Afrodita, reconocida por su belleza, sintió que la hermosura cautivante de Psique estaba convirtiéndose en una amenaza, y que a medida que pasaba el tiempo esta agraciada y atractiva doncella como que se acercaba cada vez más a la perfección. Celosa de que alguien fuera más encantadora que ella en este y en todos los reinos, y gozando de un inmenso poder entre los dioses, Afrodita ordenó a su hijo Eros, ese querubín regordete también conocido como Cupido, para que éste la penetrara con uno de sus flechazos mágicos, toda vez que Psique estuviera en presencia de un hombre ruin y deleznable que Afrodita tenía para presentarle. Sin embargo a Cupido le ocurriría lo que a cualquiera que de repente se ve confrontado ante tanta belleza: aturdimiento, ansiedad, desespero, y fue así como el avezado arquero no sólo fallaría el tino sino que acabaría pinchándose con una de sus emponzoñadas lanzas de amor. Cayó bajo su propio embrujo y tuvo que aterrizar para presentársele a Psique y enamorarla. No tendría que seducirla pues bastó con uno de sus flechazos para que ambos fueran víctimas de esa conjura de amor. Fue así como sin que lo supiera su madre la llevó volando hasta su palacio, donde le prometió visitarla cada noche para que Afrodita no se enterara de esta relación. Eros tampoco quería revelar a su amada su verdadera identidad, y le pidió que se amaran siempre en la penumbra y que no le insistiera jamás con develar este secreto. Psique se sentía de todas maneras colmada por el amor de ese hombre anónimo que cada noche la abrazaba entre las sombras, pero serían sus hermanas quienes le sembrarían la duda y la alertarían de un posible peligro. Le advertirían de que esta censura podría ocultar a monstruo temible que por supuesto prefería mantenerse escondido, y que esta situación de dormir con un desconocido no podía seguirla tolerando. Embargada por la incertidumbre, esa misma noche Psique aprovechó que su amado dormía para acercarle al rostro una lámpara encendida, con la que pudo comprobar quién era ese hombre que sabía perfectamente cómo acariciarla. Una gota de aceite hirviendo cayó sobre el rostro de Eros que despierta y se siente traicionado. Como castigo, el abandono. Eros alza el vuelo mientras Psique se aferra al talón de su amado, pero después de unos metros de altura ya no soportará su propio peso y terminará estrellándose contra la realidad y cayendo a tierra. Arrepentida, Psique acude precisamente a la única que podría servir como intermediaria y con quien desde luego no tiene las mejores relaciones. Afrodita decide intervenir, pero antes le encomienda a Psique el cumplimiento de cuatro tareas, cada una más imposible de acometer que la anterior. Desalentada por el esfuerzo que implica acabar de cumplir con cada una de sus labores, Psique será asistida una y otra vez por alguna fuerza salvadora que acudirá para ayudarle a completar las pruebas. Afrodita está sorprendida de que Psique pudiera sortear las tres primeras hazañas, pero sabe que la cuarta implicará un viaje sin retorno al mundo de los avernos: se trata de bajar al inframundo y visitar a su reina Perséfone, quien conserva oculto el secreto de la belleza y con quien tendrá que ingeniárselas para arrebatarle su misterio y traerlo al mundo de los vivos. Como siempre, Psique cuenta con el apoyo y el consejo de algún personaje que se le cruzará en el camino para ayudarla a avanzar. Finalmente Psique conoce a Perséfone, con quien entabla una especie de amistad, y por lo cual la diosa del inframundo le compartirá sin recelos el enigma de su hermosura. Le pedirá simplemente que no abra ese cofre en el que permanece escondido su secreto y que lo mantenga oculto hasta depositarlo en manos de Afrodita. De regreso por el sendero de los mortales, Psique no aguantó la tentación y su curiosidad la llevó a abrir el cofre. Del interior brotó una fragancia narcótica que sumió a nuestra heroína en un extraño sopor, del que sólo sería rescatada por su amado Cupido, quien ya la había perdonado por su infidencia, y la acompañaba a la distancia a través de sus aventuras. Cupido le limpió los ojos a Psique y le aclaró sus pensamientos, y la llevó al mismísimo Olimpo, en donde pidió a su padre Zeus que perdonara a su amada mujer por todas sus locuras cometidas. El gran dios, bonachón y dadivoso como suele retratársele en tantas oportunidades, no sólo perdonó a Psique sino que la convirtió en un ser inmortal, e incluso ofició los preparativos de una fiesta descomunal con la que celebraría el casamiento de su intrépido hijo. Afrodita no tuvo reparos en aceptar oficialmente a su nuera, y los testigos dicen que bailó durante todo el banquete. De la unión de ambos surgiría ese fruto que se conocería como el Placer. La historia de Psique está inmortalizada en El asno de oro descrita por Apuleyo en su Metamorfosis. Para la ciencia médica y la rama de la psicología, la psique significa el “alma humana”, la fuerza vital o espiritual que mueve al cuerpo, y un término metafísico que también designa y se amplía a los terrenos de la mente humana. Su nombre significa “soplo”. Los griegos la describieron como una fantasmagoría antropomorfa y alada que salía por la boca del difunto como una especie de mariposa. La psique es pues también el último aliento. Un hálito postrero que suspiran los mortales antes de convertirse en cadáveres. Se entiende también como un espíritu que hace de tránsito y sirve como un medio para transportar las almas en el camino hacia los infiernos. El mito de Psique hace referencia al enamoramiento, la curiosidad femenina, la envidia, la belleza, la fidelidad y otras tantas representaciones que pueden interpretarse alrededor de los tantos símbolos que encierra su historia.
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