“Kathy” comprendió que a la larga se trata de disfrutar del viaje, sin esperar por un final compensatorio. Que, tal vez, no llegar nunca, es lo que te hace grande, y que, en suma, como reza el latinajo: “Vita via est.” Su familia no es una familia de atletas, sin embargo supieron alentar su espíritu competitivo, y fue por esto que su padre la cuestionó cuando a la edad de los 12 años Kathrine le confesó que quería convertirse en porrista del equipo de hockey sobre hierba. “Tú no tienes que animar a los demás; los demás tienen que animarte a ti… Eso es lo que deberías hacer, porque en la vida hay que participar, no sólo mirar”, fue el consejo de su padre, quien le propuso que comenzara por correr “un kilómetro al día”. La niña no se creyó capaz, pero su padre insistió diciéndole que “no se trata de ir rápido, sino de terminar.” “Haz creer a los jóvenes que son capaces de todo y dales la oportunidad de intentarlo, porque es fundamental para que se empoderen… un niño que crece con esa seguridad es capaz de cualquier cosa”, recomienda Switzer, según su propia experiencia. La joven Kathrine no se dejó amedrentar por los hombres (todos ellos mayores) que conformaban el equipo de hockey del instituto académico ubicado a las afueras de Washington D,C., y fue así como en cuestión de pocos meses la tímida Kathrine se había desafiado a sí misma y ahora formaba parte del equipo de hockey, y hasta el punto de convertirse en una de las jugadoras más destacadas. “Aprendí que algunos días son fáciles, y otros imposibles. Lo cierto es que era una de las mejores jugadoras porque nunca me cansaba. Pero no fue pertenecer al equipo lo que me hacía sentir bien, sino correr todos los días. No en sí por correr, sino por la realización personal que yo sentía al hacerlo; me sentía poderosa. Después de aquello, nada parecía tan difícil.” Motivada por superarse a sí misma, Kathrine quiso exigirse al límite. “Tenía curiosidad acerca de lo que mi cuerpo podía hacer y, a medida que mejoraba, la sensación de mejorar mi propia marca se volvía cada vez más embriagadora”. A los 19 años, estando en perfectas condiciones físicas, interrumpe lo que hasta entonces era su pasión pero que no prometía ser más que un hobby, y se matricula en la Universidad de Siracusa para cumplir su anhelo profesional de convertirse en periodista deportiva. Sin embargo su alma de atleta quería seguir persistiendo en correr, por lo que buscó inscribirse en el grupo de atletismo femenino de la universidad. No sería una sorpresa encontrarse con que en el mundo deportivo tampoco parecía haber espacio para las mujeres (contando los varones con más de veinticinco modalidades deportivas distintas además de becas de estudio), por lo que se dirigió al entrenador del equipo masculino pidiéndole la dejara participar en las prácticas. El entrenador se burló de ella creyéndola incapaz, pero le daría la oportunidad, convencido de que Switzer no se presentaría. “Correr nos transforma, tanto a hombres como a mujeres. Te hace creer que eres capaz de todo. Te da una sensación de estrés añadida, pero te aporta endorfinas y posibilidades. Como joven en edad de crecimiento que corría un kilómetro diario, me dije: ‘¿podría hacer dos? ¿Serías capaz de hacer tres kilómetros diarios’?” Los miembros del equipo le dieron la bienvenida y la hicieron sentir siempre acogida durante los entrenamientos, y en donde tendría la suerte de cruzarse con Arnie, un cincuentón retirado de las pistas, que percibió el talento de Switzer y quiso convertirse en su entrenador personal. A su lado comenzaría a correr distancias cada vez más largas, hasta un día en que a Switzer se le ocurriría el disparate de proponerle correr la maratón de Boston. Se trataba de una idea descabellada no sólo porque a las mujeres se les tenía prohibido la participación en el certamen competitivo, sino porque se creía que las damas eran incapaces de soportar la maratón de 42 kilómetros, ya que este trajín podría traerles problemas de salud tales como la caída del útero, o mitos que vaticinaban la aparición de vello, bigote y pelo en pecho para la mujer que se aventuraran a una empresa que sólo competía a los machos. Arnie le pidió demostrarle que era capaz de superar la prueba de atletismo, a lo que Switzer lo retó a emprender una maratón juntos a manera de ejercicio. La prometedora maratonista no tuvo dificultad en completar la travesía, tras lo que le pediría entusiasmada a su entrenador que siguieran todavía unos cinco o seis kilómetros más. Unos kilómetros más adelante su entrenador padeció un desmayo, y al despertar, tuvo que reconocer que “las mujeres tienen un potencial oculto para el aguante y la resistencia”. Switzer ya tenía madera suficiente para poder cuestionar a qué se referían cuando le llamaban a su género el “sexo débil”. Hasta el momento ninguna mujer había corrido oficialmente la maratón, esto es, portando el dorsal con un número que la acreditara como participante admitida. El formulario de inscripción obviaba preguntar el género sexual, y dada la admiración que Kathrine sentía por el escritor J.D. Salinger, su firma consistía también en sus iniciales seguidas de su apellido: K.V. Switzer, siendo así que consiguió ingresar al evento deportivo del año 1967 sin despertar ninguna sospecha. Por aquel entonces el movimiento feminista andaba en su pleno furor. La mujer comenzaba a destacarse en los ámbitos científicos, artísticos, intelectuales, y era este el momento para que también se pronunciara exponiendo su fortaleza y sus destrezas físicas. Switzer se presentó con sus labios pintados de rojo y sus mejillas maquilladas. Se le asignó un dorsal con un número que, sin saberlo, pasaría a la historia como un símbolo de la lucha por la igualdad de géneros: 261. Se recuerda calentando sus músculos toda rodeada de hombres que la halagaban diciéndole que ya hubieran querido tenerla como su pareja. Un año antes una mujer había corrido la maratón, cuando consiguió infiltrarse a hurtadillas en la competencia luego de saltar una valla de seguridad. Ese mismo año de 1967 otra mujer también participaría del certamen, e incluso llegaría a la meta antes que Switzer, pero contrario a Katherine, ésta no portaba el dorsal que la oficializaba como la primera mujer en participar en la competencia más exigente del atletismo. Al oír el disparo de partida Switzer comenzó a hacer lo que mejor sabía, y se echó a correr. Los primeros tres kilómetros fueron un camino de rosas, hasta que un carro de la prensa se percató de que entre la multitud había un ser que no correspondía con el género. De allí en adelante no pararon en documentar su hazaña o su atrevimiento, interrumpiendo su marcha con preguntas de todo tipo. Le sacaban fotos, la saludaban por donde pasaba, sorprendidos todos de ver a aquella entrometida que no tardaría en ser sancionada. El evento que pasaría a la historia sucedería cuando Jock Semple, codirector de la carrera, se bajó de un carro para empezar a perseguir a la infiltrada, logrando sujetarla de su camisa y casi arrancándole el dorsal, mientras le imploraba: “¡Sal de mi carrera y devuélveme esos números!” El novio de Kathrine, que acompañaba de cerca a su protegida, no vaciló en darle un empellón al desconsiderado comisario. De aquel suceso quedará el recuerdo fotográfico que fue considerado por la Revista Times como una de las “100 fotos que cambiaron el mundo”. En ese momento Arnie le gritó: “¡Corre como nunca!” Es así como, escoltada por un cuerpo de varones que la custodiaban, Switzer continúo su carrera, mientras los reporteros la atosigaban preguntándole qué es lo que pretendía, por qué hacía lo que hacía, qué intentaba demostrar, y ella pensaba: “Sólo quiero correr y ahora me siento humillada, avergonzada y tengo miedo, mucho miedo”. Pero entonces tomó un nuevo impulso y le dijo a Arnie: “Voy a terminar esta carrera arrastrándome o a gatas si es necesario; porque si no la acabo, nadie creerá que las mujeres pueden hacerlo.” Confiesa que durante el trayecto siguiente pasó de la niñez a la edad adulta. “Yo sabía que correr me había hecho sentir tan bien que debía transmitírselo a todas las mujeres que conociera… tengo que crear esas oportunidades.” Finalmente consiguió cruzar la meta con un registro de 4 horas y 20 minutos. Al llegar no sería vituperada ni mucho menos, y por supuesto tendría que encarar a los periodistas que no dejaban de asediarla con extrema curiosidad. Sin embargo dice haber sentido un apoyo en general, y en especial de mujeres que decían haberse inspirado en su historia. Kathrine sería expulsada de la Unión Atlética Amateur, pero en adelante no dejarían de lloverle propuestas e invitaciones para que participara de maratones alrededor del mundo. Switzer dice que ese mismo día, acabada la carrera, vio la emblemática foto, y tal vez comprendió que este episodio podría tratarse de un suceso grande. Así fue. “Mi objetivo era crear oportunidades para las mujeres, así como justicia social en el deporte y en la educación… Vi cómo muchas mujeres podían lograr mejores resultados si contaban con la oportunidad o la ambición”. De manera que su empeño consistió en que el comité olímpico integrara en sus juegos la categoría femenina para el evento de la gran maratón. Durante los siguientes tres años se llevaron a cabo más de cuatrocientas carreras que permitían participar a las mujeres en más de una veintena de países, y cuya concurrencia femenina se cuenta por encima del millón. Para 1972 la maratón de Boston permite oficialmente la participación de mujeres dentro de la corrida. En 1974 Switzer gana la maratón de New York y mejora notablemente su marca en Boston con un tiempo de 2 horas y 51 minutos, obteniendo un segundo lugar en el podio. “Cuando conseguí el tercer mejor tiempo de los Estados Unidos y el sexto mejor de todo el mundo, me di cuenta de que si yo podia hacer eso, ¿qué podría hacer el talento que nunca había tenido una oportunidad? Si yo ayudaba a crear esas oportunidades para otras mujeres, podríamos conseguir cosas enormes.” Kathrine aprovecharía sus destrezas periodísticas para redactar notas y artículos que apoyaran a las mujeres dentro del comité olímpico. Recorrió distintas federaciones y consiguió la aprobación de casi treinta países que estaban dispuestos a permitir que sus mujeres participaran de una maratón competitiva. Organizó carreras en diferentes ciudades, recordando aquella anécdota en la que ya tenía dispuesta la convocatoria para una maratón, y las autoridades, pese a haberle concedido los permisos, auguraban que si acaso se presentarían un centenar de mujeres. La asistencia contó con más de cien mil. Pidió el apoyo de la reconocida marca cosmética Avon para que promoviera este tipo de eventos como una estrategia publicitaria que reflejara a la mujer empoderada y dueña de sí misma. Y fue así como después de quince años de recorrer federaciones y organismos y de contar con el aval médico que consideraba a la mujer físicamente idónea para el desafío atlético -de una resistencia y un aguante orgánico extraordinarios-, Switzer logró conseguir que el comité olímpico aprobara su propuesta, y para el año de 1984, durante los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, su sueño se haría, justamente, una realidad. “Para mí. Ese momento fue tan importante como el sufragio femenino, porque el voto suponía nuestra aceptación social e intelectual y esto, nuestra aceptación física… y ahí estaban las mujeres en igualdad de condiciones… corriendo con fuerza, elegancia y coraje.” Fue así como un público conformado por 90.000 personas se ponía de pie y ovacionaba a las competidoras que hacían historia en la gran competencia del atletismo olímpico. El impacto fue mucho mayor cuando más de dos millones de personas tuvieron la oportunidad de presenciar el evento a través de las pantallas. Kathrine considera que hace falta más cobertura e interés por parte de los medios, visualizar más el deporte femenino para que esto sirva como un incentivo tanto a las niñas como a sus padres. “Claro que hay suficientes referentes femeninos, sólo que hay que darles más publicidad”. Cree que hay un vacío considerable dentro del sistema educativo de casi todos los países: “No creo que se esté fomentando lo suficiente el deporte en los colegios… Para mí la educación es crucial, pero en muchos países educar a las mujeres es considerado una amenaza por la clase dirigente.” A partir de ese momento el número 261 y la historia de quien había promovido y llevado a cabo esta iniciativa incluyente en el deporte, se convertiría en ese símbolo que más de una llegaría a tatuarse en la piel como un recordatorio del empoderamiento femenino. Switzer no quiso hacer de este número un negocio, y antes bien fundó la organización 261 Fearless, encargada de promover carreras y eventos deportivos, además de la creación de grupos de mujeres dedicadas a alguna labor física, sea en el terreno del arte o del deporte. Su fundación ha llegado a África, Arabia Saudí e Irán, demostrando un impacto relevante en las mujeres de comunidades vulnerables y con un bajo o nulo acceso a la educación. Resalta el ejemplo de una mujer que invirtió las ganancias de un premio de atletismo en la mejora de su aldea, fabricando un sistema de agua potable y ayudando en las mejoras de la escuela pública. “Es así como las sociedades cambian, concediendo a las personas una pequeña oportunidad… Estamos creando un programa educativo enorme… es el espíritu de las mujeres unidas haciéndote saber que no estás sola.” Considera que la educación en el deporte puede aportar en la disciplina laboral, en el éxito sentimental y en la satisfacción y el bienestar emocional. “Te da el valor para hacer lo que sea”, señala. Considera que a través del deporte pueden superarse barreras sociales y aspirar a un espacio común donde todos gocen de igualdad, valiéndose precisamente de las cosas que nos diferencian. Para ejemplarizar, explica cómo el tenis femenino puede ser más estratégico, requiere de más cálculo y suspicacia, mientras que en los hombres cuenta más la fuerza, la potencia y la velocidad. “Sabemos que no disponemos de la velocidad, potencia, complexión y fuerza de los hombres, pero tenemos más aguante, resistencia, flexibilidad y equilibrio. Por eso es necesario que el deporte abrace la diversidad, dando igualitariamente a todas las personas la oportunidad de participar.” Ve en una maratón el ejemplo perfecto donde comulgan todos por igual. “Son de todas las razas, géneros, colores y religiones. Gordos, viejos, grandes, lentos, flacos, profesionales. Es increíble. Son personas distintas pero están corriendo juntas y se están apoyando y motivando entre ellas… la unión de la maratón, de correr y el deporte son ejemplos maravillosos de diversidad, inclusión, respeto e igualdad. Si podemos hacerlo en una maratón, ¿por qué no en todo el mundo? Todos corremos juntos y nos da igual el género, como nos da igual si corre un abogado o un fontanero. Esto derriba una gran cantidad de barreras sociales y otras limitaciones. El deporte consiste en motivar y respetar a los demás: esa es la mayor lección que he aprendido.” Respecto al comisario Semple, la maratonista no le guarda ningún recelo, e incluso pasados cinco años del histórico episodio se reencontraron para hacer las paces. Nunca le pidió perdón, confiesa Switzer, y sin embargo Semple acabó reconociendo su actuar como un equívoco, y terminaría apoyando los eventos deportivos mixtos. El encuentro dejó otra fotografía memorable en donde Semple le besa la mejilla a la mujer que años atrás había agredido. “De algún modo, él fue la fuente de inspiración que necesitaba.” Kathrine Switzer está feliz con lo que ha sido su vida. “Mi deporte es correr, y lo que más me gusta es que es sencillo, barato, no cuesta nada y es completamente accesible. La gente dice: ‘Bueno, necesitas unos zapatos’. Pues te informo de que millones de africanos corren sin usar zapatos, y, además, son muy buenos, están en lo más alto… He aprendido mucho corriendo, ha sido la mejor educación que he tenido… También he aprendido que el talento está en todas partes, sólo precisa de una oportunidad… La gente siempre me dijo que no era una buena atleta, pero me enfrenté a fondo y lo conseguí.” Los años siguientes Kathrine se dedicó a cumplir con su sueño de ser comentarista deportiva, brindando cobertura informativa para la cadena televisiva ABC respecto a los mundiales, olímpicos y distintos campeonatos y certámenes de atletismo. Ha escrito algunos libros donde describe sus experiencias personales y alienta al lector a que crea en sus capacidades propias. Dos de estos títulos son Marathon woman: running the race to revolutionize women’s sport y 26.2 Marathon stories. En el 2017, luego de haber corrido casi 40 maratones por todo el mundo, Kathrine Switzer celebra sus 70 años repitiendo la proeza realizada medio siglo atrás. Portando su distintivo dorsal con el número que la haría célebre, el 261, Switzer corrió en 4 horas y 44 minutos la maratón de Boston (con un tiempo de apenas 24 minutos por debajo de lo que registró siendo una joven maratonista rebelde). En esta ocasión correría junto a casi 14.000 mujeres, y al concluir el certamen, y como un homenaje a su contribución histórica, el dorsal con el número 261 fue retirado para los próximos eventos. El número figura como símbolo en carteles de manifestaciones y en murales de todo el mundo. “El mejor momento de una maratón es cuando no tienes que ganar y puedes disfrutar de los primeros momentos de alegría… ¿Sabes? Ese fue el día más feliz de mi vida. Fue la carrera más fácil de todas: paré trece veces, hice ocho entrevistas, abracé a niñas pequeñas en el camino y miles de personas me gritaban: ‘¡Vamos, Kathrine!’” Al final de la maratón también la esperaba la primera mujer presidenta de la Asociación de Atletismo de Boston para condecorarla con una medalla, y un beso merecido de su infaltable marido Roger, “el gran amor de mi vida… ¡Fue un sueño!” En el 2018 Kathrine recibiría dos reconocimientos: por un lado el Doctorado Honorario de Letras Humanas de la Universidad de Siracusa, y otra distinción otorgada por la Universidad de Deusto, el primer Premio Deusto a los Valores en el Deporte, por tratarse de un “referente del deporte, de la igualdad y de la justicia social.” “Correr ha dado sentido a mi vida”, dice hoy día, todavía enérgica y sin detenerse. Y de esta manera continuará Kathrine Switzer corriendo por las calles del mundo con el número 261 clavado en el pecho y esa determinación que la llevó a insistir sin importar la opinión ajena. “A todo el mundo, incluso a ti, nos han dicho que no estamos a la altura, que esto no es lo nuestro; que no somos del sexo adecuado, de la raza adecuada, el color o la religión correcta. ‘No nos sirves’. Todos reciben esos comentarios. Hasta que echan a correr y pierden el miedo.”

KATHRINE SWITZER

 

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