Malínina le llamaban sus padres, él un instructor de música que fallecería cuando Marina tenía siete años, y ella una profesora de escuela, y quienes tendrían por hija a un ave, una moscovita que asolaría los cielos nocturnos y se consagraría como una de las más destacadas pilotas de todos los tiempos. De niña soñaba con pertenecer a la ópera, ser cantante, y su madre alentó las ambiciones de su pequeña matriculándola en el Conservatorio de Moscú, pero pronto cambiaría sorpresivamente su vocación musical y se decidiría por el estudio de la química. En 1929 se gradúa y consigue emplearse en una fábrica de instrumentos, y al año siguiente contrae matrimonio con el ingeniero Serguéi Raskov, de quien adoptaría su apellido, y con quien tendría una niña llamada Tanya. Un año más tarde, y por una cuestión casual, Marina se vería involucrada en un terreno que hasta ahora le había sido vedado a las damas: el cielo. Comenzó trabajando como diseñadora de rutas y trazando planos en el Laboratorio de Aéreo-Navegación de la Fuerza Aérea Roja, y dos años después ya estaba lo suficientemente capacitada como para pilotear por sí sola una aeronave, e incluso un año más tarde se convertiría en la primera mujer en oficiar como instructora de navegante de vuelo en la Academia Aérea Zhukovskii. Para 1935 se divorcia de su marido, pero no así de lo que sería en adelante su obsesión, su anhelo de conquistar los aires y de romper los registros de velocidad y distancia, y cuyas marcas indiscutiblemente fueron batidas por hombres. Una de sus aventuras más relevantes sería la que protagonizó en 1938 junto a otras dos leyendas de la aeronáutica, Polina Osipenko y Valentina Grizodúbova. La travesía consistía en viajar desde Moscú hacia el este de la Unión Soviética y hasta casi alcanzar la costa Pacífica, y aterrizar en un territorio conocido como Komsomolsk-on-Amur. Las condiciones climáticas provocaron que apenas recorridos setenta kilómetros ya las nubes les impidieran tener una plena visual, por lo que tendrían que orientarse por medio de instrumentos de vuelo como el reloj y la brújula. Remontando las estepas siberianas, superados los Urales, las alas del Túpolev ANT-37, apodado Rodina (Patria), comenzarían a congelarse. El avión bimotor, un bombardero experimental de alta autonomía, no pasó la prueba en comunicaciones, y también la radio se vería afectada por el gélido ambiente, consiguiendo que pasadas un par de horas las aviadoras perdieran parcialmente contacto con los centros de monitoreo. A la mañana del día siguiente, sobrevolando el sector de la Manchuria, el avión se quedaría sin combustible, y el hielo de las alas estaba haciendo un peso que le restaba potencia a la aeronave, por lo que la tripulación se deshizo de todo cuanto pudo, pudiendo recobrar un poco de altura. Sin embargo no sería suficiente, y fue entonces cuando Marina tomó la decisión de arrojarse en paracaídas para que sus compañeras pudieran completar el vuelo. La intrépida aviadora se lanzó sobre la espesa vegetación de la taiga en espera de que un cazabombardero la encontrara. Polina y Valentina consiguieron el objetivo y en un poco más de 26 horas lograron recorrer sin escalas más de 5.000 kilómetros. Una semana tardaron los operativos de rescate para dar con Marina, que al regresar sería homenajeada junto a sus dos compañeras de vuelo con la Estrella de Oro de los Héroes Soviéticos, siendo las primeras mujeres en recibir dicha distinción. Con tan solo 25 años ya Marina Raskova se convertía en una leyenda de altura. En 1939 narró los pormenores de su hazaña en un libro titulado Zapiski shtúrmana (Notas de un navegante), y que de inmediato alcanzó gran éxito de ventas, siendo las mujeres las primeras en gozar de su lectura e inspirarse en la atrevida mujer aérea. El mismo Stalin quiere conocerla, tras lo cual la condecoraría con el rango de Mayor y le ofrecería un puesto de dirigente al interior del Partido Comunista. Para fortalecer el poderío aéreo de los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial, Marina le sugiere a Stalin aprovechar el caudal de mujeres que habían sido formadas y que ya podían desempeñarse como pilotas de guerra. Empezarían a realizar los ejercicios de combate en la base aérea del pueblo de Engels, a orillas del Volga, al norte de Stalingrado. El curso que normalmente tardaría dos años debía lograrse en cuestión de pocos meses. Las aspirantes al desafío aéreo practicaban catorce horas diarias con el fin de afianzarse en tácticas de combate, estrategias de espionaje, maniobras aéreas. Una vez aprobadas por la maestra Marina, lo único que quedaría para poder comenzar a operar sería una cuestión de adaptar a las mujeres lo que siempre había sido pensado para los hombres. Ellas mismas se encargaron de cortar y remendar los uniformes para que fueran de sus tallajes, y así mismo acondicionaron los asientos de las aeronaves para alcanzar fácilmente los pedales al tiempo que controlaban la pantalla de instrumentos, y hasta rellenaron las botas con papel periódico para que nos le quedaran volando. A cada una se le otorgó una pistola y su propia aeronave, y así, plenamente armadas, afinaron puntería, practicaron caza, ametrallamiento y bombardeo, y cargadas de valor y confianza en sus conocimientos emprendieron vuelo y se marcharon a la guerra. Fue entonces cuando se conformaron los tres temibles regimientos exclusivos de mujeres que atemorizaron a los nazis a lo largo de la guerra. El 586.º Regimiento de Combate Aéreo fue el primero en ingresar a batalla en abril de 1942, consiguiendo ejecutar más de 4.000 misiones y derribando a 38 aviones enemigos en 125 combates. El 587.º Regimiento Aéreo de Bombarderos fue liderado por la propia Marina, encargada de modernizar los obsoletos aviones por un arsenal de los más sofisticados bombarderos del momento, despertando la envidia de los regimientos masculinos que tuvieron que seguir combatiendo con los mismos aviones. Luego de más de mil misiones y una descarga de casi mil toneladas de bombas, cinco integrantes de este regimiento fueron condecoradas. El 588.º Regimiento Aéreo de Bombarderos Nocturnos sería el más destacado, y a pesar de contar con una flota de aviones en mal estado, lograron un histórico registro de 24.000 misiones y 24 de sus mujeres fueron condecoradas con la más alta distinción. Los alemanes solían llamarlas Die nachthexen (Brujas nocturnas), dado que cada noche solían sobrevolar los cielos de Orel, Kursk, Smolensk, Vitebsk, Borysov y los Lagos Mazurian, descargando la fuerza de sus conjuros representados en toneladas de explosivos. Así se expresaba un reconocido nazi que tuvo que soportar el asedio de las terribles brujas nocturnas: “Nos era simplemente incomprensible que los pilotos soviéticos que nos daban tantos problemas eran, de hecho, mujeres. Estas mujeres no les temían a nada: venían noche tras noche, en sus destartalados aviones, impidiéndonos dormir.” A comienzos de 1943 Marina piloteaba cerca de Stalingrado uno de los novedosos Petliakov Pe-2, cuando una repentina ventisca hizo que la experimentada pilota perdiera el control de la aeronave, en lo que acabó en un siniestro a orillas del río Volga, y en donde murió toda la tripulación. Las tres mujeres fueron declaradas como muertas en acción. Al morir, la Unión Soviética le rendiría todo tipo de homenajes, y sus cenizas fueron depositadas en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin. De manera póstuma se le otorgó la Orden de la Guerra Patria. Su imagen está presente en un barco y en una estatua, en una estampilla, y su nombre ha bautizado plazas, calles, escuelas y centros de formación militar a lo largo de toda la extensa Rusia que la recuerda como su heroína más alta.
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