Muchos artistas de la época se vieron seducidos por frecuentar el mítico barrio bohemio de Montmartre para contagiarse del ambiente artístico que pululaba en lo que parecía ser el epicentro de la cultura parisina. Sin embargo a Suzanne el barrio de los poetas, pintores y músicos le sería conferido por destino. Fue una niña que creció rodeada del entorno artístico, ya que su madre al enviudar se trasladaría a Montmartre para ejercer los oficios de costurera, criada y lavandera. Poco era el tiempo que podía disponer para velar de su hija, quien a pesar de encontrarse inscrita en un colegio de monjas, solía pasar sus jornadas de estudio dedicada a la pintura o a departir en los espacios donde se respiraba el aroma circense del espectáculo, de lo festivo y lo acrobático. Fue por esto que a los 15 años Suzanne ya se había convertido en una diestra tramoyista, sin embargo un accidente en medio de un ensayo frustró para siempre sus anhelos de saltimbanqui. Criada en el contexto de las tabernas, los bares y cabarets, los teatros de variedades y los salones de baile, Suzanne crecería contagiada de la más auténtica Belle Epoque, contando con la fortuna de no haber nacido bajo el yugo burgués, y permitiéndose una vida callejera, libre, nocturna y bohemia, alejada del estilo consentido y obsecuente de las mujeres de hogar. Así mismo tuvo la posibilidad de codearse con el género masculino en una relación más o menos pareja, sin que le importara obedecer a los compromisos que hubiera tenido que aceptar de haber nacido en una cuna de privilegios. Suzanne empezó a involucrarse en el mundo de la pintura, toda vez que su belleza física y su amistad con sobresalientes pintores de la época, la llevaran al frente de sus lienzos en blanco, sirviendo como una modelo solicitada por lo más ilustres, como es el caso de Edgar Degas, Henri Toulouse-Lautrec y Pierre-Auguste Renoir. Su mirada encantadora de ojos azules supo cautivar más allá de la pintura, y fueron varios los amoríos furtivos que sostuvo con algunos de los pintores. Debido a sus tantos deslices fugaces, a los 18 años Suzanne tendría a su hijo Maurice, quien a la postre se convertiría en uno de los pintores más recordados de la época. A Valadon se le conocía en los bares y cafés por tratarse de esa mujer indomable y contestaria, desafiante y libertina, a la que no por cualquier cosa Toulouse-Lautrec dedicaría un retrato llamado La buveuse (La bebedora). Mientras posaba, aprovechaba para aprender las distintas técnicas y los métodos empleados por los artistas, y con el tiempo fue abandonando la estática posición de modelo para involucrarse de lleno como pintora. Su exposición ante la mirada masculina, hizo de su propia percepción una figura peculiar, y ahora será ella quien nos revele una mirada propia, femenina, sobre esos mismos asuntos que fueron tema central de muchos pintores de su admiración, como es el caso de Cézanne, Manet y Gauguin. Dejaría de ser la musa de otros para convertirse en su propia inspiración. Toulouse-Lautrec se sorprendió enormemente al descubrir algunas pinturas de Suzanne, más aún cuando la avezada pintora no había recibido jamás una instrucción formal. Ambos comenzarían una relación que se prolongaría durante un período en el que el pintor impulsaría la carrera artística de Suzanne, presentándola dentro del circuito de artistas e incluso relacionándola con el afamado Edgar Degas, quien maravillado por el talento de Valadon la convertiría en su alumna, comparándola en sus trazos con el maestro Paul Cézanne y animándole para que no abandonara su arte. Fue entonces cuando lograría consagrarse como pintora. Contrario a la vida de penurias que suele acompañar a los artistas, Suzanne Valadon logró ganar en vida una reputación dentro de los más notables de su época, alcanzando el renombre que le permitió exponer y vender sus cuadros y sacar adelante a su hijo viviendo de su propia pasión. De 1883 a 1893 se conservan varios dibujos de la artista, pero sería a inicios de la década de los noventas cuando la pintora comienza a explorar la vivacidad del color, introduciéndose en las técnicas del óleo y el pastel, y de la mano de su amante Toulouse-Lautrec descubrirá el potencial del color, para luego emplear el método del aguafuerte que le enseñaría su maestro Degas. Sin embargo Valadon nunca quiso imitar a ninguno, consiguiendo desarrollar un estilo genuino, auténtico, único. Pinta naturaleza muerta, paisajes, desnudos y retratos, destacándose en especial el que le hizo a Erik Satie, un hombre con el que tan solo estuvo una noche, y quien según la leyenda le propuso matrimonio y le juró esperar una respuesta afirmativa para toda la vida, juramento que según se dice sostuvo hasta sus últimos días. En 1894 Valadon se convierte en la primera mujer en dirigir la Société Nationale des Beaux-Arts. Una perfeccionista a la que rara vez le convencían sus propias obras, y que se hacía notar por su estilo estrafalario y por sus tantas extravagancias, como aquella de mantener siempre a la mano un racimo de zanahorias, o la de invitar todos los viernes a sus gatos a una cena con caviar, o la de tener por mascota a una cabra para que “se comiera sus malos dibujos”, según testimoniaba. En 1896 se casó con un agente de bolsa con quien conviviría durante trece años, y para 1909, a sus 44 años, inicia una tormentosa relación con André Utter, un electricista de 23 años con aspiraciones de convertirse en pintor y fiel admirador de la obra de Suzanne. Al lado de su mancebo, la artista descubriría una sensualidad hasta ahora inexplorada, que la llevaría a pintar desnudos en los que André servía como modelo, y en el que a su vez ella se retrataba desnuda, como en su obra titulada Adam et Éve, en donde cada uno representa la desnudez de los primeros humanos. Para 1912 Suzanne comienza una serie de pinturas dedicadas a retratar a su familia y a sus amistades, su entorno cotidiano, objetos y animales que la acompañan. Para 1914, en vísperas de la Gran Guerra, la pareja decide contraer matrimonio, y al terminar la guerra se instalan en una vida plagada de comodidades, mudándose a una casona inmensa que es atendida por sirvientes, e incluso dándose un lujo escaso para la época, como lo fue la adquisición de un automóvil. Después de veinticuatro años de convivencia, y ante los múltiples engaños de su marido, Valadon se separa de André, y un año más tarde conocerá a un personaje misterioso con el que pasará los últimos cuatro años de su vida. Se trata de un músico que al parecer conoció en un bar y al que se llevaría a casa para cuidar de él, y no queda muy claro la relación que mantenían, si se trataba de su amante, su amigo o su protegido. Un año antes de su muerte, Suzanne se sorprende al encontrar una de sus pinturas en una exposición de obras realizadas por mujeres notables. Muere a causa de una hemorragia cerebral a la edad de 72 años. En su lecho de muerte la acompañaron nada menos que los pintores Pablo Picasso y Georges Braque. Sus obras se pueden encontrar hoy día en los salones del Centro Georges-Pompidou de París, y así también en el Metropolitan Museum of Art de New York.

SUZANNE VALADON

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