Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Winnie Madikizela Mandela (1936-2018)

Permaneció tres décadas junto a Mandela, y aunque estuvieron distanciados por más de veinte años en los que apenas si se vieron. Y quién mejor que el mismo Mandela para testimoniar sobre la personalidad enardecida y rebelde, muchas veces contradictoria y definitivamente polémica de la desafiante Winnie. Su nombre significa “lucha”, o “aquella que se somete a prueba”. Y qué más prueba que haber tenido que soportar ella misma el presidio que recluyó a su marido durante más de dos décadas. En su autobiografía publicada en 1994, Long walk to freedom, Mandela confiesa haberse sentido atraído por Winnie desde que la vio por vez primera mientras ella esperaba en la parada del bus: “No puedo decir con certeza si existe el amor a primera vista, pero sí sé que en el momento en que vi por primera vez a Winnie, supe que quería tenerla como mi esposa”. Unos días después tendría la fortuna de encontrársela de nuevo en la oficina de un abogado, y pese a confesarse un mal seductor, Mandela tuvo los arrestos para encararla, invitándola a almorzar, con el pretexto de compartirle acerca de una fundación que podría interesarle y para la cual andaba recaudando fondos. La excusa sería lo de menos. Visitaron un restaurante indio atendido por negros, y la cita fue lo más parecido a una comedia romántica, cuando Winnie se atragantaría con el picor de ese ingrediente que probó por vez primera: el curry. Dieron un paseo en donde Mandela le compartiría sobre sus miedos y sobre sus sueños, y al final, solamente por agregar, le pidió que se casara con él. Winnie recién se había graduado de la Universidad de Sudáfrica, convirtiéndose en la primera trabajadora negra del Hospital Baragwanath. Tenían preocupaciones distintas: él había sido criado en la lucha, mientras que ella había llevado una vida cómoda y alejada por completo de los asuntos de la política. Sin embargo sabía que comprometerse con este hombre representaba darle un vuelco total a su realidad, para entonces encarar una vida de intenso batallar. Y fue así, y a pesar de que su padre se lo advirtiera: “Te vas a casar con un entalegao”, le decía, ya que su futuro esposo ni siquiera sabía cómo sujetar los cubiertos, agregando: “Perderás toda la vida si te enamoras de un chico tan atrasado”. Por su parte, Mandela ya andaba prendado de Winnie: “Su espíritu, su juventud, su coraje, su obstinación”, estas las cualidades que, según él, poseía la contestataria mujer de la que se estaba enamorando. En 1958 contrajeron nupcias. Los negros tenían toque de queda, de tal manera que la ceremonia se llevó a cabo durante las horas de la mañana. Se ofreció una oveja en sacrificio. El padre que ofició el casamiento no desaprovechó la oportunidad para desenmascarar la presencia de varios informantes infiltrados en la boda. Y a pesar de que el padre de Winnie lamentara que su hija se casaba con un hombre ya “casado con la lucha”, sería él quien le señalaría que toda mujer está obligada como un deber a obedecer en todo a su marido. La pareja se despidió de los comensales en un carro pintado con los colores de la ANC (Congreso Nacional Africano), y ni siquiera se permitieron gozar de una luna de miel, puesto que ya tenían suficientemente claro que, lo suyo, era batallar. Fue así como desde ese primer día Winnie tuvo cómo demostrar a su padre que seguía sus recomendaciones al pie de la letra, poniéndose del lado de su esposo, quien era enemigo acérrimo del personaje político al que seguía su padre. Ya Mandela le había advertido que estarse con él era sin duda darle un cambio radical a su vida, pero Winnie no se dejó amedrentar: “Si tu hombre es un mago, debes convertirte en bruja”, decía ella. Desde ese día Winnie se politiza. Arriesga, se enoja, acciona. Participa de un sinfín de marchas y movilizaciones y en varias ocasiones es detenida. Con su encanto y su carisma seductor, comenzó a ganarse el respeto y la admiración de las negritudes, e incluso la simpatía de los blancos; e inclusive decir que durante su primera condena se haría amiga de sus propios carceleros, quienes se atrevieron a visitar a Winnie en su casa una vez recuperara su libertad, desplazándose hasta un barrio en los suburbios al que no llegaban los buses para blancos. La noticia se conoció, fue furor, polémica y escándalo, y los dos guardias fueron detenidos. Era tal el control de la segregación racial que imponían las draconianas legislaciones del apartheid, y sobre los Mandela se ejercía una presión mucho mayor, dado que ambos se perfilaban como líderes de un movimiento que cada vez iba tomando más fuerza. Siempre de improviso, la casa de los Mandela fue asaltada por los comandos de control policial durante una madrugada, y Mandela sería llevado a prisión por los cargos de hostigamiento y por haber sido el promotor líder de varios motines y huelgas. Desde esa madrugada Winnie se enteraría de que su relación de pareja estaría soportada en el estoicismo. “Se comportaba más como una soldado que como una esposa”, declararía Mandela. En adelante sería esconderse, despistar al enemigo, conducir por rutas insospechadas, esquivar redadas, enterarse de chivatazos y, sobre todo, mantenerse a todo momento alerta, sospechando que cualquier cosa, en cualquier instante, podría suceder. Todo en su vida tenía que ser clandestino. Sería ella quien se encargaría de la crianza y los cuidados de los hijos, quienes creyeron durante mucho tiempo que su padre era un hombre llamado David. Mandela entró y salió de prisión varias veces, y a pesar de que consiguió salvarse de la pena capital, al final se le juzgó con el castigo más alto jamás impuesto por los delitos imputados a un disidente político. En sus primeros meses de presidio la pareja tuvo oportunidad de verse un par de veces. Mandela recuerda que la primera vez que se vieron en la cárcel, ella le llevó de regalo un pijama de seda, obsequio que a él le resultó un poco “inapropiado”. Podían contactarse dos veces por semana, y en cada visita era común que Winnie le llevara su ropa limpia e intentara aventurarse en el inocente tráfico de golosinas. Más allá de donde se encontraba recluido su marido, Winnie tendría que afrontar los tormentos a los que eran sometidas las esposas y familiares de los detenidos por causas políticas: arrestos injustificados y detenciones sin razón, allanamientos intempestivos de morada sin órdenes ni permisos judiciales, y todo tipo de acosos y amenazas. La situación se agravó cuando finalmente a Mandela se le trasladó a Robben Island. Al ser trasladado y verse por última vez, Winnie tiene el recuerdo de que Madiba (como cariñosamente se le llamaba a su esposo), se despediría con una sonrisa serena que se le quedaría grabada, y el recuerdo de él sería la sorpresa de no notarla triste. Ninguno de los dos podría haber calculado para ese entonces que la condena se prolongaría por casi veintiocho años. Un centenar de personas despidieron a Mandela manifestando su descontento con el canto a coro de la canción Dios bendiga África, y a partir de ese momento la comunicación entre ambos estuvo sujeta a la escasa correspondencia que les permitían intercambiar. Estas cartas, sin embargo, pasaban el riguroso control de la censura, consiguiendo que quien recibía la carta se encontraba con unos papeles repletos de tachones, recortados, pasados por agua y raspadas muchas de sus líneas. Llegó el día en que por fin se le permitió a Winnie visitar a su marido. No era posible viajar en otro transporte distinto del avión, por lo que en principio dificultaba la operación. Sin embargo la pareja logró reencontrarse y a pesar de que durante su encuentro no les permitieron ningún tipo de intimidad. No pudieron tocarse. Las normas de control eran tan estrictas, que en una ocasión un guardia fue despedido por pretender ignorar una barra de chocolate que Winnie le regaló a su marido. Un guardia inspeccionaba las reuniones, en donde ni siquiera se les permitía hablar en su lengua africana, conminándolos a que la conversación debía mantenerse siempre en inglés. Unas pocas veces consiguieron este tipo de encuentros durante todo el largo presidio que de muchas formas tuvieron que aguantar juntos. Podían pasar años sin la presencia del otro. Mandela confiesa que su alegría era enorme de sola verla. Apenas se enteraba de que a su esposa le habían otorgado un permiso de visita, y que se acercaba su reencuentro, el amante empezaba a guardar los dulcecitos que le daban de postre para poder tenerle un pequeño regalo a su mujer. Ella siempre lo encontró bien vestido y con una actitud enérgica, con su espíritu en alto. Pero la persecución no paró nunca. Una mañana, inesperado como siempre, sin previo aviso y ejerciendo el poder de las armas, un comando de policía allanó la casa de Winnie mientras esta se encontraba en la ducha. La historia cuenta que la aguerrida sudafricana salió del baño a combatir casi desnuda, y así recuerda Mandela que Winnie le diría cuando le compartió la anécdota: “No eres el único boxeador de la familia, Madiba”. Una vez descubiertas sus verdaderas identidades, los hijos de la pareja tampoco podrían evadirse del maltrato y las humillaciones. En vista de que ninguna escuela quiso aceptarlos, encontraron su lugar en un colegio de indios, donde serían los únicos negros, y donde tampoco serían muy bien recibidos. Queriendo tomar represiones contra los Mandela, Winnie fue despedida de su puesto como trabajadora social en adopciones, y luego de que las nuevas disposiciones legales del apartheid se volvieran más drásticas, la esposa del afamado líder de las negritudes sudafricanas tuvo que exiliarse con sus hijos en la remota Suazilandia. Por embrollos burocráticos, Winnie es señalada de incumplimiento en la notificación de su nueva residencia, por lo que se le condenaría a un año de prisión, que luego de un desgastante proceso pudo apelar con éxito. Sin embargo unos años más tarde, para 1967, Winnie sería detenida por estar sindicada de atentar contra las leyes antiterroristas, y sería en aquella ocasión cuando unos agentes se la llevaron a la fuerza para interrogarla, mientras sus hijos se agarraban de sus faldas para que no se la llevaran con ellos, y es cuando se despertaría en la valerosa matrona ese triste sentimiento del que ya no podría desprenderse nunca: “Me enseñaron a odiar”. Finalmente Winnie fue absuelta por los cargos que se le imputaban, pero esto no fue suficiente y durante los siguientes años su vida fue un trasegar entre juzgados, cárceles y centros penitenciarios. Dos años más tarde fue encarcelada y condenada a pagar un año y medio de presidio, y tres años y medio después regresaría de nuevo a prisión, donde permanecería durante seis meses. Un año y medio después de haber recuperado su libertad, otra vez los agentes de control allanan su vivienda y se la llevan presa de manera sorpresiva. Esta vez el incidente tuvo una connotación más violenta, en la que se registran disparos y ladrillos que impactaron contra las ventanas de la casa, y que a la larga terminó con Winnie Mandela nuevamente en prisión, esta vez sentenciada a pagar una condena de seis meses en la cárcel de Kroonstad. En 1977 participa de las marchas de protesta estudiantiles de Soweto, tras lo cual será detenida y enviada al Fuerte de Johannesburgo, para finalmente ser desterrada de su natal Sudáfrica. El operativo se resolvió en una sola noche: a su casa llegaron las autoridades y la obligaron a recoger lo poco que pudiera alzarse entre las manos, para luego llevársela al alejado municipio de Bradford, a 400 kilómetros de Johannesburgo, ubicándola en una casa venida a menos que no contaba con un baño y ni siquiera tenía agua corriente. Se trataba de una población afrikaaner, es decir, una sociedad conformada en su mayoría por blancos hostiles en su trato con los negros. Al comienzo no podía comprar en las tiendas porque no la atendían, pero con el paso de los días fue ganándose la simpatía de sus vecinos, logrando también despertar el interés político de las juventudes, y a pesar de que se le tenía prohibido participar en política y en toda clase de actos públicos, la contestaria rebelde ignoró las amenazas celebrando continuamente reuniones y mítines en los que llegaron a congregarse más de cuarenta mil personas. En un pueblito rural en el que no se sabía siquiera de la existencia de un médico, Winnie permanecería exiliada durante siete años, durante los cuales promovió la creación de guarderías y recaudó fondos para la construcción de un hospital. Años durante los cuales no se apagaría su activismo político, apoyando por demás una resistencia armada que le costaría los posteriores atentados de los que sería víctima: por esos días su casa fue quemada y en el incendio se perderían todas las fotos y los recuerdos más antiguos y entrañables de la familia. Para la década de los ochenta los medios internacionales empiezan a volcar su interés en el caso del activista sudafricano que ya acumulaba dos décadas en prisión como un preso político. El apoyo se volvió unánime, y la presión política de los países más poderosos del planeta consiguió que al menos trasladaran a Mandela de la lejana isla en donde vivió esa larga reclusión, para llevarlo a Pollsmoor, donde Winnie tuvo la posibilidad de frecuentarlo, y donde el sistema de altavoces les permitía ahora comunicarse sin la necesidad de estarse gritando a través de un vidrio. En 1984, y ante el reclamo de la comunidad internacional, a la pareja se le concede el más hermoso permiso: vis à vis: después de veintiún años pudieron por fin abrazarse. Sin embargo tendrían que seguir esperando para que las políticas sudafricanas y la figura internacional en la que ya se había convertido Madiba como un símbolo de lucha y resistencia, dieran finalmente su merecido resultado: la esperada libertad. En 1988 Winnie fue galardonada con el Premio de Solidaridad de Bremen, y así mismo fue premiada por la Naciones Unidas, reconociendo su insistente batallar en favor de los derechos humanos. Y fue así como unos años más tarde una multitud se convocaba a las afueras de la cárcel para darle otra vez la bienvenida al mundo a ese viejo que se había perdido durante tanto tiempo. Winnie tuvo que explicarle a su esposo que eso que le estaban poniendo al frente de la boca se trataba de un micrófono, y que servía para que al hablar el mundo entero pudiera escucharlo. En medio de la pelotera Mandela recuerda haber perdido uno de sus zapatos, y los días siguientes fue un peregrinar de gente y el recibimiento de visitas -desde Mitterrand y Thatcher y pasando por cualquier desadvertido curioso que solamente quería un autógrafo del líder-, y durante los cuales Mandela confiesa haberse sentido abrumado por esa pérdida súbita de su intimidad. Grupos de entusiastas se turnaron durante semanas y rodearon la casa de los Mandela para corear los cánticos más representativos de sus protestas. Con el pasar de los meses se apaciguaron las manifestaciones de alegría y Mandela pudo instalarse en su nueva realidad. Sin embargo para Winnie vendría una cadena de problemas que permitieron mostrar un aspecto oscuro y a veces contradictorio de su personalidad, y que la llevaría a tener altercados de toda clase y a verse involucrada en crímenes de todo tipo por el resto de su vida. Años atrás Mandela se había enterado de que Winnie sostenía un amorío con un abogado casi treinta años menor que ella. Él, ofendido y decepcionado, le pidió que lo dejara. Winnie parecía tener una faceta que no estaba muy acorde con la figura propia de la mujer abnegada que aguardaba por la libertad de su esposo. Pintoresca, colorida, sus trajes, aunque tradicionales, eran prendas especialmente llamativas y costosas, y adonde iba solía ser el centro de atención por la cantidad de joyas lujosas que la adornaban; llevaba una vida ostentosa en la que también se le vería conduciendo onerosos coches de su pertenencia. Pero el peor escándalo vendría en 1990, cuando uno de sus guardaespaldas es juzgado por haber secuestrado y luego golpeado a un adolescente para acabar finalmente degollándolo, y en donde se demostró que Winnie, a quien el asesino llamaba “mamá”, estuvo ciertamente implicada. Winnie se había radicalizado. Ya varios niños se habían quejado de que los guardaespaldas los maltrataban propinándoles palizas por considerárseles traidores de la causa. Por aquella época la casa de los Mandela se veía constantemente asediada por las piedras que hacían estallar las ventanas. Se presentaron varios testigos que aseguraban haber sido golpeados, sometidos a latigazos e incluso haber sido acuchillados por la misma Winnie. “Con nuestros neumáticos y cerillas liberaremos el país”, era su proclama por aquellos días en los que también portaba su vestimenta militar y amenazaba con prender fuego a los pérfidos colaboracionistas. El homicida del crimen murió unos meses más tarde en prisión, y Winnie pudo librarse de los cargos que pesaban sobre ella. Todo esto tomaría por sorpresa a Mandela, quien a pesar de insistir apoyando a su mujer, dice haberse sentido “desconcertado” con la situación. Sin embargo un año después, para 1991, Winnie tendría que encarar una nueva batalla judicial, acusándosele esta vez de secuestro, y por lo que tendría que pagar una condena de seis años de prisión. Ya Mandela parecía haber sido advertido por varias personas cercanas a Winnie que quisieron develarle ese aspecto un poco siniestro de su mujer. Finalmente, después de pagar una fianza y dos años de prisión, Winnie recobraría la libertad, e iniciaría por mutuo acuerdo con su marido el divorcio legal que se concretaría al año siguiente. Esto no significó la ruptura de una larga y sufrida relación, en donde Mandela reconoce a Winnie como el bastión de su vida: “Un pilar indispensable de apoyo y consuelo… Soportó las persecuciones… Aceptó la onerosa carga de criar a los hijos por su cuenta”. Un año después la polémica Winnie se encontraría otra vez en medio del escándalo, cuando fuera acusada de la misteriosa muerte de su médico, y ese mismo año sería víctima de un atentado y en cuyo tiroteo ella saldría ilesa, pero en el que morirían su chofer, su guardaespaldas y el mismo sicario que intentó asesinarla. El asunto quedaría sin resolver. Nada esto impediría que Winnie siguiera contando con el apoyo de muchos seguidores a los que había inspirado dentro de la causa, y fue así como regresó a la escena política presidiendo La Liga de Mujeres (ANC), y un año más tarde, en el primer Estado multirracial, Mandela superaría todo tipo de asperezas y desencuentros pasados, invitándola para que formara parte de su gabinete de gobierno. Actuó en los ministerios de arte, cultura, ciencia y tecnología, pero su actividad solamente le llevaría un año, ya que se le juzgaría de celebrar contratos corruptos con algunas constructoras, y por lo que su exesposo y ahora presidente tendría que verse en la tarea de destituirla. Winnie demandó y recuperó su cargo. Alegaba que este nuevo y prometedor gobierno estaba más interesado en los blancos que en los negros, y que esta no era definitivamente “la Sudáfrica por la que he luchado toda la vida”. A pesar de los tantos infortunios que opacaron sus últimos años, Winnie no dejó nunca de ser un símbolo emblemático de la mujer valerosa que luchó incansablemente por la igualdad racial, y que supo acompañar a su marido durante la prolongada batalla de su presidio. Muere a los 81 años en Johannesburgo, y a su funeral asistieron miles de activistas y estudiantes que hoy la siguen recordando como Madre de la Nación. Años más tarde Mandela confiesa: “Si el universo entero intentara convencerme de que me reconciliara con ella, no lo haría”.

Winnie Mandela

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