Cuando Rosa Parks se negó a abandonar su asiento, no se imaginó, ni mucho menos, que un acto sencillo como aquel de no levantarse de su silla podía servir como el detonante que desatara una caldeada revolución gestada de tiempo atrás. Desde mediados del siglo XIX las leyes de segregación racial condenaban a los negros a la más descarada discriminación. Se les tenía prohibido ocupar espacios destinados únicamente para los blancos, censurándoles la entrada a restaurantes, teatros, piscinas, bibliotecas y escuelas. En los parques se leían letreros del tipo: “Se prohíbe la entrada de perros y negros”. Los blancos eran tratados de señor y señora, mientras que a los negros se les llamaba de cualquier manera. Un hombre negro no debía mirar a los ojos a una mujer blanca, y de cualquier forma los negros siempre debían abrirle espacio a los blancos para que pudieran transitar. Es así como los negros tenían que subirse por la puerta delantera de los autobuses para pagar su tiquete, y volver a bajarse para ingresar por la puerta trasera, donde entonces podían ocupar un sector estrecho y descuidado hacia el final del vehículo. Y a pesar de que la gran mayoría de los usuarios del transporte público fueran negros, las condiciones que les ofrecían eran en el mayor de los casos ruines y deplorables. Fue así como una noche de 1955 regresaba a casa una costurera de 42 años que había pagado como cada tarde los 10 centavos de su tiquete. El chofer del bus le pidió a dos hombres y dos mujeres negras que desocuparan sus sillas, ya que un joven blanco había ingresado al vehículo, y por ley merecía viajar sentado. Los dos hombres y una de las mujeres siguieron la orden para evitarse problemas, pero Rosa Parks se negó a abandonar su puesto, y todavía persistió cuando el chofer amenazó con llamar a la policía, y aún permaneció inamovible cuando llegaron los gendarmes y decidieron llevársela a la comisaría. Si bien este caso de que un negro fuera llevado a la cárcel por incumplir las leyes de segregación no fue el primero, en su momento sería la excusa necesaria para desencadenar una revuelta urgente que estaban esperando los movimientos en favor de los derechos civiles. Esa misma tarde sería llevada a prisión por su “mala conducta”, acusada de perturbar el orden público, y esa misma tarde empezaron a ponerse en marcha las manifestaciones que abogaban por la igualdad de los derechos, y la derogación definitiva de las leyes discriminatorias que imperaban en Alabama y en los demás Estados sureños de los Estados Unidos. Surge así la figura del pastor luterano Martin Luther King, quien haría un llamado para que los negros dejaran de utilizar el transporte público e idearan nuevas alternativas para movilizarse. Las personas comenzaron a desplazarse a pie o en bicicleta, e incluso se puso en marcha un sistema de taxis que cobraban por persona los mismos 10 centavos que cobraba el sistema regular. Las marchas, manifestaciones y protestas serían apaciguadas con perros, mangueras y asesinatos, e incluso la casa del orador baptista sería incendiada. Inspirado en Gandhi y en sus doctrinas pacifistas de la desobediencia civil y la resistencia pacífica, Martin Luther King consigue convocar frente a la estatua de Abraham Lincoln a una multitud de 250.000 personas, quienes entonces testimoniarían las famosas palabras de su discurso: “I have a dream”. Cinco años más tarde sería asesinado, no sin antes haber sido galardonado en 1964 con el Premio Nobel de la Paz, por su lucha incansable en favor de los derechos civiles. El déficit y el declive en la economía del transporte público fue apenas previsible, y poco más de un año después del incidente de Rosa Parks, la Corte Suprema aboliría las leyes de segregación racial por considerárselas inconstitucionales. La medida fue extensible para todos los demás gremios, ganando terreno la presencia de personajes como Malcom X y movimientos como Las Panteras Negras, que servirían para fortalecer el naciente y cada vez más fuerte Black Power. Respecto a Rosa Parks, decir que cinco años antes del famoso incidente, ya la dedicada costurera había comenzado a militar en un movimiento en favor de la igualdad entre negros y blancos. Que había crecido en un ambiente amenazado por los crímenes y desagravios del Ku Klux klan, y que desde siempre mostró un carácter desafiante frente a las políticas que la obligaban a beber agua de un tipo específico de fuentes o a tomar un ascensor atiborrado de personas, a lo que se oponía subiendo por las escaleras o negándose sencillamente a no saciar su sed. En adelante Rosa persistió en su misma lucha, y su nombre y su causa fueron reconocidos a nivel mundial, apodándosele “la Primera Dama de los Derechos Civiles”. Trabajó durante más de 20 años para el Partido Demócrata, y a lo largo de su vida recibió todo tipo de honores y condecoraciones. En 1999 fue distinguida por el Congreso de los Estados Unidos con la Medalla de Oro, máxima distinción que le fue concedida por el mismísimo presidente Bill Clinton. Años más tarde el presidente Barack Obama visitaría el museo dedicado a su memoria, y en donde tomaría asiento en aquella silla que Parks se negó a abandonar y que aún se conserva. “Yo estoy aquí, por ella”, fueron entonces las palabras del primer presidente afroamericano. Ícono de las negritudes, varias bibliotecas, escuelas y otros organismos culturales llevan su nombre, y se destaca también una estación del metro de París que reconoce su memoria. La revista Times la incluyó entre las 100 mujeres más influyentes del siglo XX. Sus restos fueron velados en la Rotonda del Capitolio, en pleno corazón de Washington, siendo la segunda mujer y la primera mujer negra a la que se le rinde este homenaje. A sus 92 años, y ya un poco olvidadiza, Rosa Parks muere aplomada en su silla, bien sentada, inamovible, y de allí sólo pudieron correrla después de muerta.
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