Cerca a la vía del tren, arriba de la tienda de comestibles de su padre, Margaret y su hermana pasarían su infancia, influenciadas desde pequeñas por las ideas políticas de papá, un predicador metodista que inculcó a sus hijas estas fuertes creencias religiosas.

Luego de culminar sus estudios de primaria obtiene una beca para la Escuela Femenina de Grantham Kesteven, mostrando ser una alumna avezada, aparte de destacarse en otras disciplinas como el piano, la poesía, o la práctica de hockey sobre césped y natación. Finalmente obtendría una beca para estudiar Química en Somerville College, Oxford, especializándose en cristalografía de rayos X, y graduándose con honores cuatro años después, obteniendo el título de grado de Bachelor of Science. Durante un breve periodo trabajó en Colchester, en Essesx, como investigadora química de plásticos BX.

Antes de abandonar Oxford, Margaret presidía la Asociación de Conservadores de la Universidad, causando impacto en algunos miembros del Partido Conservador, quienes quisieron postularla como candidata, y a pesar de que en un principio no figurara en la lista autorizada. Fue así como en 1951 Margaret figuraba como candidata conservadora para Dartford, lugar al que se trasladaría, y en el que había trabajado cuando estuvo a cargo de elaborar emulsionantes para la conservación de helados, y en donde de inmediato causaría curiosidad por tratarse de la competidora más joven y la única mujer. Dos veces lo intentó y en ninguna oportunidad lograría un escaño, pero en su última derrota ya se vería el perfil de una promesa que no tendría que esperar mucho para deslumbrar.

En 1951 conoció a Denis Thatcher, un acaudalado empresario con el que se casaría y tendría dos hijos mellizos, lo que impediría en ese momento que Ms. Thatcher se presentara a las elecciones, ya que se dedicaba al cuidado de sus hijos. Sin embargo los primeros años de su matrimonio, y auspiciada por su esposo, Margaret estuvo preparándose en el Colegio de abogados, recibiéndose en la categoría de barrister y obteniendo su especialización en derecho tributario.

Luego de una desgastante campaña, para 1959 es elegida como miembro del Parlamento (MP) por Finchley, y de inmediato comenzaría a mostrar una férrea ideología empeñada en combatir las políticas del gobierno Laborista. En adelante iríamos conociendo a una mujer con posturas que a veces parecerían contradictorias, unas veces acordes con lo que serían sus raíces y afinidades más profundas, y otras denotando cierto toque de modernidad. Es así como se opuso a su Partido cuando quiso conservar el birching (castigo físico que consiste en reprender con una vara) como un método escolar que debía conservarse en las escuelas; pero así mismo sería una de los contados miembros del Partido Conservador que se vio en favor de despenalizar las leyes de homosexualidad y así también legalizar el aborto. También impulsó iniciativas para prohibir la caza de animales, pero aprobaba la pena capital y se mostraba reacia a impulsar medidas que facilitaran la legislación sobre el divorcio.

Al mando de Edward Heath, en 1970 el Partido Conservador gana las elecciones generales y Thatcher es elegida para que oficie como Ministra de Educación y Ciencia. En su cargo redujo el gasto e hizo recortes para el sistema educativo estatal y priorizó la educación básica primaria. Dándole a unos para quitar a otros, como en cualquier decisión política, la promesa del Partido Conservador aprenderá “una valiosa lección. Había incurrido al odio político máximo por el beneficio político mínimo.”

A partir de entonces Margaret Thatcher quiso construir un personaje sólido que pudiera encarar los destinos de su Partido y así mismo de su nación. Muchos cercanos le vieron endurecerse hasta el punto de ser una mujer que sabía mostrarse sin un reflejo de duda, evitando las lágrimas y así también como las risas, y algunos la llamarían como frívola y falta de sentimientos. Lo cierto es que no quería develar signos de debilidad, dedicándose a trabajar en su voz y en su acento, y en especial en esa tonalidad aniñada, como un “gimoteo condescendiente y explicativo”, y así evitar las burlas, como aquella famosa en donde alguien se atrevió a comparar su voz con “un gato deslizándose sobre un pizarrón.”

Para las próximas elecciones el Partido Conservador había perdido su fuerza popular y fue vencido por el Laborista. Heath ya no gustaba y sería el momento en que Thatcher le hiciera frente, siendo así que para 1975 fue elegida como presidenta de su Partido.

Un año más tarde el mundo la conocería como “La dama de hierro”, luego de su discurso en el Ayuntamiento de Kensington, donde combatió con su oratoria los ataques desde la Unión Soviética, siendo bautizada de esta forma por el diario del Ministerio de Defensa soviético, Kránaya Zvezda (Estrella Roja).

Unos meses antes de las presidenciales de 1978, los laboristas mostraban cumplidas muchas de sus promesas y era notorio el crecimiento de la economía, por lo que se perfilaban como los favoritos para mantenerse en el gobierno. Sin embargo Thatcher comenzó a repuntar, y fue entonces cuando el primer ministro James Callaghan decidió de manera arbitraria posponer un año las elecciones, a lo que Thatcher respondería tildando a los laboristas de ser unas “gallinas.”

Pero entonces las cosas no le saldrían del todo bien al Partido Laborista, viéndose azotado por las múltiples huelgas que serían conocidas como el “Invierno del descontento”, y que Thatcher aprovecharía impulsando campañas en su contra bajo el eslogan: “El laborismo no está trabajando”.

Fue así como en 1979 el Partido Conservador obtuvo una mayoría de asientos en la Cámara de los Comunes, y logrando posesionar como mandataria a la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra en la historia del Reino Unido. En su discurso desde los aposentos del número 10 de Downing Street, la recién posicionada hizo una alusión a la famosa oración de San Francisco de Asís: “Donde haya discordia, llevemos la armonía. Donde haya error, llevemos la verdad. Donde haya duda, llevemos fe. Y donde haya desesperación, llevemos esperanza.”

Margaret Thatcher asumió las riendas de una nación en la que había un malestar social generalizado y un despertar racista, además de un descontento por buena parte de los ingleses, debido al incremento de extranjeros en territorio británico. Su popularidad creció más de diez puntos luego de pronunciarse respecto a las medidas inmigratorias: “El carácter británico ha hecho mucho por la democracia, por las leyes, y ha hecho tanto por todo el mundo que si existe algún temor que pueda inundarnos, la gente va a reaccionar actuando de manera hostil con aquellos que vienen… [las minorías] añaden más a la riqueza y variedad de este país. En el momento en el que la minoría amenaza en convertirse en grupo grande, la gente se asusta.” Sus políticas limitaban el número permitido de inmigrantes asiáticos, permitiendo en el caso de los vietnamitas que no sobrepasaran los diez mil.

Thatcher continuó reduciendo el presupuesto para la inversión en la educación superior, por lo cual la Universidad de Oxford no quiso nunca conferirle ningún título honorífico, diferente de como había venido siendo con los demás primeros ministros que tuvieron a Oxford como su alma mater.

Cada semana sabía rendir cuentas a la reina Isabel II -según es costumbre y deber para cualquiera que esté ocupando su cargo-, manteniendo con la Corona muy buenas relaciones y ganándose la confianza de la reina respecto a los asuntos de Estado. “Siempre encontré la actitud de la reina hacia el trabajo de gobernar absolutamente correcta… las historias de lucha entre ‘dos mujeres poderosas’ eran demasiado buenas como para ser un invento.”

Se dio entonces lugar a la Guerra de las Malvinas. Los habitantes de las Falkland Islands se mostraban en su mayoría a favor de conservar la soberanía del imperio, y sin embargo Argentina reclamó su potestad sobre el territorio, dando inicio a un combate desigual en el que los suramericanos apenas se verían apoyados por algunos países de la región. Tras 74 días de combate los ingleses se proclamaban victoriosos, lo que catapultó a Thatcher para que en las elecciones de 1983 fuera reelecta en su cargo de primera ministra. Dicho episodio le traería secuelas de por vida a su imagen de mujer implacable, y las decisiones que tomó para encarar el combate la han llevado a ser tildada por muchos como una “criminal de guerra”.

Los años siguientes emprendería quizás la más dura batalla en su historial político, queriendo reducir el poder sindicalista y teniendo que enfrentarse a un sinnúmero de huelgas que pondrían en jaque la economía de todo un país. Para 1984 más de un 10% de las minas de carbón que eran propiedad del Estado habían cesado sus actividades generando el despido de unos 20.000 mineros. Dos tercios de los mineros entraron en paro, pero la Dama de hierro se negaba a dar su brazo a torcer. En algún momento declaró, refiriéndose a algunos que no apoyaban sus propuestas al interior de su Partido: “¡Gira tú si lo deseas, la dama no se va a girar!”

En uno de sus discursos más fervientes la mandataria se atreve a comparar las Malvinas con la guerra que está dando contra los mineros: “Tuvimos que luchar con el enemigo en el exterior en las Malvinas. Siempre tenemos que estar alerta del enemigo interno, el cual es más difícil de combatir y más peligroso para la libertad.”

Ese año de 1984 se contaron 1.221 paros. Un año después el gobierno anunciaba el cierre de 25 minas de carbón, generando un efecto económico notable en comunidades enteras, y estimando una pérdida de más de 1.500 millones de libras esterlinas, además de la caída de esta moneda frente al dólar estadounidense.

Luego de estos años de gobierno los desempleados alcanzaban la cifra de los tres millones y la industria había caído en un 30%; sin embargo en adelante comenzaría una recuperación paulatina, la economía se estabilizó, la inflación se redujo y así la tasa de desempleo. Thatcher se salió con la suya y, aunque no consiguió el cese de paros, sí conseguiría que cada año fueran menos, y hasta que en 1994 se privatizaran todas las empresas mineras. Curiosamente lo que no permitió nunca es que se privatizara el ferrocarril.

Los buenos resultados obtenidos durante el periodo reciente se verían justificados en las urnas. El Partido Conservador se atornillaba en el poder, y Margaret Thatcher era electa por tercera vez consecutiva para que continuara al mando del destino político de los ingleses.

Con los disidentes políticos irlandeses también mostraría su temple de acero: “El crimen es el crimen; no hay nada de político.” Por varias de sus medidas que acabarían afectando al pueblo irlandés, un político de aquel país le llamaría “la bastarda más grande que hemos conocido.” Sobrevivió así a un intento de asesinato en el Hotel Brighton por parte del movimiento IRA, donde cinco personas acabaron muertas, mientras que la temible Margaret resultaría ilesa.

Otro de sus rasgos más notorios sería su desafío frontal para encarar al comunismo y apoyar al presidente estadounidense Ronald Reagan en el marco de la Guerra Fría. Esta alianza representaría actualizar parte del arsenal inglés, adquiriendo misiles para submarinos y triplicando las fuerzas nucleares de su ejército. “El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero… de los demás.”

A finales de la década de los noventa estuvo muy presente mientras los líderes Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan comenzaban a derrumbar el muro de humo que dividió a las dos potencias durante décadas: “Ahora ya no estamos en una Guerra Fría… Estamos en una nueva relación mucho más amplia de lo que la Guerra Fría fue.”

La invasión de Kuwait en Medio Oriente a través de tropas iraquíes a la cabeza de Saddam Hussein la sorprendería en Estados Unidos. De inmediato la dama de hierro se manifestó a favor de llevar una ofensiva militar, poniendo a disposición sus ejércitos para dar inicio a la Guerra del Golfo, e instando al presidente George H.W. Bush a que no vacilara en tomar medidas bélicas: “Este no es momento de flaquear”, sería su recomendación, y que casi podría confundirse con una orden.

Por otro lado no se mostró nunca cercana a la Comunidad Europea (antigua Unión Europea). Firmó un par de tratados mercantiles, pero cada vez se mostraba más reacia a participar de un sistema federal y una centralización de la toma de decisiones. Se negaba a renunciar a su independencia estatal y ceder su mando. En una conferencia en Brujas discrepaba del sistema: “No hemos retrocedido exitosamente las fronteras del poder del Estado en Gran Bretaña, solo para volverlas a ver impuestas a un nivel europeo, con un súper-Estado europeo ejerciendo un nuevo dominio desde Bruselas.”

En este tercer periodo la popularidad de Thatcher se vio gravemente afectada. Un impuesto conocido como el poll tax acabó por generar malestar social y así también al interior de su propio Partido, quienes tampoco compartían la visión de Thatcher respecto a la integridad europea.

Para 1990 no quiso insistir más, y a sus 66 años acabó por dimitir de su cargo como primera ministra y como cabeza de su Partido. Pasó a despedirse de su amiga la reina Isabel, hizo un par de llamadas a algunos de sus colegas en todo el mundo, dio un último discurso ante la Cámara de los Comunes, y dejó su casa del número 10 de Downing Street mostrando tal vez y por vez primera una actitud de congoja. “Estoy muy feliz de haber dejado al Reino Unido en un mucho mejor estado del que estaba cuando llegamos al poder hace once años y medio”, diría al despedirse.

El Partido Conservador le consiguió su remplazo logrando recomponer el rumbo de su mandato, siendo así que para las elecciones siguientes consiguieron una vez más, y por cuarto periodo consecutivo, reafirmarse en el poder.

Tras su renuncia le fue conferido el título nobiliario de baronesa Thatcher de Kesteven, en el condado de Lincolnshire, otorgándole una membresía vitalicia a la Cámara de los Lores. Y a pesar de que fuera ella misma quien se hiciera a un costado, no acabaría de sentirse expulsada y traicionada, expresando que “odiaba” regresar a aquellos recintos que finalmente habían terminado por desilusionarla. Confesó que de poder echar el tiempo atrás, no hubiera elegido dedicarse a la política, y que hubiera preferido la vida de una pintora.

Trabajó como asesora para la Philip Morris con un sueldo anual de 250.000 dólares, y cobraba 50.000 por cada discurso al que era convocada. En el marco de la Guerra de Bosnia se pronunció ante la OTAN para que interviniera respecto al genocidio étnico perpetrado por los serbios en los territorios de Gorazde y Sarajevo, refiriéndose a estos crímenes como a un suceso que recordaba los “peores excesos de los nazis” y alertando de que la situación podría convertirse en un nuevo “holocausto.”

La dama de hierro también mostraría su aspecto más noble liderando una fundación que años más tarde tendría que abandonar por falta de recursos financieros. Durante la década de los noventa sería rectora honoraria de la Universidad de William y Mary en Virginia y de la Universidad de Buckingham.

Quiso vivir una vida normal, y aunque ya parecía una tarea difícil de sobrellevar: “El hogar es a donde vienes cuando no tienes nada más que hacer.” Aprovecharía entonces para relatar dos volúmenes de memorias: The Downing Street years y The path to power, y unos años después publicaría un libro sobre asuntos políticos internacionales que dedicó al presidente Ronald Reagan: Thatcher statecraft: strategies for a changing world.

Se mostró simpatizante del dictador chileno Augusto Pinochet, quien años antes la habría apoyado durante la intervención a las Malvinas, y a quien saludó con agrado en Londres luego de que éste fuera puesto bajo arresto domiciliario.

En el 2003 murió su compañero de toda su vida, de quien diría se mostró siempre como un leal compañero y quien nunca la hizo sentir sola: “Qué hombre. Qué marido. Qué amigo.” Un año más tarde moriría su hermana y así también su amigo Ronald Reagan.

Los honores y condecoraciones y halagos no se hicieron de esperar. Tony Blair siendo ya primer ministro se refirió a ella como “probablemente el líder laborista más formidable”. Para el 2007 se inauguró una majestuosa estatua de bronce con su figura, ante la cual la modelo en carne propia comentaría: “Hubiera preferido que fuese de hierro, pero el bronce hará que no se oxide.”

Entrado el nuevo siglo Thatcher comenzó a padecer los estragos de múltiples enfermedades cerebrovasculares que le impedirían continuar con su trasegar político. Los achaques empezaron a ser notorios, padeció una fuerte caída en donde se fracturaría el brazo y también le vimos desmayarse durante un discurso en la Cámara de los Lores. Varias veces fue hospitalizada e intervenida quirúrgicamente, y fue debido a su mal estado de salud que tuvieron que cancelar la conmemoración de su cumpleaños número 85.

Muchos sugieren que para ese entonces la dama de hierro sufría algún tipo de demencia senil, hasta el punto de confundir las guerras de las Malvinas con la de Bosnia, o evocar a su difunto marido como si éste aún estuviera con vida, y que olvidaba lo que decía o se le dificultaba hilvanar un par de ideas.

El 8 de abril de 2013 se encontraba en el Hotel Ritz cuando sufrió un accidente cerebrovascular que acabaría ocasionándole la muerte. Al instante la prensa mundial emitió el comunicado de que aquella mujer que se creía casi inmortal como el acero, había dejado finalmente este mundo. Los más altos mandatarios de todas partes se pronunciaron con mensajes de condolencias y muchos fueron los tributos y honores que se le rindieron, y así también muchos otros celebraron su desaparición, como el caso de las 3.000 personas que se dieron cita en el Trafalgar Square para vitorear la muerte de su odiada enemiga.

Su entierro se celebró según su voluntad. No quiso un funeral de Estado, y en cambio se decantó por el tradicional entierro católico con honores militares y que se llevó a cabo en la catedral de San Pablo de Londres. Sus restos reposan junto a los de su marido en el Royal Hospital Chelsea.

Margaret Thatcher supo mantener desde un principio ese talante férreo por el que destacó entre las demás mujeres. En sus primeras medidas para el recorte del presupuesto emitió un comunicado pidiendo más severidad: “No es lo bastante duro”, decía en su misiva. Así mismo sería quien probaría personalmente el armamento que compraba, inclinándose mejor por el modelo de la Ruger que encontraba más precisa que la RUC. Respecto a sus cuidados personales se caracterizó por ser discreta en sus necesidades y lujos, cubriendo parte de sus gastos con su patrimonio propio, cuando pudo haber sido costeado como parte de su oficio. No era pues ninguna despilfarradora, y comprendía como buena administradora el valor del dinero: “Nadie se acordaría del buen samaritano si sólo hubiera tenido buenas intenciones. También tenía dinero.”

Cuando François Mitterrand la conoció dijo: “Tiene los ojos de Calígula pero la boca de Marilyn Monroe.” Y es que su imagen parecería en todo caso contradictoria, o a lo menos polémica, ya que para muchos representó una guerrera ejemplar, mientras que otros la recordarán como a un ser monstruoso y despiadado.

Se le discute sí el que no haya sido propiamente quien más hizo por las mujeres, o al menos no lo suficiente, tratándose de una lideresa que pudo haber apoyado más las causas femeninas, e incluso algunas feministas la han llamado como una “enemiga”. Pese a esto, consideraba el poderío de la mujer como algo grande: “En cuanto se concede a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él.” Y de esta misma forma comprendía que los asuntos de mayor envergadura estaban también a la altura de la mujer común y corriente: “Cualquier mujer que entienda los problemas de llevar una casa estará más cerca de entender los problemas de llevar un país.”

El “thatcherismo” sería el término acuñado a esa corriente política de fuertes principios patrióticos y nacionalistas, medidas privativas y un liberalismo económico, una rígida moral tradicionalista y, en general, una notable fiereza y determinación política.

Tras once años y 209 días en el poder, no solo sería la primera mujer en ostentar ese cargo, sino quien más permaneció al frente del gobierno durante el siglo XX, y es por esto que la revista Times no dudaría al incluirla entre las mujeres más poderosas del siglo. Son muchos los documentales, series, libros, sátiras o canciones que cuentan de su vida y su personalidad, como la película en la que Meryl Streep encarnó a la dama de hierro, y por cuya actuación ganaría el prestigioso premio de la Academia.

Margaret vivió para verse representada en la gran pantalla, y así tuvo distinciones y reconocimientos de todo tipo, membresías, títulos, medallas, órdenes, y toda clase de condecoraciones que enaltecieron su indiscutida presencia de grandeza en la historia mundial.

MARGARET THATCHER

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