Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Marie Loïe-Fuller (1862-1928)

Su espectáculo en vivo tenía que ser algo impresionante. Y tanto fue así, que los hermanos Lumiére, que por ese entonces andaban antojados de dejar los primeros registros fílmicos de lo más hermoso y curioso de este mundo, dedicaron algún rollo de celuloide y capturaron durante escasos segundos la mítica Danza del fuego, ideada en todo su conjunto por la misteriosa y atrayente Marie Loïe-Fuller. Ella misma dirigió, produjo y, desde luego interpretó, lo que en definitiva abrió paso a nueva puesta en escena en donde se introducía una experiencia lumínica, quemante, luces de colores que se reflejaban en las telas bamboleantes de la bailarina que parecía ardiendo, una agitación variopinta que envolvía a una dama revoltosa, como poseída por la incandescencia iridiscente que se reflejaba en sus vestimentas, parecida como a una hipnótica sepia que intenta seducir a su presa con un fabuloso colorido cambiante. Pionera de los efectos visuales y los grandes espectáculos, Marie Loïe nació en la taberna de un suburbio chicano, según narra la historia. Creció en una granja, y desde muy pequeña reveló su encanto por la interpretación dramática y por ser el centro de atención. Soñaba con actuar, bailar y cantar, y fue por esto que desde muy niña se involucró fuertemente en el mundo del arte, llegando a ganar cierta popularidad en su barrio, debido a sus talentos como actriz, cantante y bailarina, todo ello con un aprendizaje autodidacta. En su adolescencia ya había probado suerte en estas tres disciplinas: cantó ópera, interpretó papeles teatrales de Shakespeare y bailó el can-can. Durante años vivió de espectáculos casuales, ganando apenas lo suficiente para su propia manutención. Hablaba un inglés arrastrado, chapucero, de barrio, y respecto a su francés, no podía decirse cosa distinta. No realizó estudios formales, desconocía las técnicas del baile y el ballet clásico, y sin embargo llegó a convertirse en una aclamada bailarina de nivel internacional, ovacionada por el público, admirada y respetada por los críticos, y aplaudida por una fama que la llevó a ser reconocida por el zar de Rusia, la reina de Rumania y el káiser alemán. Para llegar a la cima, debería interesarse en conquistar la Meca del arte, lo que luego conocería la historia bohemia como la Belle époque, y trasladarse a un París donde florecía el encanto por la cultura y el arte, el despertar del cine, el glamur de la costura y la invención de tecnologías a todo nivel. Para conquistar París, Marie Loïe empleó todo su ingenio y creatividad, y a sus 30 años ya había concebido el montaje de una propuesta desde todo punto de vista original y novedosa, única en su conjunto y en su técnica misma, deslumbrante para cualquiera, una presentación artística visionaria y, así mismo, revolucionaria, y que bautizó como la Danza serpentina. El enfoque particular que tenía su montaje, consistía en esos impactantes efectos visuales que transportaban a los espectadores en el reflejo de sus vestimentas multicolores, una suerte de ilusión óptica en donde se apreciaba la luz cambiante, la luminosidad esplendorosa en una danza que evocaba el revoloteo de una mariposa. Investigando en un improvisado laboratorio al interior de su casa, la intrépida artista despertó su inquietud científica, experimentando con sustancias químicas como el magnesio y sales luminiscentes, y que impregnaba a las telas para acertar con una curiosidad de luces y colores sin precedentes. Sus trucos de alquimia, alentados por el arte, la llevaron a patentar sus compuestos químicos capaces de reaccionar a la luz, generando en las telas un efecto especial de iluminación colorida. Tenía un producto innovador, y ahora sólo bastaba con enseñárselo al mundo entero. Combinó de esta forma su revolucionaria técnica lumínica con el baile y un particular atuendo: una túnica de seda velada, transparentosa, de más de 300 metros, la envolvía completamente; la bailarina giraba como un remolino e iba despojándose de sus vestiduras, al tiempo que un singular efecto lumínico se reflejaba en dichas vestimentas, cambiando en sus colores y logrando así el efecto envolvente que hechizaba al público. Fuller acompasaba el ritmo con dos cañas de bambú que ondulaba en cada una de sus manos. La bailarina entraba en un trance y así mismo todo aquel que tenía el deleite de verla. Una artista estadounidense había capturado la atención del público francés, y podía vérsele cada fin de semana en un lugar distinto de la ciudad, ofreciendo un circense espectáculo nocturno de variedad, que la llevaría a presentarse en varias ocasiones en el prestigioso Teatro de Ópera de París. En compañía de su grupo realiza varias giras por algunos países de Europa, destacando sus presentaciones En el fondo del mar en 1906, y El ballet de la luz en 1908. Fuller rompió con los esquemas convencionales del baile, irrumpió en la danza clásica con su propuesta alocada, libre, sin reglas. Y fue con esa misma libertad con la que se expresó a través del arte que también viviría sin tapujos ni reparos su abierta sexualidad lésbica. Por casi tres décadas mantuvo una relación con una mujer dieciséis años menor que ella, con la cual conviviría durante ochos años, en lo que ella misma llamó una relación estrecha, “como dos verdaderas hermanas”. Después de una exitosa trayectoria, Marie Loïe monta su propia escuela de danza, siendo mentora de figuras que luego serían de renombre internacional, como es el caso de Isadora Duncan, quien destacó la enseñanza de Fuller para su formación como bailarina, además de resaltar la cercanía que su maestra solía mantener con sus alumnas. Y sin embargo con Duncan la relación no sería precisamente una relación fluida. Tal vez se entrecortaba por las diferencias notorias entre ambas bailarinas, y a pesar de la relación y el estatus de maestra y alumna. Duncan era agraciada, bella, y clásica en su estilo, y su maestra una mujer un poco regordeta, de rostro tosco, y con un baile eléctrico, infantil, quizás demasiado enérgico y febril, que más se semejaba a una posesión demoníaca donde una mujer brincaba, se deslizaba por el suelo, se retorcía y contorneaba y giraba… Y a pesar de no servir como una modelo pretendida por los pintores para ser retratada, a Marie Loïe le bastó con la gracia y peculiaridad de su danza fantasmagórica para seducir a renombrados artistas del momento, como es el caso de Rodin y Toulouse-Lautrec. Y así mismo entablaría una amistad con Pierre y Marie Curie, con quienes no sólo compartiría sus teorías químicas sobre la iluminación, sino también algunas sesiones de espiritismo. Pionera de la danza moderna, Marie Loïe-Fuller tuvo que abrirse paso en un mundo finalmente dominado por los hombres, ganándose un lugar propio, meritorio y reconocido. Y a pesar de haber trasegado por toda Europa presentando sus más de ciento treinta coreografías, y de ser una de las artistas mejor remuneradas de su época, Fuller pasaría de moda, y finalmente caería en el olvido. Debido a la Primera Guerra Mundial los espectáculos artísticos tuvieron su debacle, y la coreógrafa y productora ya no encontró nunca más su lugar. Murió en París a los 65 años de edad, debido a una neumonía. En años recientes las nuevas generaciones han venido resaltando su obra y su figura, su técnica vanguardista, siempre moderna, vigente, y es así como varias de sus coreografías han sido representadas de nuevo por algunos bailarines que han querido así recordarla. Su talento seguirá siendo imitado y estudiado y sus bailes reinterpretados, y su memoria estará cada vez más presente en la historia del arte, en la historia de la luz.

Marie Loïe_Fuller

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