Nacida en Málaga, María estaría influenciada desde muy niña por el mundo intelectual, siendo ambos padres profesores de escuela así también como lo había sido su abuelo. También desde muy niña empezó a manifestar los primeros síntomas de una salud delicada, y cuyos padecimientos tendría que aprender a sobrellevar a lo largo de toda su vida. De niña se documenta un episodio en el que sufrió un fuerte colapso epiléptico y que tan solo sería el primero. Su vida fue el trasegar de un alma nómada. Iba y venía de una ciudad a otra y luego regresaba para otra vez volver a migrar. En 1905 la familia se muda a Madrid y unos meses después se establece en Segovia, donde María comenzará sus estudios primarios en el liceo de la ciudad. Una relación clandestina de cuatro años con su primo, fue finalmente descubierta por sus familiares, y como pretexto para separarlos el primo sería enviado a Japón como profesor de español. Pasado poco tiempo María tiene un amorío furtivo, luego del cual quedará embarazada, y cuyo hijo no sobreviviría ni una semana en este mundo. En 1924 regresa con su familia a la capital española, donde comienza sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, y donde tendrá la oportunidad de conocer al ya célebre Ortega y Gasset. Un año más tarde comienza su doctorado en la Federación Universitaria Escolar (FUE). Colabora con artículos para el periódico madrileño El Liberal, y comienza un trabajo como maestra que muy pronto se vería interrumpido por su diagnóstico de tuberculosis, lo que no le impediría seguir haciendo presencia con sus escritos para la FUE. En 1931 asiste a la proclamación de la Segunda República Española, y rechaza su postulación para diputada del partido PSOE. Ese mismo año empieza a dictar cátedra de Historia de la Filosofía en la Universidad Central de Madrid, cargo que ocuparía durante cuatro años. Por esos mismos años, y debido a que estuvo entre los firmantes del II Manifiesto e hizo parte de los fundadores del Frente Español, Zambrano sería catalogada de fascista, por lo que ella misma consideraba esta participación como el peor error de su vida. En adelante las siglas del Frente Español serían también asociadas a la Falange Española: FE. A partir de ese episodio decide nunca más hacer presencia política, lo que no significó abandonar al ser político del que no podría desprenderse, y por lo que sus esfuerzos se vieron volcados a pensar la política, filosofar en torno a ella, darle una estructura desde el papel. Se considera una crítica del racionalismo imperante que, según ella, no está más que distanciándonos el uno del otro, y como propuesta de integración nos sugiere lo que bautizó la “razón poética”. Postula que para adquirir la “actitud filosófica” basta únicamente con preguntar: “La pregunta, que es el despertar del hombre.” Preguntarse qué son las cosas: “La actitud de preguntar supone la aparición de la conciencia del hombre.” Esta angustia del desconocimiento, la ignorancia y la incapacidad para darle a todo una respuesta, será el sentimiento como de abandono del cuál derivarán otras tantas sensaciones como la desesperanza, el anhelo, la nostalgia y la tragedia, explicando así que “la filosofía es una preparación para la muerte y el filósofo el hombre que está maduro para ella.” Sentimos que solamente la respuesta a nuestros interrogantes podría darnos la calma, y propone así que será la “razón poética” la encargada de ayudar a descifrar estos cuestionamientos en un intento por crear al individuo. “Filosófico es el preguntar y poético el hallazgo.”, sería finalmente su tesis. En el mundo filosófico impera el caos, y es la conjura poética lo único capaz de otorgarle por fin un orden. Insiste en que la palabra poética es el método con el que se logra decodificar el pensamiento, dándole a las ideas una estructura más consciente y hasta convertirlas en palabra verbal. “La palabra de la poesía temblará siempre sobre el silencio y sólo la órbita de un ritmo podrá sostenerla.”, explica. Y para ejemplarizarlo, se remite a un niño que, si bien siente alegría, angustia, abandono y otros tantos sentimientos, nada de esto puede expresarnos porque aún carece de los elementos del lenguaje. Es así como María concluye que sucede en el adulto que todavía no se ha permitido auscultar en las revelaciones de la poesía como ese lenguaje que finalmente le permite conocer. Por aquella época colabora en varios diarios y revistas e integra círculos intelectuales, tales como el prestigioso grupo del 27, donde entablaría una amistad con personalidades destacadas como los escritores Ramón María del Valle-Inclán y Antonio Machado. María se ha ganado ya un lugar entre los intelectuales más célebres de su tiempo, y muchas de las tertulias solían celebrarse en la misma casa de la filósofa, siendo así que para 1936 es convocada para la constitución del manifiesto fundacional de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (AIDC), buscando promover, como ella lo expresó, “la libertad intelectual… con el pueblo puesto en pie… por una razón armada”. Ese mismo año contrajo matrimonio con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave, con quien se desplazaría hacia Chile para que este pudiera ejercer su cargo como embajador de España, pero antes hacen una escala en la Habana, donde Zambrano aprovecharía para dictar un par de conferencias respecto a la obra y pensamiento de Ortega y Gasset, además de conocer a quien sería también su gran amigo, José Lezama Lima. En plena Guerra Civil Española deciden regresar a Bilbao, justo cuando ha comenzado la diáspora de intelectuales, justo en el peor momento, y al preguntarles por qué precisamente ahora su regreso, cuando la guerra está perdida, ambos responderán: “Por eso”. Su esposo se alista en el ejército y ella se dedica a defender La República sirviendo como redactora del diario Hora de España. Para esta época se codea con algunas personalidades del pensamiento y de las letras, como es el caso de Octavio Paz, Elena Garro, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y Simone Weil. Dos años más tarde se muda con su marido a Barcelona, y en cuya universidad la filósofa y poeta será contratada para dictar cátedra. Ese año de 1938 muere su padre, y un año más tarde consigue junto a su madre y hermana cruzar la frontera con Francia y reencontrarse con su marido en París. Invitada para dictar clases como profesora de la Universidad Michoacana, la pareja decide regresar al país azteca, no sin antes pasar por La Habana y New York. En México conoce a Alfonso Reyes, y es allí donde publica algunos de los libros que empezarían a consagrarla como una de las figuras más importantes del pensamiento del siglo XX: Filosofía y poesía y Pensamiento y poesía en la vida española. Entre 1940 y 1945 se desplazará hacia Puerto Rico y luego a La Habana, participando en conferencias e integrando instituciones culturales y artísticas, y para 1941 publica una de sus obras más reconocidas: El pensamiento vivo de Séneca. Una vez liberados los territorios franceses, María regresa a Europa para reencontrarse con su familia, encontrándose con la penosa noticia de que su madre ha muerto, y hallando a su hermana “enterrada en vida”, como ella misma lo expresó. En 1947 María se muda con su esposo y con su hermana a un apartamento parisino, pero un año más tarde ella y su hermana decidirán trasladarse a La Habana, no sin antes pasar de nuevo por México, pero un año más tarde tendrán que regresar a Europa dado la precaria situación económica que estaban viviendo. El par de peregrinas se instalan en Roma, y un año después, debido a que el gobierno italiano les negara los permisos de residencia, tendrán que regresar a París, donde María se reencontraría con su esposo. Allí permanecen hasta 1953, cuando una vez más se aventuran con destino a Cuba, pero nuevamente ese mismo año estarán de regreso a Roma. En 1955 María publica El hombre y lo divino, además de entablar relación con los más prestantes literatos italianos y de distintas nacionalidades que por aquella época habían sido exiliados, como es el caso de su amigo y compatriota, Jorge Guillén. En su casa poblada de gatos es donde se celebran las tertulias a las que asisten los más notables. A pesar de sus achaques de salud y de su condición económica, María es amparada por algunos amigos que durante su vida le sirvieron de mecenas, y se concentra en la producción de ensayos y artículos, de donde saldrán piezas maestras del pensamiento político, filosófico e ideológico, como el caso de España, sueño y verdad y La España de Galdós. En 1963, y con la excusa de tener su hábitat plagado de gatos, las hermanas Zambrano son expulsadas de Italia, teniendo que regresar a Francia con sus trece felinos. Será después de los sesenta años cuando la vida y obra de María empezaría a cobrar importancia y reconocimiento y comenzará a ser valorada en su propio país. En 1972 muere su hermana, “la más grande alegría de mi vida”, había expresado durante la adolescencia, y en un intento por distraerse del suceso realiza un corto paseo por Grecia, para radicarse al final de su viaje en la entrañable Roma. Para 1977 ya había concluido y finalmente publicado algunos libros que engrandecieron su prestancia, tales como Claros del bosque, El sueño creador y La tumba de Antígona. Un año más tarde regresaría a Francia, donde permanecería dos años antes de mudarse a Ginebra, ciudad en la cual sería acogida y homenajeada por la colonia asturiana, nombrándola Hija Adoptiva del Principado de Asturias. Por esta época, y dos años antes de la muerte del poeta Lezama Lima, a quien María consideraba “un hombre verdadero”, éste dedicaría unos versos a su errabunda amiga: “María se nos ha hecho transparente, que la vemos al mismo tiempo en Suiza, en Roma o en La Habana.” Tuvo que esperar hasta casi cumplir los ochenta años para que el mundo empezara a tributarle toda clase de honores y distinciones, convirtiéndose en 1981 en la primera ganadora del prestigioso Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y al año siguiente su ciudad natal de Málaga la nombraría Hija Predilecta y la universidad le concedería el título de Doctora honoris causa. La filósofa parece desfallecer por complicaciones médicas, pero luego de una extraordinaria recuperación, y después de casi medio siglo de haber abandonado España, decide regresar a su país y desde 1984 se radica en Madrid. Incansable, no parará de escribir, y es así como en 1988 se hace ganadora al más alto galardón concedido a un escritor en lengua española, el codiciado Premio Cervantes. Consagrada como una de las mejores de su tiempo, es complejo encuadrar a María Zambrano en alguna de las tres grandes generaciones de literatos españoles, la Generación del 98, la del 27 o la del 36, siendo esta última en la que suele encasillársele debido a su cercanía con los poetas Miguel Hernández y Luis Cernuda. Muere en la capital española en 1991, y sus restos son enterrados bajo un naranjo y un limonero. Tras su muerte seguiría recibiendo toda clase de homenajes póstumos, y su nombre bautizará estaciones, buques, calles, bibliotecas, institutos, fundaciones, premios. Esta pensadora y humanista nos deja un legado filosófico en el que pretendió desentrañar un poco más de nuestra esencia individual y nuestras libertades: “Solamente se es de verdad libre cuando no se pesa sobre nadie; cuando no se humilla a nadie. En cada hombre están todos los hombres.”