Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Sara

La mujer a la que Dios le habló. Para las demás se valdría de intermediarios, sus legiones angelicales, pero a ella Dios prefirió hablarle frente a frente. Un personaje bíblico del que apenas si conocemos lo que un par de párrafos del Génesis nos revelan. Lo demás serán especulaciones, relatos de evangelios apócrifos y otros datos que pueden arrojarnos la principal fuente de consulta, El Talmud. Como suele suceder pues con este tipo de personajes, sus historias estarán siempre enrevesadas por la leyenda, convirtiendo así los relatos historicistas en un compendio de narraciones y sucesos que mejor entrarían en el género de las fábulas. Lo cierto es que Sarai, como sería bautizada, vivió hacia el año 2000 antes de Cristo, y será reconocida desde siempre por haber sido el brazo derecho del rey de las naciones judías, Abraham. Su personalidad está plagada de matices que pudieran resultar contradictorios. Por un lado no encaja para nada con el modelo cristiano, ya que le veremos mentir, traicionar, generar discordias, portarse injustamente con una de sus siervas y tratarla con sevicia y menosprecio, e incluso atreverse a desafiar a Dios negándose a creer en sus promesas. Por otro lado, luego de lo que podría decirse se trató de su conversión, y en donde Sarai será rebautizada como Sara, que significa “princesa” (y que es también un nombre empleado para nombrar a una mujer distinguida de un alto estatus), pasará a convertirse en un ejemplo de mujer virtuosa, que servirá como el referente emblemático del catolicismo. Una mujer correspondiente a los antojos de su marido, queriendo agradarlo en todo momento, siempre disponible para atenderlo o acompañarlo, sumisa ante sus órdenes y presta a cumplir en todos sus mandatos. Esa fue Sara. Gozaba al parecer de una belleza fascinante, se dice que a su lado todas las demás mujeres parecían monos, y que ni el trajín del sol o el desgaste del tanto viajar hacían mella en su deslumbrante hermosura. Su esposo Abraham, quien también se había rebautizado después de haberse entendido como un profeta, era quien solía consultarle a su mujer para que fuera ella quien pudiera interpretar los designios divinos. Sara tenía el poder de la profecía e incluso Abraham sabía que ella lo superaba en poderes; se dice que Sara era como la “corona” que nunca llevaría sobre su cabeza el líder de los hebreos. Así mismo el pueblo la identificaba como la princesa de su pueblo, y era por esto que Sara tuvo siempre el respeto y hasta el temor de las personas que la rodearon. Su belleza hubiera podido ser un asunto trágico, si no es porque a donde iban la pareja debía mentir y decir que su relación era la de dos hermanos que andaban recorriendo juntos, pues temían que si confesaban la verdad, cualquier hombre se hubiera abalanzado sin pensarlo dos veces sobre Abraham, para otorgarle a Sara una nueva condición de mujer viuda y en libertad de volverse a casarse. Así ocurrió durante su peregrinaje por Egipto, cuando Abraham prefirió ocultar a su mujer en un baúl, temeroso de que las autoridades aduaneras pudieran raptarla o abusar de ella. Los guardianes de las fronteras se negaron a dejar pasar al supuesto andariego, si antes no les permitía chequear lo que se encontraba en el baúl, siendo que ellos tenían que inventariar el total de la mercancía por una cuestión de impuestos. Cuando abrieron el baúl encontraron un tesoro inapreciable. Se dice que los presentes quedaron enceguecidos durante unos segundos por ese fulgor destellante que provenía del interior del baúl. Era esa pureza lumínica de Sara la que estaba brillando como si la caja estuviera escondiendo una pequeñísima estrella. Todos los hombres se enamoraron al instante de esa preciosa mujer y le propusieron a su hermano que por favor se las vendiera. Comenzó una puja por ver quién podía pagar más por ella, pero sería finalmente el Faraón el que tendría la posibilidad de seducirla con la mayor cantidad de poderes y riquezas. Al parecer en todos los tiempos los hombres estuvieron dispuesto a dejarlo todo y a entregarlo todo con tal de tener la compañía de una mujer bella. Fue así como el Faraón dispondría de las tierras de Gosen para legárselas a esa mujer que apenas había conocido, y que después de los años servirían como los territorios donde se asentarían las principales comunidades israelitas. Sara se mostró agradecida pero no quiso revelar ninguna clase de afectos que la comprometieran con el Faraón. El Faraón trató de ganarse el corazón de Sara, por lo que esta tendría que pedirle a Dios que la asistiera para que el monarca dejara de acosarla y de insistir con desposarla. Dios intervino de tal manera que cada vez que el Faraón se le acercaba a Sara, uno de sus ángeles se arrimaba invisible por la espalda y sorprendía al rey asestándole un coscorrón en la cabeza. El Faraón andaba desconcertado por estos extraños sucesos, y fue entonces cuando Sara tuvo la valentía de revelarle su secreto. Le confeso que Abraham era su marido, y que ciertamente Dios le hablaba y le comentaba sus planes, y de allí que contara con el auxilio de sus fuerzas divinas. El Faraón no discutió la mentira que Sara le había ocultado, y en cambio se mostró sorprendido ante ese ser sagrado frente al que se encontraba. Les pidió que al partir se llevaran a su hija Agar para que esta actuara como su sierva, que era este su mejor regalo, ya que “es mejor que mi hija sea esclava en la casa de esta mujer que ama de cualquier otra casa”, sentenció. Sara también será muy conocida por haber sido la mujer estéril a la que Dios le habló. La mujer que a los 90 años tuvo la posibilidad de ser madre porque así se lo había prometido Dios. Sin embargo durante toda su vida Sara tendría que vivir con la angustia y la desazón de no poder quedar nunca en embarazo. Para ella sería un tormento no sólo porque hacía parte de un llamado natural, sino además porque el sueño de su amado marido era tener un descendiente que pudiera prolongar su especie. A parte de esto, una mujer incapaz de dar a luz era por aquel entonces una mujer expuesta a la vergüenza y a la humillación, por lo que ella misma le propondría a Abraham que tomara a su sierva a Agar, para que fuera su sierva quien finalmente pudiera darle un hijo. A Sara no le importaba ya si era ella quien pudiera realizar los anhelos de su marido, y con tal de lograr satisfacerlo estuvo dispuesta a que Abraham se acostara con Agar. Durante el embarazo Sara se mostró solícita con su sierva, e incluso solía presentarla en las reuniones sociales e interesarse por su salud; pero cuando Agar dio a luz un niño, la envidia o simplemente el temor y el descontento hicieron que Sara adoptara una actitud cruel e inmadura contra Agar y su bebé. La sometió a trabajos pesados, la humillaba insultándola e incluso llegó a golpearla. A pesar de este comportamiento, Abraham logró así su deseo de convertirse en padre. Sin embargo Ismael, como sería entonces bautizado su primogénito, no tendría la oportunidad de crecer al lado de su padre, ya que sería el mismo Abraham quien lo desterraría a él y a su madre, puesto que su mujer no paraba de insistirle con que era esa la voluntad de Dios, y que debían cumplirle. Abraham obedece a Sara y destierra a Agar y a su hijo Ismael, despidiéndolos con unas míseras dotes alimenticias que apenas si les alcanzaron para cruzar el desierto. Pero fue de allí en adelante cuando la personalidad y temperamento de Sara cambiaron. Su Dios se mostró misericordioso y perdonó sus fallos, y revelándosele a Abraham le prometió: “Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella”. ¿Un hijo que fuera la semilla de muchas naciones? ¿Podría ser cierto que una mujer estéril y ya casi centenaria pudiera convertirse no sólo en madre, sino en la madre de medio mundo? Dios les cumpliría y sería así como se produciría el prodigio del nacimiento de Isaac. La comunidad no dio crédito en un principio, sospechando que el infante podría ser un huérfano que la pareja había recogido, y luego se habían inventado aquella dudosa historia divina. Abraham celebró un banquete para festejar el nacimiento de Isaac, en el cual una demostración pública le comprobó a los comensales que en efecto su mujer había parido recientemente: Sara dio de beber la leche de su pecho a todos los infantes presentes, y de esta forma pudieron demostrar de que en efecto se trataba de un verdadero milagro. En adelante la figura de Sara se transformaría al punto de convertir un modelo imperfecto en el modelo mismo de la perfección femenina. Caracterizada por su hospitalidad, se cuenta que su casa permanecía siempre de puertas abiertas, que en su hogar el dinero se multiplicaba milagrosamente, que las lámparas ardían incesantes desde la noche del sábado y hasta la noche del sábado, y que una columna de nubes resguardaba siempre la entrada de su tienda. La Biblia cuenta que Sara permanecería al lado de su hijo hasta que este cumplió la edad de los 37 años, cuando entonces ella moriría, a la edad de los 127. Algunos relatos dicen que Sara estaba destinada a vivir muchos más años, pero que a raíz del episodio del sacrificio de Isaac, la mujer habría perdido algunos años de vida por dudar de las promesas de Dios. Otros textos sugieren que el diablo se disfrazó de anciano para hacerle creer que Abraham había acuchillado a Isaac, que ningún ángel estuvo allí para detenerlo, y que ante la angustia que le produjo esta noticia, Sara moriría de dolor y pena antes de que su esposo y su hijo acudieran para desmentir el relato. Lo cierto es que una vez convertida en madre, Sara tendría que ser puesta a prueba poniendo en sacrificio lo que más le pudo haber dolido alcanzar: su hijo. Por fortuna la presencia angelical se manifestaría a tiempo para detener el puñal con el que Abraham pretendía cumplir su pacto con Dios. En las postrimerías de sus relatos encontramos que fue su fiel esposo quien la sepultaría. La historia de Sara es además la historia que nos invita a no declinar nunca en la persecución de aquello con lo que soñamos. Se cuenta que Sara jamás paró de rogar a Dios para que le hiciera el milagro de convertirla en madre. Su historia nos ilustra respecto a eso de que nunca es tarde cuando se trata de realizar nuestros anhelos y cumplir nuestros proyectos soñados. Que al final, como se dice, el que ríe de último ríe mejor, o que es así como le ocurrió a Sara, que nos dijo: “Dios me ha hecho reír; cualquiera que lo oyera se reirá conmigo”.

Sara

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