Doce han sido las princesas oficiales del mundo Disney a través de su historia. Animaciones que han cautivado el interés de niños y niñas desde la década de los treinta del siglo pasado, y que a lo largo de los años han venido modelando los gustos, intereses y caracteres de sus princesas, comenzando desde la figura obsecuente y cándida y hasta dar con la princesa heroína y dueña de sí misma y de su propio camino. Se trata de una franquicia que representa millones de dólares no sólo para la industria del cine, sino también por sus ventas de juguetes y todo tipo de productos relacionados con las princesas. También han salido secuelas de estas historias, y algunas han sido llevadas a la televisión en formato de serie, y así mismo estas princesas han tenido su cuota en películas que no corresponden al género animado. Así, los cuentos de Charles Perrault, Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm han sido recreados en estas historias contadas en la gran pantalla. Casi todas son huérfanas e hijas únicas, y muchas de ellas son ciertamente princesas, siendo hijas de jefes, sultanes o reyes. La mayoría son de etnia europea, aunque encontramos también a la afrodescendiente (Tiana), la indígena (Pocahontas), la china (Mulán), la árabe (Jasmín) y la polinesia (Mérida). En 1937 Disney da inicio a sus princesas con Blancanieves y los siete enanitos. Hija del rey, Blancanieves era en toda regla una princesa, y su drama sería lidiar con la malvada madrastra, la reina Grimhilde, quien luego de la muerte de su padre tratará de deshacerse de la princesa, sometiéndola a trajines del hogar que no son propios de su condición, humillándola y obligándola a cumplirle todos sus antojos. La despiadada Grimhilde suele consultarle a su espejo mágico quién es la más bella entre todas las mujeres, y a lo que el espejo nunca vacilará en contestar que es ella, la reina, la más hermosa entre todas, y hasta ese día en que el espejo reveló que el puesto de la más bella lo ocupaba ahora la princesa Blancanieves. Ingenua, consentida, la princesa irá a parar al bosque, donde a través de su talento para el canto y su simpatía conseguirá ganarse el afecto de los animales. Siete enanitos que viven en aquellos bosques se harán sus amigos y serán los encargados de refugiar a la princesa, quien será engañada por su madrastra y acabará muriendo tras haberse comido una manzana envenenada. Como en la versión más clásica de los cuentos de hadas, esta princesa será salvada por el príncipe azul, el príncipe Florián, un desconocido que romperá el hechizo y regresará de la muerte a la princesa, y cuyo encantamiento sólo se romperá luego de darle un beso al cadáver de Blancanieves. Para 1950 Disney nos presentará a una princesa parecida a la anterior, Cenicienta, una huérfana de madre y padre y que también será víctima de los abusos y desprecios de su madrastra y de sus dos hijas consentidas. Ella sueña con llevar una vida de princesa mientras es sometida a las labores y cuidados del hogar, y de la ceniza que tendrá que desempolvar se deriva su nombre. Esta vez será el hada madrina quien acude en su auxilio, rescatándola de una torre en donde fue encerrada y transformándola en una hermosa cortesana que deslumbrará a un príncipe que, sin conocerla, le propondrá matrimonio, construyendo de esta manera un mítico final en el que la pareja vivirá feliz para siempre. En 1959 aparece una tercera princesa, Aurora, protagonista de La bella durmiente, quien sería hechizada por la bruja Maléfica, y al pincharse el dedo con una aguja quedaría sumergida en un letargo sempiterno. En esta ocasión aparecerá por primera vez el príncipe en rescate de la princesa, y luego de batirse en duelo contra Maléfica, el príncipe Felipe, con la ayuda de tres hadas (Fauna, Flora y Primavera) conseguirá despertar a Aurora de su profundo sueño y romper así el encantamiento. Estas tres primeras princesas constituyen la “Edad Dorada de Disney”, cuyas princesas serían el modelo típico de la mujer que espera pasiva aguardando porque un príncipe o un hada venga a socorrerla, las conocidas como “princesas en apuros”. Así pues, el mundo tendría que esperar cuatro décadas para que una nueva princesa Disney hiciera su aparición, y esta vez con un modelo femenino mucho más acorde a la época. La sirenita, de 1989, es el comienzo de la época llamada como el “Renacimiento de Disney”, presentándonos a la princesa Ariel, hija del rey Tritón, gobernante de los océanos, y quien comienza a distanciarse de esa figura pasiva para convertirse en una mujer aventurera, rebelde y que arriesga por un sueño. De hecho, quiere desligarse de la sobreprotección de su padre para emprender un viaje hacia lo desconocido. Desea poder compartir en el mundo de los humanos, y un día tendrá la suerte de rescatar nada menos que al príncipe de los mismos, Eric, quien quedará prendado de esta sirena. Y pese a que otra vez se trata de una princesa que se enamora a primera vista de un príncipe, y que esta vez también será el varón quien acabe con los males que entorpecen el amor entre ambos, Ariel demostró un talante más intrépido, arriesgado, heroico, alejándose del convencional prototipo de la “princesa que sueña con su príncipe.” En 1991 Bella no se manifestará como la princesa ilusionada con un príncipe, ya que su interés principal está en nutrirse de cultura y conocimiento, y por lo que será una acérrima lectora que vive despreocupada de los tantos pretendientes que la asedian. Se trata ahora de una mujer que quiere elegir su camino a seguir, sin esperar a que sea un hombre quien le ofrezca el mejor porvenir, siendo así que acabará enamorándose de Bestia luego de interesarse en su espíritu y no en su aspecto físico. Luego de La bella y la bestia, para 1992 Disney se traslada a Arabia, donde aparecerá la princesa Jasmín en la película Aladdín, siendo la única de las princesas que no figurará como el personaje principal de la historia. Jasmín, hija del sultán, está obligada a casarse con el hombre que su padre le elija, pero, inconforme, la princesa renunciará a ese destino que le estaba fijado para ser ella misma quien elija su suerte. De carácter desafiante, Jasmín quiere unirse a un príncipe por amor y no por dinero, revelándose a las leyes y tradiciones que se lo impiden. En 1995 Pocahontas se valdrá de una historia real, presentándonos a una nativa norteamericana, mujer combatiente que defiende a su tribu de los colonos británicos, y quien será esta vez la heroína que terminará salvando al príncipe de la historia, el conquistador John Smith. En 1998 viajamos a la China para presentar a otra princesa guerrera, Mulán, y quien pese a su crianza dedicada a la formación de una mujer sumisa y devota al marido que le eligieran, decidirá enrolarse en la guerra y defender a su familia antes de tener que vérselas con las batallas del amor. En este relato la historia del príncipe y la princesa quedará en un segundo plano, siendo Mulán y su espíritu combatiente el principal interés de la trama. Para servir en las filas de los ejércitos Mulán tendrá que disfrazarse de varón, mostrando de esta manera que sus destrezas equiparan o superan a la de los hombres, convirtiéndose en la guerrera más poderosa de los ejércitos chinos. Un poco más de diez años tuvimos que esperar para que Disney le diera vida a una nueva princesa, Tiana, en la película del 2009, The princess and the frog, recreada en un ambiente del sur de Estados Unidos, mostrándonos una princesa de 19 años, siendo la mayor de todas, y que pretende echar a la borda el esquema tradicional que responde al modelo de princesa. Tiana no tiene deseos de encontrar a su príncipe azul sino que está motivada por sus propios interéses y que finalmente acabará concretando. Este se conocerá como el “Resurgimiento” o el “Revivir de Disney”. Un año después, para 2010, Disney comenzará producciones echas en computador, presentándonos a otra de sus princesas, Rapunzel, protagonista de la película Enredados. Distanciándose de la versión original, esta Rapunzel no estará confinada en su torre y a la espera de un príncipe que la rescate. Será ella misma quien se las arreglará para escapar de su presidio, rebelarse ante su madrastra y dedicarse a cumplir sus proyectos, encontrando el amor por pura causalidad. Para este momento las princesas se alejaban mucho de la primera Blancanieves, adaptándose a los valores femeninos de la época, y valiéndose de personificaciones femeninos que realzan por su fuerza y su valor propio, símbolos de mujeres empoderadas y seguras de sus destinos. Las dos últimas princesas parece que ni siquiera tuvieran interés en el amor, como en el caso de Mérida (Moana), de la película Brave, de 2012 y en colaboración con Pixar Animation Studios, quien incluso rechazará a su prometido porque éste interfiere con sus deseos personales y su sed de aventura. Desvirtuando a la glamurosa princesa, Mérida carece de modales y refinamientos y se muestra casi como una salvaje y una romántica luchadora que no descansará hasta lograr sus objetivos y su realización propia. Por último, del año 2016, con la película Vaiana, Disney le apuesta de nuevo a la mujer que se afianza en sí misma y que ya no persigue las historias de amor, ni mucho menos el ideario de un príncipe encantado que acude en su rescate. Vaina, a pesar de ser una princesa ya que su padre es jefe de una tribu, no será tampoco la clásica princesa consentida y, contrario a esto, será una mujer temeraria que pretende recorrer todos los océanos y consagrarse como una salvadora de su pueblo. Algunas corrientes del movimiento feminista culpan a estas películas de generar el ideal de princesa a la que muchas niñas aspiran, por lo que la psicología lo conoce como el Síndrome de la princesa. La exposición de imágenes y el consumismo al que se ven expuestos los niños y niñas, logran que estas princesas se conviertan en modelos a los que aspiran y en prototipos que empiezan a modelarse en sus personalidades. Las niñas que se forman dentro del imaginario de la princesa podrían ver afectada su autoestima una vez crezcan y confronten una realidad en donde no existen princesas, y no todas las historias terminan con parejas que vivieron felices para siempre. Es así como Disney ha dado un giro significativo respecto a ese modelo de princesa que hoy representa más una figura de heroína, una mujer autosuficiente, aventurera e independiente, que ya no se interesará tanto por su belleza física como sí por sus logros personales, su conocimiento y sus talentos. No se trata de pelearse con la fantasía o de frustrar sueños, pero es importante que estos íconos de princesas estén ligados a valores que promuevan el desarrollo de personalidades fuertes, empoderadas del rumbo de sus vidas.