Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Joan Crawford (1908-1977)

Lucille Fay Le Sueur nació en Texas, y jamás conocería a su padre, ya que éste abandonaría el hogar cuando su esposa estaba esperando a su tercera hija. De allí en adelante fueron varios los amantes que tuvo su madre, generando gran inestabilidad en la pequeña, e incluso desatendiéndola hasta el punto de haber sido abusada sexualmente por una de sus parejas cuando Joan contaba con apenas 11 años. Desde muy niña se las arregló para valerse por sí misma, y antes de alcanzar la pubertad ya trabajaba como camarera en un hotel de Kansas City. Sin embargo su verdadera pasión sería el baile y el canto, por lo que ingresaría a una compañía teatral e integraría un coro, y de esta forma poder aprender los oficios del artista, además de pulir sus talentos. En 1925 ganó un concurso de baile de charlestón, y este premio le posibilitaría firmar un contrato con la prestigiosa productora estadounidense, la MGM, y aunque en un comienzo figuraría como la doble de una renombrada actriz en la película Irene and Mary. Pero ese mismo año llegaría su debut con La dama de la noche, interpretación que le valdría el reconocimiento del público y el visto bueno de la crítica. Desde ese entonces cambió su nombre por aquel con el que sería reconocida. A Joan Crawford le bastaba su encanto natural, su rostro gigantesco deslumbrando a hombres y mujeres por igual, en un cine que todavía no contaba con sonido y en el que alcanzaría a filmar 23 películas. De este período en donde más importaba la presencia y la figura que el talento actoral o el mismísimo histrión, se destacan películas como Noches en París de 1926, Garras humanas y Fiebre de primavera de 1927, y Vírgenes modernas de 1928, con la cual finalmente se catapultaría como una estrella internacional y cerraría así la época del cine mudo. La transición al cine sonoro se daría a finales de la década de los años veinte, y sería en La fierecilla, de 1929, donde Joan debutaría en una película en la que finalmente le conoceríamos las voces a los actores. El filme no tuvo mayor éxito, y sin embargo sirvió para mostrar a productores y directores que la talentosa Joan podía adaptarse perfectamente a los nuevos requerimientos de la industria, ya que su voz glamurosa y potente había conseguido pasar la prueba y agradar a los espectadores. En 1931 compartiría el plató de rodaje con Clark Gable en la película El mundo que baila, y dos años más tarde rodarían de nuevo juntos, protagonizando Encadenada, y consolidando una de las parejas más queridas en el Hollywood de los años treinta y cuarenta, llegando a grabar juntos un total de ocho películas. En 1932 la película Grand Hotel convocó a los actores y actrices más cotizados del momento, reuniéndolos en una misma trama, y que acabaría por llenar las salas de cine. Durante las próximas dos décadas Joan Crawford se convertiría en una de las actrices más reconocidas del mundo, así también como una de las mejor pagadas de la industria del cine mundial, a la par de Katharine Hepburn o de Greta Garbo. La carismática texana solía encarnar la clásica mujer luchadora que le hacía frente a las adversidades y que en la ruta encontraría su historia de amor. Tramas que en la época de la Gran Depresión sentaron muy bien en los espectadores, especialmente en el público femenino, quienes ya veían en Joan Crawford una referencia de la mujer libre, independiente, desafiante. Durante algunos años su carrera decaerá, rompiendo los nexos con la MGM e intentándolo ocasionalmente con otras compañías de renombre, tales como Warner Brothers y Columbia Pictures. Pero luego vendría su resurgir, tras haber ganado sorpresivamente el codiciado Premio Oscar por su actuación en la película Alma en suplicio. Sería sorpresivo puesto que Joan había rehusado asistir a la ceremonia de entrega de los premios, excusándose de tener un malestar que le impedía moverse de la cama, cuando lo cierto es que ya daba por ganadora a Ingrid Bergman, y quería evitarse el disgusto de que el mundo le conociera la cara de perdedora. Recibió el Oscar en su alcoba. Apenas se enteró de su triunfo por medio de la transmisión televisiva que se estaba llevando en vivo, la vanidosa actriz no tuvo reparos en pararse de la cama, arreglarse con su traje de gala y abrirle las puertas a los periodistas, olvidándose de esa jaqueca que hasta hace unos minutos la tenía supuestamente postrada e impedida para ponerse en pie. Dos años más tarde sería otra vez nominada por su papel en la película Amor que mata, y cinco años más tarde volvería a ser postulada por su interpretación en Miedo súbito. No era fácil trabajar con ella. Temperamental e irascible, Crawford no parecía ser la mejor compañera de equipo. Envidiosa, se refería con despotismo respecto a sus compañeras, discriminándolas de cualquier forma, como en el caso de una reconocida actriz que en su momento andaba de amoríos con el productor, y de quien Joan diría que ciertamente gozaba de una “ventaja” para quedarse con los mejores papeles: “Se acuesta con el jefe. ¿Quién puede competir con eso?” Y sin pelos en la lengua dictaminaba su humillante sentencia: “No lo entiendo. Es bizca, patizamba, y como actriz no vale un duro. ¿Qué es lo que le ven?” Se decía que ya entrada en años, controlaba el set de grabación por completo, evitando las tomas en exterior y dirigiendo a los luminotécnicos, a fin de que los encuadres la favorecieran y en ningún momento le revelaran a su público el paso de los años. Apenas superaba el metro y medio de estatura, pero su figurita se aparecía siempre retadora, imponente, conocedora de su poder, siempre diva. Su mirada enigmática, como trastornada o peligrosa, con esos ojos saltones y brillantes que parecían destellar desde el interior de ese telón que hacía de la gran pantalla. Su personalidad fuerte y competitiva le hizo merecedora de no pocas enemistades con varios colegas y personas que oficiaban al interior de la industria. Dramática dentro y fuera del escenario, Crawford tuvo distintos roces con varios de los actores y actrices, como es el caso de su compañero de escena en la exitosa película de 1954, Johnny Guitar, quien declaró respecto a trabajar con la indomable actriz: “No existe el suficiente dinero en Hollywood para que me decida a volver a trabajar al lado de Joan. ¡Y a mí me gusta el dinero!”. Pero sin duda la rivalidad más notoria sería la que protagonizaría en la vida real con la también consagrada actriz, Bette Davis. Tanto se detestaban, que durante el rodaje de una película en la que tuvieron que trabajar juntas, Bette mandó a instalar una máquina dispensadora de Coca-Cola, solamente para indisponer los ánimos de Joan, quien por aquel entonces se encontraba casada nada menos que con el dueño de la compañía Pepsi. Así mismo, Joan no desaprovechaba cualquier oportunidad para desafiar a Bette, y fue por esto que se prestó como voluntaria para recibir el Premio Oscar en caso de que la ganadora estuviera ausente, y que Bette Davis no pasara de ser más que una simple nominada. Y así sucedió en una de las ceremonias en la que Bette estaba nominada, y ante la inasistencia de la ganadora, sería la misma Joan Crawford quien subiría al estrado para reclamar la estatuilla en nombre de su colega ausente. Joan era vista como una mujer poco convencional, de vestimentas escotadas y seductoras, libertina en sus relaciones amorosas, por lo que su acérrima enemiga declararía: “Se acostó con todas las estrellas masculinas de la Metro, excepto con Lassie”. Y Joan no se quedaría atrás para confesar el aporte que Bette había hecho en su carrera: “Adoro interpretar a perras, y ella me ayudó en eso.” Hacia finales de los años cincuenta, Joan se concentraría más en su faceta empresarial, atendiendo los negocios de su difunto marido, quien antes de morir la había dejado a cargo de las directivas de la empresa Pepsi. Así mismo se involucró con la Cienciología y aumentó considerablemente su consumo habitual de vodka, pero nada de esto impidió que eventualmente regresara al set de grabación, explorando también los terrenos de la televisión. En 1960 es homenajeada con la estrella que lleva su nombre en el distinguido Paseo de la Fama, y dos años más tarde publica la primera parte de sus memorias, tituladas A portrait of Joan. Durante la década de los sesenta, Crawford se dedicó principalmente a participar en filmes de terror de relativo éxito, tales como What ever happened to Baby Jane? de 1962, I saw what you did de 1965 y Berserk de 1968. Ese mismo año, y a sus 63 años, remplazó a su propia hija en la telenovela The secret storm. El público aceptó a la veterana actriz interpretando el rol de una mujer treinta años menor, y durante los cuatro episodios en los que tuvo aparición la legendaria Joan Crawford, el rating de audiencia se incrementó considerablemente. Y también en 1968 se destaca su aparición en el emblemático programa de la televisión estadounidense, The Lucy show, y en el que figuraría encarnando el papel de ella misma. El día de la grabación Joan llegó al plató en evidente estado de ebriedad, por lo que Lucille Ball, protagonista del show, pensó en desistir de su intervención, y sin embargo al momento del luces, cámara… acción, ella y el resto del elenco pudo comprobar el profesionalismo, la pasión y energía con la que Joan Crawford actuaba de sí misma. El programa, que fue grabado en vivo, recibió toda clase de ovaciones, y la mítica actriz de Hollywood destellaba nuevamente con especial esplendor. Un año más tarde Steven Spielberg la eligió para protagonizar la prueba piloto de una serie televisiva que tenía pensada lanzar la NBC, pero que jamás se concretaría, y finalmente su última interpretación como actriz sería en 1970, en la película Trog, año en el que además recibiría el premio a la trayectoria durante la premiación de los Globos de Oro. En 1971 aprovecharía para terminar de narrar sus vivencias en un libro que tituló My way of life. En adelante, y durante la primera parte de los años setenta, Joan haría algunas apariciones en programas de farándula y concedería un par de entrevistas, pero ya nunca más volvería a figurar como actriz. Se le vio en público por última vez en New York, en una fiesta que se celebró en honor de una amiga suya que se encontraba enferma de cáncer de mama. Joan Crawford se casó en cuatro ocasiones, divorciándose de sus tres primeros esposos y enviudando finalmente de su último marido. Abortó siete veces por causas naturales y no logró el anhelo de ser madre. Sin embargo adoptaría cuatro hijos, y sería en su faceta como madre donde pudo vislumbrarse la doble personalidad de Joan, y un claro trastorno de bipolaridad que la hacía entrar en cólera por minucias hasta el punto de agredir con castigos físicos a sus hijos. Fue precisamente una de sus hijas quien contaría estas anécdotas en un libro titulado Queridísima madre. Al parecer investigó su procedencia, y el acto de adopción que la llevó al hogar de Joan fue debido a un asunto que involucraba a la actriz con algunas mafias dedicadas al tráfico de neonatos. Señala que Joan era adicta al alcohol y una persona absolutamente manipuladora. Describe cómo su madre solía atar a uno de sus hermanos a la cama, y que a ella la arrastraba por el suelo jalándola del pelo; que solía ser vengativa y que incluso en una ocasión, debido a una rabieta repentina, Joan estuvo a punto de estrangularla. Estaba obsesionada con la limpieza, y tenía manías un poco enfermizas, como guardar todos los dientes de leche de sus hijos, así como el pelo que les cortaban luego de su paso por la peluquería. Los criados y sirvientes, así como algunos periodistas, serían testigos de esta cara oculta de la distinguida y aclamada estrella de Hollywood, pero debido al poder que ésta ejercía a su alrededor, a todos les resultaría más conveniente servir de cómplices con su silencio. En su testamento, Joan no dejaría un solo céntimo a sus dos hijos mayores, “por motivos que ellos conocen de sobra”, y a sus dos hijas menores les dejaría a cada una un poco más de U$77.000, lo que finalmente evidenciaría la penosa relación que tuvo con su familia. La autora del libro dice que a la muerte de su madre lloró, “pero no de tristeza, sino de cólera”, y que frente a su cadáver la perdonaría y le dejaría descansar en paz. El resto de su fortuna lo dejaría a instituciones culturales y de beneficencia. Padecía cáncer de páncreas, aunque murió debido a un infarto agudo de miocardio. Muere en New York, a punto de cumplir los 70 años. En el 2012 se subastó la estatuilla del Oscar que le otorgó la Academia por algo más de U$ 400.000. Más de 20 años después de su muerte el American Film Institute la situó en el décimo puesto entre las estrellas más destacadas del cine del siglo XX. Su legado se expresa en la mujer que vivió su vida con la independencia y el capricho de una soberana, de una estrella reconocida, temida y admirada, de la cual una guionista que la conoció diría que se trataba de una mujer diligente, enérgica y generosa: “Nadie decidió hacer de Joan Crawford una estrella. Joan Crawford se convirtió en estrella porque ella quiso llegar a serlo”.

Joan Crawford

 

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