Es un personaje literario, un personaje de ficción, pero es también su autor. “Madame Bovary soy yo”, dijo entonces Gustave Flaubert, un tipo metódico en sus prácticas, que confesaba pasarse una buena parte de su tiempo ordenando y aseando su estancia, para sólo entonces entregarse con tranquilidad al acto creativo. En una ocasión le escribe una carta de unas veinte páginas a un amigo, en las que no hacía más que quejarse por lo imposibilitado que se encontraba de no poder escribir. Como si no advirtiera la paradoja, su quejumbre se manifestaba en párrafos bellísimos escritos por una de las plumas más elegantes y distinguidas de la literatura francesa, y su misiva era también una suerte de poema lírico. Al parecer la idea de Madame Bovary tuvo su inspiración en un personaje real. En 1848 Flaubert conoció el caso de la joven mujer de un médico que se había suicidado dejando huérfana a su hija de seis años. Segunda esposa de su marido, esta mujer de 26 años había acumulado una cantidad de deudas y amantes con los que ya no pudo lidiar y por lo que acabó quitándose la vida. El caso de Veronique Delphine Delamare fue ampliamente difundido por la prensa y conocido por todos. Fue así como en septiembre de 1851 ya Gustave tiene su cuarto limpio y organizado, y se aventura a comenzar lo que 56 meses después dará por concluido y lo consagrará para siempre como uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. La narrativa realista de la novela francesa se nutría del naturalismo, la épica y la magia, y de los últimos rezagos del romanticismo tardío, siendo Madame Bovary el referente más ejemplar de su género, y por lo que Vargas Llosa define la novela de Flaubert como esa novela que “completa el romanticismo”. También es sin duda una novela alegórica con la que se pretende hacer una crítica frontal a la sociedad aburguesada, ostentosa y superficial que sobrevino a la Revolución Francesa y al absolutismo napoleónico, describiendo en detalle los lujos y pretensiones de un estilo identificado con la fastuosidad desmesurada, el despilfarro y las apariencias. Hay también en esta novela un trasfondo histórico que nos habla de las tensiones políticas que estaban presentes en Francia hacia mediados del siglo XIX, logrando enmarcar al relato dentro de un contexto social que enriquece o fortalece el pensar y obrar de sus personajes. Es así como desde el 1 de octubre de 1856 y hasta el 15 de diciembre del mismo año, la revista La revue de Paris se decide a publicar por facsímiles la primera versión de Madame Bovary. El autor acepta a regañadientes algunas correcciones de censura y acaba por suprimir varios pasajes de su obra. Un año más tarde la editorial Michel Lévy se encargará de compilarla, y publica la novela en dos volúmenes que no rescatan los pasajes suprimidos, ya que bastaría con aquella edición revisada y censurada para que el escándalo se desatara, condenando al autor de “ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres”, e iniciando así un proceso legal en su contra. Por esos mismos años Las flores del mal, de Charles Baudelaire, habían corrido igual suerte, y habían sido prohibidos por tratarse de un canto inmoral y pecaminoso. Flaubert se defendió con un razonamiento que resultó conveniente y por el que finalmente se le permitió publicar su historia, y este consistió en que, si bien su personaje principal femenino llevó una vida lúbrica y licenciosa, su final triste y trágico nos enseña las consecuencias que tendrá que padecer aquella mujer que quisiera imitar la vida concupiscente de Madame Bovary. El argumento moralizante resultó convincente y su autor fue absuelto de los señalamientos, permitiéndosele continuar adelante con la empresa de difusión de su obra. En 1858 se lleva a cabo una nueva edición con más de sesenta correcciones, y en la década de los sesentas aparecerían otras cuatro ediciones más a las que se les había hecho más de doscientas correcciones. Sin embargo estas tantas enmiendas o supresiones no impedirían que para 1864 Madame Bovary integrara el listado de Índice de Libros Prohibidos promulgado por la iglesia católica. Luego sobrevienen un par de ediciones más, siendo la última de ellas impresa en el año de 1874, un solo libro en el que el autor se permitió reincorporar los textos suprimidos y los fragmentos eliminados en ediciones pasadas, aportando unas 584 variantes que no habían sido publicadas antes. Y aunque esta fuera la última edición revisada por el autor, no se trata de la que en la actualidad publican las casas editoriales, quedándose con la versión que un año antes había sido publicada y en la que Flaubert pudo rescatar unos 168 pasajes que habían sido censurados. La novela nos cuenta pues la historia de Emma, una señorita de campo que delira con las ensoñaciones en las que suele sumergirse por tratarse de una empedernida e ilusa lectora de novelas románticas. Sueña con un galante caballero que la desposa para colmarla de regalos y placeres y cuyo encuentro será tan mágico y pasional como los que relatan las novelas. Fue entonces cuando un médico que recién había enviudado andaba por aquella región y, al ver a Emma, quedaría prendido de su belleza y no vacilaría un instante para pedir su mano, a lo cual la cándida e ingenua doncella también daría su consentimiento. Nuestra protagonista creyó vislumbrar en este médico cortés al supuesto galán de sus aventuras, pero muy pronto su fantasioso mundo onírico se vería confrontado a una realidad que para nada correspondía a las ilusiones románticas que le pintaban sus novelitas. Si bien Charles era un hombre fiel y complaciente, se trataba en definitiva de un tipejo corriente y frío, puritano, distante, conforme, sin carácter ni mayores ambiciones, y que ignorará siempre los verdaderos deseos de su mujer, tomándola como una posesión suya y un objeto bello el cual puede lucir en sociedad. En algún momento Emma tendrá la oportunidad de visitar la casa de un genuino marqués que la dejará deslumbrada, pero al regresar a su hogar y encontrarse de nuevo con su insatisfactoria realidad, la madame padecerá una desilusión enorme que la llevará a postrarse durante un tiempo en la cama. Queriendo que la salud de su mujer mejore, Charles se muda con Emma a las afueras de la ciudad, y en su nuevo hogar campestre la pareja recibirá la noticia del advenimiento de su primogénito. Unos meses después nace Berthe, pero ni siquiera su nueva condición de madre podrá despertar en la descontenta mujer un interés particular, un motivo de vida, y sus días seguirán atrapados en la rutinaria monotonía de una contemplada cortesana, dejando los cuidados maternos a cargo de las sirvientas que se encargarían de velar por su hija. Emma sería pues una madre ausente, más preocupada por alardear entre su círculo de conocidos y mostrarse siempre encantadora entre sus vecinos, entre los que se destacará el apuesto y sensible Léon Dupuis, quien comparte su pasión por las obras literarias que tratan sobre el encuentro de amores imposibles, y cuya afinidad los llevará a comenzar un amorío furtivo. Luego de un par de encuentros Léon decide que no puede soportar más con esta relación oculta y se muda a la gran ciudad. Emma siente haber perdido la única tentativa de amar que se le había presentado en su vida, y tal vez como una manera de sobrellevar su rechazo, decide prestarle atención al mujeriego y seductor Rodolphe, conocido en todo el pueblo por su encanto inevitable y su talento para atraer a las mujeres. Y aunque en principio no parecía más que un simple desfogue sexual, la ingenua mujer acabaría enamorándose del Casanova, proponiéndole así que se escaparan juntos. Rodolphe acepta, pero al momento del encuentro clandestino en el que darían inicio a su fuga, Emma se encuentra con que también su amante furtivo la ha abandonado, dejándole una carta en la cual justifica su intempestivo y repentino cambio de planes. Emma vuelve a caer enferma. Su esposo, para reanimarla, le hace una invitación a la ópera, y será allí donde por casualidad volverá a encontrarse con Léon Dupuis. Una vez más la pareja empezará a renovar su amorío, teniendo como excusa para encontrarse las clases de piano que ambos reciben juntos. A todo esto, la madame tendrá que mantener su aparentoso y para nada barato estilo de vida, por lo que se verá envuelta en una cantidad de deudas y compromisos de pagarés que terminarán por empobrecerla. Ante un nuevo rechazo por parte de Léon, sintiéndose abandonada y traidora, la desahuciada de Emma ya no encontrará más motivos para seguir con vida, y tras ingerir una dosis letal de arsénico en polvo, se recostará en su lecho a la espera de que le llegue la muerte. Su esposo no solamente descubrirá el cuerpo sin vida de su amada mujer, sino también la cantidad de deudas adquiridas por Emma y que lo llevarían a la bancarrota, además de su adulterio patentado en la carta de Rodolphe y en las tantas misivas que intercambió con su amante Léon Dupuis. Todo esto dejará devastado al hombre que había creído darle todo a su mujer, y al poco tiempo será víctima de una enfermedad de la que no podrá recuperarse. Al final de la historia vemos a una pequeña huérfana a la que no le quedaron parientes cercanos que se ocuparan de su crianza y sus cuidados, y es así como Berthe termina viviendo con una tía lejana que le prestará muy poco interés, y por lo que la niña acabará al final del relato trabajando en una fábrica de algodón. Mucho se discute si la novela reivindica la postura femenina o, todo lo contrario, nos muestra a la mujer como a un ser pecaminoso y deshonesto, falto de moral. Lo cierto es que la historia trata de una mujer que se ha rebelado a las normativas y reglamentos que la condenan a una vida de sumisión y mediocridad, rompiendo con los estereotipos de la madre abnegada y de la esposa dócil, para mostrarnos a un ser genuino con sentimientos e intereses propios, deseos, pasión. La lectura de novelas ensanchó sus más sinceros anhelos de vivir una vida que al parecer sólo era lícita para el hombre. Emma quería vivir la vida de un hombre, y a pesar de que fueran los hombres los encargados de generar su misma perdición. Así pues, Madame Bovary no se conformará con llevar esa vida de resignación, aburrida y falta de un objetivo concreto. Deslumbrada por el lujo, el prestigio y el poder, nuestra protagonista desatará su desbordada concupiscencia y no tendrá reparos al momento de quebrar plenamente con la figura de la mujer inofensiva y cumplidora. La historia nos cuenta así la historia de un ser complejo, erotizado, corrompido, soñador, frustrado, profundamente humano. Su carácter sirve hoy como un retrato psicológico y un referente del arquetipo de mujer que rompe con los paradigmas a los que ha sido condicionada, y en el movimiento feminista es un símbolo del despertar de la conciencia femenina. Valorada por la crítica como una obra maestra de la literatura universal, son muchos los autores de renombre que la consideran como una pieza sublime de todos los tiempos, como en el caso de Mario Vargas Llosa, quien dedicaría un libro entero al estudio de Madame Bovary, y que tituló Orgía perpetua. “El drama de Emma es el abismo entre ilusión y realidad, la distancia entre deseo y cumplimiento”, dice el escritor peruano. Henry James la tenía como el máximo baluarte de la novela y Marcel Proust resalta “la pureza gramatical” de su estilo. Así mismo Nabokov y Kundera se refieren a esta novela como un escrito que goza de una lírica que se confunde con la poesía misma, y algunos incluso han llegado a considerarla como “el libro más perfecto”. Madame Bovary sigue vigente y hoy hace parte de nuestro imaginario y nuestra cultura. Su presencia ha regresado para protagonizar películas, obras teatrales, poemas, así como fuente de inspiración de una multiplicidad de personajes literarios, e incluso hay una patología psicológica a la que se le bautizó “bovarismo”, para referirse a esa insatisfacción crónica producida por el frustrante contraste entre la ilusión y la realidad, ese desencantamiento que muy prontamente experimentan aquellos que suelen idealizar el amor al extremo.
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