Las religiosas medievales cumplieron de manera subrepticia, disimulada, y pese a todo con licencia, ese rol que a la mujer le venía siendo negado durante siglos y que siguió prolongándose durante todo el Oscurantismo: el de ser pensante. Los monasterios podrían considerarse una suerte de centro de conocimiento para las mujeres que de todas maneras no podían aspirar a cursar estudios académicos. Fue así como algunas monjas se consagraron al interior de sus conventos a desarrollar algunas piezas de arte, a cultivar la filosofía y a explorar la ciencia. Perdidas entre los claustros, del Medioevo queda algún que otro testimonio sobre la vida y obra de filósofas, poetas, músicas y científicas, mujeres dedicadas a la investigación y al estudio, todas ellas religiosas. Ese fue el caso de Herrada, una noble que nació en Alsacia, en el castillo de Landsberg, en la región del Bajo Rin, y que apareció para anticiparse tres siglos al Renacimiento. Desde muy joven ingresó a la congregación religiosa de la abadía de Hohenburg, también conocida como Mont Sainte-Odile Abbey, en los montes Vosgos, a pocos kilómetros de Estrasburgo. El monasterio estaba encabezado desde su fundación por la abadesa Relinda de Hohenburg, quien años atrás había sido enviada desde el monasterio de Bergen, en Baviera, con la iniciativa de erigir un monasterio, y que acabaría concretando en una realidad. La abadesa contaba con el apoyo del emperador Francisco I Barbarroja, por lo que siempre gozó de una condición de abundancia y del resguardo casi sagrado que un rey pudiera brindar. En el convento, Herrada, joven novicia, comenzaría a educarse en distintas disciplinas, convirtiéndose con el pasar de los años en una mentora, y más adelante en quien fuera la elegida para remplazar a Relinda después de su muerte en el año de 1167. En su cargo de líder del monasterio, la abadesa Herrada es mencionada por las reformas de reconstrucción del recinto, así como por la expansión de los terrenos circundantes que acabarían siendo propiedad de Hohenburg. Pero si por algo será recordada Herrada, esto es por el precioso compendio enciclopédico que comenzaría toda vez se posesionara como abadesa. Se trató de una obra construida con el máximo esmero, detallada y de largo aliento, y en la cual también trabajarían varias monjas que durante todo este tiempo acompañaron una labor que sería un destello de ilustración en un medio de un mundo tan oscurecido. Escrito en latín y glosas en alemán, el Hortus Deliciarum (El jardín de las delicias) pretendía ser el bastión pedagógico para la enseñanza de las novicias, y en cuya introducción se patenta su propósito: “Herrada, por la gracia de Dios, abadesa, aunque indigna, de la iglesia de Hohenburg, a las dulces vírgenes de Cristo que trabajan en Hohenburg… Le hago de su conocimiento Santidad, que, como una pequeña abeja inspirada por Dios, coseché de diferentes flores de las Sagradas Escrituras y textos filosóficos este libro, a lo que llamé Hortus Deliciarum y lo he compilado en honra y alabanza de Cristo y de la Iglesia y en vuestro nombre y amor, como única y dulce colmena.” Gozoso de erudición, el Hortus Deliciarum es una obra pictórica compuesta de 366 ilustraciones simbólicas que compendian el estudio y los avances respecto a algunas ciencias como la literatura, la poesía, la filosofía, la historia, la música y la teología. Sus técnicas de pintura resultan bastante innovadoras para la época, permitiéndose consagrar además algunas vivencias propias, en representaciones que retratan a las demás religiosas en su infatigable Ora et labora (reza y trabaja), y que finalmente concluyó en uno de los textos más célebres y valiosos elaborado por mujeres de la Edad Media. Un trabajo clandestino que Herrada y sus hermanas religiosas labraron desde el interior de los muros de un monasterio, siendo también las primeras en componer piezas musicales polifónicas e himnos. Cabe destacar el espacio para la poesía, donde la enciclopedista medieval se permitió consignar algunos pasajes poéticos de escritores de la antigüedad, algunos de ellos de un corte pagano, y así también como de textos árabes. Tiempo después, algunos de estos poemas serían adaptados para convertirlos en música. Y aunque el rigor literario no permite incorporar la producción poética de Herrada dentro de la antología medieval, pecando su escritura de una carencia ortográfica y cuyo estilo transgrede a la escuela clásica latina, ningún crítico de la actualidad dejará de apreciar la honestidad de sus poemas, el ritmo y la musicalidad, y sus sinceros propósitos de iluminar. Finalmente, algunos señalan que varias de las imágenes pintadas por Herrada configuran la eterna batalla entre las fuerzas del Vicio contra las de la Virtud, y que conforman el compendio de una obra que la misma abadesa se encargó de editar para dar por finiquitada. Durante varios siglos el Hortus Deliciarum fue conservado en la abadía de Hohenburg, y una vez acabada la Revolución Francesa el manuscrito quedó en custodia de la biblioteca municipal de Estrasburgo. Se conservan dos piezas musicales de su autoría: Primus parens hominum y Sol oritur occasus. En 1818 tuvimos la suerte de que Christian Moritz Engelhardt se interesara en copiar los textos de la genial abadesa, ya que la obra original terminaría siendo incinerada, luego de que la ciudad de Estrasburgo fuera asediada en 1870 durante la guerra franco-prusiana, y la biblioteca municipal acabara colapsando por un incendio. El Hortus Deliciarum sería publicado en 1879, muchos siglos después de que su autora desapareciera de este mundo. Esto ocurrió en el 1195, luego de haber estado durante 28 años al frente de su monasterio, un verdadero templo del saber.