Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Juana I de Castilla, “La Loca” (1479-1555)

Alocada, pero no loca. Hoy la historia pretende hacer un revisionismo en torno a la supuesta locura de una mujer que nadie discute como alocada, pero cuya famosa locura clínica pareciera obedecer más bien a los trastornos melancólicos de un alma sensible y atormentada. Por destino natural le cayó en suerte o en desgracia la potestad de nacer para gobernar, y sin embargo su educación nada tuvo que ver con la instrucción necesaria para regentar ni siquiera los destinos de un hogar. Rodeada siempre de sirvientes, la cortesana fue criada en la paradoja de tener que obedecer, para lo cual se le capacitaría en urbanidad, artes, lengua y religión, siendo esta última asignatura la que más trabajo le costara aprobar. A lo largo de su vida, Juana se mostró abiertamente reacia a los preceptos religiosos, contrariando rituales y creencias, y por lo que sería severamente condenada. Así como su destino, a Juana también se le eligió un marido, una alianza que fortaleciera los intereses de la Corona, y para lo cual se escogería a su primo Felipe I, conocido como El Hermoso, archiduque de Austria. Para asistir a un primer encuentro, Juana partió con su padre y una comitiva compuesta por más de tres mil quinientos hombres a bordo de cientos de navíos, en una de las más grandes campañas nupciales de toda la historia. Para decepción de todos, su futuro marido no estaba esperándola, ya que había sido disuadido de establecer dicha unión con los reyes católicos. Finalmente la pareja se conoció, y para fortuna de ambos surgió un interés y un atractivo. A Felipe le agradó el rostro ovalado y la nariz fina, la piel blanca y el pelo color cobre de Juana, y esta quedó prendada de los encantos de Felipe que, no en vano, sería conocido como El Hermoso. De esta unión surgiría una descendencia conformada por seis hijos. Sin embargo Felipe comenzaría a desinteresarse por su esposa, reparando en la tanta atención femenina que recibía, y no desaprovechando la ocasión para escaparse con alguna de sus tantas amantes. Durante toda su vida Juana celó con asiduidad a su esposo, y es debido a estos desamores que muchos atribuyen sus posteriores estados de supuesta locura. Para 1497 muere su hermano Juan, y un año más tarde su hermana Isabel, ambos aspirantes a la Corona, y ese mismo año de 1498 Juana dará a luz a su primogénita. Dos años más tarde también morirá su primo Miguel de Paz, dejando a Juana como la única heredera del trono de Castilla y Aragón. Ese mismo año tendrá también a su segundo hijo, que según dice la leyenda fue parido en el retrete del palacio de Gante, mientras se celebraba una gala a la que Juana se negaría a faltar por no dejar de celar a su marido. Durante los dos años siguientes llegarían su tercera hija y también su cuarto hijo, conocido después como Fernando el Católico. En 1504 muere su madre, Isabel la Católica, por lo que Juana y su esposo Felipe serían proclamados como reyes oficiales de Castilla, y a pesar de que Isabel había desheredado a su hija por medio de un testamento. El motivo principal: su resabio ante los preceptos cristianos, su negativa para asistir a misa o recibir el sacramento de la confesión, y otras actitudes desafiantes que su madre intentó mantener siempre en secreto. Sin embargo, esto no sería impedimento ya que su padre, el rey Fernando, la proclamaría como reina indiscutible, y a pesar de que él mismo sería quien se encargaría de seguir gobernando. En 1505 dio a luz a su quinta hija, y ese mismo año moriría su celado marido, el hermoso Felipe, en un suceso que nunca logró esclarecerse y que muchos atribuyen al envenenamiento. Sus restos serían igualmente celados por su caprichosa esposa, quien durante ocho meses se negaría a que lo enterraran y que, todo lo contrario, lo mantuvieran lo más vivo posible, trayéndolo y llevándolo en un peregrinar fúnebre por los distintos pueblos y localidades españolas, acompañado de un séquito de nobles, soldados, sirvientes y sacerdotes. Cada día Juana abría el féretro para comprobar el estado de su marido y cerciorarse de que en efecto aún seguía intacto e inamovible. El corazón hermoso del rey sería enviado, como fuera su voluntad, a la región de Bruselas, más no así el resto de su cuerpo, que estuvo paseándose por los distintos rincones del reino español. Las personas solían asistir a los rituales exequiales, toda vez que el cuerpo del monarca llegaba a su localidad acompañado de su esposa, a quien ya empezaban a tildar de estar loca, velando a cada momento el cadáver precioso de su adorado Felipe como si aún lo creyera vivo. Al final de este trasegar, Juana daría a luz a su sexto hijo, póstumo de su amado Felipe, lo que serviría de excusa para que finalmente culminara con su trasegar mortuorio. A pesar de no estar capacitada para los oficios del mandatario, Juana tuvo intenciones de gobernar, queriendo en principio restaurar el Consejo Real instaurado por su madre. Para 1509 su padre el rey Fernando regresaría de sus conquistas en Nápoles para volver a asumir el gobierno de Castilla, pese a lo cual nunca destituiría a su hija de figurar como la reina oficial. Sin embargo, dos años después, ante el reclamo de nobles y religiosos, Fernando recluiría a su hija Juana, conocida ya como “La Loca”, en una casona ubicada en la región de Tordesillas, y en donde la desgraciada reina permanecería confinada los cuarenta y seis años que le restaban de vida, vestida siempre de negro y acompañada en un principio de su hija Catalina. Para 1515 el rey incorporó a la Corona de Castilla el Reino de Navarra, y luego de morir, un año después, dejaría a su hija Juana el legado de todas las coronas que actualmente conforman España, incluyendo la soberanía sobre los territorios aragoneses. Sin embargo sería su hijo Carlos quien estaría a cargo no sólo de ejercer el dominio real, sino además de persistir con el presidio de su madre y de su hermana, confinándolas con rigor en la prisión de Tordesillas. A pesar de acusársele de locura, Juana seguiría ostentando un poder de hecho, por lo cual nunca se le retiraron sus títulos reales, y así mismo los edictos emitidos por la corte llevaban siempre su firma en primer lugar. En 1520 un levantamiento de comuneros la sacó de su presidio para que liderara su movimiento, ante lo cual Juana recobraría sus bríos y se le notaría activa y desafiante contra su hijo, dirigiéndose en varias oportunidades ante la junta de procuradores con una elocuencia tal, que bien dejaba en duda los rumores de su desquicio. Pero a finales de ese mismo año el ejército imperial ingresaría a Tordesillas y Juana sería recluida de nuevo por orden de su hijo Carlos. En una misiva, Catalina describe las tristes condiciones en las que vive su madre, a quien “la encierran en su cámara que no tiene luz ninguna”. El estado físico y mental de Juana se vino a pique en 1525, cuando Catalina abandonó la cárcel de Tordesillas para casarse con Juan III de Portugal, y cuya ocasión sirvió para que Juana pudiera salir por única vez para asistir al matrimonio de su hija. Sumado al delicado estado mental de la reclusa, la pobre reina comenzaría a sufrir padecimientos físicos, y durante los últimos años de vida los músculos de las piernas se le fueron entumeciendo hasta el punto de paralizarla. Se echó al descuido y dejó de comer y bañarse, y solía usar los mismos atuendos. La reina era obligada por su hijo a recibir misa y a confesarse regularmente, amenazándola con torturarla en caso de que se negara. Algunos sacerdotes aseguraban que Juana estaba endemoniada, y durante décadas su séquito personal y toda España la conocería como La Loca. Muchos consideran que Juana no padecía una condición psicótica ni esquizofrénica, y que su salud mental estaba deteriorada por la melancolía, y a lo sumo por un comprensible trastorno depresivo. Lo que sí resulta cierto es que su lamentable estado se agravaría con el penoso encierro que tuvo que soportar durante toda su vida, conminada a obedecer su penoso destino de esclava soberana. Algunos datos nos permiten sospechar que Juana también sería sometida a maltratos físicos y psicológicos por parte de sus carceleros. Para los intereses de la Corona, Carlos I tenía que permanecer al frente de toda decisión competente, para lo cual resultaba conveniente persistir en el confinamiento forzoso de su madre, insistiendo ante España y sobre todo ante los ingleses que Juana no se encontraba mentalmente estable para gobernar. Tanto Carlos como su abuelo Fernando quisieron borrar la documentación que diera cuenta del encierro de Juana, los pocos escritos que habían sobrevivido fueron quemados por su nieto, Felipe II, y no se conserva ningún tipo de correspondencia. Es como si dicho presidio nunca hubiera sucedido, o como si nada hubiera sucedido durante esas cuatro largas décadas. Ícono de la mujer loca y obsesiva por celar a un marido que no corresponde su amor, la loca de Juana murió en 1555, permitiéndose la última rebelión de no confesarse y ni siquiera recibir la extremaunción de los enfermos, y esperar qué le deparaba, en otra vida, otro destino.

JUANA I DE CASTILLA LA LOCA

 

 

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