Relatar su historia es tener que referirnos también a la de su hermana Olivia, como si hubieran nacido siamesas pero el destino las hubiera separado para convertirlas en rivales y enemigas. Joan de Beauvoir de Havilland fue la hija menor de un abogado y una actriz que andaban por esos días instalados en Tokio debido al trabajo del padre. Allí nacieron sus dos hijas, en un país asiático del que no conservarán tampoco ningún recuerdo. Joan no gozó de buena salud, padeció de una infección de estreptococos y de anemia infantil, pero estas afecciones fueron viéndose atenuadas por el tiempo. La familia regresa a Estados Unidos, la pareja se divorcia, y es entonces cuando la madre se mudará a Saratoga, California, en compañía de sus dos pequeñas de dos y tres años. Joan y su hermana asistirán a la escuela en Los Gatos High School y más adelante concluirán en el Notre Dame Convent Roman Catholic, en Belmont, California. Ambas hermanas comenzaron a tomar clases de dicción, interesándose las dos por el mundo de la actuación y del espectáculo, y alentados sus sueños por una madre quien, tal vez, sin proponérselo, también promovería una descarnada competencia entre las hermanas. Años más tarde, ya conocida la historia de rivalidad entre ambas, Joan explicaría en un reportaje: “El odio, lo agotamos siendo jovencitas. Ahora nos ignoramos.” Ambas eran estudiantes destacadas, siendo un poco más aventajada la hermana mayor, quien ya mostraba su particular interés por el mundo actoral dando inicio a sus estudios de arte dramático. A los 15 años Joan viaja a Japón para reunirse con su padre, y luego de pasar dos años entre la cultura nipona, retorna a California para seguir los pasos de su hermana mayor. Su madre no estaba del todo contenta con la decisión de Joan de convertirse, como su hermana, en actriz, y le propuso a su hija que al menos cambiara su nombre para que el público no las relacionara. En cierto modo esto pudo representar una ruptura simbólica, como una división espiritual de estas siamesas separadas, y desde entonces Joan desistió de su apellido y asumió el de su padrastro. Su primera aparición en el mundo cinematográfico fue en 1935 en las producciones Call it a day y No más mujeres, a lo que luego vendría la firma de un contrato con la productora RKO, de la que era dueño el excéntrico millonario Howard Hughes. Dos años más tarde grabará junto a Fred Astaire la primera película en la que el afamado bailarín no contará con su emblemática pareja, la actriz Ginger Rogers, titulada Señorita en desgracia. La película no tuvo una buena aceptación por parte del público, sin embargo la actuación de Joan fue notable y la crítica empezaría a interesarse en su talento. En los años siguientes Fontaine rodaría una docena de películas, destacándose en 1939 por su papel en Gunga Din. Ese mismo año se vencería su contrato con RKO, así como también contrajo matrimonio por vez primera, en un prontuario que la llevaría a acumular cuatro casamientos durante toda su vida. Por esos días Joan asistió a una fiesta de gala donde tuvo la oportunidad de conocer al afamado productor David O. Selznick, reconocido por su reciente éxito, Lo que el viento se llevó, película en la que su hermana Olivia interpretó el papel de Melania, desestimando el protagónico, el de la ingenua Scalett O’Hara, y ante lo cual la actriz expresaría: “Para hacer el papel de tonta llamen a mi hermana”. Olivia logró ser nominada al Oscar con este rol, y en adelante empezó la carrera de las hermanas por ver quién lograba primero la consagración actoral, el reconocimiento y la fama internacional, los máximos premios y galardones. La pelea era bien conocida en el ámbito del cine y la prensa gozaba de sus encontronazos, sus declaraciones abyectas, la revelación de los secretos familiares, las blasfemias. No había nada que ocultar: las hermanas se odiaban a muerte y su enemistad era una guerra pública. Joan decía que el marido de su hermana, escritor, tenía un inventario largo de mujeres y apenas un solo libro escrito. Años atrás Olivia había sido abandonada por su amante, nada menos que el multimillonario Howard Hughes, y todo porque el magnate había comenzado a coquetearle a su hermanita. Y eran este tipo de comentarios los que resonaban una y otra vez en cada entrevista que Olivia o Joan concedían para los medios. Joan y Selznick departieron en aquella fiesta sobre la novela Rebecca, de la escritora Daphne du Maurier, y que Alfred Hitchcock tenía planeado llevar a la gran pantalla. Era esta la oportunidad que Joan estaba esperando para destacarse por encima de su hermana mayor; el director inglés estaba preparando su debut cinematográfico en el universo estadounidense, y haría lo imposible por ser ella quien consiguiera quedarse con el anhelado papel. Audicionó varias veces y durante más de seis meses estuvo persiguiendo el protagónico, hasta que finalmente Hitchcock la elegiría entre las más de cien postuladas. Olivia había logrado renombre y notoriedad con su nominación al Oscar, pero en esa carrera profesional Joan quería ser la primera en trabajar para el reconocido director inglés, y darle así ese disgusto a su hermana, quien jamás podría arrebatarle tan destacada primicia. La película no sólo fue un éxito sino que además representó para Joan su primera nominación a la codiciada estatuilla, por la que nuevamente competiría un año más tarde, cuando Hitchcock volvió a elegirla para que protagonizara su film Sospecha, pasando a convertirse en la primera de las “rubias” del director, listado al que se sumarían después las actrices Ingrid Bergman, Grace Kelly y Kim Novak. Hitchcock, según diría años después Fontaine, la elegiría a ella para profundizar su desencuentro con Olivia, comentando que el lema celoso del director era el mismo de Julio César: “Divide et impera(Divide y vencerás), queriendo también que la actriz que había elegido como su musa fuera exclusiva y no figurara en los trabajos de otro director. La legendaria disputa entre ambas hermanas se vería exacerbada cuando Olivia fuera también nominada como Mejor Actriz por su interpretación en la película Si no amaneciera. Olivia había conseguido ser la primera en obtener una nominación en el año de 1937, y años más tarde con su segunda postulación competiría nada menos que con su odiada hermana, quien a la postre se alzaría con el premio, siendo la primera persona de un elenco dirigido por Hitchcock al que le reconocían con el premio de la Academia. Joan le había ganado a su hermana y peor enemiga en la carrera por obtener el máximo título, y ser la primera de las dos en consagrase en la historia de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. La ganadora subió a recibir su premio (el único Oscar que ganaría), y al bajar del estrado le pasó por el lado a su hermana, la perdedora, en un gesto que despertaría la envidia de Olivia, así como el morbo por parte de unos medios interesados desde hacía años por la llegada de este momento. Años más tarde, para 1947, Olivia tendría la oportunidad de ganar el primero de los dos premios Oscar en su carrera, con la película La vida íntima de Julia Norris (su segundo premio vendría dos años después con La heredera, película dirigida por William Wyler), y al bajar de ese podio repitió la escena que años antes había protagonizado junto a Joan, devolviéndole el gesto de desprecio cuando su hermana menor se dignó a estirarle la mano para felicitarla y, esta vez, ganadora, Olivia se empeñaría en despreciarla. Para aliviar este menosprecio y humillación público, la también rencorosa Joan diría: “Yo me casé primero, gané el Oscar antes que Olivia y, si muero antes que ella, seguramente se indignará porque le he ganado también en eso.” En 1942 protagoniza Sé fiel a ti mismo, y un año más tarde obtiene su ciudadanía estadounidense, para empezar a gozar de toda una década en la que sería amada por el público, y en donde tendría la posibilidad de codearse con las principales figuras del medio y ser dirigida por los más prestigiosos. Para 1943 rodará La ninfa constante, película por la cual será nominada por segunda vez al Oscar, y un año más tarde participa de películas como El pirata y la dama, Alma rebelde, y Jane Eyre, esta última basada en la novela de la escritora Charlotte Brönte, y cuya actuación sería aclamada por el público y la crítica. En 1948 se destaca la película Abismos, y un año después Carta a una desconocida, inspirada en el relato del escritor austriaco Stefan Zweig. A comienzos de los años cincuenta será dirigida por el prestigioso Orson Wells en la película Otelo. Dos años más tarde filmará la película de aventuras medievales Ivanhoe, y un año después se destacan El bígamo y Noches del Decamerón, esta última producción que sería rodada en España. Fontaine regresa a Estados Unidos para filmar La gran noche de Casanova, y comenzar a partir de allí una carrera actoral que decreció en el cine pero que tomó un nuevo impulso a través del teatro y la televisión. En 1948 tuvo a su única hija, y unos años más tarde adoptaría a otra niña la cual no sabría adaptarse, y que siendo una adolescente abandonó a su madre adoptiva, perdiéndose de la escena familiar sin dejar ningún rastro. Joan nunca más la volvió a ver ni a saber nada de ella. En 1954 la vemos protagonizar en Broadway, junto a Antonhy Perkins, la exitosa obra teatral Tea and sympathy. Regresa al cine en 1956 con el musical Serenade, y con la película Más allá de la duda, dirigida por el austriaco Fritz Lang. Un año más tarde el director Robert Rossen tuvo la arriesgada iniciativa de reunirla junto al galán de raza negra, Harry Belafonte, en la película Una isla en el sol, y que no agradó a un público generalmente racista, pasando casi desapercibida para todos. A comienzos de los sesenta vuelve al teatro en producciones como Vidas privadas, Cactus flower y El león en invierno, y un año más tarde la veremos en la película Viaje al fondo del mar. Durante cinco años Joan Fontaine se ausentará del escenario cinematográfico y retomará con lo que sería su última película (y en la cual también participó como coproductora), The witches. En 1975 las hermanas tuvieron una corta tregua mientras su madre padeció un cáncer, y tras su muerte bien pudieron haberse reconciliado, pero la historia que desde siempre las entrelazó preparaba otro final fatídico y la sentencia definitiva de divorcio entre ambas. Joan se molestó cuando su madre murió en el quirófano y Olivia se lo comunicaría en un telegrama que recibió tres días después, al otro lado del mundo. Olivia se quejaba de haberle compartido la noticia y justificó su ausencia: “No vino al funeral porque tendría otra cosa mejor que hacer.” Las hermanas dejarían de hablarse para siempre, e incluso cuando tenían que coincidir en celebraciones y banquetes, los organizadores sabían que debían distanciarlas lo más lejos posible una de la otra. En una ocasión se cruzarían al ser hospedadas en un mismo hotel, para lo cual Joan exigió estar separada de su hermana por lo menos diez plantas. Eran dos potencias que no podían coincidir juntas en un mismo espacio, en un mismo mundo. “Olivia es un león, y yo un tigre; y la ley de la selva dice que no podemos llevarnos bien”, diría Joan en su momento. En 1979 saca a la luz sus anécdotas y todos sus pormenores con la publicación de su autobiografía, Bed of roses. Durante los años siguientes continuó su carrera actoral participando ocasionalmente en series de televisión, siendo nominada al Premio Emmy en 1980 por su actuación en la telenovela Ryan’s hope. Casi tres décadas después, cuando ya la creíamos retirada de la industria del séptimo arte, la veríamos reaparecer en el filme Good King Wenceslas. Le gustaba pilotear aviones, pescar y jugar al golf, y a estos placeres y a muchos más se dedicó durante sus últimos años, casi recluida en su condominio de Carmel Highlands, en California. Actriz versátil, Joan Fontaine podía parecer una chica ingenua, torpe y estúpida, o convencernos de que se trataba de una dama desafiante y portentosa, confiada, segura de sí misma. Murió a los 96 años de causas naturales y sin reconciliarse con su hermana Olivia. Joan había acertado así en su vaticinio de que también sería la primera en morir. Tal vez el mejor guion que interpretaron juntas, fuera del plató, se trató de un trabajo inspirado en la obra de Sun-Tzu, El arte de la guerra. Toda una vida de una enemistad legendaria llegaba a su final con la muerte de uno de los rivales. Allí acabaría la vida de Joan, pero no su historia, ya que para esto tendríamos que narrar el desenlace de su hermana, la cual le sobreviviría algunos años más. En 1982 Olivia tendría una actuación notable al darle vida a la reina Isabel II en la producción televisiva The royal romance of Charles and Diana, y al cumplir un siglo de vida la misma reina Isabel II la nombraría Dama del Imperio Británico, convirtiéndose en la persona más longeva a la que se le otorga tal distinción. En su recorrido actoral grabaría más de un centenar de películas. Desde mediados de los años cincuenta la cinco veces nominada a los premios de la Academia se trasladaría a París, donde moriría a la edad de los 104, convirtiéndose en la última celebridad de aquel cine conocido como el “Hollywood dorado” y que dejaba este mundo, y dándole un final a una historia que nunca pudo desligarse de la de su hermana. Ambas fueron un par de ganadoras consagradas, y hoy la historia las recuerda como figuras legendarias del cine de mediados del siglo XX. Ambas poseen su propia estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, ambas alcanzaron el firmamento.

JOAN FONTAINE

 

 

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