Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Melanie Klein (1882-1960)

Trascendental y autorreflexiva, su costumbre de analizarse a sí misma le serviría para analizar muy bien a los demás, y comprender así en lo posible el funcionamiento psíquico que postularía en sus teorías del psicoanálisis. Prestó un interés particular en el estudio del infante y la importancia en sus cuidados para la posterior formación emocional del adulto. Melanie Klein nació en Viena, hija de un padre judío que no seguiría con la tradición ortodoxa que lo obligaba a convertirse en rabino, y apasionado por la medicina se titularía como doctor, y aunque a la postre acabaría ejerciendo el oficio de odontólogo. La madre de Melanie, que administró durante años un negocio de plantas, sería la segunda esposa del intrépido odontólogo, y de esa unión nacerían además otros dos hijos: Sidonie y Emanuel. Este último sería quien apoyaría a Melanie para que se animara a iniciar sus estudios de psiquiatría y se matriculara al Gimnasio de Viena. Sidonie moriría muy joven, y se dice que sería quien le inculcaría el amor por la lectura y las matemáticas. Antes de cumplir los 18 años Melanie se compromete con un amigo de su hermano Emanuel, un químico industrial cuatro años mayor que ella, Arthur Klein, y luego de cuatro años de noviazgo (en los que pasarían la mayor parte del tiempo distanciados a causa de los estudios de él), la pareja finalmente se casa y se radican juntos en Hungría. Durante estos años Melanie también se alejaría de sus estudios de medicina, interesándose más por la historia y el arte y por el cuidado de sus hijos Melitta, Hans y Erich. Comenzarían así sus primeros signos depresivos, exacerbados en gran parte por su fracaso matrimonial. Descontenta de vivir en un pequeño pueblo, Arthur consigue un traslado en su trabajo, y en 1910 se mudaría con su familia a la capital húngara. Por aquellos días muere su madre, sumiéndola en un estado depresivo del que sólo se recuperaría a través de las terapias de análisis del profesor Ferenczi, lo que llevaría a Melanie a interesarse en los estudios e investigaciones y en todos los asuntos respecto a los trabajos expuestos hasta ese día por la naciente disciplina del psicoanálisis, y en especial la obra del reconocido Sigmund Freud y sus teorías referentes a los sueños. Siendo tiempos de guerra, su esposo y su analista se alistan en el ejército, y unos años más tarde regresarán, y en el caso de Arthur volverá como inválido de guerra al haber sido herido en una pierna. Para ese entonces ya su matrimonio se estaba viniendo a pique. En 1918 Ferenczi la invita al quinto Congreso Psicoanalítico Internacional, evento que generó un fuerte impacto en Melanie, y que le serviría para reconocerse al fin en su vocación de psicoanalista. Al parecer su mayor talento estaba en despertar esa sensibilidad especial que tenía con los niños, y crítica del modelo educativo se interesaría por desarrollar novedosas teorías psicoanalíticas acerca de la personalidad de los infantes: “No he visto que la educación pudiera cubrir la totalidad de la comprensión de la personalidad y que, por lo tanto, tenga la influencia que uno desearía que tuviera. Siempre sentí que detrás había algo que nunca llegué a percibir.” Y eso era precisamente en lo que Melanie quería auscultar, indagar en los sentimientos, sensaciones y pensamientos que se generan al interior de los infantes, y poder comprender la trascendencia de estos primeros choques con el entorno y que definirán al adulto en el que se convertirá. Y sería el mismo Ferenczi quien le ofrecería trabajar como asistente en la organización de la Sociedad de Investigación Infantil para la enseñanza del psicoanálisis, y ese mismo año la invita para que exponga por primera vez sus trabajos e investigaciones, lo que le representaría además la membresía a la Sociedad Psicoanalítica Húngara, que por aquel entonces gozaba de gran prestigio y del interés de muchos académicos y profesionales de la medicina. Pero ocurriría que durante los años de la posguerra los judíos tendrían dificultades al interior de Hungría, por lo que Arthur tendría que mudarse con su familia a Suecia, pero unos meses más tarde Melanie se establecería en Eslovaquia para permanecer en casa de sus suegros en compañía de su hijo Erich. En 1920 asiste al sexto Congreso Psicoanalítico Internacional, en La Haya. Allí conoce a quien lidera el Instituto Psicoanalítico de Berlín, y éste la invita para que haga parte de su equipo y se dedique de lleno a la labor de analizar pacientes. Melanie se muda a Alemania y en 1921 se divorcia legalmente de Arthur, y en adelante vendrán para ella unos años prolíficos en los que no parará de proponer y de reflexionar en torno al comportamiento psíquico durante los primeros años de nuestra vida. Radical y controversial, Melanie exploraba el mundo infantil a través de juegos y de toda clase de tareas artísticas que los niños quisieran libremente experimentar como una conducta espontánea. Se interesaba por sus fantasías y proyecciones escindidas, analizaba en los infantes las causas de sentimientos, manías y neurosis tales como la envidia y la angustia (motor básico del desarrollo humano, según decía), la omnipotencia, la represión e inhibición de las pasiones, la pulsión erótica, la crueldad y el sadismo, la culpa y el remordimiento, el daño y la reparación, la construcción de símbolos, la reconstrucción y la elaboración del duelo, y todas las conductas patológicas que pudo interpretar a través de la interacción con los niños, y sobre las cuales iría postulando teorías cada vez más sólidas y mejor elaboradas. En el octavo Congreso de Psicoanálisis Internacional, en Salzburgo, expone sus hipótesis y conceptos y presenta ante la sociedad de Viena su obra Principios psicológicos del análisis infantil, y más tarde en la primera conferencia de psicoanalistas alemanes, en Wurzburgo, enseña sus estudios y análisis sobre el caso de una paciente suya llamada Erna, Una neurosis obsesiva en una niña de 6 años. En 1925 sus trabajos son traducidos al inglés, y es invitada para que dicte una serie de conferencias en Londres, lo que acabaría por desatar la fuerte disputa que se mantuvo durante años contra las teorías que contrariaban los trabajos de Anna Freud y de la escuela vienesa del psicoanálisis, y es en 1927, durante un simposio, cuando se debatirán frente a frente estas diferencias que separan las ideas y métodos de las distintas escuelas del psicoanálisis, la británica y la austriaca. Para 1932 Klein presenta El Psicoanálisis de niños, el trabajo más ambicioso publicado hasta entonces por la Sociedad Británica, y en donde formula una teoría basada en dos conceptos fundamentales que se desarrollarían durante los primeros meses de la infancia: la posición esquizo-paranoide y la posterior posiciñon depresiva. Según sus estudios, los humanos tenemos dos instintos básicos, el de vida o amor y de muerte u odio, y en la lucha de estos dos instintos el niño experimentará sentimientos de ansiedad y miedo y una culpa posterior producto de estos daños psíquicos y de sus impulsos agresivos, y es así como tratará en vano de reparar el objeto dañado, que en el mayor de los casos se tratará de la madre: “El sentimiento de que el daño ocasionado al objeto amado tiene por causa los impulsos agresivos del sujeto, es para mí la esencia de la culpa. El impulso a anular o reparar este daño proviene de sentir que el sujeto mismo lo ha causado, o sea, de la culpa. Por consiguiente, la tendencia reparatoria puede ser considerada como consecuencia del sentimiento de culpa”. En 1934 muere su hijo Hans en un accidente de tránsito, afectando considerablemente el estado mental de Melanie. Tres años más tarde publica Amor, Odio y reparación, y un año más tarde, ante el éxodo inevitable que padecieron los judíos, Melanie invita a Sigmund Freud para que dispongan de un encuentro, a lo que éste responderá con una nota escueta de agradecimiento. El encuentro jamás lograría concretarse, ya que Freud moriría veinte días después de iniciada la Segunda Guerra. Para ese entonces Melanie casi le habría perdido la pista a su hija Melitta, a quien volvería a encontrar en el decimosexto Congreso Psicoanalítico Internacional, en Zúrich, en 1949, y en donde apenas se saludaron sin poder reconciliar las diferencias que las llevaron a distanciarse hacía varios años, y que también afectarían de manera profunda y decisiva a la ya reconocida psicoanalista. Por aquellos días conoce a Lacan, quien se interesa en traducir al francés El psicoanálisis de niños, proyecto que a la larga nunca acabaría por ejecutarse. En 1957 publica Envidia y gratitud, y un año después muere uno de sus más preciados amigos y mentores, sumergiéndola de lleno en un desánimo que la llevaría a cesar e interrumpir sus actividades, y a desatar nuevas dolencias y padecimientos físicos. Su estado de salud se va empeorando precipitadamente. Unos meses después la operan en un intento por combatir el cáncer de colon, pero a Melanie le costaría esta vez psicoanalizar a ese último paciente, imposible de conocer o de interpretar a pesar de lo predecible, intransigente con su manera fría e irreflexiva de proceder, un psicópata incapaz de despertar sentimientos de empatía por la vida misma, y fue así como el 22 de septiembre de 1960, a la edad de los 78 años, ese paciente que es la muerte no se dejó sanar por Melanie, y abandonaron juntos la terapia de existir.

Melanie Klein

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