Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Victoria Santa Cruz (1922-2014)

A los cinco años se enteró de que era negra. Ya se había mirado en un espejo y había reparado en el color azabache de su piel, ya había notado sus rasgos africanos en los rizos de su pelo ensortijado y en sus labios bembones, pero necesitaría que una niña rubia se lo hiciera saber, el día en que se negara a participar del juego si se encontraba presente la “negrita”. Victoria recuerda cómo ese día se le resquebrajaría el alma, creyendo que sus amigas de infancia no podrían rechazarla, y sin embargo así lo hicieron. Ese fue el día en que entendió lo que significaba ser negro: no era el color de la piel. Se trataba de un estigma, un rechazo, una discriminación que desde hace siglos tendrían que padecer los humanos de piel oscura. Y a esta condición cromática tendríamos que sumarle otra circunstancia natural que también la desfavorecía en este mundo: su condición de ser mujer. Sería su madre quien acabaría por dejarle en claro cómo se solucionaría de tajo este asunto, recomendándole que si no gozaba la dignidad de ser negro, mejor le convendría arrojársele a un carro de una buena vez y para siempre. Victoria testimonia haberse descubierto a través del ritmo. Se recuerda desde siempre imbuida por la cultura afro, empoderada de la sabrosura que contienen sus raíces de sangre caliente, y absorta desde niña por la música y el baile vibrante que la agitaba desde adentro. Su madre cantaba mientras hacía los oficios del hogar, y su padre era un ferviente seguidor de la música de Mozart, Händel y Hayden, y en estos cánticos afinados de su madre y en la belleza de la música clásica Victoria creyó encontrar la hermosura de la armonía musical y empezaría a interesarse por la vocación que el destino le encomendaba: ser la negra. A la enérgica Victoria le resultaba imposible resistirse a la música, y se recuerda en compañía de sus hermanos esperando en la mesa a que su madre les sirviera la cena, mientras ellos tamborileaban golpeando con cucharas de palo sobre el mesón, palmoteaban y bailaban inventando melodías y letras de lo que serían sus primeras composiciones artísticas. Fue así como incentivada por su hermano Nicomedes, reconocido poeta de la época, Victoria iniciará su trasegar escénico como integrante del grupo de danza y teatro Cumana, y antes de cumplir los cuarenta años se traslada a París para estudiar becada en la Universidad de Teatro de las Naciones y en la Escuela Superior de Estudios Coreográficos, además de participar como diseñadora de vestuario en el montaje de algunas obras teatrales de renombrados autores como García Lorca y Valle Inclán. En 1968 regresó a su país para fundar la compañía Teatro y Danzas Negras del Perú, haciendo una convocatoria por medio de un llamado radial en el que invitaba a cualquier negro peruano interesado en bailar a que se acercara a la compañía, sin importar su formación en danzas ni en otras ramas del saber artístico. Muchos llegaron con el simple interés de participar, y sin experiencia alguna, y unos meses más tarde estarían recorriendo los tablados de los principales teatros nacionales y haciendo apariciones en shows televisivos, obteniendo el reconocimiento de un público que aplaudía ante el contagio de ese vigor que trasmitía cada uno de sus espectáculos, y sería con este grupo de artes escénicas junto a quienes representaría a su país en las festividades celebradas durante los Juegos Olímpicos de México 1968, donde sería condecorada con una medalla y un diploma que realzaban su destacada labor de coreógrafa. El año siguiente se dedicaría a difundir el folclor de su cultura afroamericana en diferentes ciudades estadounidenses, y al regresar a Lima se le confiaría la dirección del Centro de Arte Folclórico. Un año más tarde fue la ganadora del premio a la Mejor Folclorista durante el primer Festival y Seminario Latinoamericano de Televisión realizado en Chile, y al año siguiente Colombia la invitaría a participar del Festival de Cali. Para 1971 trabaja como directora de escena del primer Festival de Arte Negro del Perú, iniciativa ideada por su hermano Nicomedes, con el ánimo de fomentar la creación artística en las negritudes peruanas. Dos años después es nombrada directora del Conjunto del Folclor Nacional de Cultura, y durante casi una década estaría al frente de su cargo, liderando el proyecto de contaminar al mundo con sus ritmos y encantar con sus bailes, visitando Canadá, Estados Unidos, Salvador, Guatemala, Francia, Bélgica, Suiza, el Principado de Mónaco y otros destinos a los que llevaba consigo la fuerza creadora de sus orígenes, y esa identidad negra en la que se reconoció desde niña y de la que quiso antojarnos a todos. Se le reconoce por haber sido una experta trabajadora creativa, inteligente e infatigable, íntegra, segura y dedicada, una exigente perfeccionista y una entusiasta comprometida con todo y en todo momento. “El que da, recibe. El que no está recibiendo es porque todavía no ha dado”, decía. Siempre sonriente, colaboradora, disponible, dadivosa, recaudando fondos para llevar a cabo su proyecto más ambicioso, el siguiente, y haciendo todo lo que estuviera a su alcance para patrocinar sus montajes sin recurrir al apoyo y los subsidios del Estado. Fundadora, directora, organizadora, promotora, dueña y responsable, Victoria hacía parte y arte del montaje de sus obras y no descuidaba ningún detalle, entregándose por entero. Estaba en los movimientos que trazaba el actor sobre el tablado y en la forma como se movía, en la expresividad de sus gestos y en su cuerpo; estaba en las vestimentas y en el maquillaje que caracterizaban al personaje; estaba en la coreografía que interpretaban los bailarines que danzaban al ritmo que ella misma había creado. Ante el calor de su voz, la sazón de sus melodías y el ardor de sus bailes, cualquiera podría sentirse demasiado blanco, demasiado insípido y como falto de sabor. Ella se encargó de reivindicar el poder creativo de sus culturas ancestrales, superando los estereotipados prejuicios raciales y la estética dominante, para permitirnos gozar de la esencia del negro. No se cubrió, porque nada tenía que ocultar. Se enorgulleció de ser negra, y nos dejó en claro el por qué. La belleza no tiene un color específico, y basta con ver a Victoria cantar y bailar y deleitarse con la dulzura vibrante de sus versos, para entender que ella no era negra, y que estuvo equivocada desde siempre, porque al apreciarla embebida en su danza una la ve colorida, irisada, lumínica, variopinta, pletórica de tonalidades cromáticas… artista. Victoria, victoriosa, fue la llama que iluminó aquello que, apenas en apariencia, parecía oscuro. Al concluir su labor de directora, Victoria acepta la invitación que la prestigiosa Universidad Carnegie Mellon le había hecho años atrás para que se incorporara a su exclusivo cuerpo de docentes, y durante más de quince años estaría dedicada a enseñar en una de las academias más reconocidas del mundo, empleando como única técnica la del ritmo. Victoria pretendía que la exploración de una danza libre, genuina y desprovista de métodos, podrían lograr en el artista y en el espíritu una exploración mucho más profunda y satisfactoria de lo que eran sus propias virtudes y talentos. A finales del siglo concluye su labor docente y se entrega a compartirnos su arte en todos los rincones donde estuviera haciendo falta, enriqueciendo el mundo musical y artístico y representando a las negritudes con el mejor exponente de lo que es su sabor sinigual. Ella es un símbolo ejemplar de la lucha en contra de la discriminación racial, porque como ella misma se lo pregunta, si en realidad existe eso de las razas, ¿con qué derecho unos reclaman la superioridad por encima de los otros? Victoria Santa Cruz se consagra así como una emancipadora del negro, liberándolo otra vez, pero en esta ocasión de aquella esclavitud que lo condenaba al desprestigio y a la marginación, para devolverle su orgullo y la gracia que tenía para aportar a través del canto, la danza, la música y la poesía. Revoltosa, agitada, impetuosa, bullosa, escandalosa y enérgica, negra, negra, muy negra, Victoria viaja a Rusia, Israel, Dinamarca, España, Italia, Argentina, dictando cursos, talleres y conferencias y ofreciendo espectáculos, y fue así como no paró nunca de bailar. Muere en Lima a la edad de los 91 años, y seguramente moriría cantando y bailando. Me Gritaron Negra, así es como se titula su cántico más emblemático, en el que describe ese momento en que por fin se entera de que es negra y que, enorgullecida de serlo, se compromete a mostrar a los paliduchos las delicias y el encanto de poseer un alma colorida y la piel pintadita de negro. Dijo en algún momento: “Encontré en lo que había heredado justamente como ancestro -¡África!- la base para ponerme en pie. Tuve que empezar por el negro, por esas combinaciones rítmicas africanas que hemos heredado y conservamos tan celosamente a través de cuatrocientos años; fue lo que me hizo decir un día: el negro no fue nunca esclavo, porque nadie pudo esclavizar su ritmo interior, que es la única guía del ser humano. Que no me diga nadie que no es racista antes de serlo. Hay que serlo primero”. Sin embargo asegura estar más allá del absurdo de las razas, comprendiendo que la especie es una sola: “Empecé luchando por el negro; hoy lucho por la familia humana”.

Victoria Santa Cruz

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