Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Teresa de Ávila, “Santa Teresa de Jesús” (1515-1582)

Caracterizada por una gran capacidad de inventiva desde que era una niña, Teresa alentaría su condición de fabuladora deleitándose con las historias de santos y héroes que entregaban su vida en razón de su fe, y que su padre solía contarle. A los 7 años ya debatía con él acerca de la existencia incierta del infierno y el paraíso, sin embargo su educación llegaría hasta la primaria, ya que el siguiente nivel educativo era una exclusividad permitida únicamente a los varones avezados en el latín. A los 13 años muere su madre, y este suceso la marcará de por vida, ya que al momento juraría adoptar en la Virgen María la figura de su propia mamá. Regresa donde su padre para encargarse durante tres años de los cuidados del hogar, y pese al descontento de este, Teresa manifiesta su voluntad de convertirse en monja, y será tanto su empecinamiento que su anhelo vocacional acabaría por cumplírsele. En 1936 Teresa se integra a las carmelitas, y su padre ofrece una donación de ropa, sábanas, libros y cereales para el convento, queriendo de esta forma que su hija fuera bien recibida por la congregación conformada por casi doscientas monjas. Los años venideros serán un verdadero viacrucis en la vida de la mística, que tendrá que soportar los tantos padecimientos que la aquejan. Sufría de fiebres y fuertes migrañas, dolores en el estómago, hígado, riñones y corazón, además de los desmayos permanentes que acabarían menoscabando no sólo su cuerpo sino también su alma. Sentía pánico a la muerte y su desequilibrio psicológico se hacía cada vez más notorio. Una rezandera le dio un brebaje mágico compuesto de hierbas, uñas de rana, alas de mosca y excrementos de culebra, lo que empeoraría aún más el estado de la joven novicia, que después de mucho batallar ya no pudo seguir insistiendo. Antes de expirar le fueron aplicados los santos óleos y unos minutos después, ante el mutismo y la inmovilidad, corroboraron que no respiraba poniéndole un espejo enfrente de su nariz. Le pusieron cera en los ojos para que permanecieran un poco entreabiertos, envolvieron su cuerpo lívido en una mortaja y cavaron la tumba para enterrarla. Pero el padre postergó su entierro, y fue así como luego de cuatro días Teresa despierta de un coma profundo, y para sorpresa de cualquiera retorna del mundo de los muertos. Su recuperación fue bastante penosa, dado que se encontraba absolutamente inmovilizada y era incapaz de morder y tragar. Desde 1539 y hasta 1542 Teresa permanecerá en cama, y será un año más tarde cuando Dios empezará a manifestársele, al comienzo un poco discreto y ya luego con claridad plena. Dice que Jesucristo se le había aparecido para reprenderla, y también asegura la aparición de un sapo gigantesco que se le acercaba. Sin embargo en un principio también ella se encontraba escéptica frente a estas revelaciones fantásticas y sobrenaturales, hasta que en 1558 llegaría su primer rapto y la visión del infierno, cuyas puertas describe como las puertas de un horno oscuro y pestilente abarrotado de serpientes que desbordaban los suelos. Las confesiones de San Agustín fueron una fuente de inspiración para Teresa, quien tras su lectura quiso retomar con mayor rigurosidad sus prácticas religiosas y entregarse con devoción mística al ejercicio de su propia espiritualidad. En 1559 otra nueva revelación divina en la que Cristo se le acerca por su derecha y le confiesa algunas palabras, y un año más tarde se produciría la Transverberación, episodio también conocido como el Éxtasis de Santa Teresa, y que se trató de un delirio místico de la religiosa, en la que se vio confrontada a un hermoso ángel que le atravesaba varias veces su cuerpo con una ráfaga de flechas, ocasionándole un dolor que estaba por fuera de este mundo. Ella apoyará su testimonio intentado justificar sus ataques de fervor con las siguientes palabras: “Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento”. Los religiosos le daban crédito a estos encuentros celestiales y le insistieron para que se entregara a ellos y soportara las quebrantos con estoicismo. Inquieta, en 1560 tuvo la idea de fundar un convento, y en compañía de otras compañeras, y luego de haber sorteado toda clase de prohibiciones, vetos, censuras y déficits económicos, Teresa consigue levantar en su ciudad de Ávila el que fuera el primero de decenas de conventos. Finalmente la institución sería inaugurada para 1562, y al interior se respiraba una disciplina mucho más estricta respecto a la oración, el ayuno, el estudio y las tareas de trabajo. Dormían en jergones de paja para preservarse austeras, y en el menú no estaba incluida la carne. Se instauró la novedad de los recreos, momentos de dispersión y divertimento que servirían a las religiosas para desatender sus preocupaciones, espacios consagrados a cantar o a recitar poemas, y así también Teresa implementó las eremitas, unos cubículos apostados en varias partes del convento y que sirvieran como pequeños refugios de oración. En 1563 Teresa se descalzó de los zapatos que desde antaño venían usando en los uniformes de las carmelitas, para emplear unas alpargatas de cáñamo que fueron imitadas por las demás novicias, pasando a formar parte integral de sus atuendos y de allí que se les conozca como las carmelitas “descalzas”. En 1567 un delegado del Papa se entrevista con la impetuosa religiosa, y su personalidad lo dejará sorprendido. Insta al máximo pontífice para que dé su aval a Teresa y esta pueda dar inicio a sus infatigables andanzas dentro de su labor fundacional de comunidades, y es así como en los próximos años se levantarán torres y campanarios, conventos y monasterios, iglesias, catedrales y capillas, cada uno con sus distintos trámites y contratiempos, apoyados por herencias y donaciones y ubicados a todo lo largo y ancho del territorio español. En 1570 un asalto de piratas en tierras españolas acabó con el homicidio de casi medio centenar de jesuitas, a lo que Teresa se refirió con una de sus alucinaciones o visiones recientes, y manifestó haber visto a estos mártires rozagantes y deleitándose con las delicias del paraíso. En 1572, el que venía oficiando como confesor de las monjas, el místico Juan de la Cruz, pasó a formar parte de las carmelitas descalzas, representando así un aliado valiosísimo e incondicional que se unía a la causa de Teresa. Ese mismo año, en medio de una misa celebrada por Juan de la Cruz, la religiosa escucharía a Dios decirle que “nadie podría apartarla de Él”, y a este episodio se le conocerá como el Matrimonio Espiritual de Santa Teresa. Pero los poderes de la prodigiosa novicia lograron superar el campo incorpóreo para manifestar lo sobrenatural en este mundo terreno. Se decía que en sus estados de trance podía levitar. Algunos testimonios aseguran que al momento de la Comunión Teresa tenía que aferrarse al pretil del atrio para no salir volando por encima de todos. Una religiosa asegura haber presenciado a Teresa suspendida en el aire durante más de media hora antes de retornar al mundo de los mortales, y como si hubiera estado en un viaje por otras dimensiones, se reincorporó y le preguntó quién era y si había sido testigo de lo ocurrido, para finalmente pedirle que no revelara a las demás monjas lo que había visto. En 1582 Santa Teresa subió a los cielos. Esta vez sí murió de verdad, y nunca más resucitaría. Su cuerpo no fue embalsamado, y apenas se le recubrió con un manto de una tela bordada en oro. De su cuerpo siguió espirando un olor dulzón, “agradable”, decían, y a pesar de que pasaron varios años, sus restos lucían como si recién se le hubiera apagado la vida, fenómeno que años más tarde sería corroborado por la ciencia, dándole crédito a la gracia divina de la difunta, y así también se analizarían los testimonios de quienes la habían visto levitar, para que finalmente, y a poco menos de tres décadas de su fallecimiento, el Papa Gregorio XV la canonizara junto a Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Su fama trascendía las fronteras de España y la declaración oficial de su santidad fue también motivo de celebración en Francia y en otros países. Las monjas lavaron su cuerpo y lo vistieron con túnicas nuevas y lo depositaron en un arca con ventanas y cortinas corredizas para que la gente pudiera verla. Envuelta en vestimentas de tafetán color violeta, terciopelo negro y adornos dorados de seda y el nombre de Jesús bordado con plata, a la santa se la paseaba por el medio de procesiones multitudinarias que anhelaban poder verla. Finalmente sería sepultada y su sepulcro estaría sellado por nueve llaves. Tres años después el cadáver sería exhumado y aún conservaba su actitud lozana y su fragancia sobrenatural. A partir de ese momento el destino de sus restos se convertiría en una suerte de repartición de miembros a distintos lugares del globo. En principio el padre que estuvo a cargo de su cadáver cortó la mano izquierda que envió en un cofre a las carmelitas descalzas del convento de Ávila, no sin antes arrancar su dedo meñique para quedárselo como una reliquia sagrada. Luego los médicos abrirían su pecho para rescatar el corazón que permanece en un relicario. A tres distintos conventos españoles se enviaron el ojo izquierdo, parte de una costilla y la clavícula; a Roma se trasladaron su pie derecho y su mandíbula superior; sus muelas fueron desperdigadas como reliquias hasta llegar incluso alguna de estas piezas dentales a territorios mexicanos, y así mismo uno de sus dedos se preserva en un monasterio francés y los demás fueron repartidos en varios conventos de diferentes países. Algunas de sus pertenencias como un tambor, una campana, una pandereta y los trozos de la sábana que la cubrían al momento de morir, también se preservan en el Convento de Ávila. Teresa es una santa de devoción mundial. No solo inspiró a su camarada San Juan de la Cruz, sino que en adelante sirvió como un referente de inspiración para todas las demás religiosas que le sucedieron, muchas de ellas uniéndose a la Orden de las Carmelitas Descalzas que ella fundaría. Su vida y su obra ha sido explorada, analizada con detalle, revisada y reescrita con el pasar de los siglos, y con el paso del tiempo en todo el mundo se han venido bautizando hospitales, escuelas, iglesias y toda clase de instituciones con el nombre de Santa Teresa de Jesús, como entonces sería conocida dentro de la iglesia católica. En 1617 sería considerada como “Patrona de todos los reinos de España”, compartiendo el patronazgo de su tierra con el apóstol Santiago el Mayor. En 1997 bajo el pontificado de Juan Pablo II, Santa Teresa de Jesús sería nombrada Doctora de la Iglesia Católica, junto con Teresa de Lisieux, con quien no debe confundírsele, también conocida como Santa Teresa del Niño Jesús o Santa Teresita, patrona de los misioneros, que proclamada santa por los días en que San Juan de la Cruz recibía su título de Doctor. Respecto a sus escritos, estos han sido traducidos a casi todas las lenguas. Se destacan su autobiografía con un total de cuarenta capítulos, y en donde contará sobre dos momentos en los que sería visitada por presencias demoniacas, y como estos íncubos se sentían ofendidos por la presencia de la cruz, pero que no era suficiente para repelerlos de un todo, por lo que se hacía necesario valerse del agua bendita. A Teresa le gustaba explicar sus reflexiones a través de la metáfora, y muchas de ellas están expresadas a través del agua, a la cual le confería tres virtudes específicas: apaga el fuego, limpia y sacia la sed; y que así mismo en la vida contemplativa se debe aspirar a menguar las pasiones, purificar y sosegar el alma. Se destaca además su libro Camino de perfección, dividido en cuarenta y dos capítulos, en los que define los cuatro preceptos que le fueron dictados por Dios para que la Orden de las Carmelitas pudiera mantenerse siempre vigente. “El verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor”, dice en este libro del que se imprimieron varias copias para distribuirlas en distintos monasterios y conventos españoles. En Las moradas del castillo la religiosa dedicará sus palabras a la reflexión, la meditación y la espiritualidad, y en Fundaciones hará remembranza de sus viajes por los lugares en donde fue necesaria su presencia para que Dios fundara a través de ella un nuevo convento. En este libro aprovechaba para dictar algunas instrucciones cotidianas que toda novicia debía acatar, insistiendo en que Dios andaba inmiscuido en cada acto minúsculo y en toda tarea rutinaria: “Entre los pucheros anda el Señor”, es una de sus frases más célebres. Se conservan algunas otras frases que según ella solía escuchar después de recibir la comunión, así también como unas cuatrocientas cartas dirigidas a un sinfín de clérigos y hasta monarcas, y una treintena de poemas y algunos pocos villancicos. Los que estuvieron cercana a ella describen su hermosura: de piel blanca y buen andar, estatura mediana, pelo negro y crespo, rostro ovalado y lleno, frente ancha, cejas llanas y ligeramente arqueadas color rubio oscuro, ojos negros, vivos, circulares, nariz redondeada y con la punta hacia abajo, dientes blancos enmarcados por un labio superior delgado y el inferior más grueso y un poco caído, las orejas, la barbilla y el cuello bien hechas, calculadas, femeninas, y todo el conjunto adornado por tres lunares que le salpicaron en el lado izquierdo de su cara. A un clérigo le comenta que desde siempre ha sido destacada por su belleza, su inteligencia y su santidad, asegurando que la primera salta a la vista y que respecto a la segunda nunca se ha creído ninguna boba. Referente a la santidad, solamente a Dios le corresponderá juzgar. “Todos estamos llamados a ser santos, con la ayuda de Dios”, decía.

SANTA TERESA DE ÁVILA TERESA DE JESÚS

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