Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Violeta Parra (1917-1967)

Nació para estar un paso más adelante del resto, nació ya con dos dientes. Signada por el arte, Violeta creció en un entorno de música y bohemia, y fueron varios de sus hermanos quienes la acompañaron en la vida musical, destacando los dúos que desde niña conformó con su hermana Hilda, y la presencia de su hermano Nicanor, reconocido anti-poeta. Su madre Rosa, al enviudar de su primo y con quien tendría dos hijas, se dejó encantar por el guitarrista y violinista Nicanor, y con él tendría otros ochos hijos, entre los que se destacó una flor: Violeta. Era así como su madre con nombre de rosa tejía para sobrellevar los gastos que su marido apoyaba con clases de música, yendo del campo a la capital chilena para luego migrar al sur, a Lautaro, logrando establecerse cuando Violeta tenía 10 años en Villa Alegre, región de Chillán. Violeta pasaba los días sobreponiéndose a las secuelas de la viruela que la acosó cuando tenía tres años, vagando en compañía de sus hermanos por los aserraderos aposentados a la rivera del río Ñuble y dejándose antojar de su padre por la guitarra y el canto. Lo suyo no fue asistir a la escuela, ya que su experiencia sería una apuesta de educación musical, donde ya de 9 años interpretaba la guitarra, y se conocen composiciones que había creado a la edad de los 12. Junto a sus hermanos, montaban improvisados espectáculos circenses por los que cobraban a otros niños que hacían de espectadores, y de esta forma, y tal vez sin advertirlo, acabarían conformando un grupo, y una banda, y un producto nacional. Recorrieron las calles de los pueblos, visitaron restaurantes, bares y burdeles, cantaron en salones de fiestas y al interior de los trenes. En 1929 la situación familiar se agrava cuando muere el padre, y tres años después Violeta se mudará a Santiago junto a su hermano Nicanor, donde desistió de continuar sus estudios académicos en la Escuela Normal de Niñas, puesto que lo suyo era una vida anormal: la vida de artista. Junto a Hilda y a otros dos hermanos emprenden un grupo que se presenta en dos famosos restaurantes ubicados en la Avenida Matucana No. 1080 y contiguos uno del otro, El popular y El tordo azul, dando a conocer los intereses musicales de la que un día llevaría la voz latinoamericana a todos los rincones del mundo: corridos, rancheras, boleros. Y cantando fue que conoció a un obrero ferroviario que simpatizaba con el Partido Comunista, y que no sólo la involucraría en el mundo de la política, sino que también sería el padre de sus hijos, Isabel y Ángel, quienes al crecer tomarían el mismo rumbo que su madre y por ello decidirían adoptar también su apellido. La pareja se mudó a Llay-Llay, luego a Valparaíso y después de nuevo a la capital, y esta vida itinerante no contrastaba con la idea que su marido tenía de un hogar donde la mujer no estuviera de fiesta en fiesta recorriendo cantinas, teatros y puertos o presentándose en la radio, siendo así que hacia 1948 el matrimonio llegaría a su fin. Un año antes y en compañía de su hermana, Violeta había dado inicio a su carrera profesional conformando el grupo conocido como Las hermanas Parra. Asimismo, no esperaría mucho para volver a casarse, y en 1949 contrae matrimonio con el tenor de ópera Luis Arce Leyton, con quien tendría a su tercera hija llamada Carmen Luisa, y tres años más tarde una más, Rosa Clara, y quien moriría apenas cumplidos los dos años de edad. Para ese entonces Las hermanas Parra habían conseguido dar a conocer sus primeras producciones luego de firmar un contrato con la discográfica RCA Víctor, canciones populares como El Caleuche, La cueca del payaso y La viudita. Con sus hermanos recorrería el extranjero y también el interior del país, llegando a las regiones que desde siempre habían sido descuidadas por un gobierno centralizado, y despertando el interés social que marcaría en adelante su carrera como solista. Violeta hace una apuesta en solitario y se despide de sus hermanas. Nicanor la anima para que se aventure con una propuesta más auténtica, más nacional, que apele a las raíces del chileno, y será entonces cuando la cantautora empezará a recoger las historias de sus andanzas por las zonas rurales en un intento por descubrir sus tradiciones y valores y la esencia de su verdadera música. Ningún músico chileno había intentado despojarse del repertorio español, mexicano, peruano, para involucrarse de una manera original con la música de la patria chilena, y tal fue el compromiso de Violeta que al final de su vida se contarían más de tres mil canciones dedicadas a los pueblos originarios y al folklor de su nación, y que estarán compiladas bajo el título Cantos folclóricos. Para 1953 lanza dos de sus canciones más conocidas de aquella época, Casamiento de negros y Qué pena siente el alma, y un año más tarde Radio Chilena la contrata para que tenga su lugar en un espacio que se conoció como Canta Violeta Parra. Su voz ya comenzaba a hacerse popular, y en 1954 sería la ganadora del Premio Caupolicán a la folklorista del año, y por lo que sería invitada a la capital polaca para participar en el Festival Juvenil de Varsovia. Su estadía en Europa se prolongó un par de años, y antes de mudarse a París Violeta recorrería la Unión Soviética y otros países donde podría empaparse de todas las culturas y engrandecer su conocimiento global. En París tuvo un esplendor creativo y grabó su primer trabajo de larga duración, Guitare et chant: chants er danses du Chili, un repertorio del folklor de Chile que representó por primera vez el reconocimiento de un chileno en el ámbito de la música europea. Para ese entonces Violeta se enteraría de la muerte de su hija, Rosa Clara, y entonces decidiría que ya era momento de volver. Formada en un aspecto de la cultura universal, con mundo, Violeta retorna a Chile, y para 1957 se muda a Concepción junto a sus hijos Ángel y Carmen Luisa para aceptar el puesto que la universidad le ofrecía. No desaprovechó el tiempo y en una corta estancia de apenas un año -y antes de regresar a Santiago- Violeta fundaría el Museo Nacional del Arte Folklórico. Comprometida con su labor de testimoniar historias a través de sus canciones, la contadora de anécdotas y cantante se internaría en los pueblos indígenas y estaría por allí durante meses recopilando testimonios, recogiendo relatos y explayando su espectro musical, para luego cantarnos sus experiencias, convirtiéndose así en un ícono y referente del folklor chileno, la cultura indígena y la identidad latinoamericana. Pretendió que “asumiéramos la rica diversidad de la que estamos hechos”, así lo expresa una de sus biógrafas. Sabía que su responsabilidad era enorme y quería asumirla. En un comienzo fue discreta, sintiendo que no estaba a la altura del trabajo investigativo y de campo al que se aventuraba, y más todavía cuando no hablaba el mapudungún (la lengua mapuche), y esto le parecía, de alguna manera, un irrespeto. Participó de ceremonias y rituales de sanación, se contagió de las prácticas ancestrales y se enteró de las medicinas milenarias que curaban todas las enfermedades. Años más tarde su hijo Ángel diría que un día su madre regresaría de un viaje como enloquecida por sus experiencias recientes. “Decía que era una música de otro mundo y claro, era esta música mágica, sanadora”, comentaba Ángel. Violeta cuestionaría la notable jerarquía impuesta sobre los pueblos indígenas por parte de un gobierno dominante, interrogaba este abandono al que las etnias primitivas eran sometidas, el terrible racismo y la discriminación, el despojo, y la falta de reparo en la riqueza que aportaba la cultura mapuche a la formación de una cultura chilena como tal. Conoce su forma de relacionarse y de amar, su humor y su comunión permanente con la naturaleza, y estas serán las fuentes que nutrirán sus composiciones. De aquellos años se recuerda particularmente la canción El guillatún. Sin embargo la mayor parte de una encuesta mostró que la mayoría de los indígenas se identifican con la que fuera su canción más emblemática y reconocida: Gracias a la vida. Los indígenas agradecen a la vida con la fe de que esa vida les será devuelta. “Está todo dicho, todo hecho”, dice uno de ellos refiriéndose a esta canción. Para finales de la década de los cincuenta se recuerdan los títulos de canciones que acompañaba únicamente con una guitarra de madera, y muchas de ellas interpretando letras compuestas por su hermano: La tonada y la cueca, Canto y guitarra, Yo canto a la diferencia, Verso por desengaño, Cueca larga de los Meneses. Por esa época Violeta despierta un interés por las artes plásticas, presentando en 1960 una exposición de sus pinturas al óleo, tejidos de arpilleras y sus esculturas de cerámica en la Feria Chilena de Artes Plásticas, además de trabajar activamente en la Universidad de Concepción fomentando la creación de un museo de arte popular y folklórico. Antes de dejar una vez más su país, Violeta seguirá recorriendo los escenarios chilenos, y en 1961 viaja a Argentina y será allí donde reúne el material de sus éxitos bajo el título Toda Violeta Parra, y un año más tarde un nuevo trabajo llamado Violeta Parra en Argentina. Dictó charlas, cantó y expuso sus trabajos artísticos, además de incursionar en la televisión y el teatro. Ese año se encuentra con sus hijos Ángel e Isabel y su nieta Tita, y junto a su familia se embarca con destino a Helsinki, capital finlandesa, donde participará en el VIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Recorre nuevamente algunos países como la Unión Soviética, Alemania e Italia, para finalmente regresar a París. Dio espectáculos en el Barrio Latino y se presentó en el Teatro de las Naciones de la Unesco, y aprovecharía su fama para participar en la radio y en la televisión interpretando su repertorio y acompañada por sus hijos, recordando el éxito Au Chili avec los Parra de Chillán, y más adelante un LP con algunos temas cantados en francés y que titularía Recordando a Chile (una chilena en París), álbum del que se destacan canciones como Paloma ausente, Arriba quemando el sol y Violeta ausente. Violeta continúa explorando las otras vertientes artísticas que la apasionan, convirtiéndose en la primera mujer latinoamericana en exponer individualmente su muestra Tapices de Violeta Parra en el Museo de Artes Decorativas del Palacio del Louvre, y en el que exploraría las técnicas de esculturas de alambre, además de exponer su reciente producción de pinturas al óleo y arpilleras. Estaba en todo, y fue por esto que también publicaría un libro de poemas llamado Poesía popular de los Andes. En ese momento su fama había alcanzado una connotación internacional, y la televisión suiza se interesó en su historia para documentarla bajo el título: Violeta Parra, bordadora chilena. Durante el reportaje conoce al suizo Gilbert Favre, quien cautivará su corazón y a quien dedicará algunas de sus canciones con nombre propio: Gavilán, gavilán, Qué he sacado con quererte y Corazón maldito, y sería también un período de canciones dedicadas a la protesta social, y que se incluirán como parte de la corriente musical conocida como la Nueva Canción Chilena: Arauco tiene una pena, Según el favor del viento, Qué dirá el Santo Padre y Miren cómo sonríe. La pareja comparte su tiempo yendo y viniendo entre Ginebra y París, y sería en la capital francesa donde Violeta recogería una nueva edición con sus éxitos más sonados bajo el título de Canciones reencontradas en París. En 1965 regresa a Chile para emprender un proyecto con sentido académico, casi universitario, donde se propagara el folklor indígena y se instruyera en música, pero la iniciativa no gozó de mucha aceptación y su ideal no llegaría a buen puerto. Un año más tarde su esposo viaja a Bolivia y no regresa, por lo que un tiempo después Violeta se va en su búsqueda y encuentra al suizo casado con otra mujer. De su despecho surgen varias composiciones, siendo una de las más notables Run Run se fue pa’l norte. En su vida amorosa aparecerán luego otros dos hombres, con quienes tendría idilios o relaciones pasajeras, y hay quienes dicen que estas aventuras inestables sumado a su proyecto fallido de montar una escuela, desencadenarían las angustias que llevarían al desenlace que tuvo la admirada cantautora chilena. Como anticipándose, un título premonitorio sería su último trabajo, además de parecer a los ojos del mundo como el mejor de todos y en donde la música adquiere su total madurez. El álbum Las últimas composiciones está integrado por canciones como El rin del angelito, Pupila de águila, El Albertío y, por supuesto, Gracias a la vida. Su destino como cantante estaba signada al nacer y sería ella misma quien le pondría un final no sólo a su carrera sino también a su vida. “Cualquier día moriré por mi propia mano. Uno, comadre, tiene que decidir el momento de su muerte. Yo decidiré el momento en que quiero morir”, le confesaría años antes a una de sus amigas más íntimas. Ya lo había intentado antes haciéndose cortes en las muñecas y consumiendo una ingesta letal de barbitúricos, pero un disparo en la sien derecha con un revólver resultaría un acto irreversible. No había cumplido sus cincuenta años, y nada menos el fin de semana antes había estado festejando en casa de su hermano Nicanor, interpretando sus nuevas composiciones que había compilado bajo ese título premonitorio. Su hija Carmen Luisa de 12 años encontraría el cadáver de su madre tendido sobre la cama y empuñando en su mano derecha un revólver que había conseguido días antes. Cerca a ella su infaltable guitarra y una carta dedicada a su hermano en la que explicaba: “Yo no me suicido por amor. Lo hago por el orgullo que rebalsa a los mediocres.” Dicen que su última tarde se la pasó escuchando los discos de su hijo Ángel, y que el motivo principal sería una situación económica que la apuraba, o que sentía que se venía a menos y se negaba a envejecer, o que le faltaba la creatividad o que sería a causa de sus despechos. Lo cierto es que aquella que hacía apenas un año le regalaba al mundo los versos de Gracias a la vida, no andaba muy motivada y contenta con la suya y así lo confiesa su hijo Ángel. “Me falta algo… No sé lo que es. Lo busco y no lo encuentro. Seguramente no lo hallaré jamás”, confesaba a su hijo aquella alma insatisfecha que nunca con nada podría colmarse. El entierro fue multitudinario. La despidieron los indígenas, la gente de las barriadas más pobres y también la clase oligarca, y todos se mezclaron ese día para abrazarse y decirle adiós a la mujer que encontró la esencia de un pueblo y consiguió materializarla a través del canto y de la palabra. Llevó nuestra música a todos los continentes, y son muchos los artistas internacionales que han versionado sus canciones, tal es el caso de Mercedes Sosa, Gustavo Cerati, Aterciopelados, Víctor Jara, Chavela Vargas y Joaquín Sabina, entre otros. Al morir su amigo Pablo Neruda escribiría: “De cantar a lo humano y a lo divino, voluntario hiciste tu silencio, sin otra enfermedad que la tristeza.” Sus restos fueron inhumados en Santiago y en el 2018 trasladados a un lugar alrededor del cual se construyó una plazoleta. Le sobrevivieron todos sus hermanos, y para 1992 y junto a sus hijos, la familia creó la Fundación Violeta Parra con el objeto de rescatar la memoria, la obra y el legado de su madre y hermana, la genial cantautora, intérprete y compositora chilena, Violeta Parra. En 1998 le fue otorgada de manera póstuma la Medalla Gabriela Mistral. Para el 2005 se inauguró el Museo Violeta Parra, el cual conserva una buena parte de sus pertenecías íntimas, además de albergar casi cincuenta obras plásticas entre cuadros, esculturas y arpilleras. En este espacio también se dictan charlas y se llevan a cabo encuentros culturales y exposiciones de arte. En conmemoración de su natalicio Google le ha dedicado uno de sus conocidos doodle, y cada 4 de octubre, a razón de su cumpleaños, Chile celebra el Día de la música y de los músicos chilenos. Su historia ha sido llevada a la literatura, al teatro, al cine y a la televisión, y su imagen en Chile es apenas comparable con la de la gran poetisa Gabriela Mistral. Divulgó una música genuina, chilena, y su voz y su cántico fue oído en todo el mundo como nunca antes había sido oído ningún latinoamericano, y esto porque su muestra era auténtica, propia, original, realmente única. Fue más allá, dio un siguiente paso, o un salto completo, permitiendo la evolución de la música, y hoy es el referente más importante del folklor latinoamericano. Violeta rescató las costumbres de los pueblos originarios que estaban siendo perdidas y las consagró en patrimonio cultural de un continente. Su hermano el anti-poeta le dedicará estos versos: “Has recorrido toda la comarca, desenterrando cántaros de greda y liberando pájaros cautivos entre las ramas.”

VIOLETA PARRA

 

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