Fue la hija y la hermana, pero no fue ella misma, porque nunca se lo permitieron. Fue lo que quiso que fueran los intereses de su familia, fue una vida rodeada por la codicia, la maldad, y la mejor encarnación de lo maquiavélico, según lo definió el mismo Maquiavelo al referirse a su hermano César como al modelo ideal de príncipe. Su padre fue Rodrigo, más conocido como el Papa Alejandro VI, un tipo corrompido por el dinero, la crueldad, la depravación y la lujuria, y quien sería el encargado de señalar el derrotero que debía cursar la existencia de Lucrecia, y por lo que, con tan solo 13 años, la casaría con el poderoso Giovanni Sforza, en un intento por afianzar los lazos con la acaudalada familia milanesa. Rodrigo, ya en su posición de Papa, hacía y deshacía a su antojo, y a pesar del rechazo de la sociedad y de la misma iglesia que presidía, no tuvo reparos en casar a su hija con un hombre mucho mayor. A la niña desde luego no le agradó para nada ese viejo que rengueaba y al que tendría por obligatoriedad asistir como a su marido, pero al parecer con el tiempo se fue encariñando de este hombre hasta acabar tomándole cierto aprecio. Sin embargo llegó un punto en el que ya los Sforza no eran necesarios dentro de los planes políticos de la familia Borgia, y Lucrecia tendría que ser emparentada con alguna otra dinastía, por lo que los Borgia decidieron que lo más fácil y efectivo sería asesinar al desgraciado Giovanni. Lucrecia se enteró del plan y pudo avisarle oportunamente a su esposo, quien entonces elegiría a la ciudad de Roma para ocultarse. Alejandro VI trató de convencerlo para que anulara el casamiento con la excusa de que nunca fue consumado, pero contrario a esto Giovanni Sforza arremetió acusando a Lucrecia de mantener relaciones incestuosas con su hermano César e incluso con su mismo padre. El Papa intentó sobornar al indignado marido, y ante la negativa, no quedó más que las presiones familiares y políticas y las amenazas de muerte. Finalmente Giovanni acabaría firmando ante testigos la anulación de su matrimonio, donde manifestaba con voluntad y libertad plena que padecía de impotencia. Así resolvían los Borgia todos sus asuntos. Mientras tanto, Lucrecia sería confinada en un monasterio a las afueras de Roma, teniendo como único contacto con el mundo externo a un joven que le hacía llegar los recados de su padre. Entonces Lucrecia, para sorpresa de cualquiera, quedaría en embarazo. Tenía 17 años cuando tuvo a su hijo, Giovanni, y son muchos los rumores respecto a la paternidad de este niño. Podría haber sido de su ex esposo, y dado los motivos por los que se anuló el matrimonio, no podrían declarar a Sforza como su padre, por lo cual decidieron ocultarlo. En un par de bulas papales, Alejandro VI reconoce al niño como hijo legítimo del hermano de Lucrecia, César, y años más tarde el propio César apoyaría su paternidad, legándole al pequeño el ducado de Romaña. César oficiaba como cardenal de la iglesia y de ningún modo resultaba conveniente el escándalo de su relación incestuosa, por lo que igualmente se deciden por ocultar esta paternidad. En la otra bula papal Alejandro VI se atribuye él mismo la paternidad de Giovanni. Finalmente está la declaración de aquel muchacho que estaba a cargo de llevar la correspondencia a Lucrecia durante su encierro, y que juró haber tenido relaciones sexuales con la cortesana, declarando ser el padre del niño, quizás como parte de un testimonio producto de un afecto que sentía por Lucrecia, quizás para encubrir a los Borgia y obligado por estos mismos a testimoniar. No queda entonces claro quién fue el verdadero padre del hijo de Lucrecia, pero la creencia más divulgada es que se trató de un hijo producto del incesto con su hermano. Una vez más por asuntos políticos, Lucrecia es obligada a contraer matrimonio con Alfonso de Aragón, príncipe de Salerno, quien por su encanto intelectual y su atractivo físico causaría en César un gran impacto desde el primer encuentro. Sin embargo un tiempo después, por razones también políticas, o por lo que muchos atribuyen a una cuestión de celos, César se empeñaría en asesinar a Alfonso. Una vez lo intentaría, pero su ataque fue impedido por varios arqueros que custodiaban al príncipe. A pesar de las advertencias y de la protección de Lucrecia para que su hermano no matara a su marido, bastó con un pequeño descuido para que César pudiera ingresar a la casa de Alfonso, y en compañía de sus esbirros darle la estocada final. Para ese entonces la sífilis había hecho estragos en el aspecto de César, el cual trataba de ocultar las cicatrices de su cara y su cuerpo portando una máscara y vistiendo siempre túnicas largas de color negro. Su competidor era un hombre galante con el que Lucrecia parecía estar llevando un matrimonio feliz, y este personaje oscuro que era César Borgia estaba siendo relegado por su hermana a un segundo puesto, y celoso por la relación que los había unido desde siempre, es muy probable que ciertamente el móvil del homicidio hubieran sido los celos. De este matrimonio con Alfonso nacería el segundo hijo de Lucrecia, al que bautizarían Rodrigo. Su tercer matrimonio por conveniencia sería con otro Alfonso, príncipe de Ferrara, y que se llevaría a cabo sin importar los tantos escándalos y recriminaciones del mundo entero, con la imagen tan deslustrada y el desprestigio que empañaba a los Borgia, pero cuyo poder disuadía a cualquiera para hacerles frente o poder siquiera contradecirlos. Con esta alianza Lucrecia se convertía en la administradora de la Iglesia de la Santa Sede, cargo que sorprendió una vez más al cuerpo clerical, ya que la hija de los Borgia era apenas una niñata sin experiencia de ningún tipo. Su actual esposo se niega a convivir con el segundo hijo de Lucrecia, Rodrigo, por lo que este es enviado a vivir con Isabel de Aragón, y antes de que cumpliera los doce años un comunicado le anuncia a Lucrecia la muerte del niño. Debido a la pena que este suceso le ocasionó, la angustiada Lucrecia se recluye durante un tiempo en un convento, para luego recobrar los bríos y mostrar una última faceta en su vida, con la que consiguió desvirtuar un poco la imagen de insensata, desalmada y oportunista. Sus últimos años se interesó en la pintura, la escultura, la poesía y las demás artes, sirviendo como mecenas de varios artistas que recibieron su apoyo. También se dedicaría al cuidado de sus hijos, hasta una mañana de 1519, a sus 39 años, cuando unos días después de su fallido alumbramiento en el que murió su décimo hijo, Lucrecia abandonaría este mundo debido a las complicaciones postparto. A pesar de la figura con la que suele emparentársele, hay que destacar que era querida por sus súbditos y servidores, quienes grabaron en su tumba un epígrafe que rezaba: “La madre del pueblo”. Lo cierto es que cuando nos referimos a Lucrecia Borgia, hacemos referencia a una mujer obediente que siempre estuvo sujeta y limitada a las decisiones que su familia tomaría por ella. Hizo parte del entramado de una familia despótica y siniestra y de la cual es difícil desligarla, sin embargo su figura histórica estará adornada siempre por el mito y la calumnia. Incluso el escritor Víctor Hugo acusó sus atrocidades llamándola “mujer viciosa, despiadada y maestra de venenos”. Entre otros rumores, se decía que Lucrecia llevaba un anillo hueco en el que mantenía algunas pizcas de veneno. Los testimonios acerca de su vida no parecen ser los más fidedignos, todo en su historia parece una leyenda enrevesada con la trama de una novela. Es por esto que su historia y la de su familia ha despertado el interés de escritores, dramaturgos y cineastas, siendo la figura de la hija de los Borgia una presencia crucial en la urdimbre de este cuento en el cual, gran parte, parece tratarse de un chisme histórico.