Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Lucretia Mott (1793- 1880)

Figura central y pionera de ese movimiento feminista que años después sería propagado y vivido en todo lugar donde se encontrara una mujer decidida a romper con las leyes y tradiciones que la obligaban de cualquier manera a ser el objeto sumiso y complaciente del macho. Uno de aquellos espíritus grandes capaces de dimensionar el alma humana y su entorno social, más allá de una época y un contexto en específico. Un ser de todos los tiempos. Un alma que en cualquier momento histórico habrá comprendido lo inhumano del esclavismo, la inutilidad de la xenofobia y el sinsentido de la discriminación femenina. Educada en un ambiente cuáquero, Mott creció con la convicción de que ante Dios todos los seres somos iguales, y nunca encontró un motivo para cuestionar algo que entendió tan simple, ni tampoco declinó para que un día se realizara por fin esa voluntad divina en la Tierra. Su padre tenía el oficio de ballenero, y su madre estaba a cargo de los cultivos agrícolas de la comunidad cuáquera, y fue así como la pareja pudo sacar adelante a sus siete hijos, siendo Lucretia la segunda de la camada. A los 13 años ingresó a la escuela en la que años más tarde oficiará como maestra, y en donde conocerá a su compañero de vida y de causa, su colega James Mott, con quien tendría seis hijos, y con quien en adelante emprenderá una intensa carrera activista en favor del abolicionismo, los derechos de las mujeres y las libertades civiles. El 1812 se casó con James, y casi diez años después se mudarían a Filadelfia, lugar que sería la cuna de varias revoluciones ideológicas, y cuyo nido acabaría siendo la casa de los Mott, que incluso sirvió como refugio para algunos esclavos prófugos que encontraban en la pareja un auxilio provisional en su ruta de escape. Para 1840 la población estadounidense casi se había duplicado en comparación a la que ocupaba estos territorios hacía apenas unas pocas décadas. En estos nuevos procesos y desafíos culturales y económicos la mujer comenzó a cobrar una mayor preponderancia en la sociedad, y su rol dejó de ser tan pasivo como había venido siendo desde siempre, para empezar a ocupar algunos cargos importantes dentro de la comunidad, como permitírseles servir en las tareas docentes o como directoras espirituales en las iglesias, además de organizarse en agrupaciones de órdenes religiosas. La mujer empieza a ser un factor determinante en las nuevas reformas de una nueva nación, y su protagonismo se evidencia en la cantidad de mujeres que se vieron abocadas a intervenir activamente en todos los asuntos de la vida pública. Para 1821 Lucretia comienza a figurar como una notable predicadora y representante elegida para oficiar como ministra cuáquera, y sus sermones y alegatos empiezan a volverse populares por la manera enérgica y la convicción inquebrantable con la que encara su lucha. Se negaba a consumir bienes que hubieran sido fabricados por una industria esclavista, prefiriendo beber un café simplón, antes que apoyar el mercado de la caña de azúcar que explotaba y vulneraba en principio los derechos humanos. Solía enfrentase cara a cara con los amos de los grandes latifundios para interrogarlos respecto a los esclavos que trabajaban en sus plantaciones y sembradíos, y así mismo se hizo escuchar ante varios congresistas, y tanta fue la coherencia de sus ideas y la firmeza de sus fundamentos, que el mismo presidente John Tyler la invitaría a que afrontara un debate frente a frente contra un reconocido esclavista del momento. En 1833, y al lado de su infaltable compañero, funda la Pennsylvania Anti-Slavery Society, en un intento por hacerse escuchar y hacer valer como mujer sus opiniones políticas, y un par de años más tarde funda otra sociedad abolicionista, esta vez con un interés particular en la mujer, la Philadelphia Female Anti-Slavery Society. Durante esos años fueron otras las mujeres que impulsaron esta misma causa desde distintas partes y en distintos frentes. Para 1834 Lydia Finney fundó la Sociedad Reformista Femenina Neoyorkina, invirtiendo sus esfuerzos en el amparo y la protección de las prostitutas; Dorothea Dix se interesó por mejorar las condiciones y la calidad de vida en los recintos penitenciarios para las prisioneras, y Catherine Beecher se destacaría por fomentar la fundación de varias escuelas y academias femeninas, permitiendo con estas conquistas que las mujeres encontraran otros espacios para convocarse y reunirse a discutir temas de intereses sociales y políticos, y consagrarse también como una parte activa que integra la sociedad con iniciativas y propuestas, liberándose de las acostumbradas tareas domésticas a las que parecían haber estado destinadas desde siempre. Por la creación de este naciente movimiento Mott sería en muchas ocasiones amenazada no sólo por los esclavistas, sino por aquellos hombres que se negaban a abrirle paso a las mujeres en el campo de las decisiones políticas. Solía ser públicamente abucheada, y en la puerta de su casa la esperaban con frecuencia las sobras y desperdicios que algún inconforme le arrojaba en señal de desprecio. Y a pesar de que su nombre y su presencia ya eran reconocidas en la lucha por la defensa de los esclavos, Lucretia Mott tendría serias complicaciones a la hora de asistir al Congreso Mundial Abolicionista celebrado en Londres en 1840, que apenas contaría con la participación de seis delegadas, y aunque tan solo tres hombres de las varias docenas de asistentes que acudieron al congreso se mostraron a favor de la presencia femenina al interior del recinto. Uno de estos hombres pretextó un argumento bastante lógico para defender a las mujeres, considerando que no se puede tomar en serio una convención que desde hace años viene luchando por los derechos de los esclavos, pero “golpea los derechos más sagrados de todas las mujeres”. Los demás pretextaban posturas ridículas e insólitas como considerarlas de una “constitución física que no era apta para las reuniones públicas.” Finalmente las mujeres serían segregadas y excluidas del resto de los invitados, trasladándolas hacia la parte de atrás del auditorio y ocultándolas detrás de un cortinaje para que no pudieran hacer parte activa del evento. Esto despertó el revuelo entre algunos comedidos y corteses participantes, y al final simplemente les permitirían estar presentes desde lo más lejos de las tribunas, distantes y silenciosas. Los tres hombres que las apoyaban se sentaron junto a ellas, y en la pintura del cuadro conmemorativo del evento aparecerá al fondo el grupo de estas prestigiosas, emblemáticas y distinguidas damas, entre las que se destaca el retrato imponente de Lucretia Mott, con su firme mirada visionaria y ese talante de confianza y coraje que expresa su rostro. Pese a la tanta discordia que generaría con su presencia en el congreso, Mott recibiría el respaldo de otros hombres a los que había dejado convencidos e impresionados con la contundencia argumental de sus aportes. La discriminación que experimentó en aquella ocasión y el posterior apoyo que recibió de varios participantes, motivaría a la valerosa y entusiasta activista que, fortalecida en su campaña en favor de los derechos de las mujeres, regresaría a su país para impulsar el naciente movimiento feminista que acabaría extendiéndose hasta New York, Boston y otros importantes Estados esclavistas. A raíz de la marginación y el desprecio en el marco del congreso celebrado en Londres, Mott se unió a un grupo de lideresas y destacadas representantes de otros movimientos, para que juntas planearan, convocaran y organizaran todos los preparativos necesarios para una reunión masiva de mujeres interesadas en discutir “la condición y los derechos sociales, civiles y religiosos”. Fue así como a mediados del año 1848, un vocero anunciaría que el miércoles 18 y el jueves 19 de julio se llevaría a cabo lo que se convertiría en el primer foro público y el primer encuentro colectivo de mujeres en Estados Unidos. La reunión se celebró en la capilla metodista del pueblo textil de Seneca Falls, en Nueva York, y aunque se tratara de un encuentro de interés femenino, hubo algunos hombres que quisieron participar y a los que se les permitió asistir para que hicieran también parte en las deliberaciones. Como resultado de este relevante encuentro, que luego sería conocido como la Convención de Seneca Falls, surge un documento determinante que fue redactado al cierre de la reunión, La Declaración de Sentimientos, y que será el primer manifiesto de acción colectiva organizado y encabezado por las mujeres en reclamo por la igualdad de sus propios derechos. Basada en la Declaración de Independencia, el manifiesto denuncia las restricciones y prohibiciones a las que fueran siempre sometidas las mujeres, expone sus quejas ante las absurdas obligatoriedades a las que estaban siendo condenadas, y señala aquellos derechos que desde siempre les estaban siendo vulnerados, para convertir dicho documento en el texto fundacional del movimiento feminista. El documento lo firmarían aquellos que se comprometieran a combatir estas calamidades e injusticias para alcanzar la independencia de la mujer ante su marido y sus padres, permitiéndole tomar parte activa en la política, la educación y otros cargos públicos que hasta entonces les habían sido vedados por su única condición de ser mujeres. El manifiesto se imprimió en un folleto que se distribuiría después de ser revisado y aprobado. Dice en alguna de sus partes: “Consideramos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres y mujeres son creados iguales; que están dotados por el creador de ciertos derechos inalienables, entre los que figuran la vida, la libertad y la persecución de la libertad… La igualdad de los derechos humanos es consecuencia del hecho de que toda la raza humana es idéntica en cuanto a capacidad y responsabilidad…. En consecuencia: Decidimos que todas aquellas leyes que sean conflictivas en alguna manera a la verdadera y sustancial felicidad de la mujer son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, pues este precepto tiene primacía sobre cualquier otro.” A partir de este momento el movimiento feminista empieza a cobrar dimensiones nacionales, celebrándose encuentros de mujeres en los distintos Estados, y fue así como Mott volcaría sus intereses y concentraría sus preocupaciones y esfuerzos en el sufragio femenino, convirtiendo esta causa en el objeto concreto de su grande lucha. En 1850 publica el libro titulado Discourse on Woman, en donde compendia los sometimientos, agravios y restricciones a los que se ven obligadas las mujeres, y que bien justifican su batallar en esta loable empresa por derogar toda norma y legislación que siga condenando a la mujer a un lugar de inferioridad en nuestras sociedades. A pesar de tener algunas diferencias ideológicas con otras fuertes representantes del movimiento feminista, como es el caso de la reconocida activista, y quien se dice sería la artífice del feminismo, Elizabeth Cady Stanton, a la larga todas las mujeres que tuvieran por bandera principal la de defender y proclamar por la igualdad de los derechos y las libertades civiles para todos los hombres y mujeres, serían lazos que acabarían por unirse y atravesar todos los océanos. Ambas asistieron a la convención de 1840, donde serían censuradas y ninguneadas, y fueron las dos quienes diseñaron la Convención de Seneca Falls, y así con el pasar de los años lograrían conciliar también sus diferencias. Mott muere a los 87 años a causa de una neumonía. Muere sabiéndose una ganadora en sus luchas, liberando esclavos, mujeres, y mentes.

Lucretia Mott

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