Molière se burló de ellas en Les precieuses ridicules, y así también lo hizo Quevedo con su escrito La culta latiniparla, recalcando que la cultura y el conocimiento no eran propiamente asuntos que competían a lo femenino. Pero lo cierto es que otras culturas, en otros hemisferios y en otros tiempos, han construido civilizaciones donde las mujeres actúan al mismo nivel de los hombres, y esto porque en principio gozaban del mismo acceso al saber y a la formación educativa. Por fortuna existieron por aquel entonces otros escritores que defendían la igualdad de los sexos y el derecho de las mujeres a la educación, como es el caso de Poulain de la Barre con su obra La educación de las damas. Es así como durante el siglo XVII, el esplendor de la Ilustración andaba también despertando el interés de muchas mujeres que se veían como partícipes de aquellos tiempos de apogeo cultural, artístico, científico, intelectual. Los textos franceses eran traducidos en pocos días al inglés, y había un furor de inquietud en todo aquel que andaba ávido de conocimiento. Algunos planes de alfabetización se habían divulgado por el territorio inglés y la educación estaba representando un pilar social, e incluso un bastión para la empresa evangelizadora. Sin embargo serían estas mismas medidas religiosas del protestantismo las que vendrían a limitar, casi a extinguir, los propósitos educativos. La fe reformó las instituciones culturales y artísticas, y la educación social tuvo un mayor enfoque en el desarrollo mercantil, desplazando por completo el acceso que las mujeres pudieran tener a la educación formal. Incluso la formación femenina podría mirarse como una amenaza a la tradicional sociedad patriarcal, que por nada quería concederle potestades a la mujer, ya que de cualquier forma resultarían un peligro para su jerarquía ancestral. Mucho se debatía de si a la mujer le correspondía ocupar un lugar distinto del destinado por siempre: el convento o el hogar, demeritando sus capacidades intelectuales y artísticas y relegándola a un puesto secundario en la sociedad, alejada de la actividad pública y de la posibilidad de labrarse un destino propio, independiente, autosuficiente. En ese contexto surge pues la figura desafiante de Mary Astell, quien con su propio ejemplo de vida y las luchas que emprendió, sería una pionera de los derechos de las mujeres en pos de la igualdad de sexos, procurando que la mujer pudiera contar con el mismo nivel educativo de los hombres. No se conformaría con aprender a bordar y a cantar para contentar a su marido, no le seducía tampoco la vida consumada al monasterio, ella deseaba un vuelo libre en donde pudiera desarrollarse según sus apetencias y caprichos, descubriendo sus intereses propios y permitiéndose vivirlos, y convencida de que sólo era posible gozar de estas libertades si la mujer contaba con un calificado nivel cultural y educativo. “La ignorancia nos inclina al vicio”, escribió. Se conoce poco de la vida personal de quien es considerada hoy como la primera feminista de los ingleses. Una de sus biógrafas más asiduas resume así: “Como mujer, era poca cosa o ninguna en el mundo del comercio, la política o la ley. Nació y murió; tuvo una pequeña casa durante algunos años; mantuvo una cuenta bancaria; ayudó a abrir una escuela de caridad en Chelsea”. Y allí parecen agotarse las grandes anécdotas. También conocemos un poco de ella por medio de cuatro cartas que se conservan, las cuatro dirigidas a personalidades de la nobleza, y por lo que en definitiva pudieron ser rescatadas, ya que al parecer existe otra correspondencia perdida y dispersa y a la cual todavía no se le concede plena legitimidad. Nació pues en Newcastle, y tuvo dos hermanos, uno de los cuales moriría siendo un niño. Su padre estaba a cargo de la dirección de una empresa de carbón, y profesaba una rama conservadora del anglicanismo, fe en la que bautizaría y criaría a sus hijos. A pesar de llevar una infancia donde no le faltaron las comodidades, a la edad de los 12 años Mary vivirá la muerte de su padre, quien apenas les dejaría lo suficiente para cubrir los gastos educativos del único varón de la familia. A pesar de habérsele negado el acceso a la educación académica, Mary Astell venía formando su cultura a través de los conocimientos impartidos por su tío, un religioso anglicano y alcohólico que se había interesado en legar saberes y cultura a su pequeña y avezada sobrina. Es así como desde los 8 años Mary ya venía enterándose de quiénes eran Pitágoras, Sócrates y Platón, adentrándose con el pasar de los años en lecturas de todo tipo, y convirtiéndose en una mujer destacada por una cultura que abarcaba varios campos del saber: teología, política, filosofía, historia, literatura. En 1688 muere su madre y es momento de elegir un camino, uno de los dos que por destino parecía obligada a recorrer. Pero no sería así para Mary, que negándose a aceptar con sumisión estas únicas dos opciones, decide abrir una trocha propia por donde no parecía vislumbrarse ningún camino, y toma una decisión muy personal de no casarse ni unirse en pareja, de no aspirar a la crianza de unos hijos y al cuidado de un hogar, ni tampoco de consagrarse al claustro clerical y a la total entrega religiosa al interior de un monasterio. Ella perseguía más un estilo de vida desembarazado de los oficios monásticos y de los quehaceres del hogar, para poder concentrar su tiempo y sus esfuerzos en la exploración de sus propios talentos. “¿Qué haré? No pretendo ser rica o poderosa ni cortejada o admirada ni elogiada por mi belleza ni exaltada por mi ingenio. Ay! Nada de esto merece mi empeño o mi sudor, ni puede contentar mis ambiciones; mi alma, nacida para más, nunca se someterá a tales cosas, sino que seré algo grande en sí mismo y no en el aprecio del vulgo.” Estas eran las reflexiones de Astell cuando se mudó a Londres, donde entonces tuvo la suerte de cruzarse con un grupo de mujeres que compartían los mismos intereses que ella, y que ya integraban algunos círculos intelectuales a las que Mary sería invitada. En medio de estas reuniones, Mary logró afianzar los lazos de amistad con este grupo de mujeres, que al igual que ella habían tomado la decisión de permanecer solteras, y quienes en gran parte pertenecían a la aristocracia y no vacilaron en solventar los gastos de Astell y servirle como mecenas. El por aquel entonces arzobispo de Canterbury también se interesó en las capacidades de Astell, esa mujer que en su momento diría de ella misma que se trataba de un alma “nacida para más”, consiguiéndole a Mary quien pudiera editar su primera obra, dedicada a cuestionar las bases del matrimonio, las cuales según la autora debieran fundamentarse en la amistad y el amor, y no como suele suceder, por intereses económicos, sociales o del propio orgullo. “¿Por qué es la esclavitud tan condenada y se lucha tanto en contra de ella en un caso y tan aplaudida y considerada tan necesaria y tan sagrada en otro? De nuevo, si la soberanía absoluta no es necesaria en un Estado, ¿cómo puede ser así en una familia? O si lo es en una familia, ¿por qué no en un Estado? Ya que ninguna razón puede ser dada para aquella, ¿no tendrá más fuerza para la otra?” Estos son algunos interrogantes que Astell postula en su obra Some reflections upon marriage, publicada en 1700, y en donde la visionaria escritora ya empieza a cimentar la tesis de su filosofía, y es esa de que solamente por medio de la educación la mujer podrá aspirar a la libertad de elegir sobre su propia vida y su destino. Apela a la razón e incluso va más allá cuando fundamenta la igualdad de sexos en los mismos e indiscutibles principios divinos: “Dios ha dado a las mujeres lo mismo que a los hombres: almas inteligentes… Si Dios no tenía intención de que las mujeres utilizaran su razón, no se las habría dado, ya que Él ‘no hace nada en vano’”. Para discutir de tú a tú con los varones, Astell no apelaba a argumentos históricos que bien podían desmontarse, sino que hacía referencia y se apoyaba en fundamentos filosóficos, sirviéndose del racionalismo planteado ya por Descartes, del cual desprendía la teoría simple de que mujeres y hombres tenían por igual la capacidad de razonar, y por lo mismo debieran ser tratados como iguales. “Si todos los hombres nacen libres, ¿por qué todas las mujeres nacen esclavas?” Su iniciativa llegó incluso a ser satirizada por el reconocido escritor Jonathan Swift en la revista Traler, y otros medios aprovecharían también para burlarse de su osadía. Para 1690 Mary comienza una asidua correspondencia que va y viene entre ella y el escritor John Norris, quien después de cinco años de este intenso compartir, propone a Mary la publicación de estas cartas, bajo el título Letters concerning the love of God. Estos escritos nos permiten entender la visión de Mary respecto a Dios y a los asuntos tocantes a la teología. Y aunque el libro no especificaba el nombre de quien compartía correspondencia con Norris, su estilo inconfundible muy pronto reveló que la autora se trataba de la destacada Mary Astell. El estilo de Mary Astell poseía una retórica incendiaria que buscaba competir con la oratoria de los hombres, en un intento por demostrar que las mujeres podían debatir como iguales, siempre y cuando tuvieran argumentos sólidos, de peso, fundamentados, que sirvieran para apoyar su discurso y darle contenido. En sus escritos pasa con frecuencia de emplear el pronombre en primera persona, para referirse a “nosotras”, o incluso subrayar “nuestro sexo”, dando a entender que se expresaba ante un público femenino que de entrada se veía no solamente identificado sino correspondido con sus planteamientos e inquietudes. Supo cautivar a sus lectoras refiriéndose a ellas de “Ladys”, y empleando un método de escritura semejante a la escritura de cartas, y en donde afianzaba todavía más el vínculo con sus lectoras. En el encabezado de uno de sus libros se presenta como una mujer que ama su condición de mujer, e invita a la lectura de una bella propuesta de vida: “Una propuesta seria para las damas, en beneficio de sus verdaderos y más altos intereses. Por una amante de su sexo.” Junto a otras mujeres que lograron altos reconocimientos como precursoras del movimiento feminista, Mary y sus amigas patentaron con su ejemplo un estilo de vida que había propuesto a través del papel, llevando una vida de soltería y dedicada al saber intelectual y a la búsqueda de la independencia económica. Quería brindar a la mujer otra oportunidad de vida que no estuviera ligada al hombre, una vida que por medio del poder que ofrecía el saber, pudiera alcanzar independencia plena en sus proyectos y centrarse en su propia elección de vida. Este grupo de mujeres compartía tareas de todo tipo, desde remedios caseros y libros, hasta las tareas que parecían no corresponder con su catadura de mujeres empoderadas, como cocinar o bordar. Y sería así como se tejería una red de solidaridad en donde las mujeres con mayor poder económico subvencionaban el estudio de las más jóvenes y menos favorecidas, o en el caso de viudas y mujeres que trabajaban como criadas y a quienes enseñaban a leer y a escribir. Mary Astell fue destacándose como líder de esta iniciativa, y a sus amigas fundadoras de este y tantos proyectos no les resultó costoso ocuparse de la manutención de la cabeza del movimiento. En 1694 publica A serious proposal to the ladies, for the advancement of their true and greatest interest, y tres años más tarde dará a conocer una segunda parte, siendo su obra más emblemática. Mary se había interesado a profundidad por estudiar la institución matrimonial, exponiendo una contrapropuesta que sería la soltería, y para lo cual plantea la creación de otra institución que sea como un “vivero” para la mujer que quiera dedicarse a otros menesteres distintos de los que la sociedad quiere imponerle, más allá de convertirse en madre o en monja. Consideraba que el Reino de los Cielos no sería asequible para las mujeres en tanto éstas no pudieran tener experiencias y conocimientos, tal cual sucedía con los hombres. En el entorno del “vivero” la mujer encontraría refugio y albergue, la dotación suficiente que la provee de lo necesario, y el tiempo para que pueda disponer con libertad de sus caprichos y antojos, y todo esto distanciada del dominante imperio del macho. El “vivero” prometía apartarse del yugo de una sociedad masculina que coartaba su bienestar, ofreciendo el espacio para la preparación académica y religiosa y que le permitiera desarrollarse como un agente productivo y activo dentro de la sociedad. Dicha institución no prometía poco, prometía paz, felicidad: “¡Feliz retiro! El que encontraréis cuando entréis en este Paraíso como el que perdió vuestra Madre Eva, donde festejaréis con los placeres que, al contrario de los de este mundo, no os decepcionarán… aquellos que os harán verdaderamente felices ahora, y que os prepararán para que lo seáis perfectamente en el futuro. Aquí no hay serpientes que os engañen mientras os divertís en estos deliciosos jardines. El lugar al que estáis invitados es modelo y antepasado del Cielo.” En el “vivero” no existía una estructura jerárquica, no había una superiora, y los lazos entre estudiante y profesora se basarían en la confianza y el afecto de una verdadera amistad, sin ningún tipo de estatus. Cada mujer podría permanecer el tiempo que considerara necesario y abandonar libremente el lugar cuando quisiera. El financiamiento se sustentaba en un dote que cada residente aportaría a través de una cuota mensual previamente fijada. Se conviviría en comunidad, y las tareas y oficios estarían destinadas a la oración, la meditación, la tertulia, el estudio y la ejecución de obras caritativas. Cada día tendrían un espacio para la oración conjunta, y el día domingo harían ayuno y celebrarían misa. Estableció un plan de estudios que no reñía con los intereses intelectuales de los varones, que incluyera el aprendizaje de filosofía, matemáticas y, en principio, lecturas selectas, entre las que destacaba a Descartes y Malebranche, y cuyo enfoque no estuviera en adquirir conocimientos enciclopédicos y erudición, como sí la capacidad misma de razonar por voluntad propia y formar sus propias ideas: “Las mujeres no están tan bien unidas como para conformar una insurrección. Son, en su mayoría, lo suficientemente sabias como amar sus cadenas y discernir lo bien que les sientan.” Se trataba de un compartir libre entorno al mundo del conocimiento, sin pretender equipararse a los hombres como una especie de desafío, sino un trasegar libre y placentero en el mundo del saber como forma de vida. Impele al conocimiento como un acto de amor, vinculando así el saber con la felicidad, lo estimulante que resulta descubrir cosas nuevas, y cómo a través del goce del conocimiento se adquiere por fin la auténtica libertad. Para ella una mujer solamente alcanzará la libertad suficiente mientras conquiste un grado de formación cultural e intelectual que así se lo permita. El objetivo último era como una especie de graduación, una enseñanza que pudiera formar mujeres autosuficientes tanto en el aspecto intelectual como en los ámbitos del espíritu. Seguras, confiadas de sí mismas, independientes, Mary Astell sería el mejor ejemplo de aquello que promulgaba, fundando una facultad universitaria dedicada a las mujeres, y que contó con el aval de la futura reina Ana de Inglaterra. Para 1709, y con el apoyo económico de su grupo de aliadas, fundó en Chelsea una escuela de caridad para niñas. Por esos mismos años se retiró de la vida pública y se mudó a la casa de una amiga que la acogería y se encargaría de ella hasta el último de sus días. Esto sucedió en 1731, luego de una mastectomía en su seno derecho que la dejaría mal librada, y tras la cual decidió encerrarse sin ver a nadie, dedicada a la oración y a velar frente a un ataúd que ya tenía reservado para su entierro, que finalmente se llevaría a cabo en el cementerio de la iglesia de Chelsea, en Londres. Su elocuencia, su pensamiento de avanzada, su erudición, la profundidad de sus ideas y su sensibilidad para expresarlas y hacer que le llegaran a muchas, hace de Mary Astell una inspiración femenina, y un modelo de vida que en adelante serviría para que muchas mujeres persiguieran el estilo de vida de un alma libre y que decide por ella misma y por su destino propio.
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