Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Susan Brownell Anthony (1820-1906)

Durante casi cincuenta años anduvo de un lado a otro, ofreciendo un promedio de ochenta discursos por año, paseándose a lomo de mula o en bicicleta, recorriendo caminos de herradura en carruajes improvisados, abordando trenes o trineos y lo que hiciera falta para hacer llegar su voz, la voz que se alzaba para entonar proclamas en favor de la igualdad de los derechos universales. Nació en una familia de cuáqueros, que a pesar de todo tenían un pensamiento no tan radical, y que pese a estas privaciones propias de su comunidad religiosa -como aquella de no permitírsele a los niños el uso de juguetes-, los padres de Susan procuraron encontrar en su hija esa “luz interior” por la que abogaban sus creencias, convencidos de que la mejor forma era insistiendo en una rigurosa educación intelectual, y por lo que Susan a la edad de los tres años ya sabía leer y escribir. El padre de Susan, algodonero de oficio, quiso que sus hijas fueran educadas con las mismas directrices y garantías que sus hijos varones, alentando desde la infancia un ideal respecto a la igualdad de género. Para 1826 la familia se traslada a Battenville, New York, y a la edad de los seis años, además de colaborar en la fábrica de algodón, Susan ingresó a una escuela que poco convencería a su padre, por lo que entonces crearía él mismo una academia privada para educar a sus hijos. Creía que una maestra sería más idónea para impartir conocimientos, para lo cual elegió a una joven llamada Mary Perkins, y que serviría como un modelo de inspiración para la pequeña Susan. En 1837 Susan ingresa a un internado para estudiates en Pennsylvania, pero ese mismo año debe desertar de sus estudios, ya que una recesión nacional no le sería ajena a su familia, que había perdido su casa y así mismo se encontraban sofocados por las deudas. Durante dos años Susan se dedicó a dictar clases para ayudar a su padre en la manutención del hogar, primero en el Seminario de Amigos de Eunice Kenyon, y luego en la Academia Canajohari, donde acabaría oficiando como rectora. Sin embargo sería despedida cuando reclamó la tremenda desigualdad en los salarios, cobrando los hombres cinco veces más que las mujeres. Siguiendo las convicciones de sus padres, Susan comienza su militancia política alrededor de 1848, integrando el movimiento antialcohólico conocido como Pro Temperancia, y en el cual ya comenzaba a mostrar su descontento respecto a la desigualdad de los derechos civiles en su país, y por lo que conformó la Sociedad Femenina Pro Temperancia del Estado de New York. Para ese año de 1848 se celebra la famosa Convención de Seneca Falls, evento que se considera un bastión del movimiento feminista, y que sería presidida por la inagotable Elizabeth Cady Stanton, a quien Susan conocería años después a través de Amelia Bloomer, y que a la postre se convertirá en su aliada y compañera de batalla. Luego de terminar su experiencia como maestra, Susan se une a cuanta organización o iniciativa que tenga que ver con la lucha de los derechos humanos, y en principio defensora de los derechos abolicionistas y de la abstinencia del alcohol. Así pues milita en las Hijas de la Templanza, entidad encarcagada de alertar a las mujeres sobre los estragos y peligros del consumo de licor. En 1852 la veremos en Siracusa con un discurso más enfocado hacia los derechos de la mujer. Ya para ese entonces Susan proponía prendas más cómodas para las mujeres y que desafiaban las modas tradicionalistas, e incluso lideró una campaña promoviendo el uso de pantalones bombachos y faldas amplias, dejando de lado las vestimentas que restringían su libertadades. Desde 1854 hace parte de la Sociedad Americana Antiesclavista, pero durante la Guerra de Secesión tuvo que distanciarse como muchos de este movimiento, y para 1863 fundaría la Liga de Mujeres Leales, encargada principalmente de lograr la emancipación de los esclavos de los Estados sureños del país. Para ese entonces Stanton estaba más interesada en radicalizar su lucha en favor de los derechos femeninos, y pese a que Anthony no se mostraba partidaria en varios de sus planteamientos, juntas viajarían por varias regiones del país difundiendo una proclama de igualdad de género, elevando el estatus de las mujeres, enterándolas de sus derechos laborales, discutiendo el lenguaje y las costumbres sexistas, combatiendo todo tipo de discriminación y promoviendo campañas a favor del voto femenino. Era normal que Anthony viajara también sola, ya que a Stanton, madre de siete hijos, se le dificultaría desplezarse, y a menudo sería Susan quien portara su voz y leyera en las conferencias los discursos que su amiga había redactado. Para la Novena Convención Nacional de Mujeres, Susan señala cómo las causas abolicionistas y feministas pueden aunarse para reclamar juntas por los mismos derechos que les estaban siendo vulnerados, surgiendo así en 1866 la Asociación Estadounidense por la Igualdad de Derechos, y que aunó las fuerzas de los afroamericanos con las empresesas e iniciativas de las mujeres. Por aquella época se agrega a la Constitución de los Estados Unidos de América la Decimocuarta y la Decimoquinta Enmiendas, que concedía la posibilidad del voto a los esclavos libertos, y sin embargo las mujeres no estarían todavía habilitadas para el sufragio. Luego de la aprobación de estas enmiendas constitucionales surgirían divisiones entre quienes priorizaban los derechos de los esclavos por encima de los derechos femeninos, siendo Susan una de aquellas que todavía tendría que seguir insistiendo por los derechos que hasta ahora les eran negados a las mujeres, distanciándose por completo de las causas en defensa del abolicionismo. En 1868, y en colaboración con su amiga Elizabeth, Susan fundará el semanario llamado The Revolution, que estuvo operando durante dos años en New York, y cuyo lema era: “Hombres, sus derechos y nada más; mujeres, sus derechos y nada menos.” Su contenido tenía un enfoque principalmente en la publicación de artículos referentes a los derechos laborales y a los salarios de la mujer trabajadora, y por lo que acapararía la atención de muchas obreras que se interesaron en la revista. El compromiso de Susan fue más allá y se unió a la Asociación de Mujeres Trabajadoras de New York. Así mismo en The Revolution se publicaban columnas respecto a moda, higiene, prostitución, alcoholismo y, desde luego, las banderas que promovían el sufragio femenino. Y estas banderas tomarían forma cuando en 1869, y junto a Stanton, fundarían la National Woman Suffrage Association (NWSA), interesada particularmente en lograr la aprobación definitiva por parte del Congreso de una ley constitucional que habilitara a las mujeres para asistir a las urnas. Varios embates, desprecios y burlas tuvo que soportar la activista, e incluso la amenazaron quemando una imagen suya, y pese a lo cual era conocida como “La mujer atrevida”. Y tal fue su atrevimiento que cuatro días antes de las elecciones presidenciales de 1872 se inscribió para votar en su ciudad natal de Rochester junto a otras cuarenta y nueve atrevidas. Ante las negativas de las autoridades encargadas del registro, Susan invocó la reciente enmienda en la que se otorgaba el derecho al sufragio a todo aquel ciudadano que hubiera nacido en suelo estadounidense. Finalmente y ante la presión, los registradores acabaron cediendo y unas quince mujeres lograron ingresar en el registro, de las cuales unas siete acabarían acompañando a Anthony hasta las urnas. Susan votó por el candidato Ulysses S. Grant, y unos días más tarde sería llamada a juicio por desacato a la ley, sindicada de “votación ilegal”, para finalmente emitirse una orden de arresto en su contra. Se dice que al momento de su captura, el policía que llegó a su casa le pidió cortesmente que la acompañara a la comisaría, pero ella exigió la llevaran esposada “como un hombre”, deponiendo sus muñecas para que cumplieran su voluntad. Otras mujeres también serían enjuiciadas pero todas quedarían en libertad luego de pagar una fianza que únicamente Susan se negó a cancelar. Pagó sí unos meses de prisión, y luego se le permitió la libertad condicional en espera de un segundo juicio, tiempo en el cual se dedicó a viajar y a compartir insistentemente sus ya conocidos discursos. Un juez ordenó a Anthony pagar una multa de 100 dólares, y ante su negativa de cumplir con la sentencia, el juez tampoco quiso insistir, evitando que el proceso escalara a la Corte Suprema, dándole mayor notoriedad a la atrevida Susan Brownell Anthony. Para 1881, y en colaboración con Matilda Joslyn Gage, Ida Husted Harper y, desde luego, de la inseparable Elizabeth, Anthony participa de una serie de seis libros, interviniendo en los cuatro primeros, y que fueron compendiados bajo el título de Historia del sufragio de la mujer. Susan siguió al frente de la NWSA, cuya misión era la de recorrer este mundo tratando de aunar fuerzas, convocando todo movimiento que tuviera los mismos intereses y causas que ella defendía, y fue así como en 1883 viajó a Europa, interesada en contactar con las organizaciones que ya venían avanzando en Inglaterra y Francia, con el ánimo de crear el proyecto de una organización sufragista internacional. Pasados cinco años, durante la conmemoración en Washington del aniversario de la Declaración de Seneca Falls, quedaría establecido el Consejo Internacional de Mujeres, que ya congregaba a movimientos feministas en casi medio centenar de países. Susan ofició como vicepresidenta de la NWSA hasta 1892, cuando entonces Stanton dimitiría y en adelante sería ella quien ocuparía el cargo de presidenta durante los próximos ocho años. La tarea era pues la de engrandecer al movimiento, robustecerlo sumándole organismos de toda índole que apoyaran su lucha, fusionar y aunar esfuerzos. Es así como para 1925 la asociación congregaba a treinta y seis millones de mujeres miembros de distintas entidades y movimientos en favor de los derechos femeninos. Sin embargo el camino sería complicado y lo primero sería atraer al Movimiento Nacional del Trabajo para que las obreras se unieran a la lucha por el sufragio universal. Susan fue señalada de incitar a la mujer a tomar posturas que competían al hombre, y estos desacuerdos acabaron con su expulsión de la Asociación de Mujeres Trabajadoras. La NWSA también tuvo sus desavenencias y desacuerdos con la American Woman Suffrage Association (AWSA), que era de un tinte más conservador, y aunque estuviera más abierta a aceptar a hombres como miembros de su asociación. Sea como fuera, Susan, moderadora, intentó conciliar las posturas y creó un comité especial para que, hacia 1890, finalmente se acabaran estos desencuentros y lograran reconciliar sus ideologías con el único nombre de la Asociación Nacional Americana del Sufragio de Mujeres (NAWSA). Hacia 1899 plantea la iniciativa de un Consejo Internacional para que desde todos los países se ponga en marcha la legislación que habilite el sufragio universal, y ya para ese entonces su desgaste físico comienza a ser notorio. En 1902 le escribe a su amiga Stanton: “Han pasado 51 años desde que nos conocimos y hemos estado ocupadas cada uno de ellos, instando al mundo a que reconozcan los derechos de las mujeres”. También por esa época la escuchamos decir que le gustaría “vivir otro siglo para ver los frutos de todo el trabajo en favor de las mujeres.” Y sin embargo todavía le restarían fuerzas para continuar su pereginaje, y en 1902 viajaría a Inglaterra, entablando una amistad con Christabel Pankhurst, y a la que mucho inspiraría en las mismas luchas pero desde el frente británico. En 1904 asistiría a un congreso en Berlín y dos años después haría una última presentación en la Conferencia de Mujeres de Baltimore, y luego de batallar contra una neumonía, finalmente moriría en 1906 a la edad de 86 años, en Rochester, New York, donde sería enterrada en el cementerio Mount Hope. Moría así una de las más famosas y emblemáticas sufragistas. La Decimonovena Enmienda de la Constitución, con la que finalmente se concede el derecho al voto femenino, fue llamada como “Enmienda Susan B. Anthony” en su honor. En 1921 se erigió frente al Capitol Hill una escultura de mármol italiano de siete toneladas con la figura de Susan Brownell Anthony, Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Coffin Mott. La casa donde vivió sus últimos años y donde murió, ubicada en el 17 Madison Street, fue declarada en 1965 como Sitio Histórico Nacional, y actualmente funciona como un museo que conserva sus posesiones y escritos. Hay un puente que lleva su nombre, y en 1978 se acuñó una moneda con su efigie, siendo la primera mujer en recibir dicha distinción, y años más tarde volvería a imprimirse otra moneda, y en cuyo sello figura un águila como símbolo del módulo espacial de vuelo que alunizó por primera vez, el Apolo 11. En el 2016 muchas personas acudieron a su tumba para mostrar su apoyo en la campaña presidencial de Hillary Clinton, y dos años más tarde volvió a ser masiva la presencia de muchas mujeres que dejaron junto a la lápida calcomanías y letreros con la inscripción: “Yo voté”. Celebraban el hecho de votar en libertad, como un derecho que no les fue dado por la gracia natural sino que tuvo que ser conquistado a base de lucha. Y en esa lucha sería protagonista una mujer que sin embargo moriría sin haber cumplido su sueño, y todavía las mujeres tendrían que esperar catorce años más para que al final Susan ganara su lucha, siendo así que a partir de 1920 las mujeres estadounidenses pudieron acudir libremente al campo político y ejercer el merecido derecho a votar. Ciento cuarenta y ocho años después de que la obligaran a pagar una multa de 100 dólares, el presidente Donald Trump oficializa el indulto de la que es considerada como pionera del sufragio femenino en Estados Unidos. “Ella nunca fue perdonada. ¿Por qué tomó tanto tiempo?”, cuestionó el presidente.

SUSAN BROWNELL ANTHONY

 

Comentarios