Su trabajo ha consistido en plasmar la historia esclavista a través del arte, para lo cual se ha valido de la idea ingeniosa de jugar con sombras. Blancos y negros, esos colores empleados, y ese el contraste que pretende realzar. La silueta era usada como una tradición sureña, empleada principalmente para hacer retratos, así como para ilustrar libros de historia. Walker se valió de esta técnica como una forma de arte para revelarnos los espantos del racismo y la desigualdad. Piezas del folklor estadounidense, la obra de Walker cuestiona la identidad nacional a partir de la discriminación racial y femenina. Su arte, de confrontación, recuerda algunas obras de Andy Warhol, de quien la misma Walker se ha confesado admiradora, y así también se ha mostrado particularmente interesada en las pinturas del genial Vincent Van Gogh. Sus obras, varias hechas de papel cortado, ocupan toda una habitación de paredes blancas sobre las que se proyectan siluetas, dándole al conjunto un aspecto cinematográfico donde el espectador se ve rodeado, generando un espacio circular, “claustrofóbico”, evocando las pinturas de 360 grados conocidas como “cicloramas”. En sus obras se presencian escenas de las plantaciones y paisajes sureños, cielos nublados por donde se esconde una luna apocada, tristona. Sus representaciones pueden parecer obscenas, como en su obra The battle of Atlanta, donde una escena macabra está enmarcada por un soldado blanco que viola a una niña, y junto a ellos un niño, también blanco, que amenaza con clavar una espada en la vagina de una niña negra, mientras un esclavo, tal vez el esposo y padre de estas mujeres, llora lágrimas negras sobre un joven blanco mientras presencia horrorizado lo que sucede ante sus ojos. Walker ha usado representaciones que se juzgan como estereotipadas, según ella para que el espectador advierta de inmediato la distinción entre blancos y negros. Es así como como sus figuras de los negros poseen labios más prominentes, narices chatas y reducidas, cabello afro. En cada una de sus exposiciones Walker evidencia una situación de poder y jerarquía ancestral del hombre blanco sobre el negro, y así también extiende este nivel de dominio a un asunto de género, donde los hombres casi siempre figurarán arriba y, por su parte, las mujeres ocuparán el lugar de siempre: la parte baja. A pesar de que para muchos su trabajo pueda ser considerado como grotesco, Walker ha dicho que su pretensión es la de enterar un poco más acerca de la historia del racismo en América, haciéndolo según dice con un “enfoque suave”, tratando de evitar “la confluencia del disgusto y el deseo y la voluptuosidad que están envueltos en el racismo.” Una crítica se refiere así a su desempeño: “A lo largo de su carrera, Walker ha desafiado y cambiado la forma en que vemos y entendemos la historia de los Estados Unidos. Su trabajo es provocativo y emocionalmente desgarrador, aunque abrumadoramente hermoso e intelectualmente convincente.” Una de las más reconocidas e influyentes artistas del momento, Kara Elizabeth Walker se enteró de lo que quería hacer con su vida cuando apenas contaba con tres años. “Uno de mis primeros recuerdos consiste en sentarme en el regazo de mi padre en su estudio en el garaje de nuestra casa y verlo dibujar. Recuerdo que pensé: ‘También quiero hacer eso’. En ese momento decidí que era una artista como papá”. Nació en California, y desde muy niña se inspiró entonces en el oficio de pintor de su padre, quien se mudaría con su familia a Atlanta para aceptar un puesto como profesor en la Universidad Estatal de Georgia. Contaba Kara Elizabeth con 13 años, y el cambio de localidad representó un vuelco para su vida, ya que en ese lado del país podría conocer más a profundidad la historia de las negritudes, así como vivir en carne propia los estragos de una sociedad racista. Por aquellos días estaba en furor el movimiento del Ku Klux Klan, lo que generaría en la pequeña un cierto temor que años después conseguiría desenfrenar a través de su arte. Walker recuerda cómo en la escuela era llamada “nigger” y comparada con un chimpancé, recibiendo todo tipo de insultos debido al color de su piel. Años más tarde empezará sus estudios superiores en el Atlanta College of Art, de donde obtendría su título en 1991, y para 1994 se graduaría en una maestría en el Rhode Island School of Design, para la cual tendría como tesis central la denuncia del racismo. En principio consideró esta temática como “típica”, e incluso como “obvia” tratándose de una artista negra; sin embargo sería este mismo año, luego de exponer en el Drawing Center de New York su primer mural –Gone, an historical romance of a civil war as it ocurred between the dusky thighs of one young negress and her heart-, un mural edificado con lo que sería su sello distintivo, esto es la silueta fabricada con papel cortado, que el mundo del arte pondría los ojos en la prometedora artista. En adelante, no pararon los éxitos para Kara Elizabeth Walker, consagrándola hoy día como una de las artistas más brillantes. En 1995 se presenta por primera vez en individual, en New York, en el Brent Sikkema y en el Wooster Gardens, consiguiendo el visto bueno de los críticos y la admiración de un púbico que ya comenzaba a reparar en sus obras, siendo así que a los 27 años ya Kara Elizabeth Walker se había convertido en un nombre de peso. Un año más tarde sería la segunda persona más joven en obtener una beca de la Fundación John D. y Catherine T. MacArthur. En 1996 contrajo nupcias, y un año después tuvo una hija. Entre sus tantos proyectos cabe destacar Insurrection!, presentada en el año 2000, donde la luz al interior del cuarto también proyectaba la sombra de los espectadores, integrándolos a la obra misma y en un intento por involucrarlos más a fondo con el contenido temático. En el 2002 representó a su país en el Bienal Internacional de Sao Paulo, y es así como no paró de recorrer distintas ciudades en las que expuso su talento: Johannesburgo, Chicago, Liverpool, San Francisco. En el 2005 se destaca su muestra titulada: 8 possible beginnings o: the creation of African-America, a moving picture, obra que realza por introducir sonidos y movimientos que comprometen aún más al espectador con la obra. Las siluetas simulan ser títeres construidos a partir de las sombras, acompañadas de una voz dramática, la suya, que cuenta la historia esclavista y una niña interroga, la voz de su hija, mientras seguimos escuchando el relato de una mujer que testimonia las dificultades de ser mujer, de ser negra y de ser artista. Reivindica pues así la obra de Walker a la raza, al género y al arte mismos, patentándose su trabajo como una labor de alto contenido humano. En el 2005, inspirada por la catástrofe y la devastación ocasionadas por el huracán Katrina en las zonas pobres de New Orleans, Walker crea la exposición titulada Después del diluvio. Ese mismo año The New School destina un espacio para que Walker exhiba un mural titulado Event horizon, ubicado a lo largo de una enorme escalera. Dos años más tarde la revista Time la incluyó en su listado “TIME 100”, destacándola como una de las artistas más reconocidas del mundo. La revista reseña lo siguiente: “Walker se involucra escandalosamente tanto en el amplio panorama como en la elocuencia de los detalles reveladores. Juega con estereotipos, volviéndolos boca abajo de adentro hacia afuera. Se deleita en la crueldad y las risas. Los lugares comunes la enferman. Es valiente. Sus siluetas se arrojan contra la pared y no parpadean.” En el 2010 se divorcia de su pareja, permaneciendo en su estudio de Manhattan, donde estuvo hasta el 2017, cuando entonces se mudó con su nueva pareja a Industry City. En 2011 Walker se convierte en miembro de la Junta de Directores de la Fundación para las Artes Contemporáneas (FAC), y en el 2012 es elegida para integrarse a la Academia Americana de Artes y Letras. En el 2014 Walker se aventura con la escultura. Se trató de la figura descomunal de una mujer, una esfinge femenina de más de 10 metros de altura y unos 20 metros de largo, y a cuyos pies se rinde un ejército de quinces hombres conocidos como los muchachos de Lollipop. La materia de la que está hecha es una mezcla de trozos de poliestireno cortados a máquina con una solución a base de azúcar blanca, y para lo cual empleó casi 100 toneladas. Colosal, titánica, ambiciosa, A subtlety, como se conoce la obra, se construyó a partir del azúcar hervido, logrando la textura blanda del caramelo y ese color ambarino que bien puede identificarse con la piel oscura. Al respecto Walker dice usó el azúcar por su “calidad estética, limpia y pura”. Algunos señalaron la alta afluencia de personas blancas que asistieron a ver la obra, siendo estas la mayoría y haciendo parte de un espectáculo en donde su propia presencia cuestiona la obra de por sí. Actualmente reside en New York y ocupa el puesto de catedrática de artes visuales en la Universidad de Columbia y en la Universidad de Rutgers. Ha continuado explorando distintas cabidas para darle forma a su arte: acuarela, títeres, grabados, proyecciones de “linterna mágica”, trabajos en gouache y videos animados. En el 2018 fue elegida como integrante de la Sociedad Filosófica Americana. Y a pesar de las muchas distinciones y reconocimientos, Walker no estaría exenta de críticos y juicios que denuestan de su obra, tildándola de estereotipada o controvertida, e incluso algunas de sus exposiciones han sido boicoteadas y algunas de sus obras censuradas. Aun así, Kara Elizabeth Walker tendrá que continuar. “Confío en mi mano”, dice. Ella confió en el poder que tenía el arte para transmitir su mensaje y cuestionar a una sociedad en torno a la sexualidad, la violencia, la identidad, la raza y el género. Sus siluetas, su juego entre los blancos y negros, son el reflejo de una realidad histórica que confronta un presente y nos desafía. Así se expresó Walker sobre su propia creación y sus intereses con ella: “Desafiar y resaltar las dinámicas de poder abusivas en nuestra cultura es mi objetivo”.
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