Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Margaret Keane 

El ariete en el que pintaba no era propiamente oscuro, sin embargo Margaret Keane dibujó durante años bajo las sombras. Pintaba por pintar. Alcanzó su esplendor, brilló, llenó con la luz de su estilo salones y galerías, y sus retratos particulares de ojos saltones lograron una altísima popularidad en la cultura estadounidense de la década de los sesenta, y aunque el mundo desconociera quién estaba realmente detrás de esos dibujitos. Los créditos se los llevaba su esposo, quien vendía las pinturas de ella firmadas con su apellido, ya que en un comienzo descubrieron que era más rentable si era un hombre quien figuraba como autor de los peculiares retratos. Margaret creció en un entorno religioso, influenciada por la biblia y los Testigos de Jehová, educada para la crianza de los hijos y el sostenimiento de las labores del hogar. Y aunque el alma artística de Margaret iría rompiendo con este modelo que le fuera impuesto, nunca dejó de ser una mujer timorata, solitaria, quizás subestimando siempre su enorme talento. Ese talento de estilo único comenzaría a vislumbrarse cuando pintaba retratos de ángeles de grandes ojos para la iglesia local, dando a conocer esas expresiones sobresaltadas en los rostros de sus personajes y por los que luego sería reconocida a nivel mundial. Para 1955 Margaret ya tiene dos hijos y decide emprender un camino que muchas mujeres para ese momento comienzan a asumir: la independencia y separación de sus maridos. No quiere depender de un esposo y tampoco le reclama nada por la manutención de sus hijos. Margaret cobra independencia, pero al poco tiempo deja seducirse nuevamente por las mieles del amor. En esta oportunidad se trató precisamente de un personaje empalagoso que supo embelesarla narrándole sus historias bohemias a orillas del Sena. Walter Keane era un supuesto pintor que pasaba por una sequía artística que le impedía volver a crear, pero que conservaba gran parte de esa producción que había labrado durante su estancia en París. La pareja se mudó junto con los hijos de Margaret, y para 1959 Walter liquidó un negocio inmobiliario al que se dedicaba, para comenzar a promocionar los cuadros de su esposa. El éxito de sus pinturas fue casi que inmediato. El público se prendó de sus óleos expresivos donde retrataba mujeres, niños y animales domésticos, todos ellos con unos tremendos ojazos que inspiran angustia, ternura, ojos que reclaman, y que dirán para cada persona cosas tan distintas. Sus pinturas se vendían en los grandes almacenes y para ilustrar revistas reconocidas, por lo que el autor ganaría un amplio reconocimiento que lo llevaría a convertirse en una figura destacada en todo el país. Es así como la obra de Margaret Keane se haría famosa sin que el mundo supiera que era ella quien desde la penumbra de una buhardilla ubicada en su propia casa le daba vida a esas miradas que tenían fascinados a todos. A su estudio no podían entrar ni siquiera sus hijos, y rara vez le permitía al mismo Walter ingresar en sus dominios. Durante la década de los sesenta Walter había hecho varias apariciones en revistas y concedido entrevistas en las que alardeaba de sus logros personales. Estrellas de Hollywood y célebres políticos pidieron ser retratados por el genial Keane, y así llegaría ese momento en que Margaret quiso despertar del letargo que la mantuvo durante años en el encierro dedicada a la tarea de pintar sin tregua, y fue entonces cuando se decidió a reclamar lo que desde siempre fue suyo y que parecía haberle sido arrebatado. Este despertar la llevó a perfeccionar su obra y a agregarle unos nuevos componentes que hasta entonces no había explorado, y así comenzaría a firmar los cuadros como MDH Keane. Margaret rompe con su silencio después de doce años de clandestinidad y anonimato, y le reclama a su esposo el reconocimiento que justamente se merece. El escándalo se hace público y Walter lo niega a ultranza. Varios medios se atreven a tildar de injuria y blasfemia a la recién aparecida y resentida esposa del magistral Walter Keane. En 1970 Margaret retó a Walter para que pintaran frente al público en el concurrido San Francisco’s Union Square. Walter rechazó la propuesta y no acudió a la cita. En 1986 Margaret iniciaría un juicio legal en donde reclamaba la autoría exclusiva de todas esas obras que adornaban las paredes del mundo y que llevaban su firma. Durante el juicio se le pidió a ambos que pintaran un dibujo cualquiera que pudiera evidenciar el estilo propio. En cincuenta y tres minutos Margaret dibujó uno de sus conocidos rostros de ojos redondos y lagrimosos, mientras Walter se lamentaba de no poder dar ni una primera pincelada debido a un punzante dolor en el hombro. Para todos quedó suficientemente claro: Margaret era la verdadera autora de las obras firmada como “Keane”, y en adelante merecería el reconocimiento que durante tantos años le fue esquivo. Walter tendría que pagar una indemnización de cuatro millones de dólares por daños emocionales y menoscabo de la reputación, y Margaret ya no tendría que seguir ocultándose en el claustro de su propio estudio. Varios artistas fueron influenciados por la técnica de Keane, consagrándola como una de las pintoras más estimadas de la cultura popular de los años sesenta. Actualmente vive en California, y su historia ha sido narrada al detalle en películas y novelas, donde se reafirma el valor de su obra y el tesón que se requiere para persistir con pasión desbordada por el arte y sin esperar de ninguna forma una recompensa.

Margaret Keane

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