Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Olympe de Gouges (1748-1793)

La que fuera una destacada revolucionaria francesa, y una de las pioneras y precursora del feminismo a nivel mundial, nació en una típica familia burguesa, donde su padre trabajaba como carnicero y su madre recibía un apoyo económico de parte de su adinerada familia, y sin embargo Olympe no gozaría la dicha de reclamar su independencia y dedicarse a estudiar, que es lo que hubiera querido, para en cambio tener que obligarse a contraer nupcias con un hombre mucho mayor que ella, dejándola unos años más tarde como una joven viuda y a cargo de su único hijo. Para Olympe la experiencia matrimonial fue una decepción que calificaría como la “tumba de la confianza y del amor”, y por lo que se despertarían en ella una serie de reflexiones en las que consideraba la supresión del matrimonio por medio de la instauración legal del divorcio, proponiendo además que el contrato nupcial debería renovarse anualmente, y abogando por el reconocimiento paterno de los hijos extramatrimoniales. Fiel a estos principios o desencantos, Olympe nunca más volvería a casarse. Así también se interesó en la protección de los niños y la sociedad integrada por los más pobres, proponiendo la creación de centros asistenciales para la maternidad, talleres educativos para desempleados y lugares de albergue para mendigos. En 1770 se traslada a París, en compañía de su hijo, y allí vivirá una vida acomodada al mejor estilo burgués, rodeada por el círculo de intelectuales más destacados de la época, y que a la postre se consagrarían como los autores insignia del siglo de oro francés. Dio así inicio a su carrera literaria y dramatúrgica, publicando toda clase de folletos, artículos, ensayos, panfletos, carteles, obras y escritos en los que propugnaba por abolir el esclavismo y por equiparar la igualdad de los derechos haciéndolos extensibles al género femenino. Para 1774 su reconocimiento la llevó a figurar en el Almanaque de París, Quién es quién, encargado de difundir la obra y el pensamiento de los más destacados pensadores e ideólogos del momento. En 1788 presentó un artículo titulado Reflexiones sobre los hombres negros, por lo que fue invitada a conformar el Club de los Amigos Negros, del que entonces se haría miembro, y ese mismo año el Periódico general de Francia le publicó dos folletos que generarían polémica y conmoción en la caldeada sociedad francesa. En estos escritos Olympe proponía un programa de reestructuración social y el proyecto de un impuesto patriótico, ideas que apoyarían su siguiente trabajo titulado Carta al pueblo. Sus iniciativas las hacía llegar a los representantes de las legislaturas y a las principales y más destacadas personalidades políticas tales como Mirabeu, La Fayette y Necker, y pese a las amenazas y las presiones de una sociedad esclavista y colonial, se calcula que fueron más de treinta panfletos los que redactaría con el fin de sacar adelante las reformas legislativas en favor del abolicionismo. Compuso algunas obras teatrales que presentó por medio de una compañía teatral con la que recorría las distintas regiones francesas, pero la falta de fondos económicos para sus montajes, además de la censura constante que pesaba sobre el contenido de sus obras, la llevarían en varias oportunidades a desistir de sus presentaciones y a cancelar sus proyectos teatrales. Después de la Revolución fue que finalmente pudo presentar sus trabajos con mayor libertad, y sus obras tendrían una gran acogida luego de que pudieran presentarse en los principales teatros franceses. Admirada por los abolicionistas más representativos del momento, y que dejarían por escrito su admiración, Olympe recibiría el estímulo para seguir produciendo, y fue así como en 1790 insiste una vez más con una obra que titularía El mercado de los negros, pero dos años después volvería a la condena de la censura, cuando su escandalosa obra La esclavitud de los negros fuera desaprobada por la Comédie Française, prestigioso teatro subvencionado por la misma Corte de Versalles, y cuyo contenido temático cuestionaba acerca de las condiciones de vida a las que eran sometidos los esclavos negros, representaciones que poco interesaban y para nada convenían a un nobleza que se había enriquecido a costa del tráfico negrero. De la misma forma el comercio esclavista de las colonias de ultramar representaba una entrada de dinero bastante considerable para la economía de la Corona Francesa. Así pues, Olympe tuvo que enfrentar durante toda su vida los desagravios por parte de una sociedad que no aceptaba sus ideas liberales y progresistas, ideales humanos, y que no le daba crédito a que una mujer pudiera ser la ideóloga de un movimiento político y revolucionario. Queriendo conciliar este mundo dividido en géneros, fundó con éxito varias Sociedades Fraternas que acogían a ambos sexos; pero finalmente lograría acertar en sus búsquedas, cuando en 1791 quiso pronunciarse respecto a esta discriminación que la había venido acosando a ella y a su género a lo largo de la historia, y tomando como referente La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, publicada dos años atrás, compondría La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, cambiando la palabra “hombre” del texto original y remplazándola por la palabra “mujer”, en un reclamo por la igualdad de derechos y garantías jurídicas y legales para ambos sexos sin ninguna distinción de género, convirtiéndose este manifiesto en uno de los primeros documentos históricos que propone la emancipación femenina. El escrito comenzaba cuestionando con estas palabras reveladoras que desnudaban al supuesto sexo fuerte: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”. En su declaración, Olympe pretende reivindicar a la mujer, tomando como referente una proclama universal de los derechos humanos, y reclamando así mismo su derecho al sufragio y a la propiedad privada, su derecho a participar en tareas educativas, políticas, militares y religiosas, así como a poder ocupar y acceder a otros roles distintos dentro de la familia y aspirar a cargos y oficios públicos que desde siempre les habían sido esquivos por considerárseles inferiores. En algunos artículos señala el predominio del hombre sobre la mujer y suscribe: “Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común… Todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales ante los ojos de la ley, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y talentos”. Sin embargo sus obras acabarían por ser ridiculizadas, y la imagen de Olympe de Gouges se convertiría en un objeto de burla entre los intelectuales que le sucedieron, poniendo en duda sus capacidades intelectuales, hasta llegarla a considerar como una retardada mental y una analfabeta, a la que le negaban ser la autora de los libros que decía haber escrito, despreciando sus aportes y restándole valor a su pensamiento, y consiguiendo con esto que sus trabajos permanecieran olvidados durante más de dos siglos. Aunque en un principio se mostró inclinada por apoyar las ideas de la monarquía constitucional, acabaría por hacerse partidaria de la separación de los poderes del Estado que ya había planteado Montesquie, adhiriéndose a la causa republicana en favor de los Girondinos. Por su actitud sediciosa y revolucionaria frente a las nuevas disposiciones políticas adoptadas después de la Revolución, Olympe fue llevada a la prisión de la Bastilla por orden directa de quienes actuaban en nombre del pueblo francés, y cuya sentencia logró anular un tiempo después por intervención de algunas amistades notables. Le escribió por ejemplo a María Antonieta para que intercediera en favor de “su sexo”, al que consideraba “desgraciado”. Se opuso a la pena de muerte que pesaba sobre el destronado Luis XVI, y denunció las atrocidades cometidas por el Comité de Salvación Pública y la amenaza que representaría para la República las políticas sanguinarias implementadas por Marat y Robespierre. Una vez desaparece del escenario político el movimiento de los Girondinos, Olympe sería detenida, acusada de sumarse a estos ideales contrarrevolucionarios, y de ser la autora de un panfleto que andaba circulando y en el que se defendían los intereses de un estado federado. Durante su presidio no tuvo lugar a defenderse por medio de un abogado, y sus alegatos y reclamos fueron desatendidos por el tribunal revolucionario. Una herida que se le había infectado la llevó a permanecer varios días en la enfermería de la cárcel, y queriendo hacer más soportable su presidio, empeñó sus joyas para pagar por su traslado a una penitenciaría especializada en recluir a los presos enfermos de la sociedad burguesa. Desde allí se ideó la forma de dar a conocer dos panfletos que fueron publicados y en los que intentaba defender sus posturas y su vida: Olympe de Gouges en el tribunal revolucionario y Una patriota perseguida, que contaron con una alta difusión y que serían sus últimos escritos. Finalmente es acusada de traición, y dos días después de que sus correligionarios políticos fueran ejecutados, Olympe correría el mismo destino y acabaría por ser guillotinada. Su hijo, temiendo ser perseguido, renegaría de ella al momento de la ejecución. Unos años antes esta lúcida descabezada había escrito: “Si la mujer puede subir al cadalso, también se le debería reconocer el derecho de poder subir a la Tribuna”. Tuvo que pasar más de dos siglos para que su vida y su obra fuera rescatada y se le concediera a su trabajo su justo reconocimiento. A partir de la Segunda Guerra Mundial, esta controversial francesa comenzaría a consagrarse como una de las grandes representantes del humanismo francés, así también como en un ícono del feminismo mundial. Sus escritos han sido traducidos al inglés, alemán, japonés y otras lenguas en las que Olympe ya se está dando a conocer y cuya obra es hoy materia de estudio. Sus anécdotas de vida y sus luchas han sido representadas en obras teatrales, y ha sido propuesta para que sus restos sean trasladados a integrar el Panteón de París, junto a las más destacadas figuras francesas de todos los tiempos. Colegios e institutos académicos, plazas y calles, teatros y bibliotecas, e incluso premios llevan hoy el nombre de la inteligente y valerosa mujer, que perdió la cabeza por ser esta la antorcha que alumbraba en tiempos lóbregos las más sinceras ideas de la más sincera revolución.

Olympe de Gouges

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