Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Salomé (14-62)

Ella sólo quería un beso. “No hay nada en el mundo tan rojo como tu boca. ¡Déjame besar tu boca!”, le dijo. Nunca había sido rechazada por ningún hombre, ni tampoco por ninguna mujer. No sabía lo que era un no, hasta que tuvo que ser ella quien lo pidiera, y fue entonces cuando oyó por primera vez una negativa. Hija de mandatarios, no hubiera quién se le negase a besarla, y más aun tratándose de esa damisela incontestable y conocedora de sus inexpugnables encantos femeninos. Tal vez sólo un hombre podría tener la osadía de resistírsele y evadir su propuesta: un profeta sentenciado a muerte. Juan Bautista, primo de Jesús, y aquel que lo bautizó en las aguas del Jordán, no sólo desaprovecharía la propuesta, sino que la llamaría “hija de Sodoma”, y a su madre la tildaría de adúltera y pecadora. Su madre Herodías había contraído nupcias con Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, sin haberse divorciado de su antiguo marido, por lo que ante la ley judía esto representaba un adulterio imperdonable, y quién mejor para declarar lo que todos pensaban al respecto que ese orador de renombre y creíble por muchos conocido como Juan el Bautista. Herodías ya estaba tan harta como su marido por tener que aguantar los reproches y el escarnio de este agitador que predicaba en su contra, por lo que mandarían a encarcelarlo debido a su actitud revolucionaria que contradecía los preceptos del imperio. Sin embargo no se atreverían a ejecutarlo por temor de que su muerte lo martirizara y enardeciera a un pueblo que ya de por sí se encontraba revoltoso y caldeado con la detención del profeta. Pero entonces sucedió que Herodes Antipas tendría que elegir entre la voluntad del pueblo y el cumplimiento de su palabra. Él mismo sería víctima de sus propias leyes, cuando en uno de sus majestuosos banquetes le pidió a Salomé que bailara su conocida “Danza de los siete velos”, y ante la costumbre de rechazar toda propuesta, el monarca le propuso que a cambio recibiría lo que se le antojara pedirle, y hasta la mitad de su reino. Pero a Salomé nada le hacía falta, salvo quizás el beso de un profeta. Inducida por su madre, Salomé acepta realizar su baile para deslumbrar a todos los comensales, y por lo que pedirá a cambio la cabeza de Juan Bautista. A pesar de que la muerte de Juan constituye un peligro que podría desestabilizar su gobierno, Herodes Antipas no puede faltar a su palabra, y tras un vano intento de convencer a Salomé para que elija otro premio, decide enviar a uno de sus esbirros al calabozo para que decapite al afamado predicador. La escena la recrean con total maestría autores de todos los tiempos, como el caso de Caravaggio y Tiziano, quienes representan la situación con una Herodías orgullosa de su triunfo, una Salomé complaciente y satisfecha con su venganza personal, y la cabeza decapitada de Juan Bautista servida en una bandeja de plata. Salomé aparece en el Nuevo Testamento en los libros de Marcos, Mateo y Lucas, pero nunca figurará con nombre propio, por lo que su identidad se rescata de otros escritos históricos de la época. Otra Salomé aparecerá en la Biblia como seguidora de Cristo, pero se trata de otra mujer distinta a la legendaria hija de Herodías. Por el exotismo de su danza de hechizo, por su capacidad de seducir, por considerarse a ella misma como indispensable, la historia de Salomé ha inspirado a escritores, pintores, músicos, bailarines y cineastas, y su leyenda ha sido depuesta en los distintos planos del arte. Rubén Darío le dedica un par de versos: “Yo era tímido como un niño. Ella, naturalmente, fue, para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé.” Gustave Flaubert detalla en un relato corto el episodio del baile y la posterior ejecución del profeta. Así mismo es muy conocida la tragedia de Oscar Wilde titulada Salomé, y en donde el autor irlandés narrará el drama psicológico que atraviesa la mujer ante el rechazo de un hombre, y la actitud terrible que tomará frente a esta angustia y hasta el punto de ordenar su ejecución. Dicha tragedia inspiró a Richard Strauss para convertir la historia en una ópera, en donde se destaca la pieza conocida como La danza de los siete velos. Y es que no hay quién pueda decirle no a una mujer que no admite rechazos y pretender seguir conservando su cabeza. Mínimamente perderá su lengua, pero ese no fue el precio más bien cómodo que el Bautista tuvo que pagar. Algún texto judaico rescata unas supuestas palabras condenatorias que la princesa idumea profirió con sorna a una cabeza sin vida, porque a ella nadie le dice no: “Ah!, no querías permitir que yo besara tu boca, Jokanáan. ¡Bueno! Ahora la besaré… No querías tener nada conmigo, Jokanáan. Me rechazaste. Dijiste palabras perversas contra mí… Bien, tú has visto a tu Dios, Jokanáan, pero a mí, a mí, nunca me has visto. Si me hubieras visto, me hubieras amado… ¡Estoy sedienta de tu belleza; estoy hambrienta de tu cuerpo; y ni el vino ni la fruta pueden apaciguar mi deseo!”

SALOMÉ

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