Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Veronica Franco (1546-1591)

Llamada como la República Serenísima, en la Venecia del Cinquecento se las podía ver con sus senos al descubierto mientras navegaban a bordo de una góndola. Varios curiosos, hombres y mujeres, disfrutaban de las llamadas cortigiane oneste (cortesanas honestas), que aparte de comerciar con su belleza, ofrecían el encuentro con una dama de alto refinamiento social y cultural, buenos modales, conocimientos de arte, libros, política. No estaba mal visto tener el oficio de cortesana; no eran prostitutas, y más podrían parecerse a las geishas o damas de compañía, lo que no implicaba concretamente un tráfico sexual. Quienes se permitían tal lujo, contrataban a estas damiselas que ofrecían, en suma, pasar un buen rato, y más si se trataba de un hombre cuyos intereses eran los de mantener una conversación culta y fluida sobre cualquier asunto. Porque era así que se preparaban las mujeres que, ya dotadas por naturaleza de especial belleza, querían consagrarse a la profesión de cortesanas, aspirando a no tener que vender propiamente su cuerpo como sucede con la prostituta. Por aquellos tiempos se habían censado a unas tres mil prostitutas, en donde se incluían a las mujeres que ofrecían sexo a la clase media, conocidas como cortigiana di lume (cortesana de la luz), así también como a las que merodeaban por las zonas más bajas y que eran conocidas como meretrices (rameras). Distinta era la distinción para las cortigiane oneste, que aparecían registradas en un catálogo en el que además se incluía su tarifa. En el catálogo Tutte le principal et piú honorate cortigiane di Venetia de 1565, Verónica Franco ya figuraba como una de las cortesanas más apetecidas. También aparecerá junto a su madre y a otras 215 “cortesanas honestas” en el catálogo publicado de 1572, Tariffa delle puttane. Se distinguía pues en aquella época la preciosísima Veronica Franco, quien gozaba de un encanto plagado de sutilezas de aristócrata, y a pesar de haber nacido en una familia de clase media. La cuestión es que sería educada nada menos que por una de las más ilustres cortesanas de aquella época, su madre Paola Fracassa, que al momento de casarse renunciaría al oficio de cortesana y por el cual se había hecho famosa. Sin embargo su esposo moriría al poco tiempo de haber nacido la pequeña Veronica, por lo que Paola decidiría regresar a la labor que mejor conocía y en la que ya gozaba de un alto prestigio. En principio la madre no quería que su hija siguiera sus pasos, por lo que a los 16 años le consiguió como marido a un médico, y que a la postre resultaría siendo un borracho y un ludópata consumado que maltrataba de todas las maneras a su esposa. Sin embargo Veronica no parecía ser esa mujer de temperamento sumiso, una mujer que se negaba a aceptar las dos opciones que por ese entonces parecía ofrecerle la vida: la del matrimonio o la del convento, para labrarse por sí sola un tercer camino, un destino propio, y para lo cual elegiría el oficio de cortesana. Veronica no vaciló y, encarando a una sociedad que no tenía por bien visto a una mujer reclamando su divorcio legal, la intrépida y decidida adolescente no sólo se separó de su marido, sino que reclamó una dote mensual para el hijo que estaba esperando. Así fue, y esto ocurrió en 1564. En estado gravidez, Veronica recibiría las instrucciones de su madre, y hasta llegar a consagrarse como una de las más respetadas y deseadas cortesanas de la República Serenísima. Las cortesanas eran mujeres que gozaban de estatus y prestigios, que se rodeaban de lujos, atenciones especiales y privilegios, que habían recibido una instrucción educativa que estaba a la par de los aristócratas y que por esto gozaban de cultura y conocimiento, que se codeaban con reyes y nobles, y que aparte vivían una vida independiente, como mujeres libres, autosuficientes, sin tener que rendir cuentas a nadie. Veronica se inició junto a su madre, y ambas figuraban en el catálogo fijando un precio de 2 escudos por una noche con cualquiera de las dos. Sin embargo Veronica comenzó a destacarse entre lo más selecto, llegando a ser ella quien eligiera a sus propios acompañantes entre una élite compuesta por príncipes, académicos y artistas, cobrando así 15 escudos por un beso y alrededor de 50 por una noche completa con su valiosa y codiciada compañía. De una belleza deslumbrante y un intelecto seductor, la reconocida cortigiana onesta debió también parte de su éxito en la corte a quien se fascinó con semejante prodigio y quiso compartirlo entre los demás. El Duque de Mantua sirvió como mecenas de Veronica en su carrera hacia la Corona, y es así como la invita con frecuencia para que participe de eventos y galas y de esta manera se hiciera conocer. De hecho, para 1574, cuando Enrique de Valois (futuro Enrique III de Francia) visitó Venecia, fue el mismo Duque de Mantua quien recomendó al excéntrico monarca que no se perdiera de conocer a la poderosa Veronica Franco. Las excentricidades de Enrique III, llevadas a todo nivel, y especialmente en lo referente a su vida licenciosa y carnavalesca, no se hicieron de esperar, siendo atendido con toda clase de lujos y extravagancias. Todos conocían de las inclinaciones homosexuales de Enrique, a quien solía vérsele por las calles parisinas en compañía de jovencitos y que en ocasiones se vestía de mujer, por lo que sabían que era un riesgo presentarle a una dama para que le hiciera compañía. Al futuro rey se le rindieron todo tipo de homenajes, prometiéndole el regalo de Veronica, que al parecer cumplió con méritos la tarea de agradar a Enrique. Por aquel entonces la República Serenísima estaba necesitada de establecer alianzas con las fortalezas galas, y aunque no podríamos dar detalles de lo que sucedió aquella noche, tal parece que el futuro monarca quedó satisfecho con la compañía de la cortesana, ya que en adelante los galeses estrecharían los vínculos con Venecia, siendo así que a Veronica se le considerara como a la cortesana más influyente del momento. Pero Veronica Franco no sólo destacaría por ser una distinguida cortesana, ya que uno de sus grandes aportes fue el consagrarse además como una hábil poeta y escritora y, a su manera, un ejemplo vivo de la defensa de los derechos femeninos. Ese mismo año de 1574, amparada por el escritor Domenico Venieri, la aspirante a literata publicó su poemario titulado Terze rime. Por aquellos días Veronica andaba enredada con dos sobrinos de Domenico, y en especial con Marco, quien sería su amorío más intenso y honesto. La prelación que Veronica tenía por Marco, llevó a su hermano a despotricar públicamente de Veronica en un intento por vengarse y deslustrar su imagen, para lo cual se valió de pasquines que circulaban por la ciudad con la consigna: “Veronica, ver unica puttana” (Veronica, la única y verdadera puta). Contrario a lo que planeaba el panfletario, Veronica usó esta ofensa para desafiarlo públicamente a un duelo poético. El blasfemo saldría mal librado luego de aceptar el reto y perder contundentemente, consagrando de esta manera la figura literaria de quien hasta ahora había sido apreciada únicamente por su oficio de cortesana. Eran los tiempos de la Contrarreforma. El Concilio de Trento le daba más potestad a la persecución de paganos y animaba a la caza de brujas dictada por las políticas del Tribunal de la Santa Inquisición, y el oficio de cortesana sería relegado al de cualquier prostituta, siendo así que ese prestigio del que siempre gozó la cortesana pasara de un día para otro a convertirse en un estigma. En 1575, en tiempos donde la peste negra azotaba a Europa, un despechado amante de Veronica, con quien además tuvo un hijo, juzgó a su mujer de hechicería, por lo que Veronica tendría que huir de Venecia, dejando atrás propiedades y posesiones de todo tipo. Dos años más tarde regresaría para encarar su juicio ante los jerarcas de la curia de la Señoría. Permaneció durante un tiempo recluida en la prisión del Santo Oficio, pero dado que gozaba con el beneplácito de reyes y la amistad de personajes prestantes a todo nivel, la famosa y querida Veronica acabaría por ser absuelta de los cargos imputados. Se dedicaría a partir de entonces al estudio literario y a la producción poética, convirtiendo su casa en Santa Maria Formosa en el lugar de encuentro de destacadas figuras intelectuales y filósofos, artistas y renombrados personajes de la cultura veneciana. Se destaca la presencia en su vida del notable ensayista Michel de Montaigne, a quien tuvo la oportunidad de conocer en 1580, cuando éste andaba de paso por Venecia, y la propia Veronica le pidió una cita para presentarle su nuevo proyecto, Lettere familiari e diversi (Cartas íntimas y variadas), y donde la avezada escritora recopilaba una serie de cartas y correspondencia que había mantenido a lo largo de su vida con varios referentes de la cultura europea, y que hoy día conforman un preciado volumen en el que se recogen datos históricos y anécdotas de las cortes y la aristocracia, así como de las costumbres y hábitos que dan muestra de la sociedad veneciana de mediados del siglo XVI. Se sabe poco de sus últimos días. Según parece, la Señoría acabaría despojándola casi por completo de sus posesiones, por lo que presumimos que murió pobre, como no olvidada. Tuvo un total de cuatro hijos, con cuatro hombres distintos. Se dice que luchó por la creación de una institución que se encargara de acoger a las viejas cortesanas, algo así como una casa de retiro para quienes prestaron tan loable labor a la Corona. Es muy probable que haya continuado una producción literaria de la cual hoy no tenemos ningún registro. Al parecer murió en la parroquia de San Moisés, en Venecia, y su nombre figura en el registro del Magistrato alla Sanitá, fechado en el año de 1591, y en el que se anuncia su muerte: “La signora Veronica Franco ha fallecido de fiebres a la edad de los cuarenta y cinco años.” También parece que dejó un testamento, en el que hereda un poco de dinero a dos jóvenes cortesanas que se iniciaban en el oficio. El afamado pintor Tintoretto quiso plasmar la imagen de Veronica Franco en dos de sus obras: Dama que descubre su seno de 1570 y Retrato de dama de 1574, y aunque muchos discuten de si realmente se trataba de la mítica Veronica. En ambas pinturas se aprecia a una mujer desnuda, carnosa, de piel muy blanca, de facciones delicadas y ojos claros, adornada con joyas y en posiciones un tanto seductoras. Mujer renacentista, adelantada a su tiempo, Veronica sirvió como inspiración y musa, pero también supo resaltar por sus talentos intelectuales y artísticos. En un mundo limitado para la mujer, Veronica supo abrirse un camino propio y llevar una vida a su manera, ganándose el respeto de una sociedad que además condenaba su oficio. Respecto a sus poemas, Veronica aportó una visión de la mujer moderna, y siendo la reina de las cortesanas, con su declive vendría también la debacle de las cortesanas todas, quienes poco a poco comenzarían a perder sus prebendas y privilegios, y hasta perder su prestigio. Para Franco las mujeres estaban “condenadas a comer con boca ajena, dormir con ojos ajenos, moverse según los deseos ajenos, corriendo en manifiesto naufragio siempre de las facultades de la vida.” Pietro Aretino, destacado poeta, sugiere en la presencia de Veronica Franco la amalgama de la belleza física con el poderío intelectual: “Venus se había convertido en mujer de letras.”, escribió refiriéndose a ella. En su obra Veronica rescata el erotismo y la sensualidad, así como se expresa respecto al dolor que constituye ser mujer en una sociedad que la relega a la marginalidad: “Cuando nosotras también estemos armadas y entrenadas, podremos convencer a los hombres que tenemos manos, pies y un corazón como los suyos.”

Veronica Franco

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