Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Safo de Lesbos (630 a.C.-580 a.C.)

Una de las primeras voces femeninas que nos es permitido escuchar. Sus palabras son un tesoro, ya que serán un primer referente del que se tenga registro de la expresión poética de una mujer. Para fortuna del mundo, Safo le dedicó sus versos al amor, y fue así como se fundó el mundo de la poesía femenina. Y si a Homero se le conoce como “el poeta”, Safo es considerada como “la poetisa”. Se le incluye dentro de los “nueve poetas líricos” de la Grecia antigua, y para Platón, Safo de Lesbos merece ser distinguida como la “Décima Musa”. De su historia conocemos muy poco. Reseñas enrevesadas con chismes, interpretaciones a medias, suposiciones y leyenda. Parte de su propia historia nos será narrada por ella misma a través de lo poco que se conserva de su obra, que en el mejor de los casos será un diez por ciento. Sabemos que nació en Ereso, en la región de Mitilene, concretamente en la isla de Lesbos. Heródoto cuenta que tuvo tres hermanos, que perteneció a una familia prestante, y que de joven se casó con un adinerado y viejo comerciante, con quien tendría a una hija llamada Kleis, y que enviudaría siendo todavía una doncella. Su anciano esposo le dejaría una fortuna en tetradracmas, por lo que el dinero no sería una preocupación en su vida. Parece que compuso miles de poemas que solía declamar mientras interpretaba la lira, y que sería por su intelecto y belleza que estaría acreditada para fundar una academia encargada de ilustrar a las jóvenes en el arte y el conocimiento. La llamada sociedad thiasos de la que hacía parte, quería desprenderse del modelo ateniense que en cualquier caso daba mayor relevancia al hombre, dejando en segundo lugar la gracia y el talento femenino. Safo proponía una mujer independiente del yugo del hogar, mujer que celebra su cuerpo no como una propiedad de su esposo, mujer que goza de una relación de pareja y no de esclavitud. Fue así como la Casa de las servidoras de las musas no sólo honraba y adoraba en culto a la deidad de Afrodita, sino que consagraba sus horas al estudio y producción de poesía, al canto, a la danza y a la interpretación de un instrumento musical, a la fabricación de adornos florales, al debate en torno a los intereses sociales y políticos y al estudio de la historia. La escuela educaba a las jóvenes nobles para que además se permitieran gozar de sus emociones, vivir libremente sus placeres, y por lo que la historia suele relacionar a esta academia de Safo como a una escuela consagrada a la instrucción del libertinaje y a los vicios mundanos. A partir de sus poemas claramente se puede inferir la relación de amistad que Safo mantuvo con sus discípulas, y además se adivina un deseo y un sentimiento más íntimo, y que entrevé o delata sus inclinaciones lésbicas. De allí que la palabra “lesbiana” provenga de esta historia que tiene como protagonista a Safo de Lesbos. Sin duda que la relación con algunas de sus alumnas trascendió al plano de amantes, y así se expresa respecto a una de ellas cuando confiesa la angustia de su pérdida: “Atthi no ha regresado. En verdad me gustaría estar muerta.” Lo cierto es que ese vínculo único en una relación lésbica, podría ser más una connotación histórica, una figura que ha servido de nombre y símbolo para una relación entre mujeres, cuando lo más justo sería decir que su cántico es un clamor dedicado al amor, sin los miramientos ni tabúes con los que queremos interpretarla hoy día. Safo no discriminaba su amor entre hombre o mujer, y más allá del bisexualismo, profesaría el deseo homoerótico, sin distinción alguna, tal como la cultura helénica entre la que destacaba Platón y sus amantes que fueran también sus discípulos. La poesía, como tal, no tiene reparos cuando canta al amor, y es así como en la obra de esta autora el género se confunde o se pierde, y en la mayoría de sus poemas no se podría precisar si esas palabras pertenecen a un hombre o a una mujer. Los sentimientos, comunes a todos, podrían identificar a cualquiera que ha despertado al mundo. Le escribe al amor, al sexo, a la belleza, los celos, el tiempo, la vejez, la pasión, el deseo, el despecho, la alegría, la competencia, la nostalgia, ese el mundo sáfico que apreciamos en sus escritos, palabras que intentan descifrar las sensaciones del amor, tal como figura en el siguiente aparte al que se le conoce como Síntomas de la enfermedad del enamoramiento: “En cuanto te veo, mi lengua desfallece en seguida y se me va el habla, un fuego sutil irrumpe bajo mi piel como un impalpable hormigueo, nada veo con mis ojos, zumban mis oídos y no oigo claro, transpiro de frío y me cubro toda de un sudor helado, un temblor se adueña de mí y un escalofrío me apresa toda, quedo pálida y descolorida como yerba marchita; y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte, me parece que falta poco para morir. Pero a todo hay que atreverse cuando nada se tiene. Esto es así.” Popularizó un tipo de estrofa conocida como “sáfica”, con una métrica distanciada del clásico ritmo griego, y su canto es un canto lírico y sencillo, popular, para cantarse en bodas o entierros o en festejos de todo tipo, poemas que estaban hechos para declamarse y acompañarse de la música. Uno de los pocos poemas que se conservan es el Himno a Afrodita (al que sólo le falta un par de versos de la quinta estrofa), una proclama en la que pide auxilio a la diosa para que ésta intervenga y le consiga el corazón de ese ser amado. Compuesta de siete estrofas sáficas, la sonoridad del poema sólo se comprendería de ser recitado en griego, haciendo notable que los versos inician con una sílaba larga seguida de una sílaba breve, y cuyo efecto no es posible traducir. Diosa celestial, vestida de fantásticos ornamentos y a bordo de un carruaje tirado de gorriones, Afrodita acude a la invocación de la poetisa, quien emparenta su idilio amoroso con la batalla misma: “Ven también ahora y de amargas penas líbrame, y otorga lo que mi alma ver cumplido ansía, y en esta guerra, sé mi aliada”. También se pronunció en el campo político, oponiéndose a los tiranos de turno, Mirsilo y Pítaco, por lo que sería exiliada de Lesbos y desterrada a Siracusa, en Sicilia, donde permanecería más de quince años antes de poder retornar a su isla. Safo partió a su exilio en compañía de su amante y también destacado poeta de su época, Alceo, que junto a dos anteriores, Terpandro y Arión, conforman un tridente de lo más destacado de la lírica griega arcaica. En Siracusa la poetisa aprovecharía para nutrirse de otras culturas, empaparse de otras fuentes del conocimiento, conocer personajes y refinar su propio estilo artístico. En algunas de las polis fue ridiculizada, y sus escritos transfigurados y corrompidos por burlas y parodias. En vida los griegos descalificarían sus trabajos, considerándola muchos como una meretriz, encargada de promover la lascivia, las veleidades licenciosas y la entrega a una vida colmada de placeres. Sin embargo en Atenas contaba con cierto prestigio y varios de sus poemas eran conocidos y recitados, y al morir, en Mitilene se acuñó una moneda con su imagen, e incluso los atenienses levantaron una estatua de bronce con el diseño del busto de la poetisa. Durante la época Alejandrina recobraría un nuevo interés para los eruditos, y su obra se conservaba en la biblioteca de Alejandría en diez volúmenes de papiros que fueron copiados y traducidos, nueve líricos y uno de versos elegíacos. Sin embargo lo que conocemos de su obra será en gran parte debido a los autores e historiadores que en algún momento la citan y nos comparten algunos de sus versos. Sus palabras estarán así trastocadas por el paso del tiempo, las malas traducciones, la confusión en los testimonios conferidos por vía oral. Para Dionisio de Halicarnaso Safo es el máximo exponente de la lírica, y también será citada por Plutarco y Aristóteles, y posteriormente poetas latinos como Catulo, Horacio y Cicerón, tomarían a la poetisa griega como uno de sus principales referentes y modelos de inspiración. Ovidio la representó como la figura de la mujer sensual, erótica, libidinosa, concupiscente, lésbica, resaltando sus orígenes y asociando en el imaginario colectivo a la pequeña isla de Lesbos con la lujuria, el libertinaje, lo orgiástico y lo dionisiaco, y consagrando a Safo a través de uno de sus mitos (único de sus relatos en el que ciertamente su protagonista existió), y a pesar de que su tragedia no fuera más que un cuento. La historia se inspira en un escrito de la propia Safo que cuenta acerca de Faón, un hombre tan bello que la misma Afrodita se enamoraría de él, y así también la apasionada Safo que, ante su rechazo, decidió lanzarse al mar desde una roca situada en la isla Léucade, lugar que ya registraba el suicidio de varios despechados y de amantes no correspondidos. En la época del Oscurantismo la obra de Safo se vería amenazada por la iglesia, cuando en el año 1073 el papa Gregorio VII ordenó quemar los manuscritos de la autora. Se salvaron los casi seiscientos cincuenta versos que hoy se conservan, y que en el Siglo de Oro español algunos notables como Luis de Góngora desempolvaron recurriendo al endecasílabo sáfico, y que los románticos del siglo XIX retomarían inmortalizando a la poetisa a través de la pintura, retratando la imagen de heroína del amor concebida por Ovidio, y pintando a una mujer en la cima de una roca, al borde del precipicio, de cara al embravecido mar, tentando a la muerte. Varias autoras españolas como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Rogelia León y María Rosa Gálvez han dedicado versos, estudios y todo tipo de escritos que pretenden enaltecer su obra y rescatarla del olvido. En siglos más recientes, con los hallazgos de nuevos papiros, la obra de Safo vuelve a ser considerada por grandes exponentes de las letras, como es el caso de Hilda Doolittle y Ezra Pound, y entre los italianos serviría como un modelo para los poetas que buscaban el regreso a lo que consideraban la esencia de la poesía. La voz de una mujer cuyas palabras subsisten en el eco inmortal del poema. Como hace milenios, la poesía no se ha agotado de seguir cantando y clamando a lo mismo: al amor. Cada poeta a través del tiempo ha persistido en el legado de Safo, dedicando sus versos a lo que ama. ¿Qué habrá sido de la vida de su hija Kleis? ¿Seguirá también la sangre de Safo entre los amantes de estos tiempos?

SAFO DE MITILENE

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