Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Juana Manso (1819-1875)

Su padre fue un inmigrante andaluz que, enamorado de una joven porteña, se quedaría a residir en Buenos Aires para convertirla en su esposa, y sin que les importar que la legislación de aquel entonces prohibiera su casamiento. De esta unión, legal o no, llega al mundo Juana Manso, quien tendría la oportunidad de asistir a una de las dos grandes escuelas que habían sido creadas durante el mandato de Bernardino Rivadavia, la escuela Montserrat, y en donde ya mostraría su descontento ante los limitantes métodos arcaicos de enseñanza que terminaron por aburrirla de la escuela. Era una lectora voraz y dominaba la escritura, pero no lograba memorizar el alfabeto, y de allí que sacara notas bajas en una asignatura en la que debería lucir. Fue así como prefirió consagrarse a una educación propia, autodidacta, interesándose por aprender otras lenguas y explorar por cuenta propia el mundo musical. A los 20 años su familia tuvo que exiliarse en Rio de Janeiro, dado que su padre era partidario de las ideas y las políticas liberales de la Revolución de Mayo y convenía con las ideologías de la Generación del 37, declarándose así un opositor acérrimo del recién posesionado Juan Manuel Rosas, y queriendo evitar las amenazas y persecuciones que los acechaban, migraron con destino a Brasil, dejando atrás sus posesiones que serían confiscadas por el gobierno argentino. Unos meses más tarde se mudarían a Montevideo, donde Juana daría rienda suelta a su prolífica carrera de pensadora, traduciendo del francés un par de novelas que su padre le ayudaría a publicar, aparte de conformar parte del equipo de redacción del diario El Nacional, donde daría a conocer sus primeros poemas, publicados todos bajo el seudónimo de nombres masculinos. Se destaca un artículo que publicaría en dicho periódico con el título de Una mujer poeta. Así también, Juana participaba de las tertulias que convocaban a los más destacados artistas e intelectuales del momento, y este ambiente que la rodeaba y en el que imperaba el conocimiento y el saber, serviría como inspiración para que se decidiera a instalar en su propia casa -destinando para ello dos amplias habitaciones- un centro de estudios para mujeres que sería conocido como el Ateneo. En su improvisada academia, Juana impartía conocimientos acerca de moda así como de modales, enseñaba a tocar el piano y a hablar inglés, instruía en gramática y también en aritmética, siendo el Ateneo una reconocida y aunque precaria institución a la que acudían señoritas de todos los rincones del país. Un año más tarde tendrían que volver a exiliarse en Brasil, y desde allí Juana continuaría publicando historias, tratados filosóficos y traducciones, hasta que un año más tarde regresaría a la capital uruguaya para avanzar en su proyecto educativo, que ahora contaba con el aval y la financiación del nuevo gobierno. Durante esta segunda estancia en Montevideo se le encomendó la responsabilidad de dirigir otros centros de estudios para mujeres, resaltando sus objetivos de esta empresa educativa en un libelo que publicaría con el título de Manual para la educación de niñas. De aquellos años en el exilio brotarán dos de sus más conocidos poemas, ambos publicados por El Nacional: Una tumba y Una lágrima para ella. También esbozaría un primer modelo de libro para el aprendizaje de la lectura, y no contenta con explorar cada terreno de arte le alcanzarían los días para escribir un oratorio musical titulado Cristóbal Colón. Por aquel tiempo contraería matrimonio con un violinista portugués a quien acompañaría de gira por Estados Unidos, Cuba y Brasil, y con quien trabajaría en el montaje de piezas musicales y de algunas obras teatrales y otros espectáculos que tuvieron amplio reconocimiento. Con él tendría dos hijas, sin embargo Juana sería desdichada en su relación de pareja, teniendo que soportar con abnegación el maltrato, los desprecios y humillaciones a las que era sometida por parte de su marido, y aceptando con sacrificios estos tormentos por creer que era esa la posición obediente y sumisa que le correspondía ocupar en su rol de mujer casada. Sin embargo, al morir su padre (que sirviera durante años como una especie de mecenas de la pareja), sería el mismo violinista quien abandonaría a su familia, por lo que Juana se trasladaría a Buenos Aires en compañía de sus dos hijas, logrando unos años más tarde obtener su divorcio legal. Esta experiencia no frustraría ni sería una derrota para Juana, y antes bien serviría para fortalecerla y darle claridad respecto a algunas reflexiones que ya comenzaban a rondar en su cabeza respecto al papel de la mujer en la historia humana. Tuvo algunas consideraciones destacables respecto al matrimonio, y la mayor parte de estas ideas referentes a la convivencia en pareja a y la institución de la familia, verían la luz a través de una serie de notas publicadas, y que finalmente compendiaría bajo el título de La emancipación moral de la mujer. Para Juana el matrimonio no debería seguir siendo ese yugo que la sociedad le ha impuesto siempre a la mujer, condenándola a ser un objeto de sus padres o su marido, negándole así el goce pleno de sus derechos propios, recalcando finalmente su independencia moral frente a los abusos y tiranías que les han venido siendo impuestas a lo largo de la historia, y reclamando en la mujer un sujeto con los mismos derechos que sus pares, y ya no como una víctima a la que se discrimina como si se tratara de un ser inferior, incapaz de comprender, carente de juicio, débil y de cualquier forma ignorante, sin voluntad para decidir sobre los asuntos de su familia y por ende de toda la sociedad. Insiste en que no se trata pues de una rebelión sin una causa definida, y que es preciso que todos comprendan el valor y la importancia de la presencia femenina y el aporte que estas pueden hacer al conformar una parte activa de la sociedad, si se les permitiera el acceso a ocupar otros roles y tareas distintos a los habrán tenido que desempeñar siempre. Señala que aunque ha sido el egoísmo del hombre el que le ha negado a las mujeres integrarlas y brindarles el puesto que merecen en la formación de nuestras sociedades, es recomendable no rebelarse de manera explícita, sugiriendo la razón como el medio para hacer entrar en conciencia respecto a las iniquidades, injusticias, maltratos y humillaciones que ya no tendrían por qué seguir soportando, y asegura que existen así también los hombres nobles que entienden por la unión del matrimonio aquel vínculo de dos almas amigas que se reconocen iguales para acompañarse en el amor, y no como una relación esclavista en donde la mujer se convierte en un objeto del esposo, y que desde el lenguaje mismo ya condena como a un artículo de su propiedad, llamándola “mi” mujer, así mismo como suele decir “mi” martillo. Enfatizó en la necesidad de que la mujer interviniera en la economía familiar para así evitar la dilapidación por parte del hombre, y luchó en favor de la iniciativa del proyecto de ley que intentaba implementar el matrimonio civil dentro de la legislación argentina. Así mismo cuestiona en los hombres su falta de conciencia y su cobardía al persistir en el ocultamiento de sus debilidades e inseguridades bajo el dominio de la fuerza, sin permitirle a la mujer acceder a otros espacios de comunión en los que pueda realizarse y ser un agente aportante a la construcción social, e insistiendo en que la mujer no está para satisfacer los deseos, antojos y placeres del hombre como si se tratara de una esclava. Por expresar sus ideas liberales, Juana se vería constantemente atacada y ofendida, ya fuera por esclavistas, misóginos o docentes, todos ellos descontentos con esa emancipación intelectual por la que Juana abogaba en defensa de los derechos de las mujeres. Se le considera así una de las figuras más emblemáticas y una de las mayores representantes del movimiento feminista latinoamericano. Pretendía hacer partícipe a las mujeres como una parte fundamental en la integración social, teniendo como bastión principal el fortalecimiento de la educación, que les serviría como la herramienta capaz de labrar ciertamente las libertades femeninas. Admiraba a George Sand por haber desafiado a la sociedad de su tiempo vistiéndose con los atuendos de un hombre y sin dejar de lado su feminidad, y así mismo ella solía caracterizarse por no reparar mayor cosa en sus prendas y gozar de un estilo descomplicado en sus maneras de vestir. También Concepción Arenal sería una fuente de inspiración para sus reflexiones, a quien admiraba por considerar, como ella, que “el genio no tiene sexo”. Esto opinaba Manso: “Quiero probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica. La sociedad es el hombre: él, solo, ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos; por consiguiente, ha reservado toda la supremacía para sí; el círculo que traza en derredor de la mujer es estrecho e impasable, lo que en ella clasifica de crimen, en él lo atribuye a la debilidad humana; de manera que, aislada la mujer en medio de su propia familia, de aquella de que Dios la hizo parte integrante, segregada de todas las cuestiones vitales de la humanidad por considerarse la fracción más débil, son con todo obligadas a ser ellas las fuertes y ellos en punto a tentaciones, son la fragilidad individualizada en el hombre”. Manso quiso liberar a la mujer de las cocinas y de la crianza exclusiva de los hijos, emancipándose ella misma al convertirse en un agente cultural y un referente intelectual, e imponiéndose a desempeñar empresas que hasta entonces sólo habían sido reservadas para los hombres, tales como el periodismo y la escritura. Juana se valió de la imprenta para difundir sus ideas y su pensamiento. Consideraba la libertad de prensa como una de las más encomiables conquistas civiles, entendiendo así en los medios de comunicación una herramienta con la cual podría hacerse escuchar en los más insospechables destinos, y sería por esto que entre 1852 y 1854 dirigió en Brasil el primer periódico en Latinoamérica dedicado específicamente al público femenino, O Jornal da Senhoras, y un año más tarde de regreso en Buenos Aires replicaría la idea con su nombre en español, Álbum de Señoritas, y en cuyos contenidos se trataban temáticas de todo tipo, teniendo como enfoque principal asuntos respecto a la moda y a las artes, pero en donde Juana aprovecharía para publicar artículos, notas y denuncias en los que trataba otra clase de intereses, manifestando con libertad plena lo que se le antojara publicar, y esta vez sin ocultarse detrás de un seudónimo, e incluso figurando con su propio nombre como la dueña y directora del proyecto. Y a pesar de que en Argentina no tuviera mayor acogida, las pocas ediciones que alcanzó a publicar le serían suficiente para manifestar sus distintos puntos de vista sobre asuntos tales como apelar por la abolición de la esclavitud y por el cese de los hostigamientos perpetrados por los ejércitos de la República contra las culturas aborígenes que se estaban viendo amenazadas con su total exterminio; y así mismo aprovecharía para pronunciarse respecto a las distintas religiones que se profesaban en el país, reclamando el reconocimiento y la coexistencia pacífica de los distintos credos e ideologías, y ya no una única religión dominante y reconocida por la Constitución, como ocurría en el caso del cristianismo. Otra edición la dedicaría a recomendar tratamientos de homeopatía y medicinas caseras; en otra publicación hablaría respecto a la higiene con motivo de una epidemia de cólera que estaba haciendo estragos y que se debía precisamente a la falta de aseo en las poblaciones urbanas; en otra apoyaba la idea de instalar un establecimiento agrícola en un lugar que en principio estaba destinado a convertirse en una fábrica textil, y en otra publicación proponía el sostenimiento de escuelas públicas por medio de lo recaudado a través de las loterías. Juana estaba en todo, para todo tenía una mejor estrategia, una manera nueva de interpretar la situación, una iniciativa distinta y eficiente que superaba los métodos de costumbre, y fue por su pensamiento particular e irreverente, por su espíritu liberal y libertario, que en varias oportunidades tendría que soportar el rechazo y la injuria por parte de una sociedad retardataria e incapaz de entender sus propuestas de avanzada, tratándola así de inmoral, y agraviándola en muchas ocasiones con el apelativo de “loca”. El periódico femenino no tenía ánimo de lucro; su objetivo con esta propuesta periodística y literaria era la de propagar el conocimiento, el intelecto y la educación entre las mujeres, insistiendo en un cambio legislativo que garantizara la igualdad de derechos políticos y civiles sin discriminación sexual. Juana se preocupó siempre por renovar la educación, insistiendo en que esta era la base para la verdadera emancipación humana. Romántica y visionaria, tenía una mirada esperanzadora del devenir humano, convenciéndose de que el destino final de nuestra historia era el progreso mismo, y que de cualquier forma la humanidad estaba andando hacia adelante. Obsesionada por idear nuevos y mejores métodos de enseñanza e instrucción, preocupada por integrar a la enseñanza todos los componentes que le hicieran falta a la formación de un ser que aspirara a la realización, Juana intentó en cada momento corregir los desaciertos que identificaba en las obsoletas técnicas empleadas por los tradicionalistas sistemas antiguos de aprendizaje para reemplazarlos por sus nuevos métodos. Su compromiso, en principio, sería la de abogar por una educación pública, mixta, laica y gratuita que abarcara la escolarización total de la población argentina. Pugnaba por una educación homogénea e igualitaria que cobijara indistintamente las diferentes clases sociales, y sin segregaciones de géneros. Propuso varias mejorías para los reglamentos internos de las instituciones educativas, e inventó manuales que atendían a plasmar los códigos normativos y de convivencia. Se interesó por mejorar la calidad del entorno educativo, las horas de escolarización, los espacios recreativos y los tiempos dedicados para las comidas, y la prestación de los útiles y herramientas escolares. Abogó por la creación de Jardines de Infantes, así como también la creación de academias nocturnas para adultos. Cuestionó los exámenes y el sistema tradicional evaluativo, convencida de que los progresos del saber desconocían estas medidas y que las evaluaciones acababan por subordinar el conocimiento a un simple saber temporal que pudiera responder a una simple prueba. Quiso incorporar las clases de educación física como una materia necesaria en la formación educativa, así como la creación de un área que estuviera destinada a la enseñanza de la salud. Se mostró siempre en contra y fue una firme detractora del castigo físico como método de instrucción pedagógica, insistiendo en la interacción armónica y de amistad que debe existir entre el profesor y el alumno, y cómo el docente debe ganarse el cariño y respeto que pueda servir como fuente de inspiración y confianza para sus estudiantes. Creía así que el aula debía ser ese espacio donde se ejercitaba el pensamiento, y en donde el alumno podía explayar el goce de sus facultades y explorar sus dotes y talentos naturales. Juana cultivaría también el hábito de escribir poesías, destacándose aquel poema en coplas, compuesto por casi trescientos versos, que titularía Una armonía, y que para muchos críticos literarios es un canto épico de la lengua española, al mejor estilo de Jorge Manrique. Algunos de sus poemas fueron traducidos al inglés por Henry W. Longfellow, quien se declaraba un admirador de la obra de la argentina, muchos de ellos firmados con uno de sus seudónimos más utilizados: “Una joven argentina”. Conocedora del inglés, el portugués y del francés, Juana tradujo al español varias novelas, obras, informes, opúsculos, folletos, manuales educativos, artículos y lecturas de toda clase, además de permitirse traducir y publicar la correspondencia que durante años mantuvo con Mary Tyler Peabody Mann, con el ánimo de dar a conocer las opiniones y propuestas que cada una tenía concernientes a la educación, y que durante años iban y venían de una punta a otra del continente americano a través del papel. Sería además una de las precursoras de la novela hispanoamericana, siendo Los misterios de La Plata su obra más representativa, y en donde la autora juega con la historia y la ficción, para abrir paso a los inicios de lo que se conocería después como el Romanticismo Histórico. Unos años antes había escrito una novela dedicada a su hija y que todavía se conserva, El manuscrito de mi madre. En general su prosa, al igual que su mente, solía ser un poco dispersa, persiguiendo la lúdica del lenguaje, y por lo que algunos críticos literarios la entienden como descuidada y desprolija, criticándole su carencia ortográfica y una falta de fluidez para expresar sus enrevesados conceptos. Sea como sea, Juana no buscaba persuadir con el encanto del lirismo, como sí hacer entender el valor de sus ideas, así como argumentar con razones de peso sus propias opiniones. Sus versos serían así ridiculizados por algunos detractores. En uno de sus escritos titulado Quién soy; y mis propósitos, Juana se confiesa una romántica a la que los desengaños y decepciones de la vida la llevaron a endurecerle el corazón, fortaleciéndola para no declinar nunca en su caminar, y definiéndose sencillamente como una femme auteur (mujer autora). Al final de la década de los cincuentas Juana se encontraba a gusto de regresar a su país, con el afán de poner en marcha la ejecución de sus tantas propuestas que reformaran los vetustos y obsoletos sistemas educativos. A lo largo de muchos años mantuvo una relación cercana con el notable político y militar Domingo Faustino Sarmiento, con quien constantemente estaría diseñando planes educativos y mejoras al sistema actual a través de una permanente correspondencia, siendo así que en 1859 el mismo Sarmiento la nombraría como directora de la primera Escuela Normal Mixta. “Reciba a todos los que vengan”, fue la consigna que le asignó cumplir. En 1862 Juana le presentó al general Bartolomé Mitre un libro didáctico, cercano en su lenguaje y de fácil comprensión, conocido en un principio como Los manuscritos de Alginato, y que pudiera servir como una guía de escolarización para los alumnos que cursaban los primeros años de historia. El general recomendó el texto como un manual lúdico que debería darse a conocer en todas las escuelas, pero algunos profesores del Colegio Nacional de Buenos Aires se opondrían negándose a utilizarlo, y sin embargo un año más tarde serían estos mismos profesores quienes tendrían que reconocer el valor de la obra y aprobarlo como un texto fundamental en la educación de la historia argentina, titulándolo Compendio de Historia de las Provincias Unidas del Río de La Plata. En 1864 volvió a difundir sus ideas a través de otra serie de publicaciones conocidas como La flor del aire y luego como La Siempre Viva, un “periódico ilustrado dedicado al bello sexo”, como se suscribía en sus primeras páginas, y a pesar que no contaba con ningún tipo de ilustraciones, y en el que insistía como era su costumbre en la promoción de los derechos de la mujer, dedicando parte de su temática a difundir la vida, obra y pensamiento de algunas destacadas figuras femeninas latinoamericanas. Desde 1865, y durante los siguientes años, estuvo acompañando a Sarmiento con la redacción de documentos y escritos en los que promovían una educción reflexiva, consciente y respetuosa en sus procesos de aprendizaje, y que eran conocidos como los Anales de la Educación Pública. En estos escritos resaltaron la importancia de crear centros educativos para la capacitación docente, recomendando a los profesores una formación más integral que pudiera dar cuenta de los distintos campos del saber y del arte, propuesta que la llevaría a impulsar una campaña de charlas y conferencias que no tendrían muy buena acogida entre el gremio de los maestros. Su discurso solía ser interrumpido por los silbidos y abucheos de quienes defendían los métodos y esquemas tradicionales de enseñar, empeñándose en desatender a las nuevas y mejoradas estrategias pedagógicas que Juana había diseñado. En 1869, con Sarmiento encabezando las riendas del gobierno, Juana sería asignada Vocal del Departamento de Escuelas, y en su tarea no sólo visitó decenas de colegios y academias para enterarse del estado y las condiciones de las instalaciones y la calidad de vida del estudiantado, sino que además se sirvió de este cargo para impulsar otras tareas sociales como la conformación de cooperadoras escolares y la creación de comisiones parroquiales que atendieran las necesidades de los niños indigentes. Insistió en abandonar los arcaicos sistemas de enseñanza en los que se empleaba el maltrato físico y el temor psicológico como estrategias efectivas para el aprendizaje, además de cuestionar los métodos que apelaban a la memorización de conceptos superfluos que poco tenían que ver con lo que ella entendía como conocimiento. Durante este período, y asistida por al apoyo directo del presidente Sarmiento, Argentina gozaría de treinta y cuatro nuevas bibliotecas públicas, entre las que se destaca la que Juana inauguraría en Chivicoy, y que hoy lleva su nombre, y a la que además de haber asistido económicamente con la recaudación de fondos para que su construcción fuera posible, donaría un cajón de pino que contenían 144 libros de su colección propia. Sus detractores no cesaron nunca de acosarla y tratar de censurar o prohibir sus reformas y propuestas, lo que la llevaría a lo largo del tiempo a padecer ciertas dolencias físicas que acabarían diezmando sus energías. En 1871, y por nombramiento directo del mismo presidente de aquel entonces, Nicolás Avellaneda, Juana se hizo miembro de la Comisión Nacional de Escuelas, siendo este el cargo más alto al que podía aspirar un educador, y convirtiéndose en la primera mujer en hacer parte de dicha institución. Desde allí lograría implementar en el sistema educativo la enseñanza de otras lenguas, además de instaurar un sistema diferente para la asignación de cargos públicos, que ya no tuviera que ver con una designación política sino por medio de un concurso basado en logros y méritos. Varios centros educativos, escuelas y bibliotecas llevan su nombre, así como algunos certámenes literarios y premios periodísticos, y en el novedoso barrio de Puerto Madero, en su ciudad natal, una de sus calles fue bautizada en memoria suya, e incluso hay un barrio que también le rinde honores y que lleva su nombre. Unos años después de morir a causa de una hidropesía, a la edad de los 55 años, el gobierno argentino acabaría por implementar el sistema uniforme de educación por el que tanto lucho con la vida misma la curiosa, obsesiva e incansable educadora, filósofa, escritora, periodista, feminista y poetisa, y todos los oficios que desempeñó la inquieta Juana Manso. Antes de morir, coherente con sus creencias, Juana se negó a confesarse y a recibir la extremaunción, por lo que la iglesia católica lo entendió como un imperdonable y último desacato por parte de una masona, y queriendo tomar represalias le negaron ser enterrada en Buenos Aires. Cuarenta años más tarde sus restos serían trasladados al Panteón de Maestros en el Cementerio de Chacarita de su ciudad natal. La poetisa Juana Manuela Gorriti le dedicó unos versos: “Juana Manso, gloria de la educación. Sin ella nosotras seríamos sumisas, analfabetas, postergadas, desairadas. Ella es el ejemplo de la virtud y el honor que ensalza la valentía de la mujer; ella es, sin duda, una mujer”. Un religioso católico propondría por aquel entonces el siguiente epitafio que acompañara la tumba de Manso: “Aquí yace una argentina que en medio de la noche de indiferencia que envolvía a la patria, prefirió ser enterrada entre extranjeros antes que dejar profanar el santuario de sus conciencias”.

Juana Manso

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