Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Jocelyn Bell (1943)

Su padre, gran investigador autodidacta, sería quien fomentaría en Jocelyn el amor por la lectura, permitiéndole hurgar al interior de los libros de ciencia que conformaban su propia biblioteca. A Dédalo le correspondió diseñar el laberinto del que su hijo Ícaro quiso escapar volando. El padre de Jocelyn fue uno de los arquitectos del planetario de esta ciudad norirlandesa, y así también su hija estaría tentada a viajar al espacio sideral y como Ícaro llegar también a tocar el sol. Desde muy niña se inclinaría por aquellos libros que le contaran sobre las galaxias lejanas y las estrellas y los mundos que giraban por allí, emitiendo luces y señales de frecuencia radial, y despertándose así su prometedora vocación en el campo de la física y la astronomía. Para ese entonces los planes educativos destinados a las mujeres incluían clases de costura y cocina, y se les tenía vetado el estudio de ciencias y la instrucción en las distintas ramas del saber. Luego de varias disputas en favor de los derechos de la mujer, las escuelas permitieron que las mujeres pudiera tener acceso al mundo del conocimiento, y fue así como en la clase de Física la intrépida Jocelyn atendería al consejo particular de su profesor, quien a los 11 años la inspiraría recomendándole no llenarse la cabeza con montones fórmulas aprendidas de memoria y otros datos finalmente inoficiosos, sino enfocarse y tratar de aprender las cosas que serán claves para “aplicarlas y poder construir sobre ellas”, así lo recordaría Bell, refiriéndose a un gran maestro que le “mostró cómo, en realidad, la Física era sencilla”. Pero hablar de su vida es insistir en un trasegar académico repleto de honores y distinciones, y de distintos trabajos como docente e investigadora en las más reconocidas, afamadas y prestigiosas universidades. Su prontuario de títulos, oficios y condecoraciones comienza en la Universidad de Glasgow, de donde se graduaría con honores en Filosofía Natural con énfasis en Física, y luego obtendría un Doctorado de la Universidad de Cambridge. Trabajó en la Universidad de Southampton, en la University College de Londres, en el Royal Observatory de Edimburgo, en la Open University, en la Universidad de Princeton, en la Universidad de Bath, en la Universidad de Dundee, en la Universidad de Oxford y en la Royal Astronomical Society. Y a pesar de que no obtuvo el Premio Nobel de Física en 1974 (galardón que le sería conferido a Antony Hewish, que sería quien estuviera a cargo del proyecto), a lo largo de su exitosa carrera como destacada astrofísica, Bell ha obtenido numerosos premios y reconocimientos, como el Premio J. Robert Oppenheimer Memorial del Centro de Estudios Teóricos de Miami, el Premio Beatrice M. Tinsley de la Sociedad Astronómica Americana, el Magellanic Premium de la Sociedad Filosófica Americana y el Jansky Lectureship del Observatorio Radioastonómico Nacional. La condecoraron con la Medalla Michelson del Instituto Franklin, la Medalla Herschel de la Royal Astronomical Society  y la Medalla de Oro de la mayor institución científica española. También ha recibido numerosos títulos honoríficos, como el de Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico, Fellow de la Royal Society,  y Doctora Honoris causa de la Universidad de Valencia. Sin embargo no dejará de ser polémica su exclusión del Premio Nobel, que a la postre recibiría el abanderado del proyecto que presentó con acierto las teorías sobre el hallazgo astrofísico de los púlsares de radio. Algunos dirán que fue una cuestión discriminatoria, y otros apelarán a que los estudiantes e investigadores que conforman el equipo de trabajo en un laboratorio quedan siempre a un costado cuando se trata de reconocer sus méritos; esto porque, de la misma forma, será ese líder responsable quien tenga que asumir y responder ante los fracasos. Ese sería quizás el caso de Bell, y ella misma lo justifica de esa manera, y así lo comentaba en una entrevista, diciendo que no es un hecho que lamenta, y que tal vez le convino mejor no haberse ganado el Nobel, y a pesar de que sería ella quien en definitiva descubriera la primera radioseñal de un púlsar. Hasta ese día ella había sido una de las más enérgicas colaboradoras en la construcción de la matriz de centelleo interplanetario, un gigantesco y avanzado radiotelescopio que estaba enfocado en el estudio particular de los quásares, esas fuentes de radio casi estelares que emiten una poderosísima energía electromagnética con luz visible, y que habían sido recientemente descubiertos. En una de esas tantas noches dedicada a la contemplación minuciosa del firmamento, Bell notó una extraña señal que parecía estar pulsando con una cierta frecuencia y regularidad definidas. Se trataba de una estrella de neutrones girando sobre sí misma a una velocidad descomunal, generando una forma espiral que emitía desde sus polos unos chorros de radiación semejantes a una ráfaga imparable de cañones disparando continuamente. Era la primera vez que nos encontrábamos este fenómeno en el espacio sideral, y en un comienzo se llegó a pensar que incluso podría tratarse de una señal emitida por otra especie inteligente que intentaba comunicarse. Hewish se notó escéptico ante las observaciones de Bell, y no reparó mucho en el descubrimiento, considerando que debía tratarse de alguna interferencia del radiotelescopio, y noche tras noche Bell tuvo que reparar con lupa lo que creía se trataba de un nuevo descubrimiento astronómico. Y así era. Bell fue la primera persona en encontrarse esas fuentes poderosas de energía magnéticas parecidas a un faro en el medio de tanto vacío, y que serían bautizadas con el nombre de púlsares. Bell contaría años más tarde que Hewish solía realizar algunas reuniones de científicos a las que no era invitada, pero que todo esto se debió a ese límite que demarca la relación entre el supervisor y el equipo de investigadores, y que a la larga no considera una injusticia el que el encargado del proyecto se lleve los honores, pues de la misma manera tendría que acarrear con las consecuencias de sus fracasos. El descubrimiento de estas radiofuentes posibilitaron despejar una cantidad de dudas respecto a las teorías de la evolución estelar. Bell recalca que ama y le apasiona su trabajo, y que de cualquier forma se ha sentido siempre muy bien acompañada con los equipos investigativos de los que ha hecho parte. En el 2018 sería acreedora a una de las máximas distinciones de la actualidad, que incluso desde hace unos años viene constituyéndose en un premio tan importante como el Nobel, otorgado no propiamente por un descubrimiento reciente, y que es conferido a quien merezca que sus trabajos y logros sean reconocidos sin importar que ya no sean una actualidad. Se trata pues del Premio Especial de Avances en Física Fundamental, Breaktrough, que consta de tres millones de dólares, y que le fue conferido por comprobarse que sería ella quien ciertamente avistó por primera vez el fenómeno de los púlsares de radio en 1967, además de premiar su liderazgo científico y su figura ejemplar de mujer que ha venido inspirando a muchas otras durante varias décadas. Y es por esto mismo que, consecuente con sus luchas, Bell decidió destinar el dinero de este premio para el fomento de becas estudiantiles que promuevan la educación de las de “las minorías étnicas subrepresentadas y las estudiantes refugiadas para convertirse en investigadoras de física”.

Jocelyn Bell

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