Ya posesionado en firme el régimen, y siendo parte de la doctrina, Sophie pasó a integrar las filas de las Juventudes Hitlerianas a la edad de los 12 años, y desde entonces pudieron más en su interior el motor de la crítica y la rebeldía, que ese furor entusiasta con el que se alentaba en los niños los retardatarios dogmas del nacionalsocialismo. Esta manera de pensar se vería contagiada e impelida por el círculo social y familiar que la rodeaba, compartiendo los mismos ideales de una Alemania libre que profesaban discretamente sus padres, amigos y profesores. No aceptó entonces los modelos destructivos de la dictadura y supo definir con claridad cuáles eran sus principios y cómo debía encarar sus causas; no se permitió aceptar ciegamente las ideas que el pueblo alemán parecía seguir por temor o devoción, e inició una resistencia pasiva en la que tuvo por consigna no callar. A los 16 años su hermano y algunos de sus amigos fueron encarcelados, desatando en Sophie aquellos sentimientos que le revelaron la verdadera naturaleza violenta de las propuestas nazis, emprendiendo así su campaña frontal, y aunque clandestina, en contra de la dictadura hitleriana. Amante de la literatura y con altas dotes para el dibujo y la pintura, solía estar envuelta en un ambiente artístico, cultural, deportivo e intelectual, y en donde al comienzo poco interesaban los asuntos políticos. En un intento por cumplir con los requisitos legales que le permitieran acceder a la universidad, Sophie se emplea como profesora en un jardín para infantes, y luego presta sus servicios voluntarios a la guerra como auxiliar de enfermería, para finalmente matricularse en la Universidad de Múnich, y en donde veríamos florecer todo su instinto, su potencial y activismo político. En 1942 comienza sus estudios de biología y filosofía, y cobra protagonismo la figura de su hermano Hans, estudiante de medicina, quien se encargaría de relacionarla con los círculos intelectuales más prometedores del momento. Pronto se despierta en ellos el interés político, preocupados por el papel que debía ocupar el individuo que se reconoce viviendo en medio de una dictadura. Durante las vacaciones de ese mismo verano, Sophie vuelve a prestar su servicio a la guerra, esta vez operando maquinaria en un taller de metalurgia, y es por esos mismos días que se entera de un movimiento de resistencia que aboga por el fin de la guerra y la condena de la dictadura, conocido como Rosa Blanca, y tan sólo unos días más tarde descubriría que es su hermano Hans el fundador y dirigente de dicho movimiento. Días antes el padre de los Scholl había sido enviado a prisión, luego de haber sido delatado por uno de sus empleados, toda vez que el señor Scholl hubiera proferido algún comentario impertinente en contra del Führer. Rosa Blanca rayaba las paredes de Múnich y repartía contestatarios panfletos entre los jóvenes estudiantes, con los que pretendía desestabilizar y poner en jaque el pensamiento dogmático del nazismo. Su principal campo de batalla eran las universidades. Debido a su presencia inofensiva y su actitud poco atractiva, Sophie comenzó a desplazarse por distintas ciudades alemanas, alentando la formación de nuevas células que en poco tiempo se habían propagado por Berlín, Hamburgo y otras ciudades alemanas. Lo que había comenzado con sólo cinco miembros se convertiría en poco tiempo en un movimiento de resistencia política que la Gestapo no pudo ignorar. A pesar de las persecuciones y los peligros, los Scholl continuarían difundiendo propaganda en contra del nazismo, y para principios de 1943 reactivarían su lucha rayando las paredes de las principales universidades con la proclama: “¡Fuera Hitler!”. Pero el grave error lo cometería Sophie durante la entrega de uno de los panfletos, ya que tras haber repartido la mayoría en los puntos neuronales de difusión, decidió en un acto romántico subir las escaleras que la llevan a lo alto del atrio, para arrojar desde allí los discursos de la revolución y verlos caer en hojas que llovían sobre el claustro universitario. Un conserje, miembro del partido nazi, testimonió el acto de vandalismo de Sophie, procediendo a cerrar las puertas del instituto y reteniendo a los Scholl, mientras esperaban por la llegada de la Gestapo. Finalmente los hermanos fueron detenidos y sometidos a torturas e interrogatorios. Uno de estos panfletos reclamaba por un espíritu de dignidad y rezaba lo siguiente: “¡Alemanes! ¿Queréis vosotros y vuestros hijos padecer la suerte de los judíos? ¿Queréis que os juzguen con la misma medida que a vuestros líderes? ¿Queréis que seamos para siempre el pueblo más odiado y excomulgado del mundo entero? ¡No!”. Durante el corto presidio de los Scholl, los nazis le encomendaron a una mujer llamada Elsa la tarea de espionaje, haciéndose pasar por un miembro de la subversión confinada en el mismo recinto, logrando así obtener alguna información considerable para desmantelar definitivamente el movimiento. Elsa jamás aportaría información al respecto, y un tiempo después de la muerte de Sophie le escribiría una carta a los padres de ésta, en la que confesaba haber compartido intensamente con Sophie durante sus últimos cinco días de vida, y en los cuales ella había logrado cambiar su manera de pensar, marcándola para siempre. Los demás miembros principales de Rosa Blanca cayeron después de algunas redadas, siendo condenados a la guillotina por delitos de traición. Otros colaboradores fueron apresados. Los primeros ejecutados, el mismo día en que recibieron la sentencia, fueron los hermanos Scholl. Sus últimas palabras testimoniadas fueron una afrenta dirigida a los miembros del nazismo: “Sus cabezas caerán también”. A sus 21 años Sophie perdió la cabeza, pero no se perdieron sus ideales. Luchó con alegría y convicción, y con la certeza ilusoria de poder ella misma, en compañía de muchos, derrocar a un imperio y poner fin a una guerra mundial. Unos días después de su ejecución se leía en las paredes de varias universidades alemanas: “¡El espíritu vive!”. Y es que la pelea no se detuvo allí: Rosa Blanca siguió operando por medio de células clandestinas que promovieron la lucha en contra del régimen a través de la palabra. Se conserva un texto de Sophie titulado La mano que mueve la cuna, mueve al mundo, en el cual destaca el poder que tiene la mujer para cambiar el rumbo y destino de este mundo, ya que en la historia ha venido obrando como madre educadora de aquellos futuros líderes de todos los tiempos. En Alemania es considerada una de las mujeres más destacadas del siglo XX. Calles, plazas, colegios y todo tipo de institutos fueron bautizados con el apellido de los Scholl. El nombre de Sophie Scholl es hoy sinónimo de reivindicación para un pueblo alemán que no siguió las ideologías fascistas de su época y que se atrevió a combatirlas, aun a costa de su propia vida, como el caso heroico de la rosa Sophie.
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