“Oh!, he oído a un gran poeta recitar una poesía dentro de mi vientre.” Así lo entendió desde pequeña la poetisa surrealista Unica Zürn. La casa de Grünewald sería el hogar donde creció, y que evoca con ternura a través de sus escritos, pero en cuyo interior más que ternura se vivía un ambiente de desencuentros, infidelidades, abusos. Tuvo un sentimiento edípico respecto a la relación con su padre. Él era escritor y periodista, oficiaba como oficial de caballería, y como acérrimo coleccionista de arte no desaprovechaba cada uno de sus viajes para traer a casa alguna rara pieza arqueológica de un lugar remoto de Oriente Medio o del norte de África. Un día regresó no sólo cargado de raros objetos que despertaban la curiosidad de su pequeña, sino que además trajo consigo una posesión aún más extraña: su amante. Durante sus períodos de ausencia, la madre de Unica tampoco desaprovecharía, y es así como Unica nos cuenta que podía reconocer al menos a tres de sus amantes, y en especial aquel que no podría olvidar luego de que lo sorprendiera ejecutando con su madre la maniobra sexual del 69, números que aparecerán frecuentemente en sus escritos, dándole al seis una connotación de muerte y al nueve un símbolo de vida. La amante de su padre se mudaría pues a vivir bajo el mismo techo con la esposa y los dos hijos, y esto se daría sin recriminaciones ni cuestionamientos y sin prestarle atención a los juicios ajenos. En este entorno familiar un tanto confuso, Unica también tuvo que sufrir una violación, y nada menos que por parte de su hermano, siete años mayor que ella, quien un día repentinamente ingresó a su cuarto para hundirle su “cuchillo” entre las piernas. Unica había sido herida por primera vez, siendo las tantas otras heridas que recibiría en su vida lo que fuera el motor de su actividad artística. Finalmente durante su adolescencia sus padres deciden divorciarse, y dado la precaria situación económica Unica desertaría de sus estudios para dedicarse a trabajar. Tiene una oportunidad laboral en la compañía de cine UFA, donde comienza como archivista, luego pasa a ser montadora y finalmente se descubrirá su talento como guionista. Durante la guerra contrajo matrimonio con un hombre mayor y simpatizante del nazismo, Erich Laupenmühlen, con quien tendría dos hijos y de quien se acabaría separando unos años después, perdiendo también la custodia de sus hijos. Se dice que uno de sus partos fue provocado de manera involuntaria durante un bombardeo. Los primeros años de la década de los cincuenta Unica vive de escribir cuentos y relatos breves para periódicos y revistas alemanas y suizas, y comienza a inmiscuirse en el mundo de la bohemia y a interesarse por conocer las últimas corrientes y tendencias artísticas y a sus máximos representantes. Es así como para 1953 Unica conoce a un hombre que transformará su vida. Será el pintor y escultor polaco Hans Bellmer quien la invitará a explorar el mundo del surrealismo y la animará para que explote su vena artística, pero a sí mismo será él quien acabe trastornando la psique ya afectada de la marginada poetisa. Unica ya se había divorciado cuando comenzó un amorío con este personaje estrafalario que solía maquillarse, pintarse los labios de rojo y usar pintorescos sombreros, reconocido por su arte particular que consistía en poupées (muñecas) del tamaño de un humano promedio decoradas con fetiches sexuales, y que tenían buena aceptación entre los artistas del momento. Los nazis lo habían incluido en su listado de “artistas degenerados”, y era conocido por haber permanecido cerca de dos años en el campo de concentración de Les Milles en 1938, y esto por haber creado una de sus poupées para denunciar el absurdo de las proclamas nazis que abogaban por una raza pura, y por lo cual su muñeca decapitada tendría solamente su torso y sus cuatro extremidades que eran todas piernas. Será este Bellmer quien la invitará a experimentar con el dibujo automático, la instruirá en los enigmas de la Cábala y le enseñará los anagramas por los que luego sería reconocida. Un anagrama es una palabra cuyas letras permiten formar otra palabra, como el caso de “amor”, que bien puede intercalar sus letras y convertirse en “omar”, “roma”, “ramo”, o “armo”. Unica se animó a jugar con las palabras y los trazos aleatorios y es así como sus composiciones poéticas más parecen pinturas. Así describe este juego de los anagramas en uno de sus cuentos: “Diversión inacabable para ella, la búsqueda de una frase en otra frase. La concentración y el silencio que exige esta ocupación le permiten sustraerse por completo de su entorno -incluso olvidar la realidad-, que es lo que ella desea.” Motivada por Bellmer, para 1954 Zürn da a conocer su primer libro compuesto por diez dibujos automáticos y diez anagramas formados por las palabras “Je séme le néant blanc, y titulado Hexentexte (Textos de brujas), y unos años más tarde da a conocer otro libro de poemas, anagramas y aguafuertes, titulado Oracles et spectacles. En los años siguientes se animará a exponer sus obras y realiza por lo menos cuatro exposiciones individuales en París, y en las cuales Bellmer la introduce con los más grandes representantes del movimiento surrealista: Man Ray, Max Ernst, André Breton, Marcel Duchamp y Henri Michaux, este último de gran importancia para su vida. Eventualmente acabaría participando de la Exposición Internacional Surrealista llevada a cabo en la capital francesa. Así describe ella estos encuentros con los más notorios representantes del movimiento: “Los admirados, entraron en mí, pusieron cerca los raros tesoros guardados de la infancia.” Cuando finalmente la pareja se estableció en París, se desataría una relación ciertamente surrealista, donde al comienzo Unica sirvió de modelo para que Bellmer plasmara el retrato diabólico de su amante, y que luego pasaría a servir como modelo de cuerpo entero y hasta convertirse en una de sus poupées. Junto a Unica, Bellmer pudo lograr su fantasía de dar vida a sus muñecas, y en adelante siguió su tarea decorativa de fetiches en los cuerpos de mujeres a las que fotografiaba, como la icónica imagen que publicó en su portada la revista dirigida por André Breton, Le serréalisme, même, titulada Manténgase en refrigeración. En la foto aparece el torso de Unica, desnudo y magullado por una cuerda de acero con púas que la amarra y la enrolla como un embutido desgarrándole la piel, formando cúmulos de carne apretada con figuras triangulares, los senos apretujados, bultos, hinchazones, plisadas, una imagen muy propia del estilo sadomasoquista y también del bondage. Al parecer este maltrato o sometimiento, esta sumisión a la que se veía abocada Unica, serían también un detonante para despertar su creatividad poética. Así se refiere a estas experiencias en alguno de sus escritos: “El juego se hace peligroso, y eso es lo que a ella le gusta. Le vendan los ojos. Encienden fuego, tan cerca que su vestido empieza a arder. Le tiran del pelo. La pellizcan y la golpean. Ella no deja oír ni una queja. Sufre en silencio, perdida en ensueños masoquistas en los que no caben pensamientos de venganza o de desquite. Ella tira de sus ligaduras y siente con gusto cómo se le clavan en la carne.” Ella permitía por voluntad propia que Bellmer la dominara, había en esta fuerza dominante una rara admiración que ella perseguía y que lo explica en su relato El hombre de jazmín: “Ah! Esta falta de inteligencia hace que el polluelo, que mira al águila que gira sobre su cabeza, se deja retorcer el pescuezo, presa de histérica admiración. Y ella siente la dolorosa limitación, la penuria, la monotonía que a veces supone el vivir como mujer”. Junto a Bellmer, Zürn se transforma en una muñeca, perdiéndose a sí misma; pierde su forma y también su espíritu, permite que el hombre disponga enteramente de su esencia y la despoje de su ser. Y es que única también cedería a los caprichos del veleidoso artista, cuando se prestaba para acostarse con mujeres o hacer tríos, y así también someterse a varios abortos, ya que Bellmer no quería tener hijos pero tampoco gustaba de usar ninguna clase de anticonceptivos. Pero en su momento Unica acabará cansándose de Bellmer y dejará París, y al cabo de un tiempo comenzará un idilio con el hombre con los ojos claros “más hermosos que cualquiera haya visto jamás”. Así describe Zürn su encuentro con el poeta Henri Michaux, quien también ejercerá una grande influencia en la poetisa, creyéndose ella como una mujer hipnotizada por él, hechizada por sus encantos, y a quien podía incluso escuchar a la distancia. Junto a Michaux, Unica comenzará a experimentar con la mezcalina, sustancia que sin duda desataría aún más sus delirios y que cada vez serían más frecuentes. Para 1957 Unica sufrirá un primer ataque que la llevará a parar a la clínica de Wittenau en Berlín, cuando entró a una peluquería, y luego de que le hicieran el corte que requirió confesó que no tenía dinero con qué pagar, y por lo que sería enviada ante un juez. Fue ella misma quien confesó no sólo su delito sino también su padecimiento y locura: “Me parece que soy esquizofrénica. Creo que deberían llevarme a Wittenau.” Pesaba menos de 40 kilos cuando fue ingresada al hospital. Durante su estancia en Wittenau, Zürn se dedicará a compartir con otras mujeres destinadas al “cuarto de labores”, donde pasaba sus horas tejiendo y remendando, y recogiendo al interior de un sanatorio mental las historias que luego serían narradas en sus escritos. Diagnosticada efectivamente con esquizofrenia, en los años siguientes Unica será ingresada en distintos hospitales psiquiátricos de Francia. Michaux la interna en el Sainte-Anne, donde un doctor le preguntó si creía posible que su condición mejoraría, a lo que ella respondería que no. Y ciertamente fue así cuando en una ocasión intentó quitarse la vida abriéndose tajos en los antebrazos, empleando los vidrios quebrados de una botella de Coca-Cola, pero que no serían lo suficientemente afilados como para herirse de muerte. Caería en un desmayo y a la mañana siguiente sería encontrada por una enfermera, y perturbada por volver a la vida y descubrir que no se había desangrado, escuchó a la enfermera decir: “No se muere tan fácilmente.” En 1962 Zürn es ingresada al psiquiátrico de la Rochelle, donde empleará la escritura para huir de sus delirios o para poder decantarlos a través de la palabra. “Como si en la locura hubiera un refugio, lo cual, por otro lado puede ser verdad”, escribe la poetisa, quien para ese momento empieza a redactar la primera de sus dos grandes novelas y por las que sería más reconocida, Der ann in jasmin (El hombre jazmín), subtitulada Impresiones de una enferma mental. Cuatro años más tarde lo dará por terminado, publicándose a inicios de los años setenta, con una nueva publicación póstuma traducida al francés al año siguiente y una versión en alemán que aparecería seis años después. Escrito en tercera persona, la novela relata la locura, con detallados episodios esquizofrénicos en el marco de una historia que tiene por protagonista a un paralítico que cuida de su jardín, donde destaca especialmente un jazmín que está siempre florecido, incluso durante el invierno. Este personaje, al que se le conocerá como el “hombre blanco”, tiene una fuerte influencia sobre la mujer que describe su historia, pareciéndose mucho a los dos personajes reales que tanto poder tenían sobre su vida: Bellmer y Michaux. En 1967, motivada por Michaux, y en tan sólo unos pocos días, Zürn escribió esa segunda historia que será de sus más recordadas, Dunkler frühling (Primavera sombría). En sesenta páginas, este relato (que en principio había titulado Primavera negra pero que debió cambiar por coincidir con una obra de Henri Miller), contará sobre una serie de anécdotas autobiográficas, narrado en tercera persona como una manera quizás de transpolar sus sentimientos e identificarse por fuera del personaje principal, tratarse como el objeto de análisis y estudiar sus propias emociones desde una perspectiva externa. En el libro relata algunos episodios que marcarían su infancia en la casa de Grünewald, su admiración desmesurada por el padre y el desprecio por una madre a la que considera vieja y gorda, del hermano que la ha violado y a quien ella quisiera asesinar, sus primeras tentativas en la exploración de su sexualidad a través de la masturbación, tal como se detalla a continuación: “Ella piensa dónde puede encontrar su propio complemento. Se lleva a la cama todos los objetos duros y alargados que encuentra en su cuarto y se los introduce entre las piernas: unas tijeras frías y relucientes, una regla, un peine y el mango de un cepillo. Mirando la luz de la ventana, busca su propio complemento masculino. Se monta en la fría barandilla de metal de su cama blanca. Se quita la cadena de oro que lleva en el cuello y la pasa por entre las piernas frenéticamente hasta hacerse daño.” Sigue su recorrido vital hablándonos de sus amores y por último de los delirios que la llevaron a ser diagnosticada como esquizofrénica, además de varios relatos que documentan historias vividas al interior de estos hospitales psiquiátricos. Cuenta de lugares donde un médico atiende a más de trescientos internos y de cómo suministran “raros medicamentos”, del aburrimiento en el que mueren las mujeres que “no se quitan de sus sillas” mientras cosen como única actividad, del trato que le dan a las personas a los que de repente los asalta la ira y a los que “crucifican” en camisas de fuerzas que parecen el “traje de un arlequín con el que un artista de pantomima podría representar una escena impresionante, si tuviera ocasión de estudiar su papel en un manicomio.” Unica Zürn también es autora de un libro de cuentos que fue publicado luego de su muerte, El trapecio del destino y otros cuentos. Relatos cortos que habían sido publicados en diarios alemanes y que hacen parte de un trabajo más periodístico que literario. El encantamiento es un cuento que destaca por estar plagado de símbolos. Una costurera llamada Milli se despierta en la sastrería donde trabaja como asistente. No tiene extremidades, y serán los demás maniquíes quienes le hablarán para hacerla caer en razón de que ahora es una de ellas. El sastre había intentado abusar de ella y había terminado por encantarla: “Serás como uno de ellos”, la maldijo. También será notorio su ausencia de rostro. Pese a su dolor, la historia acaba con las otras figuras de maniquíes haciéndola sentir la más bella de todas y prometiéndole que con ellas vivirá feliz. Está pendiente la edición de otros dos relatos que esperan por ser publicados: La casa de las enfermedades y El blanco con el punto rojo. Durante estos años Unica no detiene su creación artística, escribe cuando está por fuera de los hospitales y dibuja durante su estadía en ellos, y es frecuentada por sus amigos Bellmer y Michaux, quienes trataron de mantenerla siempre incentivada compartiéndole herramientas para pintar, pinceles y papel de dibujo, libros, y obsequios que pudieran alegrarla y darle motivos de vida. Ícono del surrealismo, las obras pictóricas de Zürn comprenden varios estilos. Rayaba donde fuera, donde le asaltara la idea, sobre hojas arrancadas a los cuadernos o sobre partituras musicales, usaba óleos, acuarelas, y de preferencia la tinta china, todo para ilustrar sus anagramas cargados de contenido poético, visual, estético. En sus pinturas encontramos figuras humanas entreveradas con animales y plantas, culebras de dos cabezas, aves con cuerpos de perros, gatos ardiendo en llamas, reptiles con cabezas de lobos, insectos y peces abigarrados de una imaginación desbordada, obedeciendo a una suerte de conjuro, profecía o revelación, dejándose llevar por trazos que expresaban su angustia y descontento, trazos irregulares, espirales, circunferencias, líneas que se abrían en formas y figuras más concretas producto de su inconsciente alocado, criaturas mitológicas como grifos, dragones, hadas, otros seres fantásticos y rostros, muchos rostros, rostros que aparecen discretamente, perfilados o de frente, superpuestos, simultáneos, deformados como sus representaciones humanas y la multiplicidad de sus tantas facetas. Predomina el color blanco, su preferido, “el color de la mayor tristeza”. En algún momento, en uno de sus arrebatos de locura, Zürn, en un acto de liberación, se deshizo de varios de sus dibujos y escritos, y por lo que luego se vería enormemente arrepentida. “Yo deseaba seguir dibujando más allá de los límites del papel, hasta el infinito”, son las palabras de quien también será recordada por plasmar sus emociones en dibujos. Unica abrazaba la locura porque finalmente no encontraba otra forma de vivir, de sentirse viva, y esta era la manera como se compenetraba con su obra. “La vida sin desgracias es insoportable.” Disfrutaba enloquecer: “Alguien que viaja en mí me atraviesa. Me he convertido en su casa. Afuera, en el paisaje negro de la vaca que muge, alguien pretende existir. Visto desde esta perspectiva el círculo se estrecha a mi alrededor. Atravesada por él desde adentro, ésa es mi nueva situación. Y me gusta.” Se permitía narrar sin reparos ni pudor escenas sexuales, contarnos sobre los estados de la locura y así también develar sus pasiones más íntimas y su perversidad, sus ideas más oscuras que la acompañaban desde la infancia, sus obsesiones y traumas, la crueldad de sus pensamientos secretos. Ella destacará por atreverse a explorar la literatura erótica en un campo todavía virgen para las mujeres y apenas transitado por pocos hombres. Narrará sin pudor de esa niña que teme ser sorprendida cada vez que invita a su perro a que le lama su vulva, o del orgasmo que experimenta una mujer mientras es degollada lentamente por un indígena, o de aquellos hombres con capuchas negras que la violan y la penetran con un cuchillo que luego se convierte en la lengua de un perro. Mezcla de dolor y placer, Zürn es una escritora honesta que exhibe sus emociones sin ningún tipo de vergüenza y se permite experimentar con su locura, una locura imaginativa como cualquiera, pero que desafía por su sinceridad y falta de pudor. La más real de los surrealistas, una mujer que vivía en varias dimensiones, entre la paradoja y lo absurdo, gozando de la libertad de ser un loco. En su poema El capitán Libertad tenía razón, escribe: “La libertad una vez la abrazamos, nos atrapa para siempre. La libertad habita en la soledad, en un mundo sin anclas y sin amarras, en el que nadie nos ayuda ni nos sostiene más que nosotros mismos.” Y esa libertad la llevaba a jugarse la vida, le gustaba tentar a la muerte, no temerle: “El que tema a la muerte que no juegue a ese juego. El que tema a la vida que no juegue a ese juego. El deseo de morir y la alegría de vivir se entremezclan de un modo horrible a los ojos de los enamorados sin futuro.” A lo largo de su vida Unica lo intentó con el suicidio en diferentes ocasiones. Su obsesión comienza a temprana a edad, y describirá este suceso en uno de sus relatos, donde a los 12 años tuvo el impulso de arrojarse por una ventana, pero acabó disuadiéndose de la idea porque llevaba puesto un pijama muy bonito. Cuenta también en alguno de sus relatos que una vez quiso colgarse de una soga al salir de la casa de unos amigos, pero acabó desistiendo de la idea cuando estaba amarrándose el lazo al cuello y fue asaltada por la mirada felina de un par de gatos, unos ojos hermosos que la avergonzaban de hacer lo que estaba haciendo y por ello abandonó su propósito. Dice que en la calle Mouffetard, cualquier día, sintió un deseo enorme de defenestrarse, pero que consideró que la ventana no estaba lo suficientemente alta. Uno de sus psiquiatras escribiría respecto a esta pulsión de muerte y a sus ideas de suicidio: “Actualmente todo le es igual y si tuviera una pistola se mataría.” También se permitió describir un par de suicidios que había testimoniado o de personas cercanas, como el de aquella chica de 17 años que “una noche se arrojó por la ventana arrastrando consigo a su madre que trataba de sujetarla”; o la historia de la mujer que oía hablar a la máquina de coser y que por despecho se arrojó de un edificio abrazando a su hijo; o la de una joven que por sentirse poseída de su novio y que ejercía sobre ella un poder maligno acabó cortándose las venas y terminando de esta manera cualquier tipo de maleficio. Y su destino al final sería el del suicidio. Había sido tratada por el mismo psiquiatra que se ocupó de Antonin Artaud, pero ni él ni los neurolépticos conseguirían reanimar su espíritu descontento y alicaído y ese desánimo por vivir. En 1970 será internada en la Maison Blanche y finalmente irá a parar a la clínica de la Chailles. Sucedería pues que durante un permiso de salida de cinco días que le había sido concedido, Unica fue a casa de Bellmer, quien yacía mudo desde hacía unos años y postrado en una silla de ruedas debido a una hemiplejia (como si se tratara finalmente de ese hombre del jazmín), y en medio de la noche saldría a la ventana para dar el último respiro antes de lanzarse al vacío. “Es mi destino el ser una eterna víctima”, había escrito años atrás. No soportaba la idea de morir de sorpresa, repentinamente. Ella lo tenía planeado desde la infancia, se había anticipado y, visionaria, predijo su desenlace, fue ella quien lo escribió, murió por voluntad propia, acabó con su historia y le puso un punto final a su propia vida. Ella estaba más allá, ya lo sabía, y lo supo siempre, conocía su final porque varias veces lo había profetizado. Fue enterrada en el cementerio de Père-Lachaise, y en su epitafio Bellmer escribió una frase extraída del libro Cumbres borrascosas: “Mi amor te seguirá hasta la eternidad.” Cuatro años después la seguiría también él, no sabemos si a la eternidad, pero al menos sus restos fueron enterrados junto a los de ella. Uno de sus poemas más recordados termina con las siguientes palabras: “Yo, la gran ensimismada, la que surca la materia espiral de un pensamiento, la que unge los espejos de rasguños, la que vivió una vida más alta, y murió una muerte más pura.”
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