido hacerle frente a esta pirata china que comandó la aterradora Flota de la Bandera Roja. Ella tendría muchos otros nombres antes de que la conociéramos como Zhèng Shì, siendo al parecer el primero el de Ching Shih, una niña nacida en la provincia de Cantón, y que pasaría su infancia robando en las calles y sobrellevando la crianza que le ofrecían los borrachos y las prostitutas.

Fue así como Zhèng Shì pasó a integrar parte de un burdel flotante, y fue en una de estas lujuriosas travesías donde se cruzaría al imponente capitán pirata Zheng Yi, quien habría quedado maravillado con la imponencia de una mujer mucho más alta que cualquier otra, y de una belleza tan increíble que no vacilaría para pedirle que se convirtiera en su esposa.

Altiva, digna, la mujer no permitiría que el pirata la raptara como era su costumbre, exigiéndole que únicamente se casaría con él, en tanto este accediera a compartirle la mitad del botín que lograran obtener sus experimentados filibusteros. Y cómo podría negarse Zheng Yi, si es que finalmente había encontrado a su compañera de aventuras, y sería a su lado que en adelante atravesaría los mares haciendo lo que mejor sabía hacer: robar.

Los ejércitos que defendían el imperio británico no pudieron hacerle frente a las embarcaciones de los refinados corsarios que solían desembarcar en las costas para saquear a las poblaciones, y por esto la recomendación más lógica pareció la de alejarse del lugar donde Zheng Yi ya no tendría ningún poder: en el interior de la tierra.

La medida resultó contraproducente, ya que el vicio de robar del pirata hizo que su labor como ladrón se hiciera más dedicada en el campo acuático. La flota del pirata chino se concentró así en darle un giro a su estrategia de saqueo, atendiendo con exclusividad a los navíos que tenían la mala fortuna de cruzársele en el camino, y hasta el punto de poner en jaque las rutas marítimas del comercio internacional.

Conocida ya como Zhèng Shì, la pirata acompañó a su marido a unirse en Vietnam al famoso Tay-son, donde de paso la pareja aprovecharía para adoptar a un niño al que bautizaron Zhang Bao. Y fue así como durante los próximos seis años la Flota de la Bandera Roja, que en su comienzo contaba con unas doscientas embarcaciones, acabaría convirtiéndose en un ejército poderosísimo, luego de que las alianzas entre piratas los llevaran a conformar una escuadrilla de más de mil quinientos navíos.

Tiempo después, en 1807, su marido fallecería en una galerna, una especie de tsunami cerca a las costas vietnamitas; sin embargo otra será la versión de Jorge Luis Borges en Historia universal de la infamia, donde dedica a Zhèng Shì un relato que tituló, La viuda Ching, pirata, del que dice haberse documentado del escritor Philip Gosse en su libro The history of piracy, y en su versión nos cuenta que al pirata le envenenaron su plato de orugas cocidas con arroz, y que es así como fue su muerte.

No interesará pues cómo muere el pirata sino lo que siguió en adelante y quién tomó las banderas de su empresa. Se trataría, obvio, de su esposa Zhèng Shì, quien no daría largas al asunto, y de una vez dejaría muy en claro cómo es que serían las cosas a partir de este momento. Hizo presencia ante su tripulación vistiendo su traje de seda de color azul, rojo y púrpura, y con el grabado imponente de un dragón dorado, para luego dirigirse a sus piratas con estas palabras: “Miradme capitanes, vuestro jefe estaba de acuerdo conmigo. La escuadra más fuerte es la que está a mis órdenes. Ha recaudado más tesoros que ninguna otra. ¿Creéis que me rendiré ante un jefe hombre? ¡Jamás!”

En adelante el poderío de la Flota de la Bandera Roja alcanzaría su máximo esplendor, hasta el punto de que las autoridades tendrían que empezar a pactar algunos tratados políticos con la comandante en jefe de esta peligrosa y eficiente flota naval.

No pasó mucho tiempo desde la muerte de su esposo para que Zhèng Shì volviera a contraer nupcias, esta vez con otro hijo adoptivo, Cheung Po Tsai, de quien no podría afirmarse se encontraba precisamente enamorada, pero sí justificar su matrimonio con una consecuencia lógica, y es la de afianzarse en el poder, brindándole estabilidad a su liderazgo y permitiendo que también sea su hijo quien eventualmente tomará de manera legítima el mando de un ejército y que recibirá como legado por ambas partes, la de su madre y al mismo tiempo su esposa.

A esta pirata no sólo se le reconoce por sus fechorías, sino porque fue ella quien quiso hacer de la piratería como una especie de empresa, aunque ilegal, pero que contara con su propio reglamento, sus leyes y órdenes. Es por esto que redactó un código donde principalmente se obligaba a sus piratas el cumplimiento de las órdenes que sus superiores les encomendaran, teniendo por desacato de estas leyes un castigo que se pagaría con la propia vida. También concedió ciertas garantías para los pueblos que se habían mostrado amigos de su causa impidiendo a sus flotas que los atacaran en el futuro. Otras medidas debían seguirse, como la de nunca tomar ni un solo céntimo de lo que era el botín común, además de respetar a las mujeres que habían sido prisioneras y no ejercer sobre ellas ningún tipo de violencia, ni menos una violación. Esto se castigaría como los demás crímenes con la pena capital, y en este caso en particular estaba totalmente prohibida la relación con una prisionera, -y aunque esta lo consintiera-, decapitando al pirata desleal y arrojando al agua a la pobre desdichada.

Para 1808 las fuerzas chinas decidieron enfrentar con todo su arsenal al asedio que ya representaba ese descomunal sistema de robo acuático que había fundado Zhèng Shì, pero no consiguieron más que diezmar sus navíos, luego de que la flota pirata venciera una y otra vez en cada uno de sus encuentros. El gobierno se vio tan urgido ante la pérdida de tantos barcos, que tuvo que recurrir a la expropiación de embarcaciones privadas que pudieran servir para afrontar la situación bélica.

Al final lo único que pudo medianamente combatir a Zhèng Shì serían los mismos piratas rivales. En especial se cuenta de O-po-tae, uno de los pocos que consiguió vencerla en el mar, pero que ante el temor de encontrársela de nuevo entre las aguas, prefirió resolver el asunto de una futura venganza y se presentó en tierra ante las autoridades pidiendo se le absolviera de sus culpas, y renunciando de esta forma a su oficio de bucanero.

A lo largo de su próspera carrera de bandolera marítima, Zhèng Shì se apoderó de un sinnúmero de barcos, saqueó aldeas costeras y se batió en cientos de duelos en los que casi siempre salió victoriosa. Imbatible, consiguió dirigir lo que algunos creen podría tratarse de la flota pirata más numerosa de la historia, reuniendo a más de dos mil barcos tripulados por una fuerza de veinte mil piratas.

En 1810, tal vez agotada de tanto pillaje, la leyenda temible de los mares orientales se presentó en persona en ese terreno donde era vulnerable, y a cambio de renunciar a la piratería, las autoridades chinas, por su parte, le concederían el indulto por sus tantos crímenes.

De Cheung Po Tsai se sabe que pasaría los siguientes años en la provincia de Cantón trabajando para el gobierno en algún puesto público. De Zhèng Shì se dice que volvió a sus andanzas de infante, y terminó por instalarse también en Cantón, donde estaría durante más de tres décadas al frente de un burdel, y hasta el día de su muerte en el año de 1844.

Mucho de lo que creemos conocer acerca de la mujer pirata que no dio tregua durante buena parte de comienzos del siglo XIX, es debido a un hombre que fue su prisionero durante algunos meses, y quien mientras aguardaba por el pago en canje por su rescate, aprovecharía su situación de presidio enterándose de cerca de la leyenda en vivo y de la cual luego nos escribiría algunas memorias.

ZHÈNG SHÌ

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