Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Hedy Lamarr (1914-2000)

Hedwig Eva Maria Kiesler se destacaba por ser la niña avezada, inquieta, de una curiosidad suspicaz, por lo que algunos de sus profesores la tildaban de superdotada. Siendo muy niña desarmó una caja de música para desentrañar el motor de su sonido, volviendo a repararla y memorizando su entramado, y descubriendo de esta manera el manantial musical. Recuerda su infancia como una época feliz. Su padre fue un banquero judío que sin embargo profesó el catolicismo y así mismo educaría a su única hija. La pequeña Hedy escuchaba a su madre tocar el piano, y sin recibir una lección rigurosa, terminaría tocándolo por instinto. Sin embargo su interés particular parecía tener un enfoque más científico, precisamente en el campo de la química, siendo así que a los 16 años ya cursaba sus primeros estudios de ingeniería. Nacida en Viena, Hedwig no encontraría su lugar en el mundo científico, que desde siempre descalificó la acción femenina, relegándola a ser un simple espectador, un sujeto contemplativo de las grandes hazañas científicas logradas por el único capaz: el macho. Siendo que gozaba de una belleza deslumbrante, Hedwig tomó un rumbo que parecería contrario al campo del estudio y la investigación, decantándose por el oficio del artista, más concretamente el oficio de actriz. Se mudaría a Berlín para asistir a clases de interpretación, y durante los próximos años participaría de cuatro películas alemanas: Dinero en la calle en 1930, Lindenau y Las aventuras del señor O.F en 1931, y No necesitamos dinero en 1932. Sin embargo sería en 1933, en la película checa titulada Éxtasis, donde Hedy cobraría un interés particular en el escenario del séptimo arte, convirtiéndose en la primera mujer en aparecer desnuda en una película, mientras era filmada teniendo un orgasmo que escandalizaría no sólo a sus padres sino incluso al mismo Vaticano. La película recibió la censura y el descrédito de una sociedad mojigata, y la familia de Hedwig la denostó a tal punto de creer que lo más conveniente para su díscola hija, sería conseguirle un marido estricto que pudiera encaminarla. El mejor postor, un comerciante de armas austriaco que luego de haber visto a la pecaminosa actriz, se acercó a su padre para pedirle la mano de su hija, y aunque ésta estuviera en desacuerdo, el matrimonio se llevaría a cabo tal cual lo dispusieron sus padres. El marido la celaba al extremo. En principio, trató de hacerse a todas las copias que existieran de la película Éxtasis, para que ya nunca nadie pudiera gozar del cuerpo desnudo de su mujer, y así mismo no le permitía bañarse o desnudarse mientras él no se encontrara en su presencia. Fue una época lamentable y triste, y es así como la recordará su protagonista, como una época de “auténtica esclavitud”. Controlaba sus movimientos y no le permitía abandonar el hogar sin su consentimiento, y desde luego le prohibiría volver a entrometerse en el mundo del cine. Hedy era un trofeo que su esposo se preciaba en mostrar, exponiéndolo en cada una de sus fiestas, y entre las que se destacan figuras de la talla de Hitler y Mussolini, quienes consideraban al esposo de Hedwig como a un “ario honorario”, y a pesar de que sus raíces religiosas llevaran el tinte judío. Una vez muere su padre, Hedwig decide emprender su fuga y huir del cautiverio de su marido. La leyenda cuenta de una prófuga intrépida que saltó por la ventana de un restaurante en complicidad de una criada, escapando por los techos de las casas, y otra versión sugiere que sería ella misma la que huiría disfrazada de criada, luego de haber dopado a ésta con un somnífero, y de lograr burlar la vigilancia de sus escoltas. Sea como fuera, Hedwig consigue llegar a la estación de tren y arribar prontamente a la capital francesa. Vendió sus joyas y lo que llevaba a mano y se embarcó con destino a Londres, y sería en ese mismo barco donde tendría la fortuna de conocer a Louis B. Mayer, jefe de la reconocida compañía de cine, Metro Goldwyn-Mayer, y a quien poco tuvo que insistirle para que le diera una oportunidad en la gran pantalla. Sería pues en ese mismo barco en donde Hedwig firmaría un contrato por siete años, que la llevaría a participar en más de treinta películas, la mayor parte de ellas realizadas al finalizar su trabajo con la MGM. Mayer, más que sugerirle, la conminó a que cambiara su nombre, proponiéndole se bautizara con ese nombre por el que entonces sería recordada, Hedy Lamarr, asumiendo el apellido de una fallecida actriz francesa de cine mudo y con quien el empresario habría tenido un pasado amorío. Al año siguiente, con su debut en la película Argel, Hedy Lamarr lograría consagrarse de inmediato. Una encuesta dirigida por críticos del cine la señalaban como “la nueva actriz más prometedora”, y en adelante no sería más que un cosechar logros año tras año: en 1939 Lady of the tropics, en 1940 I take this woman y Boom town, en 1941 H.M. Pulham, Esq., en 1942 White Cargo, en 1944 The conspirators y Noche en el alma, en 1947 Pasión que redime, y hasta que en 1949 logra alcanzar su máximo esplendor como estrella del cine mundial, al protagonizar Sansón y Dalila, interpretación que le valdría el visto bueno de los críticos y la ovación de un público al que había deslumbrado. Estuvo a punto de ser quien protagonizara películas míticas como Lo que el viento se llevó y Casablanca, pero las malas decisiones la llevarían a rechazar dichos personajes para abrirle paso y sin saberlo a la gloriosa Ingrid Bergman. Y a pesar de tan prolífica carrera como actriz de renombre, Hedy Lamarr merece pasar a la historia como la protagonista de un invento revolucionario que hoy día nos permite lograr las más altas tecnologías. “Cualquier chica puede ser glamurosa. Todo lo que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer estúpida”. Pero ella no era ni mucho menos una estúpida. Ya sabía cómo hacer de diva, y ahora quería darle vuelo a su faceta de científica e inventora. Mientras cumplía con su tarea como actriz, Lamarr no desatendía su pasión por el conocimiento, y en cada intervalo entre película y película se las apañaba para explorar e inventar cualquier cosa. Se dice por ejemplo que le presentó un proyecto al cineasta y magnate de la industria de la aviación, Howard Huges, donde le sugería un cambio en el diseño de las alas de los aviones, idea en la que se había inspirado con la observancia de las alas de los pájaros y las aletas de los peces. “La esperanza y la curiosidad sobre el futuro me parecían mejores que lo seguro del presente. Lo desconocido siempre fue tan atractivo para mí… y todavía lo es”, declaraba en sus postrimerías. Así pues, sería esa curiosidad la que la llevaría a conformar parte del departamento de tecnología militar estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Su cercanía con los nazis y fascistas en otros tiempos no serían desaprovechados, y era mucha la información que Lamarr tendría para compartir a los Aliados. Pero su gran aporte se reveló en 1940, cuando en compañía del compositor George Antheil desarrolló una técnica de modulación de señales en espectro expandido, una versión temprana del salto en frecuencia, y que permitió el avance de múltiples tecnologías posteriores. En principio, Lamarr y su amigo se propusieron dar con un sistema de guía por radio con el cual pudieran evitarse las interferencias del enemigo, y esto porque hasta entonces los Aliados no se animaban a la fabricación de torpedos submarinos teledirigidos que fácilmente eran detectados e interceptados por las fuerzas del Eje. Los inventores se inspiraron en el principio musical contenido en la caja mágica de Philco, un par de tambores perforados y sincronizados que saltaban en un intercambio de 88 frecuencias distintas como si se tratara de una pianola. La invención conseguía hacer saltar las señales de transmisión entre las frecuencias del espectro magnético, impidiéndole al enemigo captar la señal y anticiparse, ya que le quedaría imposible adivinar la nota o la frecuencia que tocarían después. Conocida como la técnica de conmutación de frecuencias, el invento sería patentado por la pareja en el año de 1942, y ese mismo año en The New York Times se publicaría el hallazgo, pero nada de esto representaría para los inventores una merecida notoriedad. De hecho, la patente se clasificó como ultra secreta, y el gobierno estadounidense se apropió del invento clasificándolo como un invento extranjero. Terminada la guerra a Lamarr se le sugirió no seguir insistiendo con sus creaciones, negándosele todo crédito por su gran aporte al campo de las telecomunicaciones. Su revolucionaria tecnología tendría que esperar varios años para poder ser comprobada y puesta en práctica. Su invento dio el salto de un artefacto mecánico a un dispositivo eléctrico, y fue entonces cuando pudimos entender el alcance de dicho descubrimiento. En 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba, el ejército de los Estados Unidos empleó este sistema de comunicaciones en el control a distancia de boyas rastreadoras marinas. Así mismo la tecnología se usó durante la Guerra de Vietnam, y luego en el sistema de defensa por satélite, Milstar. Acabada la guerra, Hedy probó suerte montando su propia productora, de la que se serviría para protagonizar además unas cuantas películas con las que ya no conseguiría el mismo éxito de antes. The female animal, en 1958, sería su última participación en el cine, a lo que seguiría una corta carrera en la televisión. En adelante vino un ligero declive. Varias veces fue sorprendida robando, víctima ella misma de lo que parecía un trastorno de cleptomanía. Así también se volvería adicta al consumo de sedantes y se obsesionó con los cuidados y las cirugías estéticas. Respecto a su vida sentimental, el prontuario de sus esposos suman seis, para un total de tres hijos: entre sus amoríos se encuentran además del mencionado vendedor de armas, un guionista y director de cine, un escritor de novelas y jugador de béisbol, un director de orquesta y dueño de un club nocturno, un petrolero texano y un abogado especializado en divorcios, a quien le correspondería finalmente llevar el litigio de su propia separación, para que Lamarr dejara de insistir con la vida en pareja y permaneciera así soltera los últimos 35 años de su vida. En 1960 se le homenajeó concediéndole una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, y cinco años más tarde firmaría un contrato millonario con la MGM para la publicación de sus memorias, Ectasy and Me. Hedy Lamarr tendría que esperar cuatro décadas hasta que por fin se le reconociera como la creadora de la tecnología en la que hoy se basan los sistemas inalámbricos y de control remoto. En 1980 la ingeniera civil empleó la técnica de transmisión en el espectro ensanchado para incorporarlo a la tecnología Bluetooth, y de igual forma sentó las bases para la tecnología de comunicación de datos digital WIFI. Su invento permitió el desarrollo de los sistemas de posicionamiento por satélite, como el GPS, sirviendo además para las más avanzadas tecnologías del momento, como la tecnología 5G o el sistema de conexión que permite el funcionamiento de los coches autónomos. En 1997 llegó por fin un reconocimiento en grande a los aportes y logros de la pareja, cuando ambos recibieron el Pioneer Prize de la Electronic Frontier Foundation, ante el cual Lamarr diría con sarcasmo: “It’s about me” (Ya era hora). Y sí que lo era, porque no sería la única distinción. Años más tarde se convertiría en la primera mujer en recibir el BULBIE Prize Gnass Spirit of Achievement de la Convención de Invención, y que podría comparársele con el Premio Oscar de los inventos. Fueron varios los homenajes y reconocimientos que su natal Austria y otros países le rindieron a la actriz, la espía, la inventora, la glamurosa ingeniera que deslumbró por sus encantos femeninos y sus destellos intelectuales, que sería llamada por un afamado director de la época como “la mujer más hermosa de Europa”, y que a sus 85 años se despidió del escenario de la vida y murió a consecuencia de una complicación cardiaca. Antes de morir, pidió que sus cenizas fueran diseminadas por los bosques de Viena, deseo que cumplieron sus hijos. En el 2014 Hedy Lamarr fue incluida a título póstumo en el National Inventors Hall of Fame por el descubrimiento de la tecnología de espectro ensanchado por salto de frecuencia. Un ícono de la belleza femenina en todo su esplendor y toda su potencia, actualmente su rostro sigue figurando en algunos anuncios de la empresa Corel, y en Austria, el 9 de noviembre, en conmemoración de su nacimiento, el país celebra y recuerda su obra declarando ese día como el Día del Inventor.

Hedy Lamarr

 

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