Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Hildegarda de Bingen (1098-1179)

En una época de oscuridad donde la historia humana carece de grandes inventos, revoluciones destacadas y personajes célebres, surge la mente prodigiosa y el alma inquieta de esta famosa abadesa nacida a orillas del Rin. Fue la décima hija, lo que entonces era considerado como el diezmo que se le ofrecía a Dios, y por lo mismo se acostumbraba destinar a estos hijos a una vida de exclusividad monacal. A los 14 años se le enclaustró en un monasterio, y seria allí donde aprendería latín y empezaría a despertar su amor por el canto. Eran tiempos medievales y también la vida de monasterio estaba permitida únicamente para los hombres, sin embargo los benedictinos destinaron una pieza retirada para acoger la creciente demanda de mujeres que apostaban por dedicar su vida a la vocación religiosa, y entre ellas se encontraría la devota Hildegarda. Muy pronto la creciente comunidad encontraría a su líder en esta joven entusiasta, y de manera unánime la nombrarían como la abadesa de su comunidad. Las visiones divinas que solía tener y que manifestó a través de dibujos y escritos explicativos, y por las que hoy es recordada con especial interés, constituyen una constante que la acompañarán desde su infancia y a lo largo de toda su vida. Desde pequeña presentó una salud frágil y padecimientos físicos, y dice que desde los tres años experimentó “una luz tal que mi alma tembló”. Estas visiones no la abordaban a través de epifanías, delirios ni sueños, no entraba en estados de éxtasis ni perdía los sentidos: “No oigo estas cosas ni con los oídos corporales ni con los pensamientos de mi corazón, ni percibo nada por el encuentro de mis cinco sentidos, sino en el alma, con los ojos exteriores abiertos, de tal manera que nunca he sufrido la ausencia del éxtasis. Veo estas cosas despierta, tanto de día como de noche”. Describía estas experiencias como mandatos divinos que provenían de una teofanía acompañada siempre de imágenes luminosas y de formas coloridas, a la que llamaría la “sombra de la luz viviente”, y que sería la voz que le ordenaría poner por escrito estas mismas experiencias. A veces dichas revelaciones iban acompañadas por música, y una voz muy nítida que le indicaba las interpretaciones de sus visiones: “Simultáneamente veo y oigo y sé, y casi en el mismo momento aprendo lo que sé”. En sus revelaciones presenta a Dios como fuente de vida y fecundidad, y al hombre como una obra creada a partir de la semejanza con éste. Así entiende que el ser humano es el centro del universo y una pieza esencial de un cosmos omnipotente. Sus visiones la llevaban a padecer dolencias físicas y rigidez muscular, y a los 42 años recibiría finalmente la orden de escribir e ilustrar estas visiones, dando origen a su primer trabajo titulado Scivias, y que tardaría once años en culminar. Sin embargo Hildegarda temería a la censura de sus manifiestos, y así lo expresó a un conocido religioso de la época en una de sus epístolas: “Desdichada, y aún más desdichada en mi condición mujeril, desde mi infancia he visto grandes maravillas que mi lengua no puede expresar, pero que el Espíritu de Dios me ha enseñado que debo creer”. El religioso la animó a que compartiera su trabajo, que logró llegar hasta el mismísimo Papa, quien declararía ante uno de los sínodos que en efectos se trataban de visiones legítimas en las que intervenía directamente el Espíritu Santo. Le pidió a la religiosa que continuara con su labor de escribir sus visiones, y para entonces Hildegarda se había convertido en una especie de pitonisa del momento, y muchos líderes y afamados personajes de la época buscaban sus consejos a través de cartas y misivas. Leonor de Aquitania mantuvo una correspondencia con la mujer que para entonces sería bautizada como la “Sibila del Rin”. El mismo emperador la invitaba a su palacio, y en agradecimiento por una amistad que conservaron durante años, el monasterio que más adelante presidiría la abadesa sería amparado bajo una especie de protectorado imperial. Una de sus visiones le indicó partir a un sitio “donde no había agua y donde nada era placentero”, y una vez encontró dicho lugar se trasladó con veinte monjas y fundó el primero de sus varios monasterios para aquellas religiosas emancipadas de las comunidades varoniles. Por esa misma época se dedica a investigar asuntos de medicina y ciencias naturales, estudia el funcionamiento del cuerpo humano y el origen de ciertas enfermedades, y se aficiona por la herbolología y las propiedades curativas de las plantas, concentrándose en el estudio de metales, piedras, árboles, peces, aves, reptiles y varias clases de animales. Sus conclusiones las escribe en un par de libros que titula Physica y Cause et cure. El compendio de su obra se recoge en un solo y voluminoso mamotreto que pesa quince kilos y que contiene cuatrocientos ochenta y un folios, conocido como el Riesencodex (Códice gigante). Allí se recogen sus tres obras más célebres y las ilustraciones simbólicas de cada una de las revelaciones que le dictaban las voces divinas. Aparte de las Scivias, el Códice gigante contiene El libro de los méritos de la vida, en el cual describe a Dios como el hombre cósmico, y su tercer libro destacado y que tardaría más de una década en escribir: El libro de las obras divinas, en el que trasciende estos conceptos cosmológicos para ampliarlos a una estrecha relación que emparenta al hombre con Dios en una construcción activa, permanente y organizada. El enorme legajo también contiene una obra escrita en un alfabeto propio conocida como Lingua ignota, y en el que recoge un glosario de ciento nueve palabras inventadas por ella. Se conservan además alrededor de trescientas cartas en la que expone acerca de los diferentes temas sobre los que era consultada: teología, política y toda clase de consejos espirituales que solía expresar en ese mismo lenguaje simbólico  y en ese tono profético que empleaba para describir sus visiones. Le dictaba en latín a un amanuense y tenía un secretario que corregía y se encargaba de pasar a limpio. En su estilo se puede rastrear la influencia que ejercieron en ella los estudios de Galeno y los pensamientos de Séneca, Lucano y Cicerón, así también como los escritos de San Agustín y las sagradas escrituras, y en especial el evangelio de san Juan. La actividad artística de Hildegarda se vería reflejada en su prolífica obra musical, integrada por setenta y ocho piezas que fueron compuestas a pedido de las necesidades litúrgicas, y agrupadas bajo el título de Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes. Su música se fundamenta en coros que impulsan frases melódicas con una vivacidad acelerada para luego ralentizarse de forma casi repentina, exigiéndole a las voces interpretar agudos intensos mientras la nota permanece baja o intermedia. “El cuerpo es verdadero vestido del espíritu, el cual posee una voz viviente, para que de esta manera el cuerpo con el alma use su voz para cantar las alabanzas de Dios.” Hildegarda muere a los 81 años, y la leyenda nos cuenta que al momento de su muerte dos arcos refulgentes y variopintos aparecieron en el cielo y que giraron hasta convertirse en una cruz. A lo largo de los años se le han atribuido un centenar de milagros y su imagen ha sido venerada durante siglos en esculturas, pinturas y todo tipo de representaciones. En 2012 el Papa Benedicto XVI le otorgó el título de “Doctora de la Iglesia”, recordándola como fuera llamada en aquella época: la “profetisa teutónica”. Por su creatividad a la hora de inventar un nuevo lenguaje, los esperantistas la acogieron como su patrona, siendo la Lingua ignota considerada como la primera lengua artificial de la historia. En el ámbito del clero religioso Hildegarda es una figura que representa la independencia femenina y la reivindicación de la mujer ante las seculares tradiciones eclesiásticas. A pesar de su condición de abadesa y su voto de castidad, será reconocida también por ser una de las primeras mujeres en advertir la importancia de la gratificación sexual en la mujer y, muy adelantada a su tiempo y en contra de una censura que pudiera resultarle letal, tal vez la primera en describir sin reparos ni tapujos el orgasmo femenino. Una mujer de ciencia que quiso aportar luz en una época definitivamente oscura y sombría. Ella aportó brillo, y aunque hoy muchos de sus trabajos puedan parecernos simples supersticiones, la obra de la mística del Rin es considerada como uno de los más grandes aportes culturales de occidente durante la Baja Edad Media. Fuera de lo común, la polifacética Hildegarda de Bingen será recordada por sus enigmáticas visiones y por esa personalidad fascinante y curiosa que la llevaría a querer explorarlo todo, todo.

Hildegarda de Bingen

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